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LA VISION CELESTIAL - Stephen Kaung; Christian Chen.....

LA VISIÓN CELESTIAL
Mensajes impartidos en la 1ª Conferencia
Internacional «Aguas Vivas» 2004
Stephen Kaung
Christian Chen
Hoseah Wu - Jonathan Pong
Gino Iafrancesco - Claudio Pereira
Roberto Sáez - Rodrigo Abarca
Rubén Chacón - Eliseo Apablaza
Ediciones «Aguas Vivas»
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LA VISIÓN CELESTIAL
Mensajes impartidos en la 1ª Conferencia Internacional «Aguas Vivas» 2004
Primera edición: Agosto 2005
Las citas de las Escrituras corresponden a la versión Reina-Valera, 1960,
salvo donde se indica otra cosa.
Diseño & Diagramación: Mario Contreras.
EDICIONES «AGUAS VIVAS»
Temuco - CHILE.
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PRESENTACIÓN
Los mensajes incluidos en este volumen fueron impartidos en
la 1ª Conferencia Internacional organizada por la revista «Aguas
Vivas» en la ciudad de Santiago de Chile, entre los días 2 y 4 de
septiembre de 2004.
El lema de esta Conferencia fue «La Visión Celestial», y tuvo una
rica expresión desarrollada desde diversos ángulos no sólo por los
expositores oficiales anunciados de antemano –Stephen Kaung y
Christian Chen– sino también por invitados especiales que se sumaron
a esta hermosa tarea durante los días mismos de la Conferencia.
La presencia del hermano Stephen Kaung (Chiang Sho Dao),
colaborador de Watchman Nee, dio un realce especial a la Conferencia,
y puede considerarse un regalo de Dios para las iglesias en
Chile, pues a la sazón contaba ya casi 90 años de edad.
Esperamos que estos mensajes, que fueron de tanta bendición
e inspiración para todos los participantes cuando se expusieron en
forma oral, sigan bendiciendo e inspirando a muchos a través de
este medio escrito.
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INDICE
La visión celestial
Stephen Kaung
1. Necesidad de visión celestial ...................................... 11
2. Los dos aspectos de la visión .................................... 25
3. Visión y llamamiento ................................................. 35
La visión de Juan
Christian Chen
1. La visión de Pedro, Pablo y Juan .............................. 49
2. La visión de Juan ....................................................... 61
3. La Iglesia y la gloria de Dios ..................................... 73
Visión y nueva creación
Hoseah Wu ....................................................................... 95
Probada por fuego
Jonathan Pong ............................................................... 107
Cristo, la prioridad en la mudanza del tabernáculo
Gino Iafrancesco ........................................................... 117
La visión y la palabra viva
Claudio Pereira ............................................................. 139
Los oficios de Cristo en el eterno propósito de Dios
Roberto Sáez .................................................................. 153
El lugar de su reposo
Eliseo Apablaza ............................................................. 165
El lugar del amor en la vida del Cuerpo
Rodrigo Abarca ............................................................. 185
Anhelando su venida
Rubén Chacón ............................................................... 205
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LA VISIÓN CELESTIAL
Stephen Kaung
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NECESIDAD DE VISIÓN CELESTIAL
Stephen Kaung
«Donde no hay visión, el pueblo se extravía; ¡dichosos los que son
obedientes a la ley» (Proverbios 29:18). «Así que, rey Agripa, no fui
desobediente a esa visión celestial» (Hechos 26:19).1
El rey Salomón habló tres mil proverbios. Él era el más
sabio de los hombres. Dios le dio un corazón capaz de
escuchar; en otras palabras, él podía oír a Dios con su
corazón. Y por tener ese corazón atento, él nos dio muchos proverbios.
De todos ellos hay uno que es muy, muy importante.
Porque los proverbios nos dan el principio de la vida y aquí hay
un principio que es aplicable no sólo a la tierra, sino incluso al
ámbito espiritual. Y éste dice: «Donde no hay visión, el pueblo
se extravía», o se desenfrena. Otra versión más fuerte dice: «Donde
no hay visión, el pueblo perece».
Así que podemos ver cuán importante es esta cuestión de la
visión. Es importante incluso en este mundo. Ustedes saben, en
este mundo, si las personas no tienen visión, si no tienen un
sueño, si no tienen un objetivo, si no tienen una ambición fuerte,
si no quieren obtener algo, entonces no pueden hacer nada. Si
usted quiere tener éxito en este mundo, tiene que tener una ambición,
una fuerza que le impulse; algo a lo que usted quiere
arribar. Es necesario pagar cualquier precio por ello; usted podrá
soportar penalidades, podrá sacrificar muchas cosas para conseguir
su objetivo.
1 NVI, Nueva Versión Internacional, más acorde con el texto citado en inglés
por el expositor.
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Vemos, pues, que aun en este mundo, los sueños, la visión o
la ambición son muy, muy esenciales. De otra manera nuestras
vidas serían mediocres, o no tendrían razón de ser si no fuésemos
capaces de tener algún logro en ellas.
La visión del pueblo de Israel
Cuando Salomón dijo el proverbio, él tenía en su mente a los
hijos de Israel. Por eso él dijo: «Donde no hay visión, el pueblo
se extravía; ¡dichosos los que son obedientes a la ley!». Los
hijos de Israel, eran el pueblo terrenal escogido de Dios. Dios les
dio una visión en el monte Sinaí, les dio los Diez Mandamientos;
les dio la ley. Y en los Diez Mandamientos, Dios les reveló
qué clase de Dios era él; él era santo por naturaleza, él era totalmente
diferente en todo, él era singular en sí mismo. Esos son
los primeros cuatro mandamientos: Dios es santo. Y los otros
seis mandamientos nos muestran que Dios es justo. En lo que
concierne a su naturaleza, él es santísimo, totalmente diferente,
y en lo referente a sus acciones, él es absolutamente justo.
Dios les dio este entendimiento a los hijos de Israel. Era la
visión de Dios al pueblo de Israel. Si ellos guardaban la ley,
serían un pueblo muy dichoso. Ustedes saben que dichoso es
igual que bienaventurado, bendito. Serían bienaventurados si
guardaban la ley. Y esta visión unió a los hijos de Israel en uno
solo. Eso les dio el objetivo de la vida.
Hermanos y hermanas, nosotros sabemos que la ley es justa
y piadosa; la ley es espiritual. Desafortunadamente, los hijos de
Israel eran terrenales y carnales. Y debido a esto, como nación,
fallaron en guardar la ley de Dios, aunque por la misericordia de
Dios hubo algunos que temieron a Dios y que fueron capaces de
recibir los sacrificios. Pocos pudieron guardar la visión; pero, en
cuanto concierne a la nación, ellos fallaron en llegar a ser el
pueblo bendito de Dios.
La importancia de tener visión celestial hoy
Ahora, amados hermanos y hermanas, nosotros somos el
pueblo celestial escogido de Dios. Alabado sea el Señor, porque
él vino a este mundo; la sombra pasó y ahora la realidad está
presente. Por su gracia, hemos sido llamados el pueblo celestial
de Dios; un pueblo espiritual de Dios. Y a nosotros, Dios nos ha
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dado también una visión celestial. No es la ley. Es la gracia. No
es algo acerca de Dios, no es un conocimiento externo de lo que
Dios es, sino es algo vivo, algo interior, algo del espíritu. Y gracias
a Dios, él nos ha dado una visión celestial. Esa visión es
algo que tiene que asirnos, y seremos bienaventurados si obedecemos
a esa visión celestial.
Hermanos y hermanas, ¿qué es esa visión celestial? No es un
conocimiento mental sobre Dios. La visión celestial es Dios
mismo. Dios se revela a nosotros en su Hijo amado. Dios nos
muestra su propósito eterno, propósito eterno que involucra a su
amado Hijo. Dios ha llamado a un pueblo para ser la novia de su
amado Hijo, y esa es la esencia de la visión celestial. Así que,
hermanos y hermanas, es de vital importancia que los que somos
el pueblo de Dios conozcamos lo que es realmente esa visión
celestial. Que, por el Espíritu de Dios, podamos tener esa
visión en nuestro espíritu.
La visión no es algo que se puede ver con estos ojos. Es algo
más profundo que eso; es la revelación de Dios. Por su Espíritu
él nos revela su corazón. Profundo en nuestro espíritu, vemos
algo de Dios, vemos su corazón, vemos su mente, vemos lo que
él realmente anhela, vemos lo que es precioso para él, lo que ha
de ser precioso para nosotros. Por eso, necesitamos que Dios
nos dé espíritu de sabiduría y revelación en el verdadero conocimiento
de Dios.
En mi contacto con el pueblo de Dios en muchos lugares, he
descubierto que la mayor necesidad en el pueblo de Dios es asir
esa visión celestial. Gracias a Dios, porque su pueblo es bienaventurado.
Por su gracia, él no sólo nos ha dado salvación. Gracias
a Dios, porque sabemos que nuestros pecados han sido perdonados;
gracias a Dios, porque sabemos que él nos ha dado su
propia vida eterna. Gracias a Dios que nos ha bendecido con
muchas bendiciones. Pero, la mayor necesidad en el pueblo de
Dios hoy es captar esa visión celestial, porque sin ella no tenemos
realmente un propósito para nuestra vida.
¿Cuál es el propósito de nuestra vida espiritual? ¿Por qué
Dios nos salvó entre multitudes de personas? ¿Por qué, en su
gracia, nos ha escogido a nosotros? ¿Es sólo para que podamos
ser libres, para vivir nuestras propias vidas? ¿O sólo para que
disfrutemos de sus bendiciones? Hermanos y hermanas, eso nos
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haría muy egoístas, muy egocéntricos. Si creemos en el Señor
Jesús y nos volvemos personas centradas en nosotros mismos,
¿cómo eso dará gloria a Dios?
Hermanos y hermanas, Dios tiene un propósito superior para
nosotros. Él quiere que lo conozcamos de una manera viva, quiere
que nosotros entremos verdaderamente en su corazón. Él quiere
que seamos lo que él se ha propuesto que seamos, para que él
pueda ser glorificado en nosotros, y para que su Hijo pueda ser
glorificado en nosotros. De otro modo, aun siendo cristianos, no
tendríamos un propósito real de vida. ¿Cuál es la meta que usted
busca hoy? Nosotros hemos sido llamados con un llamamiento
supremo, hemos sido llamados con un llamamiento glorioso,
hemos sido llamados con un llamamiento santo.
¿Qué llamamiento es ese? ¿Qué es lo que verdaderamente
Dios desea obtener de nosotros, que hará nuestra vida realmente
útil y glorificará a Dios? ¿Hay algo en nosotros que nos permite
avanzar hacia la meta? ¿Hay un poder dentro de nosotros para
que deseemos sacrificar todo lo demás para lograr ese fin? ¿Hay
algo que nos dará disciplina, paciencia, algo que nos reunirá
como un solo pueblo? Si los hermanos y hermanas tienen su
propia visión y yo tengo mi propio sueño, si ustedes tienen su
propio propósito y yo tengo mis propias ideas, nosotros seremos
un pueblo disperso. ¿Qué es lo que realmente nos une, lo que
realmente nos disciplina para que no perezcamos? Hermanos y
hermanas, eso es la visión celestial.
Siento que es de vital importancia que cada hijo de Dios pueda
captar esa visión celestial que Dios tiene para cada uno de
nosotros; porque sin esa visión celestial, nos desenfrena-remos,
seremos un pueblo sin disciplina, sin una meta; la vida no tendrá
sentido, no podremos cumplir la voluntad de Dios, y él no se
glorificará en nosotros. La visión celestial es un imperativo en
nuestra vida cristiana, es lo único que nos permitirá seguir al
Señor hasta el fin.
Todos aquellos que vemos en el Nuevo Testamento, que son
del Señor, entre los apóstoles, en la historia de la iglesia, entre el
pueblo de Dios, que realmente glorificaron a Dios en sus vidas,
por la gracia de Dios, lograron realmente algo para la gloria de
Dios. Ellos pudieron resistir; ellos estaban dispuestos a sacrificarse
para que la visión celestial se cumpliera plenamente en sus
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vidas. Cada uno de ellos fue cazado por esa visión celestial.
Amados hermanos y hermanas, es nuestra oración que cada uno
de nosotros sea asido por esa visión celestial. No es una comprensión
mental: es una realidad interior.
El trasfondo de Pablo
Ahora, entre todos aquéllos que tienen esa visión celestial,
siento que el apóstol Pablo es el que parece haber captado esa
visión de una manera más completa. Es cierto que el apóstol
Juan captó la visión celestial, que el apóstol Pedro captó también
la visión celestial, y vemos que en cada uno ellos hubo un
énfasis especial. Ese énfasis especial no es razón para que se
pierda el contorno general de la visión celestial; pero yo siento
que el apóstol Pablo nos da un lineamiento general muy claro de
ella. Así que, si Dios lo permite, nos gustaría compartir juntos
sobre la visión celestial que Pablo vio.
Ustedes saben que toda su vida y ministerio fueron controlados
por esa visión celestial. Incluso hacia el final de su vida, él
dio su testimonio ante el rey Agripa, diciéndole: «Así que, rey
Agripa, no fui desobediente a esa visión celestial». «Es esa visión
celestial la que ha cambiado mi vida, es esa visión celestial
que controla todo mi ser. Yo vivo por causa de esa visión celestial,
y esa visión celestial vive en mí; es una realidad espiritual».
Este es el testimonio de Pablo y yo creo que es la voluntad de
Dios que también sea nuestro testimonio.
Ustedes saben que el testimonio de Pablo se da tres veces en
el libro de los Hechos. La primera vez en el capítulo 9; es Lucas
quien registra lo sucedido. Él describe lo que pasó a Saulo el
fariseo en el camino a Damasco. Y luego, en Hechos 22, el apóstol
mismo da su testimonio ante los judíos, y nuevamente en el
capítulo 26, lo da ante los gentiles. Aun cuando estaba ante el
rey Agripa, el imperio romano estaba representado allí.
Así pues, el testimonio de Pablo es registrado tres veces en el
libro de los Hechos. Cuando Dios habla una vez, podemos no
oírlo, así que él habla otra vez. Pero aquí le oímos hablar tres
veces. Eso significa que quiere captar nuestra atención; que este
testimonio del apóstol no es sólo algo personal; es un testimonio
que debe ser el nuestro. Dios dio la visión celestial a Pablo, para
que él la transmitiera a nosotros. Cada uno de nosotros necesita
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ver esa visión celestial. Tal vez nuestra experiencia no sea exactamente
como la de Pablo, porque la experiencia de cada uno es
diferente. Dios ama la variedad; aun en la variedad hay unidad.
Nosotros podemos recibir esa visión celestial de una manera diferente,
pero el contorno de ella debe ser el mismo; de no ser así,
¿cómo podríamos estar unidos en uno solo?
Tal es, amados hermanos y hermanas, mi carga para compartir
con ustedes sobre la visión celestial dada al apóstol Pablo.
Ahora, para entender realmente lo que pasó en el camino a
Damasco, es importante entender un poco el trasfondo. Nosotros
queremos saber qué tipo de persona era ese hombre antes
llamado Saulo. En el Nuevo Testamento hay muchas referencias
a su vida anterior; él mismo contó su pasado. Sobre todo en
Filipenses 3:5-6, él nos relata algo de su vida.
Dice que fue «circuncidado al octavo día». Para un judío
esto era muy importante, porque ustedes recuerdan que en Génesis
capítulo 17, Dios hizo un pacto con Abraham y la señal de
ese pacto era la circuncisión. Todo varón nacido a los hijos de
Abraham debía ser circuncidado al octavo día; ésa era la señal
del pacto de Dios con Abraham. Si un hijo varón no era circuncidado,
no era considerado parte de la comunidad de Israel; estaba
fuera del pacto de Dios.
Sabemos que cuando Abraham fue circuncidado tenía noventa
años. Y su hijo Ismael fue circuncidado a los trece años.
Estrictamente hablando, ellos no eran muy ortodoxos. Pero este
joven llamado Saulo, fue circuncidado al octavo día, así que él
pertenecía al pueblo del pacto de Dios. Y aun más, él era del
linaje de Israel. Eso también era muy importante; porque él no
venía de Esaú. Esaú rechazó su derecho de primogenitura y perdió
su bendición, pero Jacob consiguió la primogenitura y la
bendición; aunque lo hizo de mala manera. Entonces, Dios lo
castigó, hasta que se convirtió de Jacob en Israel. Por eso Pablo
dijo que él era «del linaje de Israel». Y aun más, que era «de la
tribu de Benjamín». Jacob tuvo doce hijos, pero once de los hijos
no nacieron en la Tierra Prometida; sólo Benjamín nació en
la Tierra Prometida.
Así que Saulo era el más ortodoxo de los judíos ortodoxos. Y
además, dijo: «hebreo de hebreos». Saulo nació fuera de la Tierra
Prometida; en una ciudad gentil, Tarso de Cilicia, pero él
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había nacido en una familia hebrea. Pero, ¿qué es un hebreo de
hebreos? Significa que aunque vivan en una ciudad gentil, en su
casa hablan todavía el hebreo. Muchas personas emigran a otros
países, y sus niños no hablan más su idioma nativo en su hogar.
Por ejemplo, muchos niños chinos en Estados Unidos no pueden
hablar chino, así que ya no son chinos típicos. Pero en esta
familia, aun cuando vivían en una ciudad gentil, hablaban hebreo
en casa. Eso significa «hebreo de hebreos». Ahora, hermanos
y hermanas, esto puede no indicar mucho para ustedes, pero
para un judío esto es muy importante: él es realmente un escogido
de Dios, él pertenece realmente al pueblo del pacto de Dios,
lo cual lo hace diferente a toda otra nación.
Y no sólo eso. Si miramos a su educación, cuando él era joven,
viviendo en una ciudad gentil, recibió la cultura griega. En
esa época gobernaba el imperio romano, pero la cultura era la
cultura griega. Saulo nació en Tarso, y de algún modo su familia
pudo obtener la ciudadanía romana. Así que, cuando él nació,
era un ciudadano romano, y en ese momento, ser un ciudadano
romano era algo muy especial, porque había más esclavos que
ciudadanos en el imperio romano. Como ciudadano romano, tenía
acceso a todos los derechos romanos. Entonces también recibió
la cultura griega, la cultura superior en esos días.
Y además, Pablo fue enseñado como un fariseo. Hoy, cuando
oímos la palabra ‘fariseo’, pensamos que es algo malo, porque
nuestro Señor Jesús reprendió a los fariseos, «hipócritas». Pero
en ese entonces, para los judíos, los fariseos eran muy especiales.
En ninguna época hubo más de unos mil fariseos. Eran una
secta muy estricta del judaísmo. Ellos no sólo consagraban sus
vidas a estudiar las Escrituras, sino también a guardar cada artículo
de la ley, y guardaban la ley más allá de lo que podían
encontrar en la Palabra de Dios. Guardaban las tradiciones de
los padres. Así que eran vistos por la demás gente como un modelo.
Y este joven no era un hipócrita; era consecuente. Él dijo:
«...en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible». Guardaba
cada letra de la ley. Y era discípulo de Gamaliel, uno de los
más grandes rabinos de ese tiempo. El joven Saulo estudió con
Gamaliel, y él mismo nos cuenta que era el más aventajado de
sus contemporáneos. ¡Qué hombre era éste!
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Hermanos y hermanas, los jóvenes de cualquier época siempre
buscan las cosas mundanas. Es muy raro ver jóvenes que
buscan las cosas morales, religiosas o espirituales. Pero Saulo
despreciaba las cosas del mundo, sabía que eran temporales, y
buscaba lo que es eterno. Él era moral, religioso. Y en su celo
por las tradiciones de los padres, persiguió a los seguidores de
Jesús, porque según esas tradiciones, Jesús era un impostor, pues
no encajaba en su idea del Mesías; ellos esperaban un Mesías
político que derrotaría al imperio romano y haría de Israel la
primera de las naciones. Pero cuando nuestro Señor Jesús vino,
él no hizo esto; él buscó el bien espiritual del pueblo. Así que se
desencantaron de él, pensaron que era un impostor del judaísmo;
lo crucificaron, y cualquiera que siguiera a Jesús debía ser
eliminado. Esa era la tradición de los padres, y este joven Saulo
hizo todo lo posible para llevar a cabo esa tarea. Y todo el tiempo
él pensaba que estaba sirviendo a Dios.
Amados hermanos y hermanas, ustedes saben que las tradiciones
de los judíos son las más buenas en el mundo. Y aun
siendo la mejor tradición del mundo, eso es oscuridad total. Este
joven quiso hacer el bien, era sincero, era honesto, y aun estaba
totalmente ciego, deslumbrado por la tradición humana. No tenía
ninguna revelación; no había luz celestial, andaba en tinieblas.
Él no sabía que estaba persiguiendo a Dios mismo, y creía
que estaba sirviendo a Dios.
Hermanos y hermanas, cuán fuerte es la tradición. Aun lo
mejor de la tradición humana, si no es revelación de lo alto, no
son más que tinieblas. La tradición es tan poderosa que puede
dominar a una persona. Él no sabía lo que estaba haciendo. Oh,
hermanos y hermanas, tengan cuidado con la tradición humana,
aun la tradición cristiana.
Yo nací en una familia cristiana. Ellos habían sido budistas o
confucionistas, pero gracias a Dios mi padre fue el primero en
volverse al Señor. Fue perseguido debido a su fe, pero yo nací en
una familia cristiana. Mi padre amaba al Señor y teníamos culto
familiar todas las tardes. Pero, amados hermanos y hermanas,
puedo testificar que aun la tradición cristiana tomada de los padres,
sin la revelación de lo alto, es oscuridad total. Hasta que un
día, Dios en su misericordia reveló a su Hijo en mí. Oh, hermanos
y hermanas, él abrió mis ojos, y ésa es la realidad. Así que
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nunca, nunca estemos satisfechos con algún tipo de tradición;
nosotros necesitamos la revelación, revelación desde lo alto.
Sin embargo, Dios conocía el corazón del joven Saulo. Dios
sabía que él era sincero, pero ciego. Así que la gracia de Dios
vino sobre él. Pero antes, Dios le permitió ir hasta el límite. Yo
digo a menudo que la cuerda del amor de Dios es muy larga.
Realmente el lazo de amor ya estaba alrededor de este joven;
pero Dios permitió a esa cuerda extenderse y extenderse. Pero
un día Dios dijo: «Ya basta, no más». Saulo perseguía a los creyentes
y entraba en los hogares cristianos, arrastraba a hombres
y mujeres y los ponía en la prisión, acusándolos, y cuando eran
condenados a muerte, él daba su voto de aprobación. Él odiaba a
los seguidores de Jesús. Y aun pidió permiso del sumo sacerdote
y fue a las ciudades gentiles para apresar a los seguidores de
Jesús, volverlos a Jerusalén y condenarlos.
Ah, hermanos y hermanas, esa es la paciencia de Dios. Dios
le permitió a ir muy lejos, no sin previas advertencias. Dios le
dio muchas advertencias, pero Saulo las rechazó, endureció su
conciencia y persiguió a los cristianos con redoblados ímpetus.
La experiencia de Saulo camino a Damasco
Mientras iba camino a Damasco, Dios le dejó llegar hasta
cerca de la puerta de Damasco. Era el mediodía, y de repente
una luz vino del cielo, más luminosa que el sol del mediodía, y
resplandeció sobre este joven y los que iban con él, y todos cayeron
a tierra. Hermanos y hermanas, en la gracia de Dios, lo
primero que viene a nuestra vida es esta luz celestial. Todos nosotros
errábamos en la oscuridad; no sabíamos lo que hacíamos,
ni para dónde íbamos, pero gracias a Dios, un día la luz de Dios
vino del cielo a nosotros.
Hermanos y hermanas, en Génesis capítulo 1, encontramos
que la tierra estaba cubierta por las aguas, y la oscuridad reinaba
sobre esta tierra. La primera palabra que Dios habló fue: «Sea la
luz», y hubo luz. ¿No es esto lo mismo si miramos atrás a nuestra
experiencia cristiana? En 2 Corintios 4:6, Pablo dijo: «Dios,
que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento
de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo». Hermanos
y hermanas, un día esa luz celestial brilló sobre nosotros, y
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en esa luz, toda oscuridad fue expuesta. Antes, no sabíamos donde
estábamos ni cuán pecadores éramos; pero cuando esa luz vino,
nos expuso, y vimos que éramos el peor de los pecadores.
Yo creo, hermanos y hermanas, que cuando esa luz brilló
sobre ese joven, toda su vida pasada desfiló ante él; empezó a
ver su vida anterior a la luz del cielo, y cómo él tenía que arrepentirse
en polvo y ceniza, cómo tenía que comprender cuán
pecador era: era un blasfemo, un perseguidor, uno que estaba
contra Dios. Oh, hermanos y hermanas, gracias a Dios que esa
luz vino, y nosotros vimos nuestras tinieblas y nos arrepentimos.
Gracias a Dios, que no nos mostró simplemente nuestra
oscuridad: nos reveló la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Por primera vez, vimos a nuestro Señor Jesús, vimos la gloria de
Dios en el rostro de nuestro Señor Jesucristo. ¡Gloria a Dios!
Cuando estaba enceguecido por esa luz, él oyó una voz del
cielo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es
dar coces contra el aguijón». Hermanos y hermanas, ¿era una
voz airada? No, era una voz llena de amor y de simpatía. «¿Saulo,
Saulo, tú no me conoces, pero yo siempre te he conocido. Conozco
tu nombre: tú eres Saulo. Saulo, por qué me persigues?
¿No sabes que es duro dar de puntapiés contra el aguijón?».
En los tiempos antiguos, cuando un campesino araba el campo,
usaba un buey o un caballo puesto bajo un yugo. El hombre
guía el arado, y por supuesto quiere arar la tierra en línea recta.
Pero el buey puede ser terco y tener su propia voluntad. A veces
el buey verá algo bueno y querrá desviarse y no obedecer a su
amo. Así que el amo toma en su mano un instrumento afilado
llamado aguijón, o aguijada, y lo usa para tocar suavemente la
pierna del animal. Él no quiere lastimarlo, sino simplemente recordarle
que tiene un dueño, que no se pertenece a sí mismo.
Pero si el buey es terco, cuando la aguijada toca su muslo, da de
puntapiés atrás, y se hiere. Sólo después de varias veces hiriéndose,
aprende su lección y será obediente a su amo.
Querido hermano, ¿sabe usted que tiene un amo? Sepa que
cuando usted viene a este mundo, Dios ya tiene un propósito en
su vida; usted no nació por casualidad, sino por la voluntad de
Dios. El objetivo de Dios en su vida es que usted sirva a ese
propósito. Por eso usted vino a este mundo. Usted tiene un amo,
no nació libre para hacer lo que quiera. Todos nosotros hemos
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nacido con un amo: nuestro Creador. Él tiene un propósito específico
para cada uno de nosotros. Pero, hermanos y hermanas,
nosotros no sabemos, no entendemos; creemos que somos nuestros
propios dueños y hacer lo que queramos, que vivimos aquí
para servir a nuestro propio propósito, para satisfacer nuestros
propios deseos, y nos olvidamos absolutamente de Dios. Pero
usted no es libre; usted nació para servir a Dios. Usted tiene un
Amo, pero usted no lo sabe, y se rebela contra él. Sin embargo,
en su gracia, él usa a veces el aguijón contra usted. ¿No es verdad?
Miremos a este joven Saulo. Dios había usado la aguijada
varias veces con él. En primer lugar, cuando Esteban fue martirizado.
Esteban estaba lleno de sabiduría y del Espíritu Santo.
Aun las sinagogas gentiles contendían con él. Yo creo que Saulo
era uno de los que discutían con Esteban, pero no lo podían
vencer, porque hablaba con sabiduría de lo alto, así que ellos lo
arrestaron, lo llevaron al concilio, y vieron su rostro como el
rostro de un ángel.
Esteban dio su testimonio, y Saulo, que había sido enseñado
como un fariseo, cuando oyó ese testimonio empezó a oír realidad
en lugar de apariencia externa. Dios siempre busca lo que es
realidad; Dios no puede satisfacerse con una apariencia externa.
Esa verdad debió haber tocado el corazón de Saulo. Y cuando lo
arrastraron fuera de la ciudad, Esteban vio el cielo abierto y dijo:
«Veo los cielos abiertos, y al Hijo de Hombre que está a la diestra
de Dios» (Hech. 7:55). ¡Qué maravillosa visión! Ellos tuvieron
que cerrar sus ojos y oídos, endurecieron su conciencia, lo
llevaron y lo apedrearon hasta matarlo. Cuando Esteban moría,
dijo: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado», y luego descansó
(Hech. 7:60).
El joven Saulo cuidaba la ropa de los que apedreaban a Esteban.
¿Piensa usted que su conciencia no fue impactada? Él era
un buen hombre, un hombre moral, un hombre religioso, una
persona real, y sin duda su conciencia fue profundamente conmovida.
¿Pero qué dice la Biblia? Después, él dobló sus esfuerzos
para perseguir a los cristianos; en otras palabras, quiso imponer
silencio a su conciencia. Su tradición era tan fuerte que
pudo acallar su conciencia. Piense en eso: una persona moral,
entrando en las casas, arrastrando a hombres y mujeres, ¿cómo
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podía hacer eso, forzar a las personas a blasfemar en las sinagogas?
¿Cómo podía hacer eso una persona piadosa? Él endureció
su conciencia. Oh, hermanos y hermanas, ¡cuán terrible debe ser
eso!
Una y otra vez Dios le recordó: «Saulo, Saulo, te es duro dar
de puntapiés contra el aguijón. Sólo te hieres a ti mismo, hasta la
muerte. ¿Por qué no te arrepientes? ¿Por qué me persigues?».
Era una voz mansa, amorosa. Debe haber fundido el corazón de
Saulo. «¿Yo, el primero de los pecadores, un blasfemo, un perseguidor?
¿Y todavía tú me amas, me perdonas y me salvas, y
quieres ser mi Amo?».
Oh, hermanos y hermanas, allí en la tierra, él vio al Justo, vio
que Aquel a quien perseguía era el único Justo, perfecto y sin
pecado. Y no sólo eso, agradó a Dios revelar a su Hijo en él. Era
más que simplemente ver con los ojos exteriores. Él vio la gloria
de Dios en la faz de Jesucristo. Sus ojos fueron cegados, pero
sus ojos interiores fueron abiertos. «...agradó a Dios... revelar a
su Hijo en mí» (Gál. 1:15-16). Este Jesús no sólo es el Justo, él
es el Hijo de Dios, y toda la plenitud de la Deidad habita en él
corporalmente; él es el heredero de todas las cosas, él es la cabeza
de todas las cosas. Él es el Amo de todos».
Hermanos y hermanas, esa es la visión celestial. Pablo vio al
Señor y se rindió a él. «Señor, ¿qué quieres que haga? Yo era mi
propio amo, pero ahora te cedo mis derechos. Tú eres mi Amo,
yo me rindo». Amados hermanos y hermanas, ¿tenemos nosotros
esta visión celestial? ¿Podemos tener nosotros la visión celestial
y todavía ser nuestros propios amos? ¿Puede ver usted a
nuestro Señor Jesús como el glorioso Hijo de Dios, y todavía
quiere retener sus propios derechos? ¿Ha visto usted la visión
celestial? Porque una vez que ha visto la visión celestial, usted
ya no se pertenece a sí mismo, usted es suyo para siempre.
Pero esta visión celestial es más que eso. Dios no sólo nos
reveló a su Hijo. Con su Hijo, él revela algo más que es muy
estimado para Su Hijo.
«¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?». Ustedes saben que
la Palabra de Dios es exacta, pero el Señor dijo: «¿Por qué me
persigues?». «A mí». Saulo era un fariseo, entrenado en lógica y
argumentación. Con su mente natural, él podía contestar inmediatamente:
«Yo nunca te he perseguido; nunca me he encontra23
do contigo. Tú estás en el cielo y yo en la tierra, ¿cómo puedo
tocarte? ¡Es ridículo!». No. Sus ojos interiores fueron abiertos.
Inmediatamente él vio una verdad eterna: vio que cuando perseguía
a los seguidores de Jesús, estaba persiguiendo al propio
Jesús. ¿Por qué? Porque Jesús es la Cabeza, y aquellos que creen
en él son su cuerpo.
Cada creyente en Jesús es un miembro del cuerpo de Cristo.
La Cabeza está en cielo, pero el cuerpo llena el universo. Si usted
toca a cualquier miembro del cuerpo, usted toca la Cabeza.
Hermanos y hermanas, la Cabeza y el cuerpo son una sola cosa.
Inmediatamente en el camino a Damasco, los ojos interiores
de Saulo fueron abiertos y no sólo vio a Jesús, el Hijo eterno de
Dios, el Amo de todos, sino también vio la iglesia, el cuerpo de
Cristo. ¡Qué revelación! Amados hermanos y hermanas, cuando
nosotros creemos en el Señor Jesús, «por un Espíritu somos todos
bautizados en un cuerpo, judíos o griegos, esclavos o libres;
todos nosotros bebimos de un Espíritu». Si alguien te toca, la
Cabeza reclamará: «¿Por qué me tocas?».
Hermanos y hermanas, he aquí un hombre universal. No es
una persona pequeña, es un hombre universal. La Cabeza está
en cielo y el cuerpo cubre el mundo entero: de todas las edades,
desde el primer creyente hasta el último que venga a creer en el
Señor, no importa de qué país sean, o en qué época viven, ustedes
son un cuerpo. Un Señor, un cuerpo. Y el cuerpo y la Cabeza
son uno. Es una vida. Y este cuerpo que nuestro Señor formó
después de su ascensión será su vaso de testimonio en la tierra.
Alabado sea el Señor.
Ésta es la visión celestial. Hermanos y hermanas, ver esa visión
nos liberta de nuestra pequeñez y nos incluye en el hombre
universal. Nuestra comunión pasa a ser con los santos de todo el
mundo. Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, y por
intermedio de ella podemos tener comunión los unos con los
otros, para que nuestro gozo sea cumplido.
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25
LOS DOS ASPECTOS DE LA VISIÓN
Stephen Kaung
Lectura: Hechos 9:6-21.
Mencionamos ayer que es de vital importancia que nosotros,
como pueblo de Dios, veamos la visión celestial.
Dios dio la visión celestial al apóstol Pablo; ella
transformó su vida y llegó a ser su testimonio. Y creemos que es
la voluntad de Dios que todo aquel que es suyo debe ver la visión
celestial que Pablo vio; que esta visión celestial puede darnos
el propósito de nuestra vida cristiana, puede mostrarnos el
camino que hemos de seguir y darnos ese poder interior para
avanzar hacia la meta; nos permite sacrificarlo todo para este
propósito y darnos la fuerza para soportar las penalidades, a fin
de que esta visión celestial llegue a ser nuestra vocación.
Nosotros creemos que esta es la voluntad de Dios. Sólo viendo
esta visión celestial, tendremos la fuerza para perseverar hasta
el final. Y es esta visión celestial la que nos une como un
pueblo. Así que, amados hermanos y hermanas, es nuestra oración
que no sólo hablemos sobre la visión celestial, sino por la
gracia de Dios, que cada uno de nosotros pueda ver esta visión
celestial como el apóstol Pablo la vio en el camino a Damasco.
Jesús es Salvador y Señor
¿Cuál es la visión celestial que el apóstol vio en el camino a
Damasco? Mencionamos ayer que cuando él estaba acercándose
a Damasco, de repente una luz del cielo resplandeció sobre él.
Amados hermanos y hermanas, yo creo que esta luz es el
Shekinah de la gloria de Dios. En esa gloria él vio al Justo. El
26
Padre celestial le reveló que aquel a quien perseguía no sólo era
el Justo, sino el Hijo de Dios, el heredero de todas las cosas, el
mismo que está ahora a la diestra de Dios y ha recibido todo
poder sobre el cielo y la tierra. Dios lo ha exaltado hasta lo sumo,
Dios lo ha ungido como el Señor de todo; él es el Amo de todos.
Amados hermanos y hermanas, en el camino a Damasco,
Saulo vio a Jesús el Hijo de Dios, el Amo de su vida, y se rindió
a él. Esto es algo que nosotros debemos ver. Cuando nosotros
creemos en el Señor Jesús, lo que probablemente mejor comprendemos
es que él es nuestro Salvador, que él vino a este mundo
para salvarnos, y le recibimos como nuestro Salvador personal.
¡Gracias a Dios por eso! Pero, hermanos y hermanas, debemos
ver al mismo tiempo que él no sólo es nuestro Salvador,
sino también nuestro Señor; que él ha de ser el Señor de nuestra
vida. Sabemos que Cristo es nuestro Salvador, pero sólo cuando
lo vemos como Señor, y le rendimos nuestras vidas, entonces
nosotros somos para el Señor. Hermanos y hermanas, esto representa
una gran diferencia.
Nuestro amado hermano Watchman Nee, cuando tenía diecisiete
años, oyó el evangelio y supo que Jesús es el Salvador y
que debía recibirlo. Pero él tenía un problema, porque como joven
tenía su futuro planeado y era una persona brillante, que
podría tener éxito en cualquier área. Así que tenía su futuro en su
mente; pero cuando oyó el evangelio, por una parte, estaba emocionado
y sabía que debía recibir a Jesús como su Salvador, pero
por otro lado, sabía que si le recibía como su Salvador, al mismo
tiempo, debía rendir su vida a Jesús como su Señor.
Pero esto era algo que él no podía hacer, así que luchó un
tiempo, hasta que un día, cuando estaba orando, el Señor le mostró
cuán negros eran sus pecados, pero también cuán roja era la sangre
de Jesús. Él estaba tan sobrecogido por el amor de Cristo que
se rindió a Jesús como su Señor y Salvador. Y de ese día en
adelante, Jesús era no sólo su Salvador, ¡aleluya!, Jesús era su
Señor. Amados hermanos y hermanas, esta es la visión celestial.
Necesitamos ver a Jesús como nuestro Señor; necesitamos ser
constreñidos por su amor, rendirnos completamente a él. De hoy
en adelante, él es nuestro Amo. Amados hermanos y hermanas,
él es digno; él es un Amo que es digno de ser servido.
Y en el camino a Damasco, mencionamos ayer que Saulo vio
27
algo más. No sólo vio que Jesús es el Señor, el Amo, sino que
vio que todos los creyentes del Señor son miembros de su cuerpo.
Quien toca a cualquier miembro del cuerpo, toca a Cristo, la
Cabeza. Él vio a un hombre universal; un gran hombre. La Cabeza
está en el cielo, y el cuerpo llena la tierra entera. Ésta es la
visión celestial, porque no sólo lo libertó de sí mismo, sino también
le permitió entrar en una comunión que es universal. Y esta
es la esencia de la visión celestial. No es una enseñanza, no es
una doctrina o algo sólo para contemplar. Es una realidad espiritual.
Es algo que Dios tiene que revelar por su Espíritu en nuestro
espíritu. Nosotros debemos poder decir: «Yo era ciego, pero
ahora veo», y eso representa toda la diferencia, eso cambiará
nuestra vida completamente y también nos dará un propósito
para vivir.
La visión se completa en Damasco
Pero, hermanos y hermanas, la visión que Saulo vio en el
camino a Damasco no es completa, porque esa visión continuó
adelante en la ciudad de Damasco. ¿Cómo lo sabemos? Porque
la primera pregunta que Saulo hizo fue: «¿Quién eres, Señor?»
Es decir, «Yo no te conozco». Y el Señor dijo: «Yo soy Jesús, a
quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón
». Inmediatamente comprendió que aquel a quien él perseguía
no era otro que el Señor mismo. Entonces, hizo una segunda
pregunta, y dijo: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?».
Hermanos y hermanas, Saulo era un hombre fuerte, enérgico,
seguro de sí mismo, independiente, era su propio amo. Él
controlaba su propia vida, él sabía lo que debía hacer. Pero, a
causa de su encuentro con el Señor, él se rindió a Jesús como su
Señor, y eso fue real. ¿Cómo lo sabemos? Por su segunda pregunta:
«Señor –Tú eres ahora mi Señor–, ¿qué quieres que yo
haga?». Esta fue probablemente la primera vez que él preguntó
tal cosa. Él era una persona que siempre sabía qué hacer; era una
persona que dirigía a otros. Pero, por primera vez en su vida,
preguntó: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?». «Estoy acabado,
no sé qué hacer; ahora te pertenezco, y tú tienes que dirigirme y
mostrarme lo que yo debo hacer».
En la mente de este joven, él esperaba que el Señor lo mandaría
en seguida. Él era un hombre de acción. «Sólo dime qué
28
hacer y yo me levantaré y lo haré con toda mi fuerza». ¡Para él,
rendirse a otro hombre era algo especial! Así que él esperaba
que el Señor le dijera de inmediato qué hacer y entonces él se
levantaría y lo haría. Pero, para su sorpresa, el Señor no le dijo
qué hacer; le dijo: «Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo
que debes hacer».
Amados hermanos y hermanas, fue una gran prueba para este
joven. Él había rendido su vida al Señor, y ahora para él la vida
era una relación entre él y su Señor; no debía haber terceras personas
entre él y el Señor. Es verdad que muy a menudo nosotros
oímos personas que dicen: «Es entre el Señor y yo; no me preocupo
de los demás. Yo no necesito a los demás, todo lo que
necesito es al Señor. Mi Señor y yo, ésta es mi vida espiritual».
Oh, hermanos y hermanas, cuando oímos esto, parece tan espiritual,
pero recuerden, es seudo-espiritual. Es una falsa espiritualidad.
El Señor le había mostrado el cuerpo. Si albergo estas ideas
sobre el Señor y yo, sin terceras personas en mi vida, entonces,
¿dónde está el cuerpo?
En otras palabras, en el camino a Damasco, inmediatamente
después de haber recibido esa visión celestial, él fue probado
grandemente. «Tú me reconoces como tu Señor, y ahora seré tu
Señor, pero no según tu idea, sino según mi idea. Yo quiero que
tú esperes. ¿Estás dispuesto a esperar?». Ustedes saben que esperar
es muy difícil para la carne, sobre todo para un hombre de
acción; ésa era la cosa más difícil de hacer. Pero el Señor lo
probó. «Tú viste la visión. ¿Estás ahora dispuesto a obedecer a
la visión? Tú viste el cuerpo de Cristo. ¿Estás dispuesto a que
otras personas sean involucradas en tu vida? ¿Anhelas no sólo
relacionarte con el Señor, sino también con otros hermanos y
hermanas, o quieres ser independiente?».
He aquí una gran prueba para este hombre. La visión será
probada. De otro modo nunca será su vocación. La visión celestial
que Saulo vio en el camino era sólo parte de la visión. Allí le
fue dada una tremenda visión de lo alto: él vio al Señor en el
cielo, vio el cuerpo de Cristo, universal, glorioso. Oh, hermanos
y hermanas, si ustedes alguna vez ven esa visión celestial, es tan
gloriosa, nos amplía el horizonte, nos saca de nosotros mismos
y nos lleva al tercer cielo, es tremendamente expansiva. Pero,
amados hermanos y hermanas, ¿cuál será la actitud correcta si
29
usted capta una visión celestial?
Usted es alzado en su espíritu como si estuviera en el tercer
cielo. ¿Pero cuál será la actitud correcta? Cada vez que leemos
en la Palabra de Dios, cuando alguien vio una visión celestial,
cuando alguien vio la gloria de Dios, sí, lo alzó al tercer cielo,
pero al mismo tiempo lo derribó en tierra. Usted recuerda a Daniel;
él era un hombre tan perfecto, pero cuando él vio la visión
del Señor, dijo: «Mi belleza se convirtió en corrupción»1. Él cayó
en tierra como muerto.
Gracias a Dios, esa visión celestial es tan gloriosa que nos
levanta y nos lleva al tercer cielo, pero al mismo tiempo nos
derriba en polvo y ceniza. ¿Quién somos nosotros para recibir
semejante visión? Nosotros somos indignos, estamos lejos de lo
que esa visión es. Es necesaria la tremenda obra de Dios para
traernos a la realidad de esa visión. La visión que Saulo vio en el
camino a Damasco nos muestra todos los principios espirituales
celestiales, nos muestra al Señor como realidad celestial y espiritual.
Nos muestra la iglesia, el cuerpo de Cristo, celestial, espiritual
y lleno de vida, lleno de gloria.
Todos los principios espirituales acerca de Cristo y la Iglesia
están en esa visión celestial. Pero la espiritualidad es muy práctica.
Lo que Dios nos ha mostrado, que es espiritual y celestial,
debe ser llevado a la práctica en esta tierra, en esta misma vida,
de tal manera que la visión celestial que Saulo vio en el camino
a Damasco es sólo una parte de ella. Hay otra parte de esa visión
que él tenía que percibir en la ciudad de Damasco. En obediencia
al Señor, Saulo se levantó del suelo, pero sus ojos estaban
ciegos por causa de la gloria de Dios; él necesitaba ayuda. Este
hombre fuerte estaba en una situación de mucha debilidad. Tuvo
que ser llevado a la ciudad y allí permaneció tres días sin comer
ni beber. Él estaba orando; estaba esperando.
Ananías representa a la iglesia local
Y mientras oraba y esperaba, Dios en una visión se apareció
a un discípulo en la ciudad de Damasco. Su nombre era Ananías.
Ananías era un discípulo del Señor en Damasco. Tal vez era
1 Traducción literal. La Versión Reina-Valera 1960 dice: «Mi fuerza se
cambió en desfallecimiento» (Daniel 10:8).
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muy conocido en la ciudad, porque era una persona muy piadosa
y los judíos sabían de él, pero nadie le conocía en Jerusalén y
era desconocido en el mundo. Y más aun, en el registro de la
Santa Biblia, sólo aparece una vez en capítulo 9 de Hechos, y
luego desaparece.
Aquí encontramos un hombre pequeño, insignificante, desconocido,
pero gracias a Dios, conocido por Dios. En una
visión, Dios se apareció a él y le dijo: «Ananías». La reacción
de Ananías fue muy diferente a la de Pablo. Él conocía al
Señor; tenía familiaridad con él, así que cuando el Señor lo
llamó, él respondió: «Heme aquí, Señor». Él estaba listo, esperando
en el Señor. Y el Señor dijo: «Levántate y vé a la
calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno
llamado Saulo, de Tarso». «Levántate, vé allí y abre sus ojos».
Y Ananías dijo: «Señor, he oído de muchos acerca de este
hombre –su fama ya había llegado a Damasco–, cuántos males
ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad
de los principales sacerdotes para prender a todos los
que invocan tu nombre».
Vemos cómo Ananías tenía libertad para hablar con el Señor.
Él no sabía lo que había sucedido en el camino a Damasco; sólo
sabía lo que había oído antes, y él tenía la libertad para hablar
con el Señor. No en un espíritu de rebelión, sino en un espíritu
de inquirir. «Señor, tú me pides ir y ver a esa persona; ahora, yo
entiendo que él viene a apresarme. ¿Quieres que yo vaya y me
entregue, y que él me eche mano? Si tal es tu voluntad, yo lo
haré. Muéstrame lo que debo hacer». Pero el Señor le dijo: «Vé».
El Señor no le explicó nada, sino sólo dijo: «Vé, porque instrumento
escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia
de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le
mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre». Sin
más razones, Ananías obedeció. Gracias a Dios por eso, gracias
a Dios por ese hombre pequeño.
Al mismo tiempo, mientras Saulo oraba, vio en una visión,
un hombre llamado Ananías, un extraño, viniendo y poniendo
sus manos sobre él, y abriendo sus ojos. En el camino a Damasco
sólo Saulo vio la visión; aquéllos que estaban con él no la
vieron, estaban atemorizados, y sólo Saulo vio. Pero en la ciudad
de Damasco hay una visión doble. Ananías recibió una vi31
sión, Saulo recibió una visión y ambas visiones son una. ¿Por
qué es así? Porque en lo que concierne a la iglesia, se necesita
una confirmación. Dos son testigos. Entonces, ¿a quién representa
este Ananías? Ananías representa la iglesia local.
La iglesia es universal, es el cuerpo de Cristo bajo la única
cabeza de Cristo Jesús, que llena el universo entero. La comunión
es universal. Nosotros recibimos a quien el Señor recibe;
éste es el principio espiritual. Todos los que creímos en el Señor
Jesús en un Espíritu somos bautizados en un cuerpo. Judíos o
gentiles, esclavos o libres, todos nosotros hemos bebido de un
Espíritu. Gracias a Dios por su iglesia universal. Todos los principios
espirituales fueron mostrados en esta iglesia universal.
Jesús es el Señor, la única Cabeza. En este cuerpo hay una maravillosa
comunión en base a la vida. Pero, hermanos y hermanas,
esta visión celestial debe tocar la tierra. Esto es la iglesia. La
iglesia es celestial en su origen, es espiritual en su naturaleza,
pero ella toca la tierra y viene a ser un testigo y testimonio para
el Señor Jesús.
Ustedes recuerdan al apóstol Pedro, cuando estaba en la azotea
orando; él vio una visión, un gran lienzo atado por las cuatro
esquinas bajando del cielo y tocando la tierra, y en ese lienzo
toda clase de cuadrúpedos y reptiles, y él oyó una voz: «Levántate,
Pedro, mata y come». Pedro respondió: «Señor, no; porque
ninguna cosa común o inmunda he comido jamás». Y el Señor
le dijo: «Lo que Dios limpió, no lo llames tú común». «No lo
consideres sucio». Tres veces Pedro se negó –tan fuerte era su
tradición–, y entonces el lienzo volvió al cielo. Hermanos y hermanas,
esta es la visión de la iglesia: bajó del cielo y nos incluyó
a todos nosotros que éramos pecadores, que éramos inmundos;
pero gracias a Dios, él nos ha limpiado. Gracias a Dios ya no hay
más judío ni gentil, y tenemos comunión unos con otros, una
comunión gloriosa. Que ninguna tradición nos lo impida y esto
nos remontará al cielo. Esto es lo que la iglesia es.
Si sólo vemos la iglesia universal, y no la iglesia local, si sólo
vemos al hombre universal y no a ese hombre pequeño, seremos
unos visionarios; unos teóricos; sólo será apenas algo para contemplar.
Nada será real. Nada será práctico. Gracias a Dios, en la
ciudad de Damasco, a Saulo se le dio una visión de la iglesia
local. Dios lo puso en contacto con un hermano local. Ananías,
32
en obediencia al Señor, fue a la calle llamada Derecha y entró en
la casa. Él puso sus manos sobre Saulo. No fue Saulo que puso
manos en Ananías. Gracias a Dios por eso. Si Saulo hubiese
puesto sus manos sobre Ananías, hubiese sido el fin de Ananías.
Pero Dios había hecho una obra maravillosa, y Ananías, ese hombre
insignificante, fue quien puso sus manos sobre Saulo.
Saulo fue introducido en la comunión del Cuerpo
¿Qué representa la imposición de las manos? ¿Qué significa
realmente en el Antiguo Testamento cuando el oferente ponía
sus manos en el sacrificio, o en los tiempos del Nuevo Testamento
cuando los apóstoles ponían sus manos sobre las personas?
Es una identificación. Cuando usted pone manos en otra
persona, usted se identifica con esa persona. Por eso, la Biblia
dice que no se debe imponer las manos con ligereza, para que
usted no tenga parte en sus pecados. Así que aquí encontramos a
Ananías, un miembro del cuerpo de Cristo, que representa la
iglesia en Damasco y representa la iglesia universal; que pone
sus manos en Saulo y lo recibe en comunión, en la comunión del
cuerpo de Cristo. Oh, hermanos y hermanas, ¿no es eso maravilloso?
Dos enemigos que no se podían ver entre sí, son ahora
unidos en un cuerpo. Esta es la obra de Dios. Sólo Dios puede
hacer esto. ¡Gloria al Señor!
Y Ananías dijo: «Hermano Saulo». ¿Pueden imaginarse cómo
se sentía Saulo en ese momento? «¿Yo, tu enemigo? ¿Y tú me
llamas tu hermano?». Eso debe de haber fundido su corazón.
«¿Yo, un blasfemo, un perseguidor, el mayor de los pecadores?
¿Y la gracia de Dios es tan tremenda, que me ha hecho hermano
en la casa de Dios?». Oh, yo creo que no hay nada más dulce que
el nombre ‘hermano’. ¿O quiere usted ser llamado ‘reverendo’?
El hermano Sparks decía que la palabra reverendo en el original
significa terrible. ¿Quiere usted ser llamado ‘terrible fulano de
tal’? ¿O prefiere ser llamado ‘hermano fulano de tal’? Hermano
o hermana, porque todos nosotros somos hermanos.
El hermano Nee le pidió una vez a un hermano: «Vaya y
hable a los hermanos». Entonces el hermano le preguntó: «¿Usted
quiere que yo hable a los hermanos varones o a las hermanas
mujeres?». ¿Por qué somos todos hermanos? Porque recibimos
la misma vida; es la vida del Hijo. Todos estamos destinados a
33
ser hijos de Dios, hijos maduros de Dios, destinados a recibir
filiación a través de Cristo Jesús. Oh, hermanos y hermanas,
¿por qué pretender ser llamados por otro nombre? ¿Por qué no
nos satisfacemos con ese amado y dulce nombre de hermanos?
Gracias a Dios, porque todos nosotros somos hermanos, Jesucristo
es nuestro hermano mayor, y Dios es nuestro Padre celestial.
Pertenecemos a la misma familia; no hay discriminación de
ningún tipo. «Hermano, Saulo, abre tus ojos y sé lleno del Espíritu
Santo».
Gracias a Dios, cuando somos unidos al cuerpo de Cristo,
nuestra ceguera es quitada a través del cuerpo, y empezamos a
ver. Y usted sabe a quién Saulo vio primero. Vio a Ananías. Lo
primero que vio fue a un hermano. Oh, qué hermoso es eso,
cuando usted se encuentra con otro hermano o hermana, y descubre
que son hermanos en el Señor; inmediatamente se establece
un lazo entre ustedes. ¡Maravilloso! Por primera vez, este
hombre que odiaba a los seguidores de Jesús, que los consideraba
como impostores y que quería destruirlos, ahora vio a un
hermano. ¡Un hermano de verdad!
Oh, cuando usted ve a sus hermanos y hermanas, ¿a quién ve
usted? ¿Ve usted la vida de Cristo en ese hermano? ¿Ve a Cristo
en ese hermano, o mira al hermano y ve a Adán allí, y ve todas
sus faltas, en lugar de ver a Cristo en él? Gracias a Dios, Saulo
vio a su hermano y fue lleno con el Espíritu Santo. Cuando usted
está en el cuerpo; cuando usted toma su lugar en el cuerpo de
Cristo, el óleo santo que está en la cabeza de Aarón descenderá a
la barba y cubrirá el cuerpo entero. Si usted vive en el cuerpo,
también será lleno del Espíritu Santo; ésta es su herencia.
Saulo fue lleno del Espíritu Santo, él fue alimentado y fortalecido,
y ¿sabe lo que él hizo? Él estuvo con los discípulos en
Damasco. Él aprendió su lección. Ya no fue más «mi Señor y
yo», sino, también «mis hermanos y yo». Así que él estuvo con
los discípulos, y entonces empezó a dar testimonio del Señor,
que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios.
Gracias a Dios, desde el primer día de su vida cristiana, Dios
no sólo le mostró el principio espiritual de la iglesia, sino que lo
condujo al lado práctico de la iglesia universal. Y a lo largo de su
vida, encontramos cuán verdadero fue esto. Incluso tres años
después, cuando por primera vez volvió a Jerusalén, ¿recuerdan
34
lo que hizo? Lo primero fue buscar a los discípulos, no para
apresarlos y sentenciarlos a muerte, sino para tener comunión
con ellos. Ellos tenían temor de él: él era tan famoso, aun después
de tres años. Pero gracias a Dios, estaba Bernabé, el hijo de
consolación, que creyó en él y lo trajo a Pedro. Y Pablo entraba
y salía con los discípulos en Jerusalén; y dondequiera que fuera,
siempre buscaba a los hermanos y hermanas. Él no sólo vio la
visión, él vivió en la visión.
Así que, amados hermanos y hermanas, ¿qué es esa visión
celestial? La visión celestial incluye dos aspectos: la parte celestial
y la parte terrenal. Cristo el Señor está en el cielo, pero también
Cristo el Señor está en nuestra vida terrenal. La iglesia universal,
la comunión universal; pero también la iglesia local, donde
usted está junto con sus hermanos y hermanas, y aprende ser un
miembro del cuerpo de Cristo, sometiéndose los unos a los otros
en el temor de Cristo.
Creemos que esta es la visión celestial, y creemos que esto es
lo que el Señor desea que nosotros veamos.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros.
35
VISIÓN Y LLAMAMIENTO
Stephen Kaung
«Así que, rey Agripa, no fui desobediente a esa visión celestial» (Hechos
26:19, NVI).
Damos gracias al Señor que nos ha reunido durante estos
días. El Señor ha sido bueno con nosotros y estamos
muy agradecidos. Queremos agradecerle por el
privilegio de visitarles. Gracias al Señor que tiene sus hijos escondidos
por la tierra, y nosotros esperamos juntos la pronta
venida de nuestro bendito Señor.
El tema durante nuestro tiempo juntos es la visión celestial;
la llamamos visión celestial porque no es terrenal y no es humana;
es del cielo, es del Señor mismo. Gracias a Dios, a quien
agradó revelar a su Hijo en nosotros. Gracias a Dios por darnos
como regalo a su amado Hijo, por mostrarnos verdaderamente
su corazón y su mente. Y gracias a Dios porque él quiere mostrarnos
esta visión celestial; porque con ella tenemos ante nosotros
una meta y tenemos la fuerza interior para avanzar hacia esa
meta. Esa visión celestial nos disciplina, nos fortalece para soportar,
nos da ese amor interior hacia el Señor. Y esta visión nos
une como un cuerpo, como un pueblo.
Creemos que es la voluntad de Dios y su agrado que todos
los que somos del Señor podamos captar esa visión. O, visto de
otra manera, esta visión celestial debe cazarnos, debe transformar
nuestras vidas y debe ser un testimonio real en nuestras vidas.
Hemos mencionado, durante estos días, que esta visión celestial
está compuesta de dos partes. Saulo vio una parte de la
visión celestial en el camino a Damasco. En esa luz celestial vio
36
al Justo y oyó su voz: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es
duro para ti dar de puntapiés contra el aguijón». Agradó a Dios
revelarle a su Hijo. En esa visión, Dios permitió a Saulo encontrarse
con su verdadero Amo.
Porque Saulo fue creado por Dios con un propósito, pero él
nunca lo conoció, sino hasta en ese camino a Damasco, donde se
encontró con su Amo, el Señor Jesucristo. Y a ese Amo él se
rindió. También, en el camino, él vio algo juntamente con el
Señor: vio la Iglesia como el cuerpo de Cristo, porque nuestro
Señor dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». En otras
palabras todos los creyentes, todos los seguidores de Jesús son
parte del Señor, son miembros de su cuerpo, y quien toca a cualquier
miembro de ese cuerpo, aun el miembro más pequeño,
toca la Cabeza, toca a Cristo mismo. Saulo vio a ese glorioso
hombre universal. La Cabeza está en el cielo, pero el cuerpo
cubre la tierra entera, y en este cuerpo la Cabeza se manifiesta.
Este es el testimonio de la Iglesia.
Los dos aspectos de la visión
Amados hermanos y hermanas, en el camino a Damasco,
Saulo fue llevado al tercer cielo y allí vio la gloria de Dios en la
faz de Jesucristo. ¡Cuán libertadora fue esa visión! Realmente lo
libró de sí mismo y lo introdujo en la gloria misma de Dios, el
propósito mismo de Dios. Pero esta es sólo una parte de la visión.
Esta visión celestial continuó adelante en la ciudad de Damasco.
Y allí en la ciudad el Señor le reveló la otra parte de la
visión celestial. Él le mostró a un hombre pequeño; no a ese
hombre universal, sino a un hombre pequeño de nombre Ananías,
un creyente en la ciudad de Damasco. Él envió a Ananías a ver a
Saulo y a poner sus manos sobre él, para que se identificara con
Saulo.
Por la imposición de las manos, Saulo fue introducido en la
comunión del cuerpo de Cristo. Y Ananías dijo: «Saulo, hermano,
tú eres un hermano en el Señor. Abre tus ojos y sé lleno del
Espíritu Santo». Los ojos de Saulo fueron abiertos, y él vio a
Ananías, ya no más como enemigo, sino como un hermano en el
Señor.
Hermanos y hermanas, esta es la visión celestial. Este hombre
universal tiene que tocar en la tierra, y allí usted encuentra la
37
iglesia local, donde está el pueblo de Dios. Ellos son una miniatura
de la iglesia universal; todos los principios espirituales de la
iglesia universal deben ser practicados en la iglesia local. Eso
completará la visión celestial. Si alguien sólo ve la parte celestial
del camino a Damasco, sin ver esa visión en la ciudad de
Damasco, será una persona que fue alzada al tercer cielo y vio
algo glorioso, pero nunca es algo puesto en práctica, y tarde o
temprano se volverá un visionario, un teórico, y lo que ha visto
se irá marchitando gradualmente.
Por otro lado, si usted sólo ve la visión en la ciudad de Damasco,
y ve la iglesia local sin ver la visión celestial en el camino
a Damasco, usted se tornará gradualmente legalista y en el
futuro se hará exclusivista, porque no ha visto cuán ancho es el
horizonte. Así que es muy, muy importante que, por su gracia,
Dios nos revele las dos partes de la visión celestial; porque la
verdad de Dios siempre es equilibrada.
Dios quiere introducirnos en la visión
Ahora nos gustaría concentrarnos en esta declaración del apóstol
Pablo. Allí ante el rey Agripa y la nación declaró que si ellos
querían saber quién era él, y lo que le hacía diferente, lo que era
su ministerio, era esto: «Así que, rey de Agripa, no fui desobediente
a esa visión celestial». «Fue esta visión celestial lo que
cambió mi vida. Antes de que tuviera esa visión, yo era un fariseo,
una persona que se autojustificaba, celoso por las tradiciones
de los padres. Yo perseguía la iglesia, era un blasfemo, y
pensaba que estaba sirviendo a Dios; pero realmente me estaba
oponiendo a él. Yo era sincero, pero estaba en oscuridad. Pero,
gracias a Dios por su gracia, él me ha revelado esa visión celestial.
Y esa visión celestial cambió mi vida entera. Por la gracia de
Dios soy lo que soy».
Además, esa visión celestial controló la vida de este hombre.
Él llegó a ser el apóstol Pablo, trabajó para el Señor Jesús y Dios
lo usó para establecer iglesias. Se volvió un testigo, un siervo,
un vaso escogido, y sufrió mucho por la causa del Señor. Y para
él valía la pena. Así que, hacia el fin de su vida, él resumió su
vida entera y ministerio en una frase: «No fui desobediente a la
visión celestial».
Recibir esa visión celestial, ver esa visión, es por la miseri38
cordia de Dios; no porque alguien es digno. Todos somos indignos,
pero agradó a Dios revelar a su Hijo en nosotros. Agradó a
Dios mostrarnos lo que la iglesia es realmente. No hay nada de
lo cual podamos jactarnos. Es todo por gracia, todo por misericordia.
Pero, hermanos y hermanas, sólo ver la visión celestial
no significa que usted tiene la visión. Sólo porque usted la ha
visto no significa que usted la ha visto en su espíritu. Dios le ha
dado una visión sobre su misterio, pero eso no significa que
usted tiene la visión. Ese es sólo el principio.
La razón por la cual Dios nos muestra la visión celestial, no
es para que nos jactemos de ella, o para hablar sobre ella. Porque
nuestro Dios es muy práctico, si él nos muestra algo de lo alto, es
porque quiere que nosotros entremos en esa visión. No debería
estar la visión en una mano y nosotros en la otra. Es la voluntad
de Dios mostrarnos esa visión celestial para que nosotros nos
introduzcamos en ella, y ella en nosotros. Esa visión debe volverse
nuestra vocación. Si no, entonces sólo verla no es suficiente.
De otro modo, cometemos un error.
Cuando, por la gracia de Dios, él abrió nuestros ojos espirituales,
nos dio entendimiento para ver a Jesús como el Hijo y
heredero de todas las cosas; toda la plenitud de la Deidad mora
corporalmente en él, el Amo, el Señor de todos. Gracias a Dios
por abrir nuestros ojos para ver quién es Cristo Jesús; para verlo
como el Padre lo ve. Esta es la misericordia de Dios. Lo que
nosotros vemos de Jesús es apenas un poco, y cuán agradecidos
estamos por eso; pero hemos de debemos verlo como el Padre lo
ve. Esta es la voluntad de Dios.
Agradó a Dios abrir nuestros ojos para ver al Señor de una
manera más plena. Cuán gozosos y agradecidos debemos estar.
Si Dios nos abre este misterio, el misterio del Cristo, y nos
permite ver la Iglesia que es el cuerpo de Cristo hoy, para ser
llenos de la plenitud de Cristo y manifestar a Cristo Jesús en la
tierra – para que esta Iglesia cuando madure llegue a ser la
novia eterna del Hijo amado de Dios– eso es un propósito glorioso.
Pero si Dios nos revela estas cosas, él quiere introducirnos
en la visión y permitir que la visión entre en nosotros, para
que la visión se vuelva nuestra vida, nuestro ministerio y nuestra
vocación.
El apóstol Pablo no sólo vio la visión celestial, sino que real39
mente la visión entró en él. Él fue arrastrado en esa visión; ya no
era más la visión por sí misma, y Pablo ya no era más sólo Pablo,
porque no podemos explicar a Pablo sin la visión y cuando vemos
la visión, vemos allí también a Pablo. Creemos que ésta es
también la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. ¿Pero
cómo puede el ver ser transformado en ser? ¿Cómo puede, lo
que Dios ha revelado a nosotros en nuestro espíritu, volverse
nuestra vida diaria y aun volverse nuestro testimonio en esta
tierra? ¿Dónde está el secreto? Pablo lo dijo: «No fui desobediente
a esa visión celestial».
La visión involucra un llamamiento
Pablo usó aquí una doble negación. Él no dijo: «Fui obediente
», sino: «No fui desobediente a esa visión celestial». ¿Por qué
lo expresó de esta manera? Creo que es por dos razones: primero,
para dar énfasis, porque cuando se quiere enfatizar algo se
usa una negación doble, y la otra razón es que nos muestra cuán
fácil es ser desobedientes a la visión celestial. ¡Es muy fácil!
Gracias a Dios, muchos han visto la visión; pero pocos son obedientes
a ella. La mayoría de las personas, por la gracia de Dios,
capturan una vislumbre de la visión y avivan su corazón, pero
no obedecen la visión porque hay un costo que pagar.
Hay un desafío aquí. Cuando Dios nos da una visión, hay un
llamamiento allí. Dios está esperando que usted responda. La
manera en que usted responde representa toda la diferencia. Piense
en Abraham, cuando estaba en Ur de los caldeos, una ciudad
llena de ídolos, y la tradición nos dice que hasta su padre Taré
era constructor de ídolos. Y a este hombre, que vivía en una
ciudad de ídolos, en casa de un fabricante de ídolos, de algún
modo, Dios tocó su corazón.
Según un relato judío, un día su padre iba saliendo y le dijo a
su hijo Abraham: «Ten buen cuidado de estos ídolos». Pero en
cuanto su padre salió, Abraham empezó a quitar el brazo de uno
y las piernas de otro y a hacer un enredo de los ídolos. Cuando
su padre regresó y vio la situación, le preguntó: «¿Qué has hecho?
». Abraham respondió: «Padre, después de tu salida, los
ídolos empezaron a luchar entre sí, y éste es el resultado». Su
padre dijo: «No tiene sentido, ¿cómo pudieron estos ídolos luchar
uno contra otro?». Así que Abraham dijo: «Entonces, ¿por
40
qué debemos rendirles culto?».
Bueno, esa era una historia judía. De todos modos, la Biblia
nos dice que mientras él estuvo en Ur de los caldeos, el Dios de
gloria se le apareció. Este hombre debe haber estado buscando
la verdad y Dios conoció su corazón, así que el Dios de gloria se
le apareció. Pero dondequiera que el Dios de gloria se aparezca,
hay siempre un llamamiento. La gloria de Dios apareció a
Abraham y Dios llamó a Abraham: «Vete de tu tierra y de tu
parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré».
Amados hermanos y hermanas, cada vez que hay una visión de
lo alto, hay siempre involucrado un llamamiento.
Nuestro Dios es muy práctico, y el llamamiento es a dejar
todo el pasado atrás, a cortar toda vieja relación, e ir a donde el
Señor nos mostrará. Es un salto de fe. Así que la Biblia dice:
«Por la fe, Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al
lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a
dónde iba». Él sólo sabía una cosa: que el Dios de gloria se le
había aparecido. Cuando una visión de lo alto viene a nosotros,
hay siempre implicado un llamamiento. Y el llamamiento es:
«Deja tras de ti todo tu pasado y vé y sigue al Señor, no sabiendo
dónde ir», y aun así, usted va. Es una cuestión de fe. Muchas
personas no son capaces de aunar la fe con la palabra que han
oído. El resultado es que esa visión se torna gradualmente un
espejismo. Y usted se vuelve un visionario, un teórico. No hay
realidad en la vida.
Gracias a Dios, este hombre dijo: «No fui desobediente a la
visión celestial». Él tenía que empezar a andar por el camino
de la fe. Él no sabía realmente en lo que sería involucrado.
Todo lo que Dios le dijo fue: «Me serás testigo, serás mi sirviente,
porque yo te he escogido, y llevarás mi testimonio ante
los reyes y los judíos y ante las naciones. Y sufrirás mucho por
la causa de mi nombre». Cuánto, no le dijeron. En otras palabras,
Dios lo llamó, en esa visión, a dejar atrás todo lo pasado.
Todo su éxito pasado, toda su ambición y logros anteriores y
todo aquello de lo cual él pudiera estar orgulloso, todo quedaba
atrás, para seguir al Señor a través de la fe, no sabiendo
dónde iría, o lo que pasaría, pero sabiendo que el Dios de gloria
lo estaba llamando.
41
La cruz convierte la visión en vocación
¿Qué es lo que convierte la visión en vocación? Muy simple:
es la cruz. Sin la cruz, sin tomar nuestra cruz y seguir al Señor
Jesús, la visión nunca se convertirá en nuestra vocación. Piense
en nuestro Señor Jesús; él era igual con Dios y eso no fue algo a
lo cual se aferró, y se despojó de toda la gloria, honor y alabanza
que le correspondía como Dios; se vació para poder entrar en
este mundo. Por supuesto, no podía vaciarse de su deidad, porque
esto es lo que él es. Pero se despojó de todo el honor y la
gloria que acompañaban esa deidad. Él vino a esta tierra y asumió
la forma de un esclavo. Estando en la condición de hombre,
fue obediente a Dios hasta la muerte y muerte de cruz.
Nuestro Señor Jesús entró en este mundo para morir; él nació
para morir por nuestra causa. Él era sin pecado; nunca debía
morir. ¿Cómo podría morirse Dios? Y aun tomó forma humana
y vivió en esta tierra así como nosotros. Un hombre celestial
vivió en esta tierra. Todo en él y acerca de él es diferente del
mundo como el cielo lo es de la tierra; es distinto de todo lo de
este mundo, porque no pertenece a este mundo. Es un extranjero
en lo que se refiere a este mundo. La Biblia dice: «Aunque está
en la tierra, él todavía está en el cielo». Él trae el cielo a la tierra.
Su vida entera no fue gobernada por esta tierra ni por el mundo,
sino por el cielo, por la voluntad de su Padre. Él vivió entre
la gente, tan diferente, tan extranjero. No nos sorprende que el
mundo no lo entienda. ¿Por qué no usa él su poder y derriba el
Imperio romano, y hace a Israel la primera de las naciones y se
declara el Mesías que los judíos esperaban? Él podía hacer eso,
pero no lo hizo. Dijo: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo,
no puedo aun decir nada solo. Todo lo que oigo decir al Padre,
yo lo digo, y todo lo que veo hacer al Padre, yo lo hago».
He aquí un hombre que se negó a sí mismo hasta el final. Él
es el hombre perfecto. Ese hombre perfecto se negó completamente.
Él no diría ni siquiera una palabra por sí mismo, sino
siempre por la voluntad del Padre. Ni siquiera su tiempo le pertenecía.
«Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre
está presto» (Juan 7:6). Él era tan extranjero al mundo que
éste no podía entenderlo y lo rechazó; lo crucificó porque no le
pertenecía. Aun sus propios discípulos no podían entenderlo
cuando les hablaba sobre las cosas espirituales, que ellos toma42
ban como cosas terrenales y materiales. Cuánto debió él sufrir.
¡Oh, la paciencia de nuestro Señor Jesús! Él vino para morir en
la cruz. Para eso vino. Aunque él era Hijo, aprendió la obediencia
a través de lo que sufrió, y siendo perfeccionado vino a ser el
autor de nuestra redención. Según Hebreos, esa palabra significa
que él es el consumador de nuestra redención.
Nosotros nunca seríamos capaces de andar el camino de la
cruz. Nuestro Señor lo anduvo hasta ser crucificado. Él no sólo
dejó ejemplo para nosotros, sino que es la misma vida y el poder
en nosotros, y él nos guía a negarnos a nosotros mismos, a tomar
nuestra cruz y seguirle.
¿Por qué –debe preguntarse usted– si alguien quiere tener la
visión, tiene que sufrir? ¿Acaso no dice la Palabra que debemos
sufrir mucha tribulación para entrar en el reino de Dios? No piense
que es extraño que el mundo le odie, porque a nuestro Señor
odió primero, y los siervos no pueden ser mayores que su señor.
Los que seguimos al Señor, ¿hemos considerado el costo? La
visión celestial es gloriosa, pero es muy cara. Nos costará la vida
misma. Porque esta vida natural nuestra es mundana, terrenal y
carnal; todo en nosotros se opone a lo que es celestial, es contrario
a lo que es espiritual. Esa es la razón por la cual, si usted
quiere seguir la visión celestial, tiene que pagar el costo.
Habrá no sólo sufrimientos exteriores, sino también aflicciones
interiores. Usted tendrá que negarse, y decirse: «Yo no te
conozco». Simón Pedro negó al Señor tres veces, pero hizo la
negación errada; él debió haberse negado a sí mismo. Pero, hermanos
y hermanas, no culpamos a Simón Pedro; nosotros no
somos mejores. Por nuestros medios, nadie es capaz de tomar la
cruz y seguir al Señor. Pedro pensó que él era capaz; aunque
todos los discípulos abandonaran al Señor, él pensó que lo seguiría
hasta la muerte. Nuestro Señor dijo: «Simón, Simón, Satanás
los ha pedido para zarandearlos como trigo, pero yo he
orado por ustedes. Cuando tu fe sea restaurada, fortalece a tus
hermanos».
En nuestro celo natural, nosotros decimos: «Señor, nosotros
somos capaces, tú nos has mostrado la visión celestial, y por su
causa yo quiero morir y por la causa de tu iglesia quiero entregarme.
No importa cuánto tenga que sufrir; yo te seguiré». Pero,
espere; no tenga confianza en su carne. Oh, cuánto necesitamos
43
humillarnos y decir: «Señor, tú nos has mostrado el camino, pero
es imposible. Tú eres el único que puede hacerme hacer lo imposible
». El apóstol Pablo dijo: «Soy lo que soy por la gracia de
Dios. No tengo nada de qué alardear; yo no podría hacerlo, es la
gracia de Dios».
Oh, hermanos y hermanas, su gracia es suficiente para nosotros.
Todo lo que él requiere de nosotros es una buena disposición.
¿Lo queremos nosotros? Si es así, él lo hará posible. Y
después de todo lo que él ha hecho, todo lo que nosotros podemos
hacer es inclinarnos y decir: «Señor, todo es por gracia.
¡Gloria a tu nombre!». Esta es la única manera de transformar la
visión en vocación. ¿Queremos tomar este camino? Es el camino
de la cruz, pero la cruz lleva al trono y a la corona. Es la cruz
la que nos crucifica completamente, la que tacha todo lo nuestro
que no es de Dios y es la cruz la que aumenta a Cristo en usted;
él debe aumentar, y yo debo menguar. Este es el camino de la
cruz. ¿Quiere usted tomar este rumbo?
Gracias a Dios, él nunca nos dice todo lo que nos pasará. Si él
hiciera esto, no nos atreveríamos ni siquiera a dar un paso. Gracias
a Dios, él nos lleva paso a paso. Amados hermanos y hermanas,
¿quieren ustedes avanzar por este camino de fe?
¿Qué es la fe? No es la fe de nosotros, es su fidelidad. Nosotros
dependemos de él. Por esa razón Pablo dijo: «No fui desobediente
a la visión celestial». «En lo que a mí respecta, yo
sería desobediente, pero gracias a Dios, no lo fui». Miremos al
apóstol Pablo. En el pasado, él era como escoria. Sin embargo,
todo lo que él contaba como su tesoro, ahora le parecía basura.
Él dejó alegremente ir estas cosas. ¿Por qué? Por la excelencia
del conocimiento de Jesucristo. «Oh, si sólo puedo ganar a Cristo,
y conocerle, y el poder de su resurrección, y ser partícipe de
sus sufrimientos, y ser conformado a su muerte, yo puedo llegar
a la resurrección de entre los muertos. No que ya lo haya logrado,
pero olvidando el pasado, me extiendo hacia delante, hacia
la meta, para ver si puedo lograr asir aquello para lo cual he sido
asido por él».
La visión cuesta la vida
Hermano y hermana, ¿sabe usted que el Señor lo ha aprehendido?
¿Sabe que el Señor ha puesto su mano sobre usted y que él
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tiene un propósito para su vida? ¿Sabe usted que él quiere glorificarlo,
transformarlo y conformarlo a la imagen de su amado
Hijo? Es por eso que él lo ha asido. Y así Pablo dijo que él quería
aprehender eso para lo cual él había sido aprehendido. «Nada
menos es suficiente. Todo lo que Dios ha propuesto en mi vida
deberá ser completamente logrado para la gloria de Dios». Y no
es maravilla que Pablo haya dejado toda una vida atrás. «Ya no
más yo, sino Cristo que vive en mí. Es Cristo que es formado en
mí».
Amados hermanos y hermanas, ¿es esta nuestra vida? ¿Está
volviéndose la visión nuestra vida? En la visión nosotros vimos
al Señor, y en nuestra vida es el Señor todo y en todo.
Y aun más, encontramos en la vida del apóstol Pablo, que él
amaba a la iglesia, así como Cristo amó a la iglesia. En su vida él
buscó siempre la comunión. Dondequiera que iba, lo primero
que hacía era ubicar a los discípulos. ¿Es esto lo primero que
nosotros hacemos cuando vamos a algún lugar, ubicar a los hijos
de Dios para estar con ellos? Él amó la iglesia y se dio por
ella, así como nuestro Señor. Y dijo: «Además de otras cosas, lo
que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las
iglesias. ¿Quién se enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le
hace tropezar y yo no me indigno?» (2 Cor. 11:28-29). «Estoy
anhelando gastarme y ser gastado para ustedes». Él amaba la
iglesia; esa era su vida. Ya no fue más independiente. Él siempre
estaba en comunión; necesitaba al Señor, y necesitaba a sus hermanos
y hermanas. Esta es la visión transformada en vocación.
Y piense en su ministerio; después de ver esa visión, ella lo
consumió realmente. Él vivió para esa visión; se convirtió en un
testigo, un testimonio para el Señor y anhelando sufrir para que
ese testimonio pudiera tener salida. Gracias a Dios, muy pocos,
o nadie, conoció el misterio de Dios más que el apóstol Pablo, o
el misterio de Cristo, la iglesia, como Pablo. Él no sólo lo predicó,
sino que también lo vivió. Y dijo: «Me propuse no saber
entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado
». «Pero entre los perfectos no hablaré sobre la sabiduría de
este mundo, sino de la sabiduría de Dios; la voluntad eterna de
Dios, que Dios ha preparado para aquéllos que lo aman». «Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman»
45
(1 Cor. 2:9). Hermanos y hermanas, por este ministerio él dio su
vida, para poder llevar a cada uno a la perfección en Cristo.
Ahora, ¿es esta nuestra vocación? ¿Para qué estamos viviendo?
¿Cuál es nuestro servicio? ¿Estamos sirviendo al Señor de
acuerdo a la visión, para que ésta pueda volverse una realidad,
para que la iglesia pueda llegar a ser una iglesia gloriosa, sin
mancha ni arruga, ni cosa semejante, santa y sin pecado, y apta
para el amado Hijo? ¿Es este el propósito de nuestro ministerio?
¿Es la meta de nuestro ministerio que el Señor pueda ser conocido?
«Santificado sea tu nombre, venga tu reino, sea hecha tu
voluntad así en la tierra como en el cielo». ¿Es este nuestro ministerio?
Y miremos a Pablo, ¡cuánto sufrió! Él padeció más que cualquiera
de los otros apóstoles. Si leemos 2 Corintios 11, vemos
cómo sufrió. Pero había algo dentro de él que le daba fortaleza y
paciencia, que le permitía gozarse en los padecimientos, sabiendo
que el sufrimiento acabaría en gloria. Oh, ¿no es eso valioso?
La visión celestial no es barata: nos cuesta la propia vida, nos
cuesta todo; pero vale la pena. ¿Lo queremos nosotros? Nosotros
no podemos hacerlo; pero él puede. Él lo ha hecho; lo ha
demostrado en su vida. Nuestro Señor Jesús ha sido perfeccionado
y él es el autor y consumador de nuestra salvación. Si sólo
confiamos en él, él hará posible lo imposible.
Que el amor de Cristo nos constriña, para que podamos levantarnos
y podamos seguirle. Por la gracia de Dios, que nosotros
alcancemos la meta.
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LA VISIÓN DE JUAN
Christian Chen
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LA VISIÓN DE PEDRO, PABLO Y JUAN
Christian Chen
«Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial» (Hechos
26:19).
Gracias al Señor por poder estar juntos este fin de semana.
Como ustedes saben, el tema de esta conferencia es
‘la visión celestial «. Esta expresión –‘la visión celestial’–
está tomada del libro de Hechos, capítulo 26. Fue el testimonio
del apóstol Pablo al rey Agripa, diciendo: «No fui rebelde
a la visión celestial». Aquí encontramos esa expresión, la visión
celestial. En la historia del apóstol Pablo, esa visión celestial
cambió su vida. Una vez que fue capturado por ella, él nunca
escapó y, de hecho, esa visión celestial explica toda la vida de
Pablo. En ella, Pablo vio al Señor ascendido. Y no sólo vio a
Cristo, la Cabeza, sino también a la iglesia, Su cuerpo. Este es su
testimonio: él pudo decir: «No fui rebelde a la visión celestial».
Tres veces el cielo se abrió
Gracias a Dios, en el Nuevo Testamento, no sólo Pablo vio
esta visión. Cuando estudiamos el libro de Hechos, encontramos
que, en la ciudad de Jope –que hoy es Tel-Aviv– el cielo fue
abierto y Pedro también tuvo una visión. Pedro estuvo bajo un
cielo abierto. Él vio una visión, la visión de un tabernáculo invertido
donde había todo tipo de animales, y Dios dijo a Pedro:
«Pedro, levántate, mata y come». Pero, además de eso, cuando
estudiamos Apocalipsis, vemos al apóstol Juan en la isla de
Patmos, y se nos dice que una puerta se abrió en el cielo y Juan
vio la visión del trono celestial. Esa visión es la llave que abre
50
todo el libro de Apocalipsis.
Hoy no sabemos mucho sobre el libro de Apocalipsis, porque
nosotros no vimos lo que Juan vio. Si un día descubrimos
una puerta abierta en los cielos, si realmente vemos el trono en el
cielo, esa visión gobernará y controlará toda nuestra vida.
Aquí no sólo vemos la visión de Pablo, sino también la visión
de Pedro y la visión de Juan. ¿Por qué la Biblia nos dice que
estas tres personas vieron los cielos abiertos? Porque es algo que
tiene que ver con el propósito eterno de Dios. Si estudiamos el
Nuevo Testamento, encontramos el ministerio de Juan, el ministerio
de Pedro y el ministerio de Pablo. Dios ha reunido estos
tres ministerios para que tengamos una visión completa del cielo.
Gracias a Dios, a través de ellos, podemos ver el cielo abierto
y podemos recibir una visión celestial. Sin esa visión, podríamos
trabajar muy duro, podríamos vivir una vida muy piadosa;
pero, hermanos, aun estaríamos de algún modo lejos del eterno
propósito de Dios. Tarde o temprano, es necesario que nosotros
veamos esta visión maravillosa del cielo.
Ustedes recuerdan a Pedro cuando se encontró con el Señor.
Él estaba echando las redes. Entonces el Señor le dijo: «Yo te
haré pescador de hombres. Sígueme». Este fue el llamado maravilloso
de nuestro Maestro y Señor. A partir de ese día, a Pedro
se le confió un ministerio importante y único. Su ministerio fue
siempre echar las redes. Recuerden el día de Pentecostés, cuando
él echó las redes y tres mil peces entraron en ellas. En otra
ocasión, de nuevo echó las redes, y entraron cinco mil peces. Así
vemos cómo nació la iglesia de Cristo, vemos el principio de la
vida cristiana, el principio de vida de la iglesia.
Pedro se relaciona con los fundamentos de la vida de la iglesia.
A él le fueron dadas las llaves del reino de los cielos. Por eso,
en el día de Pentecostés, Pedro usó esas llaves y muchos pudieron
entrar. Luego, en casa de Cornelio, usó las llaves, y la puerta
al reino de los cielos fue abierta de nuevo. Ese es el ministerio de
Pedro. Gracias a Dios, hoy vivimos nuestra vida de iglesia, nuestra
vida cristiana, sabiendo cuán importantes son los fundamentos
de nuestra vida.
Entonces viene Pablo. Cuando nuestro Señor lo encontró en
el camino a Damasco, Pablo fue capturado por la visión del cielo.
Pablo era un fabricante de tiendas, y por estar relacionado
51
con ese oficio, le fue dado un ministerio: edificar la iglesia. Con
Pedro, vemos el nacimiento de la iglesia; con Pablo, el crecimiento
de la iglesia. La vida cristiana empieza con el nacimiento,
pero es necesario que luego crezca hasta alcanzar la madurez.
Esto es verdadero con la vida individual, pero también es verdadero
corporativamente. Gracias a Dios por el ministerio de Pablo.
Nosotros no sólo hemos nacido de lo alto, sino que necesitamos
ser edificados juntos, llegar a madurar juntos. Este es el
ministerio dado a Pablo. ¡Gracias a Dios por Pablo!
Luego encontramos a Juan. Su ministerio aparece hacia el
final del primer siglo. Nuestro Señor ha ascendido al cielo hace
casi setenta años. Juan era el único que quedaba de los apóstoles
y estaba muy solo en esta tierra. Él pudo ver el desarrollo de la
iglesia durante prácticamente setenta años. Idealmente, él debía
haber visto el crecimiento y la maravillosa manifestación de la
vida de Cristo en la iglesia. Pero desafortunadamente, antes de
que él fuera a estar con el Señor, vio la declinación de la iglesia.
Entonces se descubren las arrugas en la iglesia.
Esta no es sólo contaminación; la contaminación viene de
afuera, viene del mundo. Cuando la Biblia habla acerca de las
arrugas, significa que hay algo malo en su interior; nos dice que
la iglesia se había desarrollado, pero desgraciadamente se había
desarrollado de manera anormal. En el principio, no fue así; en
el proceso de crecimiento no fue así, sino setenta años después.
La parte más difícil de una carrera no es el principio, sino el
final. Si nosotros vamos a conseguir nuestra corona o no, no
depende de cómo corremos los primeros segundos. Es necesario
correr hasta el último segundo.
El problema de Éfeso
Según la Biblia, setenta años es la duración de una vida. En
este punto de la historia, la iglesia casi ha vivido setenta años. La
iglesia de Cristo había empezado muy bien. En el día de Pentecostés,
esos atletas empezaron muy bien su carrera, pero sólo
Juan tuvo el privilegio de ver el final. Después de setenta años,
él debería llegar a ver algo glorioso en la iglesia. La iglesia en
Éfeso era una iglesia maravillosa treinta años atrás. Una iglesia
tan madura que recibió esa carta – la carta a los Efesios– en que
vemos la mayor revelación de Dios dada a la iglesia.
52
Ellos eran bastante maduros y por eso pudieron recibir esa
visión celestial. Si usted recorre todo el Nuevo Testamento buscando
una iglesia ejemplar, sin duda sería la iglesia en Éfeso.
Pablo podía derramar su corazón a la iglesia en Éfeso. Pero hermanos,
eso era treinta años atrás. No hablemos sobre nuestra
victoria de hace treinta años; Dios quiere saber acerca de hoy.
Entonces, al estudiar el libro de Apocalipsis, de nuevo es enviada
una carta a la iglesia en Éfeso.
Ahora, cuando el Señor habla a la iglesia en Éfeso, le dice:
«Arrepiéntete». ¿Por qué usó la palabra ‘arrepiéntete’? Esta es
una palabra para los incrédulos; sin embargo, ahora nuestro Señor
estaba predicando arrepentimiento a la iglesia. Hermanos y
hermanas, ¿saben ustedes algo sobre el arrepentimiento? Ciertamente
lo sabemos. Antes de ser salvos, nos arrepentimos. Pero,
cuando la iglesia se olvidó del arrepentimiento, entonces vemos
que la iglesia ya no es lo que fue hace treinta años. Por eso,
cuando el Señor habló a las iglesias, dijo: «Arrepiéntete», a cinco
de las siete iglesias. ¿Qué significa eso? Después de setenta
años, hermanos y hermanas, ellos están tan bien y han sido tan
bendecidos, pero ahora la iglesia necesita el ministerio de Juan.
Cuando el Señor se encontró con Juan, éste estaba remendando
las redes. ¿Por qué? Porque las redes estaban rotas. Si la
red se rompe, no puede sostener la bendición; los peces saldrán
de ella. La red contiene las bendiciones de Cristo; pero, si está
rota, la bendición se está perdiendo. Es necesario, pues, el ministerio
del apóstol Juan. ¿Por qué? Porque en el día de Juan, la
palabra de Dios ya había sido predicada por sesenta o setenta
años y, sin embargo, la iglesia había perdido parte de la visión
original; de algún modo, ellos no tenían una clara visión de Cristo
como el Hijo de Dios. Entonces Juan recibió la carga de remendar
la red, y por eso nos dio el evangelio según Juan. Ahora
entendemos por qué su evangelio es tan diferente de Mateo,
Marcos y Lucas: porque en ese maravilloso evangelio podemos
ver que, después de muchos años, se ha extraviado el rumbo.
Entre los cuatro evangelios, los eruditos de la Biblia reconocen
que el evangelio de Juan es el más espiritual.
El ministerio de Juan
Ahora, hermanos y hermanas, después de setenta años, todo
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parece estar igual. Nada parece andar mal con la organización,
nada parece estar en desacuerdo con la teología; pero la iglesia
en Éfeso ha perdido su primer amor. La teología es muy importante,
la organización que surge de la vida, también es muy importante.
Pero, hermanos, lo que el Señor quiere es el primer
amor. ¿Se dan cuenta? Por esa razón necesitamos el ministerio
de Juan: para reparar las redes. Nosotros podemos seguir con
nuestra vida, podemos estar muy satisfechos con nuestra comunión,
creemos ver algo, creemos que vemos a Cristo y también a
su iglesia y todo parece normal. Pero lo que el Señor desea es un
lugar donde hay vida espiritual, donde hay vida celestial, vida
que está de acuerdo con el propósito eterno de Dios.
Gracias a Dios, por esa razón tenemos el evangelio de Juan.
Pero además de eso, tenemos las epístolas de Juan. En ellas, ya
no encontramos tanto el orden de los ancianos, diáconos y santos.
Juan habla sobre la realidad. Cuando la iglesia está declinando,
es muy necesario el ministerio de Juan. Ahora, el énfasis
no está en los ancianos, diáconos y santos, sino en los padres, los
jóvenes y los hijitos. De nuevo, todo es una cuestión de vida.
Cuando la iglesia está en manos humanas, después de pocos
años, es posible ver la decadencia; gradualmente, todo se pone
muy en orden. Pero cuando Juan estaba remendando la red, él
nos está diciendo algo sobre la vida; su preocupación es por la
vida. ¡Gracias a Dios por las epístolas de Juan!
Pero también tenemos el libro de Apocalipsis. En este libro,
Juan nos cuenta lo que él ha visto, y descubrimos una puerta
abierta en los cielos. A veces, al estudiar el Apocalipsis, nos impresionan
las siete trompetas, los siete sellos y las siete copas; la
primera bestia, la segunda bestia y el dragón. Son profecías importantes,
pero si nos olvidamos de la llave que es necesaria para
abrir todo este libro, no es de extrañar que no entendamos el
Apocalipsis. Recuerden cómo Pablo se dirigió a las siete iglesias.
Pablo escribió trece cartas, algunas de ellas a individuos,
pero hay siete dirigidas a iglesias. Eso sucedió en los días de
Pablo.
Juan también tiene siete cartas dirigidas a siete iglesias, pero
descubrimos que la estructura de ellas es diferente. Cuando Pablo
escribía, después del saludo, de inmediato empezaba a compartir
algo que estaba en su corazón. Lo mismo sucede con Juan,
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pero antes de entrar en lo medular de la carta, ocurre algo singular
en ellas. Juan ocupa el primer capítulo de Apocalipsis para
explicarnos por qué y cómo él recibió su revelación. Descubrimos
que él estaba desterrado en la isla de Patmos, y en el día del
Señor, los cielos le fueron abiertos. Entonces vio a Cristo en su
gloria y oyó una trompeta detrás de sí. ¿Por qué es necesaria una
trompeta? La trompeta permite que aun los que están lejos oigan
el mensaje. Si usted tiene veinte personas, no necesita una trompeta;
pero si hay veinte mil personas que viven en tiendas, entonces
es necesaria, para que puedan oír el llamado a la guerra o
a la acción. Así que esto es para los que están lejos.
Juan estaba en la isla de Patmos, como usted y yo estamos en
esta tierra. Ahora, cuando el cielo va a hablar, sabemos cuán
lejanos están los cielos de la tierra. ¿Cómo podría usted oír la
voz del cielo? No es extraño que en Apocalipsis encontremos la
trompeta. Cada vez que se oye una trompeta, significa que viene
un mensaje de los cielos, y esa voz ha de alcanzar a cada rincón
del universo. Así, mis hermanos, cuando descubrimos que Juan
oyó la trompeta detrás de él, sabemos que eso es algo que viene
del cielo. En el capítulo cuatro, cuando Juan vio el cielo abierto,
de nuevo oyó la trompeta. La trompeta significa: «Aquí está el
mensaje celestial». Gracias a Dios, porque Juan recibió ese mensaje,
y ahora él pudo escribir este libro maravilloso de Apocalipsis.
Así fue que Juan recibió la visión celestial. Cuando la iglesia
está en decadencia, cuando la iglesia está llena de arrugas, cuando
la iglesia envejece, ¿es posible que la iglesia envejezca? La
vida de Cristo jamás envejece. Si hay algo viejo, pertenece definitivamente
a la vieja creación, al viejo Adán. Después de setenta
años la vida de Cristo verdaderamente ha crecido; pero lamentablemente
nos creemos tan inteligentes, pensamos que somos
tan sabios, que creemos que podemos entregar alguna contribución
u opinión a la iglesia. Inconscientemente, nos proyectamos
a nosotros en la iglesia y entonces descubrimos que ésta
empieza a envejecer.
Miguel Ángel fue un gran artista. Él hizo algunas esculturas
maravillosas. Cuando estaba creando su obra maestra, él llevaba
una lámpara en su frente para tener siempre una luz que brillara
sobre la obra. Entonces le preguntaron: «¿Por qué haces eso?».
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Él contestó: «Tengo miedo de que, inconscientemente, yo proyecte
mi sombra sobre esa estructura y entonces la obra entera
se arruinará». Esa es la historia de la iglesia. Si usted y yo no
somos cuidadosos, aun cuando seamos usados por el Señor de
una manera maravillosa, podemos proyectar nuestra sombra sobre
la iglesia. Si eso ocurre, la iglesia empieza a tener arrugas.
Hoy en día nosotros enfrentamos dos peligros. Un peligro es
de afuera: es el mundo. Por eso a veces somos contaminados.
Pero hay otro peligro que es de adentro. Hermanos, cuando estemos
delante del Señor, debemos recordar que el problema en la
iglesia no es este hermano o ese hermano. «Yo» soy el problema.
La iglesia puede parecer perfecta, pero después que usted se
une a la iglesia se vuelve imperfecta. ¿Ve usted eso? Así somos
nosotros. Por eso, encontramos que la iglesia empieza a envejecer.
La restauración de la Iglesia
Así que, hermanos, con Pedro tenemos el nacimiento de la
iglesia; con Pablo, el crecimiento de la iglesia y con Juan, la
restauración o recuperación de la iglesia. ¿Qué es la restauración?
La restauración es muy simple. Leamos Apocalipsis 2:5:
«Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz
las primeras obras». ¿Qué significa eso? Al principio, por el
ministerio de Pedro, la iglesia nació. Luego, por el ministerio de
Pablo, la iglesia pudo crecer. Todo eso pasó en el principio. Así
que «...recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y haz las cosas
que hiciste al principio». Esto significa que el ministerio de Pedro
es importante. Los fundamentos son muy importantes y el
crecimiento de la iglesia también es muy importante. Nosotros
tenemos que marchar adelante hacia la madurez. Esto era lo que
sucedía al principio. Así que el ministerio de Juan no es sólo la
restauración, no es algo nuevo. Cuando la iglesia está envejeciendo,
como en la historia de la iglesia después de 2000 años,
¿puede imaginar usted cuántas manos humanas se han introducido
en la iglesia? Por eso, hoy, cuando miramos alrededor, tenemos
que confesar que la iglesia está de hecho en ruina y desolación.
Hermanos y hermanas, si comparamos la condición actual
de la iglesia con la iglesia en la Biblia, tenemos que reconocer
56
que ella está envejeciendo. Por una parte, está la contaminación
del mundo, hay cosas extrañas en la iglesia: cosas de Babilonia,
cosas que vienen del paganismo. Ese es un peligro. Pero recordemos
también que las manos del hombre han entrado en la vida
de la iglesia, y hoy no sólo está llena de contaminación, sino
también de arrugas. Hermanos y hermanas, nosotros necesitamos
el ministerio de Juan, necesitamos aun más de Juan, pero
eso no significa que sólo necesitamos de él. Es necesaria la obra
de restauración.
La iglesia hoy realmente está en ruina, decadencia y desolación,
y realmente es necesario que nosotros veamos lo que Juan
vio. Pero entonces, ¿cuál es el resultado? El resultado es: «Arrepiéntete,
y haz las primeras obras». «Acuérdate cómo naciste,
cómo creciste hasta la madurez». Hoy muchos hablan sobre la
restauración de la iglesia, y toda la preocupación recae sobre la
organización de la iglesia, sobre las cosas externas. Ellas son
muy importantes; pero ese es sólo el comienzo, porque nosotros
necesitamos arrepentirnos. Si realmente nos arrepentimos, nunca
estaremos satisfechos, porque sabemos cuán vacíos estamos.
Es necesario empezar desde el principio, tenemos que volver a
ser como niños. ¿Quién puede entrar en el reino de cielo? Sólo
aquéllos que se vuelven como niños. Este es el llamado al arrepentimiento.
Todo esto comenzó en Pentecostés. Lo que ocurrió allí es
fundamental para todos nosotros. Pero desde allí, la iglesia debía
ser edificada y gracias a Dios por Pablo. Él realmente nos
ayuda a crecer y entrar en la madurez. Él escribió trece libros de
la Biblia que podemos clasificar en cuatro grupos. El primer
grupo contiene 1ª y 2ª Tesalonicenses. Cinco años después, otro
grupo de cartas: Romanos, Gálatas y 1ª y 2ª Corintios. Otros
cinco años, y encontramos Efesios, Filipenses, Colosenses y
Filemón. Finalmente, después de otro cinco años, 1ª y 2ª Timoteo
y Tito.
Si estudiamos estos cuatro grupos de cartas, veremos que
Pablo nos dio un modelo de cómo la iglesia debe crecer desde la
niñez hasta la madurez. 1ª y 2ª Tesalonicenses nos hablan de la
primavera de la vida de la iglesia, cuando ella está en su niñez.
En el segundo grupo de cartas, somos introducidos a la escuela
de Cristo, el período juvenil. Y cuando vemos las cartas de la
57
prisión, descubrimos que la iglesia ha entrado en el otoño, que
representa la madurez. Y en la última fase, el último grupo de
cartas, encontramos que la iglesia llega a ser testimonio para el
mundo y se transforma en un vaso útil en las manos del Señor.
Por el ministerio de Pablo, tenemos el modelo de crecimiento de
la iglesia desde la niñez hasta la edad madura. Gracias a Dios
por el ministerio de Pablo.
Luego, cuando la iglesia cae en la decadencia, aparece el
mensaje de Juan y sabemos cómo el Señor va a hacer la obra de
restauración. Juan habla sobre la restauración de la iglesia todo
el tiempo, porque su ministerio hace referencia al ministerio de
Pedro y al de Pablo. Ahora, es necesario hoy que la cruz opere
para quitarnos la contaminación del mundo; necesitamos también
la vida del Espíritu Santo para inyectar en nuestras arrugas.
Entonces nuestras arrugas desaparecerán y la iglesia volverá a
ser joven. Por lo tanto, no hablamos sólo de muerte, sino también
de resurrección.
Hermanos y hermanas, ahora entendemos cuán importante
es la visión celestial. Sin esa visión, no tenemos el ministerio de
Pedro, ni el ministerio de Pablo, ni el ministerio de Juan. En la
visión de Pedro, el Señor dijo: «Levántate, mata y come». ¿Por
qué? Porque en el templo de Dios había una pared que separaba
a los gentiles de los judíos; pero, cuando el Señor murió por
nosotros en la cruz, no sólo murió como nuestro Salvador, sino
al mismo tiempo derribó esa pared intermedia de separación.
Por esta razón, la carga de Pedro es la iglesia y el templo de
Dios. Él nos dice que, como piedras vivas, nos acerquemos a la
gran piedra viva que es nuestro Señor, para ser edificados como
casa espiritual. Ese es el ministerio de Pedro.
Y qué decir del ministerio de Pablo. En el camino a Damasco,
él vio la Cabeza en el cielo y el cuerpo de Cristo sobre la
tierra. Por esa razón, el énfasis del ministerio de Pablo es la iglesia
como cuerpo de Cristo.
Pero al considerar el ministerio de Juan, hermanos y hermanas,
él vio a nuestro Señor caminar entre los siete candeleros.
¿Por qué siete candeleros? De acuerdo con la Biblia, siete candeleros
significan siete iglesias. Entonces, ¿qué significa la visión
recibida del cielo por Juan? El énfasis principal es la iglesia
como el candelero de Dios, el testimonio de Dios. Y al principio,
58
cuando vemos el candelero, nos preguntamos: ¿Dónde está la
lumbrera? ¿Dónde está la luz? Es necesario llegar a los últimos
capítulos de Apocalipsis para ver que el Cordero es la lumbrera.
Sabemos que nosotros somos los candeleros, pero nosotros no
somos la lumbrera. Sólo Cristo es la lumbrera. ¿Quién es la luz?
Dios es la luz. En el principio hay siete candeleros, pero al final
vemos sólo un candelero que es la nueva Jerusalén. La nueva
Jerusalén es la manifestación final de la voluntad de Dios. Finalmente
vemos un gran candelero en el universo entero. La ciudad
es el candelero, Cristo es la lumbrera y Dios es la luz. Ahora
sabemos cuál es la misión de la iglesia.
Hermanos y hermanas, hoy todavía vivimos en el tiempo.
¿Cómo va Dios a tener su testimonio? Empezó en Éfeso,
Pérgamo, Filadelfia y Laodicea. Cuando los santos se reunían
como iglesia en Éfeso, había un candelero en cielo y por la iglesia
en Laodicea, usted encontrará otro candelero de oro puro en
el cielo.
Hermanos, recuerden que todo el libro de Apocalipsis está
intentando decirnos cómo la iglesia puede hacer realidad el testimonio
y por esa razón desde las primeras siete iglesias, en cualquier
lugar, en Santiago, Temuco, Sao Paulo, Nueva York, Tokio,
y dondequiera se reúnen los santos, ellos necesitan recibir el
ministerio de Juan. Entonces ellos cooperarán con el Espíritu
Santo. Finalmente, un día, al llegar al último capítulo de Apocalipsis,
encontramos una nueva Jerusalén verdaderamente maravillosa.
Finalmente, Dios ha obtenido lo que él deseaba.
Así que la visión celestial de Juan nos recuerda, después de
resumir todo en Pedro, Juan y Pablo –y lo hemos reunido todo–
, por qué el Apocalipsis es un libro tan importante. Así, al recorrer
el Nuevo Testamento entero, entendemos por qué la visión
celestial es tan importante. Sin visión celestial no hay mensaje
celestial y sin un mensaje celestial, ¿cómo podemos nacer como
iglesia, cómo podemos crecer y cómo podemos ser restaurados
como iglesia?
La visión celestial desde diferentes ángulos
Hermanos y hermanas, cuán maravillosa es la obra del Espíritu
Santo. Por eso estamos agradecidos de Dios, que nos ha
dado una Conferencia maravillosa en este tiempo. Tenemos va59
rios oradores aquí y nos gustaría considerar la visión celestial
desde diferentes ángulos, porque esto tiene que ver con el caminar
de la iglesia. ¿Cómo podríamos avanzar como iglesia si estamos
confundidos? Hermanos, el ministerio de Juan nos dará una
respuesta clara. Gracias a Dios, creemos que en esta Conferencia,
el Señor en su misericordia quiere darnos el cuadro completo
de la visión celestial desde todos los ángulos.
Mi responsabilidad delante el Señor, es considerar la visión
del apóstol Juan, porque creo que hay allí un mensaje para hoy,
sobre todo cuando la iglesia está confundida y el pueblo de Dios
no sabe dónde ir. Necesitamos recordar este mensaje maravilloso;
lo cual no significa que no lo conozcamos en absoluto. Gracias
al Señor, de algún modo ya hemos recibido algo de él antes
de que necesitemos ser recordados este fin de semana –la visión
celestial descrita por Juan. Queremos que el Señor hable a nuestros
corazones y oramos para que estos días recibamos algo sólido
del Señor y realmente veamos a Cristo. Así como aquellos
magos sabios que vieron a Cristo y se nos dice que ellos no
volvieron por el mismo camino.
Oramos para que, a través de esta Conferencia, realmente
nos encontremos con Cristo y realmente lo veamos; que ya no
podamos seguir siendo los mismos, que no nos vayamos a casa
como vinimos. Gracias a Dios, recuerden que Patmos aún era
Patmos, las siete iglesias aún eran siete iglesias, Asia Menor aún
era Asia Menor, todo seguía siendo lo mismo. Pero Juan fue
diferente después de recibir la visión celestial. Temuco todavía
es el mismo Temuco, Santiago es el mismo Santiago, pero si
nosotros realmente recibimos a Cristo, si realmente recibimos
su visión celestial, ya no seremos los mismos. Que realmente
pueda el Señor hablar a nuestros corazones, para que podamos
continuar caminando con él.
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LA VISIÓN DE JUAN
Christian Chen
Lecturas: Ap. 1:1-17, 4:1-11, Ezequiel 1:1, 1:4, 1:10, 1:22, 1:26; 2:1.
El Señor nos ha reunido en estos días para que volvamos
a su Palabra, y recibamos un importante mensaje. El tema
de esta conferencia es ‘la visión celestial’. Mi responsabilidad
es compartir con los hermanos y hermanas sobre la visión
celestial que fue dada al apóstol Juan.
Ayer mencionamos que en el Nuevo Testamento el Señor
levantó a tres apóstoles, y a cada uno le dio una carga y un ministerio
especial. Él levantó a Pedro, y el ministerio de Pedro
está relacionado con el nacimiento de la iglesia; el ministerio de
Pablo, con el crecimiento de la iglesia, y el ministerio de Juan
con la restauración de la iglesia. Todo esto es la visión celestial,
pero cada uno con un énfasis diferente. Gracias al Señor, en esta
Conferencia, en su misericordia, intentaremos acercarnos a la
visión celestial desde diferentes ángulos.
La carga para Pedro era el templo de Dios, la iglesia como la
casa de Dios. Pablo recibió también una visión celestial. La Biblia
dice que vino una luz del cielo, más luminosa que el sol, y
Pablo quedó ciego. Sin embargo, sus ojos internos fueron abiertos,
y nos dice que agradó al Padre revelar a su Hijo en él. En el
camino a Damasco, él no sólo vio al Señor resucitado, sino que
vio también el cuerpo de Cristo sobre la tierra. Esto tiene relación
con el crecimiento de la iglesia.
Pero, al considerar la visión celestial recibida por Juan, vemos
que ésta se relaciona con la restauración de la iglesia. Esta
visión también es para nosotros; no sólo fue dada a Juan, sino
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también debe ser nuestra propia visión. Así que tampoco queremos
ser desobedientes a la visión celestial. Esta visión no es sólo
para contemplarla. Pablo nos recuerda que ella tiene una demanda,
exige nuestra obediencia. Entonces, hermanos, si queremos
recibir la visión celestial, estemos preparados, pues esto significa
que tenemos que rendirlo todo.
Reparando las redes
Al llegar a la visión dada a Juan, tenemos que repasar algunos
antecedentes. Recordemos que cuando Juan vio por primera
vez a su Maestro, estaba remendando las redes. Después de seguir
al Señor, se le dio el ministerio de reparar las redes. Cuando
Juan escribió su evangelio, fue el último de los evangelios; cuando
escribió sus epístolas, fueron las últimas epístolas, y cuando escribió
Apocalipsis, fue el último libro profético. Al considerar a
Juan, siempre hallamos algo relacionado con el fin. En los tiempos
finales, antes del retorno del Señor, descubrimos este mensaje
para nosotros. Después de dos mil años de historia de la
iglesia, antes del retorno del Señor, el mensaje de Juan es muy
importante: es un llamado para los vencedores, es el último llamado.
Cuando usted está en el aeropuerto esperando abordar un
avión, se oye el último llamado recordándole hacerlo antes de
que sea tarde. Este llamado aquí es lo mismo.
Tanto Apocalipsis como los evangelios y las epístolas, fueron
escritos en el primer siglo. A finales de aquel siglo sabemos
que la condición de la iglesia ya no era la misma del día de Pentecostés.
No hubo que esperar dos mil años para que la iglesia de
Dios envejeciera: según la Palabra de Dios, esto tomó sólo setenta
años. Esto también es verdad con respecto a la vida natural:
sólo espere setenta años y usted encontrará que ha envejecido.
Esto, que es lo normal en la vida natural, no puede serlo para
la vida de Cristo: la vida de Cristo nunca envejece. Si la iglesia
es el cuerpo de Cristo, lleno de la vida de Cristo, ¿cómo es posible
encontrar allí arrugas? ¿Cómo es posible que la iglesia haya
envejecido?
Pero, hermanos y hermanas, el mensaje de Juan dice que la
red fue rota; aun la red del evangelio fue rota. Paulatinamente, el
pueblo llegó a no estar muy seguro sobre Cristo como el Hijo de
Dios. Ellos saben que él es el Hijo del Hombre, nuestro Salva63
dor; saben que él es el Rey, el Siervo de Dios; pero de alguna
forma, después de setenta años, algo se ha perdido. Hermanos,
no fue necesario esperar dos mil años: en sólo setenta años la
iglesia había envejecido.
Así que, hermanos, aquí tenemos el ministerio de Juan, y por
qué él escribió su evangelio, las epístolas y sobre todo el Apocalipsis.
Él quiere mostrarnos una visión celestial importante. Una
puerta fue abierta en los cielos; él vio algo, y su vida fue gobernada
por esa visión. Todo el libro de Apocalipsis, todos los escritos
de Juan, son gobernados por esa visión. Lo que es verdad
acerca de Pablo, también es verdad de Juan. Pero los días de
Juan fueron muy diferentes a los de Pablo. Dios tuvo que abrir
los cielos a Juan, y con esa visión celestial nosotros somos preparados
para reunirnos con nuestro Novio cuando nos acercamos
a los días finales. Después de dos mil años, si miramos
alrededor, si tenemos ojos espirituales y en verdad entendemos
lo que pasó en el pueblo de Dios, si comparamos nuestra condición
espiritual con aquello que se ha escrito en la Biblia, descubriremos
que las redes están rotas.
¿Quién va a remendar las redes? Para eso, necesitamos la
visión celestial, especialmente la parte que fue dada a Juan. Entonces,
tenemos este maravilloso libro de Apocalipsis.
Juan, el testigo
Pero, ¿por qué este libro? ¿Cómo entender este libro? Hay un
trasfondo muy importante en él. Si estudiamos cuidadosamente,
encontraremos una descripción muy importante: la nube. Hay
una nube en muchos lugares del libro de Apocalipsis, ¿por qué?
Recordemos que cuando Juan escribió su evangelio, él casi
tenía cien años. Probablemente, en ese tiempo ya su memoria
fallaba, y quizás no podía recordar lo que le había pasado el día
anterior, pero de algún modo él todavía recordaba lo sucedido
hacía muchos años. Eso ocurre normalmente a la gente de edad;
no pueden recordar el día anterior, pero evocan muy bien los
momentos dorados de su pasado. Así sabemos cuándo estamos
envejeciendo, porque las personas jóvenes siempre miran al futuro.
Lo mismo pasó a Juan. En su evangelio, él recordaba el día
de su primer encuentro con su Maestro. Aunque su memoria
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pudiera fallar, él no podía olvidar esos días dorados, así que los
describió con muchos detalles que son omitidos por los otros
evangelios. Por ejemplo, la Betania que está más allá del Jordán,
fue olvidada por Mateo y Pedro; si Pedro la hubiera recordado,
habría dicho a Marcos que la anotara en su evangelio. Pero Juan
recordó, y en su evangelio encontramos doce lugares que no se
mencionan en los otros evangelios; él nunca podría olvidarlos.
Él recordó su primer encuentro con su Maestro, a las cuatro de la
tarde, en Betania, más allá del Jordán.
Juan –el que se recostaba en el pecho de nuestro Señor; aquel
a quien Jesús amaba, y el que nos dice que Dios es amor– fue el
único testigo entre los doce de cómo nuestro Señor sufrió en la
cruz. Él nunca olvidó esa escena. Cuando estaba envejeciendo,
intentó describirla, pero, ¿cómo expresarla con palabras? Finalmente,
halló las palabras, y las transmitió a nosotros: «Dios es
amor». ¿Cómo explicar la escena de la cruz? No hay otra expresión
más acertada: «Dios es amor». Hermanos y hermanas, esto
sucedió en su vida: él se encontró con su Maestro, y su vida
cambió para siempre. Él era pescador en Galilea; era discípulo
de Juan el Bautista, y un día le oyó decir: «He aquí el Cordero de
Dios». Y, desde aquel día, se volvió un seguidor del Cordero.
Por eso, en Apocalipsis, dice: «Éstos son los que siguen al Cordero
por dondequiera que él va». Juan fue el primer seguidor del
Cordero.
En su evangelio, Juan registra una primera, una segunda y
una tercera pascua. Mateo, Marcos y Lucas sólo anotan una pascua.
Así, según los primeros tres evangelios, no sabríamos que
el Señor estuvo en la tierra treinta y tres años y medio. Nunca
sabríamos este detalle. Pero Juan, como seguidor del Cordero,
cuando escribió su diario, contabilizó su tiempo según el Cordero.
Él señaló tres pascuas, indicando que lo había seguido durante
tres años. Cuando vio al Cordero de Dios por primera vez, lo
siguió de inmediato, y sus días fueron numerados y anotados en
relación al Cordero. Por eso sabemos que el Señor estuvo en la
tierra durante treinta tres años y medio, porque cuando él empezó
a predicar tenía treinta años. Ahora conocemos al Jesús de la
historia de una manera mucho más clara. Gracias a Dios por eso.
Durante la pascua, en los tiempos de Jesús, entre el mediodía
y las tres de la tarde, los sacerdotes en el templo mataban los
65
corderos de la pascua, unos 250.000 corderos. Así que imaginen
la declaración: «He aquí el Cordero; éste es el Cordero». Tal vez
a nosotros esto no nos impresione tanto, pero para el remanente
entre los judíos, cuando oían la expresión, ‘el Cordero’, tenía un
entendimiento diferente. Recuerden que Isaac preguntó a su padre:
«¿Dónde está el cordero?». Ésta es una pregunta típica en el
Antiguo Testamento. Todo judío devoto haría esa pregunta. Podemos
preguntarnos: ¿No iban ellos al templo? Allí verían los
corderos y bueyes. Entonces, ¿por qué aún preguntan: «¿Dónde
está el cordero?»?
Pero seamos claros; aun en los tiempos del Antiguo Testamento,
cuando llevaban los animales al templo y los ofrecían
como sacrificio, sobre todo en el Día de la Expiación, cuando la
sangre era derramada, el problema del pecado estaba resuelto.
Pero según Hebreos, a pesar de ofrecer todos los sacrificios, la
sangre de los animales sólo cubría sus pecados, nunca los quitaba.
En toda la dispensación del Antiguo Testamento, la sangre
de animales era derramada, pero esa sangre sólo cubría los pecados.
Debido a la sangre, Dios no veía los pecados, pero en realidad,
el pecado aún estaba allí. Aunque ellos ofrecían sus sacrificios,
en lo profundo de sus corazones había un vacío, porque
ellos sabían muy bien que esos corderos eran nada más que sombras;
ellos esperaban la realidad. Piense en eso.
Andrés y Juan pertenecían al remanente que aguardaba la
venida del Mesías. Ellos oraban para que un día el Mesías viniera
y entonces todo estaría bien. Y mientras esperaban, vino la
voz de su primer maestro, Juan el Bautista: «He aquí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo». La realidad ha llegado;
ahora los pecados no sólo son cubiertos por la sangre, sino que
aquí viene el Salvador del mundo, que quita el pecado del mundo.
Por eso, ellos lo dejaron todo y lo siguieron. Desde aquel
día, dondequiera que el Cordero iba, los discípulos le seguían.
Juan supo que nuestro Señor era el Cordero. Ahora, durante
la primera y segunda pascua, ellos todavía iban al templo para
recibir el cordero de pascua (porque sólo el sacerdote podía sacrificarlo),
en el día catorce, entre las doce y las tres. Esa era la
tradición en cada pascua. Pero en la tercera pascua, hermanos y
hermanas, según el testimonio de Juan, ese mismo día, de las
doce a las tres, el verdadero Cordero estaba en la cruz. Y en ese
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momento, él dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
». Y a las tres de la tarde, cuando cumplió su obra de
redención, él dijo: «Consumado es», y encomendó su espíritu a
su Padre.
Hermanos y hermanas, Juan lo vio todo con sus propios ojos.
Esto ya no era más una sombra; Juan era un judío y supo lo que
era vivir bajo las sombras, pero, gracias a Dios, él tuvo el privilegio
de ver a Jesús morir en la cruz por él como el Cordero de
Dios. No nos extraña que, al llegar a Apocalipsis, Juan mencione
al Cordero 28 veces. Si queremos entender la visión de Juan,
debemos recordar todo esto.
Ahora es muy real que, dondequiera que el Cordero va, él le
sigue. Pero nuestro Señor no sólo murió por nosotros en la cruz,
sino que también resucitó al tercer día y luego se apareció a sus
discípulos, y durante cuarenta días, una vez más, ellos siguieron
al Señor.
Ocultado por la nube
Pero entonces un día, él llevó a sus discípulos a Betania, se
despidió de ellos, y de allí ascendió al cielo. El Señor resucitado
ya no estaba limitado por el tiempo o el espacio y, por consiguiente,
podía ascender en un segundo, pero su ascensión fue
pública, visible. Los discípulos seguían al Señor con su mirada
en tanto él ascendía a los cielos.
Leamos Hechos 1:9-11: «Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo
ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus
ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto
que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con
vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones
galileos; ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le
habéis visto ir al cielo».
Mientras los discípulos miran al cielo, después de seguirle
durante tres años, el Señor se despide, y asciende. Se va. Mientras
ascendía, una nube lo ocultó de la vista de ellos; así que Juan
pudo seguir al Señor con su mirada, pero no más allá de la nube.
Los discípulos supieron que el Señor había ascendido al cielo,
y el Espíritu les revelaría lo sucedido después. Pedro nos dice
que Dios exaltó a nuestro Señor Jesús y lo ungió como Señor y
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Cristo. Este es un mensaje maravilloso del Espíritu Santo. Creemos
que Juan recibió también el mismo mensaje. Pero allí, cuando
vieron al Señor ascender, sus ojos permanecieron mirando al
cielo. Sobre todo Juan, a quien el Señor amaba, era muy sensible,
y tenía que sufrir el dolor de su partida. Podemos imaginar
esa emoción. Él ya no podía seguir físicamente al Señor; pero
podía seguir al Señor con sus ojos. Finalmente, una nube lo cubrió
todo; como si la nube se llevara a nuestro Señor. Y el Señor
desapareció de sus ojos.
Cuando nuestro Señor Jesús estaba con ellos, todo era tan
real. Cuando tenían hambre, él los alimentaba, cuando estaban
deprimidos, él siempre estaba cerca. ¡Cuán maravilloso es estar
siempre en la presencia del Señor! Durante tres años y medio,
día y noche, ellos estuvieron con nuestro Señor Jesús. Ellos querían
seguirle, ir donde él iba. Pero ahora, cuando el Señor ascendía
al cielo, sólo podían seguirle con la mirada. Entonces, desafortunadamente,
esa nube se lo llevó.
Desde aquel día, hubo un vacío profundo dentro de Juan. Él
quería saber lo sucedido más allá de la nube. Él conocía todo lo
de este lado de la nube, por eso escribió su evangelio, que es la
revelación de Jesucristo. Él conocía bien todo este lado de la
nube, pero del otro lado no sabía nada. Él quería saber lo sucedido
al Señor después de su ascensión al cielo. Por supuesto, el
Espíritu Santo lo confortaría: «Él ya es el Cristo, ya es el Señor».
Porque el Espíritu Santo fue derramado y desde el día de Pentecostés
sabemos que Jesús, nuestro Señor, ya es el Rey.
Estos discípulos eran como Jacob. Usted recuerda la historia
de Jacob, cómo durante muchos años él creía que su hijo José
había sido muerto por las fieras. José ya se había ido y sólo podría
encontrarlo en sueños, pero nunca pensó que lo vería de
nuevo. Un día, sin embargo, hubo buenas noticias, tan buenas
que él apenas podría creerlo: sus hijos le dijeron que José aún
vivía. Hermanos y hermanas, él apenas podía creerlo. Entonces,
cuando vio la carroza enviada por José desde Egipto, despertó, y
supo que su hijo estaba en el trono.
Lo mismo pasó a los discípulos. ¿Cómo sabemos que el Señor
está en el trono? Podemos imaginar lo que ocurrió tras la
ascensión del Señor, el vacío que ellos deben haber sentido. Pero
hay buenas noticias. Pedro dice: ¡Dios le ha exaltado! Gracias a
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Dios, esta noticia es muy buena, pero, ¿cómo sabemos que él ya
está en el trono? Porque el Espíritu Santo fue derramado. En el
día de Pentecostés, todo se torna realidad, y por el consuelo del
Espíritu Santo, Juan supo muy bien que su Señor ya estaba en
los cielos.
Mirando más allá de la nube
Juan amaba tanto al Señor; él realmente quería saber lo acontecido
más allá de la nube y deseaba un día poder penetrar al otro
lado de esa nube. Él esperó, esperó y esperó. Después de setenta
años, estaba en la isla de Patmos, y tenía casi cien años. Él esperaba
el retorno del Señor, así que estaba siempre mirando a los
cielos. Cuando esa nube apareciera, significaría que nuestro Señor
estaba de regreso. Si usted realmente espera el retorno del
Señor, usted estará como Juan profundamente impresionado por
esa nube.
Ahora, cuando él estaba en la isla de Patmos, era domingo, el
día del Señor, y se suponía que él estaría reunido con todos los
santos. Pero ahora él estaba en la isla de Patmos, separado de sus
hermanos y hermanas. Él recordaba a todos aquellos santos, especialmente
en el día del Señor, porque por una parte estaba
aguardando el retorno del Señor, y por otra, antes de que el Señor
regresara, él quería ser fiel a todas las iglesias que servía.
Sólo él conocía muy bien la condición de las iglesias.
Cuando leemos Apocalipsis 2 y 3, podemos ver cómo el Señor
habló a través de Juan a las siete iglesias. Pero no olvidemos
que el Señor usó a Juan como instrumento porque no sólo el
Señor conocía la condición de ellas, sino que Juan también la
conocía muy bien. La condición de las iglesias estaba en el corazón
de Juan; él sabía lo que sucedía en Éfeso, en Esmirna, cómo
ellos sufrían por la causa de Cristo y cómo en Pérgamo los hermanos
y hermanas permanecían fieles al Señor, pero lamentablemente
seguían la enseñanza de Balaam y los nicolaítas. También
pensaba sobre el estado de la iglesia en Tiatira, y conocemos
muy bien la carta a esta iglesia.
Juan tuvo una larga vida. Su vida no fue como la de Pablo.
Cuando Pablo fue martirizado, la iglesia en Éfeso estaba en su
madurez. Es un gran consuelo para un siervo de Dios, cuando la
iglesia está en una condición gloriosa. Pero agradó el Padre guar69
dar a Juan en esta tierra para vivir una vida de casi un siglo. Él
vivió mucho tiempo, y atravesó muchas dificultades, así como
nosotros; por consiguiente, puede realmente ayudarnos. Él puede
decirnos lo que Pablo no pudo decirnos. Pablo fue a la gloria
mientras la iglesia en Éfeso estaba en su edad dorada, pero después
de treinta años, cuando Juan pensaba en esa iglesia, podemos
imaginar lo que debe haber sido predicarles el mensaje de
arrepentimiento. Su corazón se debe haber afligido cuando él
pensaba en todos los santos en Asia Menor.
¿Cómo iba Juan a ayudar a las siete iglesias, si ellas estaban
llenas de arrugas? ¿Cuál fue la solución? ¿Cuál fue el mensaje
para las iglesias en Asia? Realmente este mensaje no era sólo
para las siete iglesias, sino para todas las iglesias. Después de
dos mil años, el mensaje de los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis ha
venido a ser mucho más claro. Mientras Juan estaba en la isla de
Patmos, en el día de Señor, aunque no podía partir el pan con sus
hermanos y hermanas, él hacía memoria del Señor y podemos
imaginar cómo evocaría su primer encuentro con su Señor, su
crucifixión y su ascensión. Y recordaría cómo la nube se llevó a
su Señor. Setenta años después, él todavía quería saber lo sucedido
más allá de la nube. Al mismo tiempo, había una carga
sobre sus hombros y en su corazón por las iglesias que ya no
vivían sus días de gloria. El testimonio estaba en ruinas y las
iglesias estaban en decadencia.
Con semejante fondo, algo pasó. Juan estaba pensando en las
iglesias en Asia, y podemos imaginar que su rostro estaba vuelto
hacia allá. Hoy, en un día despejado, se puede ver todavía Éfeso
desde Patmos. En ese día del Señor, su corazón sufría por estas
iglesias que él amaba tanto, aunque estaba lejos, y oraba por
ellas trayéndolas ante el Señor. Él miraba hacia esas ciudades en
Asia. Y entonces, escribe: «Yo estaba en el Espíritu en el día del
Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta».
Ya mencionamos que en el libro de Apocalipsis, la trompeta
se refiere siempre a una voz del cielo con un mensaje muy importante.
Mientras él miraba hacia Asia Menor, pensando en las
iglesias, oyó detrás de sí una voz fuerte. El mensaje era: «Escribe
en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias». Juan oyó
una voz celestial. Su tendencia era ver la realidad de cada iglesia,
pero ese día, hubo una voz detrás de él, y la Biblia dice: «Y
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me volví ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros
de oro».
Hermanos, ¿qué sucedió? Había siete iglesias, llenas de arrugas
y contaminación, pero cuando él se vuelve, ve algo sorprendente:
siete candeleros. Esos candeleros están en el cielo. Él pudo
ver más allá de la nube; ahora ve una visión celestial. Y no sólo
siete candeleros de oro, sino en medio de ellos, Juan reconoció
al Señor resucitado y ascendido; descubrió que nuestro Señor ya
está en el cielo, más allá de la nube, en el Lugar Santo. Las iglesias
en la tierra son sombras, pero la realidad está en cielo: he
aquí siete candeleros de oro. ¿Podemos creerlo? En la ciudad de
Éfeso había una iglesia, pero en el cielo hay un candelero.
Si nosotros miramos las condiciones terrenales, no sabemos
qué hacer, pero si realmente tenemos la visión celestial, al volvernos,
veremos una situación celestial. Esta es la realidad celestial,
representada por siete candeleros de oro. Pero lo más importante
de todo es que el Señor resucitado está en medio de
ellos. Según el capítulo 2, nuestro Señor estaba caminando en
medio de ellos. Hermanos y hermanas, ese es un gran consuelo.
Es lo que ocurre más allá de la nube.
Al llegar al capítulo 4, una puerta se abre. Allí Juan oye otra
trompeta y ve el trono. Luego, ve al Cordero que está en el trono.
Cuando el Señor murió por nosotros, vimos al Cordero en la
cruz. Nuestro planeta era como el patio exterior del templo. Pero
después de su resurrección y ascensión, él entró en el Lugar Santo,
y finalmente en el Lugar Santísimo.
Entonces, ¿qué dice el libro de Apocalipsis? Versículo 1: «la
revelación de Jesucristo», más allá de la nube. Si queremos saber
sobre este lado de la nube, tenemos el evangelio de Juan;
pero si queremos saber algo más allá de la nube, necesitamos el
libro de Apocalipsis. Hermanos, al contemplar al Señor en el
Lugar Santo y en el Lugar Santísimo, ¿qué tipo de visión es
esta? Se nos dice que hay una puerta abierta. En otras palabras,
Juan vio una visión celestial.
Ahora, ¿cuál es la respuesta a la condición de la iglesia? De
acuerdo a esta revelación, la respuesta, la solución al camino de
la iglesia está en el libro de Apocalipsis. El libro entero de Apocalipsis
nos dice lo que Juan vio en la isla de Patmos. Finalmente,
él pudo penetrar detrás de la nube. Él amaba tanto al Señor,
71
que el Señor tenía que aparecerse a él, lo mismo que a María
Magdalena, la primera a quien se le apareció el Señor resucitado.
No a Pedro, que negó al Señor tres veces, sino a María Magdalena,
que tenía un corazón para el Señor. Cuando ella lloró y
quiso encontrar al Señor, él se le apareció. Lo mismo sucedió a
Juan.
La visión es para los que aman al Señor
¿Quién puede recibir la visión celestial? Nosotros, si amamos
a nuestro Señor como Juan amó a su Maestro. ¿Está esperando
usted el retorno del Señor? Cuando usted mira a las nubes,
¿piensa usted en la nube que se llevó a nuestro Señor?
¿Qué sucede con la iglesia hoy? Si usted ama al Señor, usted
amará a aquellos a quienes el Señor ama: sus hermanos y hermanas,
no porque ellos son amables, sino porque él los ama; así
que usted debe amarlos también.
Hermanos y hermanas, hoy vemos que la iglesia está en ruinas
y decadencia. ¿Cuál es la respuesta? La visión celestial es la
respuesta. Cuando vemos esa visión, entonces tenemos la respuesta.
He aquí cómo Juan tuvo su visión; la visión es para aquellos
que aman al Señor. Que el Señor cree en nosotros ese amor,
para que también veamos lo que Juan vio.
72
73
LA IGLESIA Y LA GLORIA DE DIOS
Christian Chen
Lectura: Apocalipsis 1:9-10, 12-13; 4:1-2.
Mi tarea es compartir con ustedes la visión celestial dada
al apóstol Juan, descrita en el libro de Apocalipsis.
Normalmente al estudiar los primeros capítulos de
Apocalipsis, la tendencia es agrupar los primeros tres capítulos;
y luego el capítulo 4 es como un nuevo principio. Pero si realmente
queremos conocer la visión celestial dada a Juan, recordemos
que es una unidad. A veces tenemos la impresión de que
Juan vio al Señor ascendido en el capítulo 1, entre los siete candeleros,
y decimos que esta es la visión número uno. Y al llegar
al capítulo 4 decimos que esta es la segunda visión, porque allí
Juan vio la visión del trono. Pero ambas visiones son sólo una.
La experiencia de Juan
Explicamos ya cómo Juan se reclinaba en el pecho del Señor
mientras él estaba en la tierra. Y cuando su memoria iba a los
días primeros, él recordaba su primer encuentro con su Maestro,
y cómo Juan el Bautista les dijo: «He aquí el Cordero de Dios».
A causa de ese testimonio, Juan se volvió un seguidor del Cordero.
Dondequiera que el Cordero iba, él también iba. Juan siguió
al Cordero durante esos tres años y medio. Y un día, Juan
vio con sus propios ojos al Cordero de Dios en la cruz. Antes de
eso, todo lo que había visto era la sombra de ese Cordero. Cada
año, al celebrar la pascua, ellos veían sólo la sombra. Pero en la
última pascua, Juan vio al Cordero de Dios crucificado por todos.
Ahora él podía decir: «He aquí el Cordero de Dios»; ahora
74
tenía una revelación de primera mano sobre el Cordero.
Al tercer día, el Señor resucitó. Cuarenta días estuvo con los
discípulos y de nuevo Juan siguió al Cordero. Pero un día, en el
monte de los Olivos, el Señor ascendió al cielo, mientras los
discípulos miraban a lo alto. Así fue cómo su Maestro les dijo
adiós. Podemos imaginar a aquel que había estado en el pecho
de nuestro Señor, ahora viéndole regresar al Padre. Juan quería
seguir el Cordero, pero no podía. Sólo podía seguirlo con su
mirada. Y entonces vino una nube que le ocultó de ellos y se
llevó a su Señor lejos de Juan, hasta el cielo.
Desde ese tiempo, aunque Juan disfrutaba la presencia de
Dios a través del Espíritu Santo, continuó siguiendo al Cordero,
ahora en el Espíritu. El Espíritu Santo estaba en él; él tomó su
cruz y siguió al Señor durante otros setenta años. Setenta primaveras
y setenta inviernos pasaron, y ahora Juan casi tenía cien
años, pero aún recordaba esa nube que se llevó a su Señor. Él no
sabía lo que había pasado con el Señor, pero estaba esperando su
retorno; estaba esperando la nube que le traería de regreso. Por
esa razón, él dice: «He aquí que viene con las nubes».
Juan siempre estaba esperando el retorno del Señor. Pero en
lo profundo de su corazón, había un enigma que él nunca entendió.
Él quería saber lo sucedido más allá de la nube. Él conocía
todo lo que había pasado a este lado de la nube, y por eso pudo
escribir su evangelio. Cuando el Verbo fue hecho carne, en esos
días, Juan pudo registrarlo. Esto se escribió sobre las cosas a este
lado de la nube. Pero, ¿qué había sucedido más allá de la nube?
Él quería saberlo, porque amaba tanto al Señor. Y así como el
Señor quiso revelarse a María Magdalena, ahora quiso revelarse
a Juan.
Juan estaba en la isla de Patmos en el día del Señor, el día en
que los hijos de Dios se reúnen en torno a la mesa del Señor,
para partir el pan en memoria de él. Podemos imaginar que en
ese día Juan evocaba a Jesús crucificado, pero también cómo un
día él regresaría de nuevo. Ese día Juan estaba con los santos;
estaba en el exilio, lejos de ellos. Él quería estar a la mesa, quería
compartir a Cristo con ellos, y recordarles el amor del Señor.
Cuando Juan pensaba en su Señor, recordaba que él todavía no
había regresado. Él había esperado no sólo diez o veinte años.
En el principio su pelo tenía color, pero ahora habían pasado
75
setenta años y era un anciano de cabellos blancos que había esperado
desde su juventud. El cielo todavía no se había conmovido;
pero aún esperaba ver la nube; ver la nube significaría que el
Señor estaba de regreso.
Así, en el día de Señor, recordándolo, algo todavía faltaba
para el retorno del Señor. Aunque disfrutase la presencia del
Señor, Juan todavía no estaba satisfecho; aún aguardaba la nube
que le traería de vuelta. Eso sucedía en la isla de Patmos. Pero, al
mismo tiempo, su corazón iba a todos los santos en Asia Menor.
Él debería estar con ellos para partir el pan; pero ahora estaba en
el exilio. Cuando pensaba en todas las iglesias en Asia Menor,
recordaba días gloriosos. Pero también conocía la condición presente
de ellas. Podía recordar lo que había pasado en Éfeso, en
Tiatira; sabía todo sobre la iglesia en Laodicea. Les había servido
muchos años, los conocía muy bien y los amaba. Y cuando
estaba en la presencia de Dios, él era como un sumo sacerdote.
Cuando el sumo sacerdote se presentaba ante Dios, llevaba
los doce nombres de las tribus de Israel en sus hombros, y las
piedras preciosas con los nombres de ellos en su pecho. Cuando
Juan estaba ante el Señor, en sus hombros y en su pecho, abrazaba
a las iglesias en Asia Menor. Él conocía muy bien esas iglesias,
pero ya no estaba con ellos; ellos estaban al otro lado del
mar. Pensaba en las iglesias, en su gloria y en su oprobio.
En el día del Señor, cuando él estaba en la presencia del Señor,
nos dice: «Y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta
... y me volví…». Creemos que Juan estaba de cara a Asia Menor,
pensando en esas iglesias, pero el Señor quería consolarlo. El
Señor sabía lo que había en su corazón. El dolor del apóstol Juan
también era el dolor de nuestro Señor Jesús. Así que el Señor
quería consolarlo, y tenía un mensaje para él. En setenta años,
Juan había visto los días gloriosos del nacimiento de la iglesia;
pero, por el hecho de vivir tantos años, por la soberanía de Dios,
vio asimismo la decadencia de la iglesia, sólo setenta años después.
Hermanos y hermanas, había una tremenda carga en el corazón
del apóstol. Aún recordaba cuán madura había sido la iglesia
en Éfeso. Pero, en una carrera, no es el inicio lo que cuenta;
sino que es necesario llegar al final. Setenta años son una gran
prueba, y ese tiempo tuvo Juan para ver la iglesia envejecida.
76
Ahora vemos por qué en ese día, mientras pensaba en las iglesias,
el Señor quiso que él se volviese. Él tenía que oír el mensaje
de la trompeta celestial. Así que cuando Juan se volvió, estuvo
en el cielo, en el Lugar Santo, en los lugares celestiales. Allí vio
siete candeleros y en medio de ellos al Señor resucitado; vio a
uno semejante al Hijo del Hombre. El Señor ya estaba en gloria.
Hermanos y hermanas, ¿ven esto? Esta es la visión celestial.
Setenta años de espera
Durante setenta, años él quiso saber lo que había sucedido al
otro lado de la nube. Pero la puerta del cielo estaba cerrada. Mas
ahora agradó el Padre revelar a su Hijo también a Juan. Por esto,
el libro de Apocalipsis dice: ‘la revelación de Jesucristo’. ¿Qué
pasó más allá de la nube? Juan necesitaba recibir la revelación.
Él había visto con sus propios ojos y experimentado lo que había
pasado a este lado de la nube: había visto al Cordero en la
cruz. Él tenía revelación de primera mano. También vio que la
tumba del Señor estaba vacía; Jesús había resucitado de los muertos.
Juan fue un testigo y registró todo en su evangelio. Pero,
durante setenta años, él quiso conocer lo que pasó al otro lado de
la nube, mientras la puerta permanecía cerrada; esa puerta retenía
a nuestro Señor allí. Por setenta años, la oración de Juan
debe haber sido que el cielo ya no retuviera allí a nuestro Señor.
Entonces él vendría de nuevo, con las nubes. ¿No es eso lo que
su amado Señor había dicho, que vendría con las nubes? Por
eso, él estaba esperando la aparición de esa nube; estaba esperando
la venida de nuestro Señor.
Sin embargo, siempre había algo en su corazón; ese misterio
que nunca le había sido revelado, hasta aquel día cuando
agradó al Padre abrir la puerta. En los capítulos 2 y 3, vemos al
Señor en el Lugar Santo, pero en el capítulo 4, lo encontramos
en el Lugar Santísimo. Todos los judíos sabían que la gloria y
el trono de Dios están en el Lugar Santísimo, y cuando la puerta
del cielo fue abierta, Juan vio la visión del trono. Tenemos la
tendencia a hablar de dos visiones, pero es una sola. Hay un
santuario celestial: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. En el
santuario celestial no hay un velo entre estos dos lugares, porque
nuestro Señor ya murió en la cruz. El templo terrenal era
sólo sombra del real. Aunque descubrimos a nuestro Señor en
77
el lugar Santo en los capítulos 2 y 3, este es uno con el Lugar
Santísimo en el capítulo 4.
Juan vio una visión celestial. No sólo una visión acerca del
cielo, sino el cielo mismo. Antes de eso, él conocía algo sobre el
cielo, pero ahora el cielo realmente se abrió para él. Juan conoció
todo sobre el cielo, todo lo que sucedió en torno al trono de
Dios. Para explicar esta visión, es necesario todo el libro de Apocalipsis.
Por tanto, al hablar sobre la visión celestial dada a Juan,
estamos hablando de esa visión del Lugar Santo y el Lugar Santísimo.
Por esta causa, cuando vemos el cielo, los capítulos 1 a 3
nos muestran claramente al Señor resucitado en el Lugar Santo,
pero en el Lugar Santísimo, vemos al Cordero en el trono. Esta
es la visión celestial que tuvo Juan, y ella gobernará todo el libro
de Apocalipsis.
Muchos no pueden entender el libro de Apocalipsis, porque
han perdido la llave. Si usted desecha la llave, no comprenderá
nada. Nosotros nunca entenderemos los siete sellos, las siete trompetas
o las siete copas; pero según el libro de Apocalipsis, hay
una explicación allí, y la explicación viene del cielo. Si busca a
su alrededor una respuesta, no la obtendrá; si busca en la situación
política de hoy, en Bin Laden, en el presidente Bush, no la
conseguirá. Recuerde: todas las respuestas tienen que venir del
cielo. Es por eso que esta es ‘la revelación de Jesucristo’.
Me es muy difícil compartir esto con ustedes, hermanos, debido
a mis limitaciones. Para explicar esta visión, estrictamente
hablando, necesitamos entender todo el Apocalipsis. Y aun más,
necesitamos comprender otro libro del Antiguo Testamento. El
problema es cubrir en un tiempo limitado dos libros de la Biblia.
Cuando Juan vio la visión, recuerden que Dios había preparado
esa visión durante setenta años. Durante todo ese tiempo, Juan
siguió al Cordero, él permaneció en Cristo y Cristo habitó en él.
Recuerden, en el evangelio de Juan, nuestro Señor dijo: «Si
ustedes permanecen en mí, mi palabra morará en ustedes». La
palabra usada aquí, en griego, es rhema que quiere decir la palabra
de vida. El logos es la palabra de verdad; los principios, el
fundamento de la revelación. El Espíritu Santo que vive en nosotros
ungirá la palabra de Dios, nos recordará lo que Dios ha
dicho en su palabra, y la hará real: esa es la palabra de vida, una
palabra viviente. ¿Cuál es el secreto para tener la palabra viva?
78
Permanecer en Cristo; para que el logos suyo habite ricamente
en nosotros. Eso pasó en los setenta años de la vida de Juan.
Mientras él permaneció en Cristo, el rhema habitó en él.
Esa fue la obra del Señor durante setenta años. Nosotros no
sabemos lo que pasó en ese tiempo hasta que leemos Apocalipsis,
que estrictamente hablando, es todo sobre esta visión celestial.
¿Cómo recibió Juan esa revelación? Usted dirá: «Bueno, en
el día de Señor, él fue movido por el Espíritu Santo y vio la
visión». Pero, hermanos, esto es simplificar mucho las cosas.
Por setenta años, Dios estuvo preparando esa visión para Juan.
Es necesario permanecer en Cristo para recibir la Palabra de Dios,
para que el logos de Cristo habite ricamente en nosotros; para
que la palabra de verdad se transforme en la palabra de vida. Al
llegar ese momento, los cielos son abiertos; al recibir la revelación,
Juan recibió la Palabra. ¿Cómo le habló Dios de nuevo? A
través de la palabra que Dios ya había dicho en el Antiguo Testamento.
No sabemos qué ocurrió en esos setenta años, pero conocemos
el resultado. Después de ellos, tenemos el libro de Apocalipsis.
Y, ¿cómo es este libro? Si lo analizamos, vemos que es
muy diferente a las epístolas de Pablo. Pablo conocía la Biblia
con tal precisión, que al escribir Romanos, para mostrar que todos
éramos pecadores, y que no hay ningún justo, él podía citar
el Antiguo Testamento de una manera exacta. En otras palabras,
él permitió que la palabra del Antiguo Testamento morase ricamente
en él, y entonces el Espíritu Santo le habló de nuevo.
Cuando Pablo estudió el Antiguo Testamento –como estudiante
a los pies de Gamaliel–, conoció muy bien el libro de
Génesis y la historia de Abraham; pero ahora, cuando Dios le
habló de nuevo, recordó la historia de Abraham, y Pablo vio la
justificación por medio de la fe. ¿Cómo vio esta verdad maravillosa?
¿Pueden ver el principio aquí? Dios habló una vez más a
Pablo y todo se abrió. Gracias a Dios, ese fue el ministerio y los
escritos de Pablo. Pero la forma en que Pablo estudiaba la Palabra
era memorizar todo; él podía hacerlo con mucha precisión;
así que cuando citaba el Antiguo Testamento, siempre era la cita
exacta, palabra por palabra.
Pero al llegar al libro de Apocalipsis, encontramos el Antiguo
Testamento por todas partes; hay doscientos cincuenta refe79
rencias directas o indirectas a él; es como si detrás de Juan estuviese
todo el panorama del Antiguo Testamento. Pero de algún
modo él no pudo citar un solo versículo completo. Alguien podría
decir que Juan tenía muy mala memoria, pero eso no es
verdad, porque en su evangelio, él también cita el Antiguo Testamento.
¿Por qué entonces Apocalipsis es tan diferente? Porque
Apocalipsis nos habla de una visión celestial. Cuando Juan
tuvo la visión, de alguna manera la palabra viva vino a él, y
siempre que esto pasa, está basada en la palabra de verdad; la
palabra que Dios ya ha hablado.
Ahora podemos entender por qué, cuando Juan vio la visión,
Dios lo había preparado por setenta años; porque durante ese
tiempo, todo el Antiguo Testamento estuvo en Juan. Él estaba
habitando en Cristo y meditando en la Palabra de Dios, y entonces
el rhema moró en él. Así, por ejemplo, cuando el libro de
Daniel moró en él, por una parte, Juan permaneció en Cristo y
dejó que esa palabra morase en él, y según la promesa del Señor,
el rhema vino a él. Así a través de todos esos pasajes del Antiguo
Testamentos, el Espíritu Santo podía hablar una vez más a Juan.
Por esta causa, en el Apocalipsis, al ver la visión completa,
no hay ninguna cita exacta. Todo es una impresión general. Al
tocar el libro de Daniel, hay una impresión general; en Éxodo,
de la misma manera. Hay langostas en Éxodo y en Apocalipsis,
querubines en Ezequiel y en Apocalipsis, bestias en Daniel y en
Apocalipsis. ¿Se dan cuenta, hermanos? Juan permaneció en
Cristo y permitió que la Palabra de Dios morase ricamente en él
durante setenta años, y ahora esta palabra se volvió rhema. Así
consiguió la impresión general de la palabra que Dios había hablado
en el Antiguo Testamento.
Finalmente, después de setenta años, Juan estaba listo, y en
la isla de Patmos, en el día del Señor, el cielo se abrió con un
mensaje. Esto significa que Dios habló a través del libro de Daniel,
el libro de Éxodo, el libro de Ezequiel y así sucesivamente,
y ahora Dios hablaba una vez más a Juan a través del Espíritu
Santo y todo fue abierto.
¿Por qué muchos no entienden el libro de Apocalipsis? Porque
se necesita todo el Antiguo Testamento para entenderlo.
¿Están ustedes preparados para eso, hermanos y hermanas? Esto
es muy importante. Por eso es tan difícil descifrarlo.
80
La historia de la iglesia en la visión de Juan
Pero al llegar a la visión en los capítulos 1 a 5, vemos algo en
el cielo que controla todo el libro de Apocalipsis y que también
nos dará una respuesta a la condición actual de la iglesia. Cuando
Juan abrazaba a las siete iglesias de Asia Menor en su pecho,
las presentaba ante el Señor, meditaba sobre su condición y se
preocupaba por ellas. Él se dolía al ver la declinación de la iglesia.
Él era uno que permanecía en Cristo y Cristo en él; la palabra
viva moraba en él, y debía haber una solución. ¿Cómo iba a
seguir la iglesia? Pedro y Pablo ya no estaban presentes. La iglesia
estaba en una situación desesperada. Debía haber una respuesta
del cielo.
Entonces, cuando Juan presentó esto ante el Señor, el Señor
habló desde el cielo. Entonces vienen las cartas a las siete iglesias.
Estas siete iglesias pertenecen al primer siglo. Pero hay más
aquí, porque las últimas cuatro iglesias mencionan la segunda
venida de nuestro Señor, directa o indirectamente. En otras palabras,
estas cuatro iglesias permanecerán hasta el retorno del Señor.
El Señor aún no ha vuelto, así que definitivamente las iglesias
de Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea están aquí. Hay una
promesa a la iglesia de Filadelfia: la promesa del rapto. Ellos
serán arrebatados antes de la Gran Tribulación. Ahora, en el primer
siglo, el Señor no había venido aún. Eso significa que estas
cuatro iglesias permanecerán hasta el retorno del Señor.
En otras palabras, el Señor quiso enseñar a Juan: «Tú puedes
ver sólo estos setenta años. En setenta años la iglesia ha declinado,
y a tus ojos esto es casi insufrible». Juan aún recordaba el día
de Pentecostés, la presencia del Espíritu Santo en medio de ellos,
y él también fue testigo de la madurez de la iglesia en Éfeso.
Pero, hermanos, setenta años después, ya no era lo mismo. Ahora
Juan tenía que predicar el mensaje de arrepentimiento; este
era un mensaje para los incrédulos. Ahora, ¿por qué predicar el
arrepentimiento a la iglesia? Ya sabemos la situación.
Juan conocía esas siete iglesias, y las conocía muy bien. Ellas
representaban a las iglesias en toda Asia Menor. Juan conocía
sus glorias y vergüenzas, sus fortalezas y debilidades. Si usted le
preguntara a Juan: «¿Son ellas perfectas?», él tenía la respuesta.
¿Quién había experimentado la vida de la iglesia durante más
tiempo que Juan? ¿Quién sabía mejor, o tenía más experiencia,
81
o conocía mejor los aspectos prácticos de la iglesia que Juan? La
iglesia aún estaba sobre la tierra, aún era el cuerpo de Cristo, la
casa de Dios, el candelero para Cristo. Todo esto es verdad. Eso
era al final del primer siglo. Pero cuando el cielo habla, siempre
amplía nuestra capacidad.
Juan conocía muy bien la condición presente, así que estaba
calificado para ser usado por el Espíritu Santo para escribir estas
siete cartas. El Señor ascendido podía hablar a través de Juan.
Entonces vemos las siete iglesias y al Señor mencionando sus
fortalezas y sus debilidades. Juan, en esos setenta años, conoció
más que Pablo o Pedro, desde el nacimiento de la iglesia a su
cima, y de allí a su declinación. Pero, ¿cuál era la solución? Cuando
el Señor habló, realmente ensanchó la capacidad de Juan, y
ahora entendemos que estas siete iglesias no son sólo las iglesias
en el primer siglo: las últimas cuatro iglesias permanecerán hasta
la venida del Señor, así que ellas representan la condición de
la iglesia a lo largo de su historia.
Juan sólo conoció setenta años; pero el Señor puede ver más
de dos mil años. Hermanos y hermanas, al estudiar la historia de
la iglesia, conocemos la condición de la iglesia hoy. Al comparar
la condición de la iglesia hoy con esas siete iglesias, entendemos
que debe haber algún mensaje. Por esa razón, esta visión
celestial no es sólo algo abstracto. Como nuestro hermano
Stephen mencionó, la iglesia es gloriosa en origen y espiritual
en naturaleza, pero ella siempre toca la tierra y eso significa que
pueden ocurrir muchos problemas. Entonces, ¿cuál es la solución?
Debe haber un mensaje.
Por esa razón, tenemos la iglesia en Tiatira –la iglesia en la
Edad Oscura–. Luego, la iglesia en Sardis, que nos recuerda el
siglo decimosexto, y cómo Dios usó a Lutero, Calvino y Zwinglio
para sacar al pueblo de Babilonia y regresar a Jerusalén –Sardis
significa remanente–. Ahora, cuando la iglesia estaba en el
oscurantismo, ¿cómo lo sabemos nosotros? Porque la promesa
a la iglesia en Tiatira era recibir la estrella de la mañana. ¿Qué
significa eso? Significa que estamos en el período más oscuro,
pero al ver la estrella matutina, el alba está cercana, pronto amanecerá.
Así que Tiatira representa la iglesia en la Edad Oscura,
cautiva en Babilonia por más de mil años. En el capítulo 17 de
Apocalipsis encontramos el misterio de Babilonia, que habla de
82
la Babilonia religiosa, y que se cumplió en la historia de la iglesia.
Juan sólo vio setenta años, pero nuestro Señor ha esperado
más de dos mil años. La iglesia fue llevada cautiva a Babilonia,
pero gracias a Dios, a través de Lutero y Calvino regresamos a
Jerusalén. Así que sabemos que la iglesia de Sardis permanecerá
hasta la venida del Señor. Antes de ello, tendremos la iglesia en
Laodicea. Usted conoce su condición: tibia; ni fría ni caliente.
La presencia del Señor debería estar con ellos, pero lamentablemente,
tienen al Señor fuera. Él tiene que tocar a la puerta; no a
la puerta de los pecadores, sino a la puerta de la iglesia.
¿No es esta una historia muy triste? Ellos tienen el nombre de
iglesia; sin embargo, todavía Cristo está fuera, y él tiene que
golpear y llamarlos a arrepentirse: «Abre la puerta, déjame entrar,
yo debería estar en medio de ti. Tú sólo tienes el nombre de
iglesia; entonces, ¿por qué me tienes afuera?». Está demasiado
lleno; no hay lugar allí para Cristo. Somos tan importantes, nosotros
decidimos todo, nosotros decimos: ‘Esta es la iglesia’,
pero el Señor está fuera tocando la puerta. Ésa es la condición de
la iglesia antes del regreso del Señor.
Pero entre Sardis y Laodicea, está la iglesia en Filadelfia.
¿Qué es Filadelfia? Ella está definitivamente aquí, en la historia
de la iglesia, antes que el Señor vuelva. Antes de entonces, hay
una iglesia en Tiatira, en Sardis, en Filadelfia y en Laodicea.
Pero entre éstas, usted quiere estar definitivamente en Filadelfia,
porque ella siempre es alabada por el Señor. Entre las siete iglesias,
esta es una de las dos que el Señor no reprende. El Señor le
dice: «Yo te he amado». Y sólo la iglesia en Filadelfia, entre las
siete, tiene una corona. ¿Qué significa eso? Es una iglesia victoriosa;
es un vencedor. En la iglesia en Tiatira, el Señor llama a
individuos a ser vencedores; pero en Filadelfia hay un vencedor
corporativo; la iglesia entera tiene la corona.
Ahora, nuestro Señor nos quiere revelar su mente y su visión,
quiere mostrarnos el camino de la iglesia. El camino de la iglesia
es Filadelfia. Pero recuerden, Filadelfia es sólo el camino, nunca
nuestra etiqueta. Cuando usted pone Filadelfia como su etiqueta,
usted ya no es Filadelfia; ya se ha vuelto Laodicea. ¿Qué dice
Laodicea? «Yo soy rico». La iglesia en Filadelfia es rica: tiene
una puerta abierta. ¿Qué puerta era esa? En el palacio de David,
83
el tesoro estaba en piezas diferentes, y cuando David tomaba las
llaves y abría la puerta, todo el tesoro de David estaba disponible
para ellos. Ésta es la condición de la iglesia en Filadelfia; las
inescrutables riquezas de Cristo son suyas. Ellos disfrutarán todas
las riquezas de Cristo. Pero si eso es su etiqueta, si usted
dice: «Yo soy rico», entonces el Señor dirá: «Tú eres pobre, tú
ya eres Laodicea».
Cuando el Señor habló estas palabras, nos mostró un camino
más excelente. No critique a otros; lo importante es: ¿estamos
caminando en el camino de Filadelfia? Esto significa amor fraternal;
significa obedecer a la Palabra de Dios y no negar su
nombre. Ustedes son muy débiles, pero el Señor les dará una
puerta abierta. Este es el camino de la iglesia. Si realmente vemos
esta visión, encontraremos un camino. Gracias a Dios por
eso. Descubriremos que los vencedores son el camino. Dios llama
a los vencedores. No importa en qué condición usted se encuentre,
usted puede ser un vencedor. Pero, por supuesto, el deseo
del Señor no es solamente tener vencedores individuales,
sino también un vencedor corporativo. ¡Gracias a Dios!
¿Ve usted cómo el Señor ensanchó el corazón de Juan? «Tú te
preocupas por setenta años; pero yo me preocupo por más de dos
mil años. ¿Puedes imaginar mi dolor?». Gracias a Dios, la solución
es ser un vencedor; no importa en qué condición esté la iglesia.
Cuando la iglesia en general decae, los vencedores permanecen
de pie. No son especiales, pero cuando los demás caen, ellos
permanecen en pie. Es muy claro: este es el mensaje del cielo.
Pero si sólo vemos esto, todavía no tenemos la solución íntegra.
Usted será entonces un predicador sobre la restauración de
la iglesia; se considerará como un reformador. Al estudiar la historia
de la iglesia, vemos a Lutero, Calvino y Zwinglio, los
reformadores, y los admiramos. Hoy, muchos jóvenes en los
Estados Unidos, cuando estudian la historia de la iglesia, quieren
ser reformadores. Ellos tienen ambiciones. «Como Lutero
reformó la iglesia; yo quiero hacer lo mismo». Pero ese término
ya fue usado, así que hablan sobre ‘restauración’. Quieren restaurar
el orden de la iglesia. Pero si sólo vemos estos dos capítulos
y sólo vemos a los vencedores, sin saber en qué contexto
ellos son vencedores, no tendremos la solución.
Usted recuerda el famoso libro de Watchman Nee, «La igle84
sia normal». En la edición china, cuando él escribía el prólogo,
dijo: «Yo sé que esta obra sufrirá ataques y oposición; pero no
temo a eso. Tengo miedo de algo mucho mayor que eso». No
temor del enemigo, sino de sus amigos. Muchos aman este libro,
e intentan usarlo como un modelo. Ellos quieren formar
una iglesia del Nuevo Testamento, y empiezan a practicar basados
en este libro. ¿Comprenden? La gente que habla sobre la
restauración, a menudo sólo habla mucho sobre esto.
La historia nos dice que hay muchos reformadores; ellos ahora
son viejos, pero cuando estaban en la Universidad, soñaban con
ser reformadores. Al principio, estaban de parte del Señor y de
su restauración; pero, lamentablemente, algunos de ellos terminaron
yendo de vuelta a los ortodoxos griegos. Esta es la lección
que tenemos que aprender de la historia de la iglesia. Es mucho
más fácil aprender algunas técnicas, o usar un libro como una
receta. Pero recuerden que esa es la razón de la decadencia de la
iglesia. ¿Por qué? Porque sólo vieron un poco de esto, y se olvidaron
que los capítulos 1, 2 y 3 están conectados con los capítulos
4 y 5.
Esa visión es unitaria, y no puede ser dividida. Una parte es
el Lugar Santo, allí están los candeleros, pero luego en el Lugar
Santísimo, veremos los querubines y el trono. Así que esta es la
visión celestial. Es el cielo mismo. ¿Qué es el cielo? El cielo es
el cielo porque Dios está allí, y el infierno es infierno porque
Dios no está allí. Ahora, hermanos, al ver realmente la visión
celestial, tenemos que saber qué es el cielo, y allí veremos el
trono de Dios. ¡Y Juan lo vio!
Aun más, él recordó setenta años antes, cuando estuvo de pie
junto a la cruz y con sus propios ojos vio al Cordero que moría
por nuestros pecados. El Cordero fue sacrificado, como en el
templo. Pero en esa visión celestial, Juan vio al Cordero en el
trono. ¿Y qué nos dice? Era un Cordero ‘como inmolado’; es
decir, recientemente sacrificado. Así que, cuando Juan vio esa
escena, significaba que Jesús había ascendido al cielo. Recordemos
esa nube que llevó a Cristo al cielo; era exactamente eso lo
que Juan quería saber –lo que sucedió al otro lado de esa nube.
Ahora él tuvo la respuesta. A este lado de la nube, el Cordero en
la cruz, el Cordero inmolado; pero en esa visión, cuando el Cordero
ascendió al cielo, es un Cristo glorificado, un Cristo resuci85
tado, un Cristo ascendido, Cristo en gloria.
El que vio al Cordero en la cruz fue usado para hablarnos
sobre el Cordero en el trono. De la cruz al trono, de las espinas a
la corona. ¿Quién tuvo este testimonio? No Pedro; Pedro no estaba
allí cuando Jesús fue crucificado; ni Pablo. Pero Juan vio
esta historia del pesebre hasta el trono; del pesebre a la cruz, y de
la cruz al trono. Estrictamente hablando, esa visión celestial tiene
dos partes: una parte está en el evangelio de Juan: «He aquí el
Cordero, el Cordero en la cruz». Y luego, más allá de la nube,
encontramos el mismo Cordero que está ahora en gloria, y está
en el trono. Esta es la visión.
Correspondencia con la visión de Ezequiel
Aquí hay muchas cosas que decir. Ahora, ¿por qué tenía Dios
que preparar a Juan durante setenta años para recibir esa visión?
Si leemos los primeros cinco capítulos, nos recuerdan el libro de
Ezequiel. No tenemos tiempo para pasar por la visión de Ezequiel
y la visión de Juan. Pero mencionemos rápidamente que en
Ezequiel se nos dice que los cielos fueron abiertos. Ezequiel fue
el único profeta en el Antiguo Testamento que vio el cielo abierto.
En Apocalipsis, una puerta se abrió en el cielo. En el primer
capítulo de Ezequiel, al principio él dice: «Yo», pero no explica
quién es; en el versículo siguiente sabemos que es Ezequiel. Y
en el primer capítulo de Apocalipsis, Juan dice: «Yo Juan». Es
una palabra muy importante, y nos recuerda el Antiguo Testamento.
«Yo Daniel». Daniel vio una visión. Juan también, y lo
mismo Ezequiel.
En el primer capítulo de Ezequiel, él es cautivo en el río
Quebar. Juan es desterrado a la isla de Patmos. Cuando Ezequiel
recibió la visión tenía treinta años. Como sacerdote, el podía
entrar en el templo y servir al Señor; pero era un cautivo. Él era
un sacerdote sin templo, un hombre sin país. Ese es Ezequiel, y
lo mismo pasa a Juan. En el día del Señor, cuando él estaba
pensando en las siete iglesias en Asia, él era un pastor sin su
rebaño. Él estaba separado del rebaño, muy lejos. Ezequiel estaba
entre los exiliados, en el tiempo en que el pueblo fue llevado
a Babilonia, y recordamos a Juan diciendo: «Yo Juan, copartícipe
vuestro en la tribulación...». Ustedes han sufrido por la causa
de Cristo, pero todos nosotros compartimos ese sufrimiento.
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Hermanos, ¿ven ustedes la correspondencia aquí? En el primer
capítulo de Ezequiel, en el trono, había uno con semejanza
de hombre. En Apocalipsis capítulo 1, entre los candeleros, había
uno semejante al Hijo del Hombre. Por setenta años, el libro
de Ezequiel moró en Juan y cuando él permaneció en Cristo y
permitió a la Palabra morar en él, él tenía ahora una impresión
muy genuina de Ezequiel. Aquí podemos ver cómo esa visión
fue formada. Bajo el trono había cuatro seres vivientes, y en
Apocalipsis alrededor del trono había cuatro seres vivientes. En
ambos libros vemos querubines, y según Ezequiel 10, su cuerpo
estaba lleno de ojos, como en Apocalipsis 4. En Ezequiel, los
cuatro seres vivientes eran un hombre, un buey, un león y un
águila, lo mismo que en Apocalipsis. En Ezequiel, cada querubín
tenía cuatro alas, pero en Apocalipsis cada uno tenía seis
alas. No hay ninguna contradicción aquí, porque depende del
ángulo de visión.
En Ezequiel hay una extensión que brilla como vidrio. En
Apocalipsis, un mar de vidrio claro como el cristal. En Ezequiel,
un trono que parece zafiro, y en Apocalipsis, jaspe y cornalina.
Había antorchas en la presencia del trono, y en Apocalipsis las
siete lámparas estaban ardiendo. En Ezequiel hay la apariencia
de un arco iris, y en Apocalipsis, un arco iris alrededor del trono.
Cuando Ezequiel vio, cayó postrado, y cuando Juan vio la visión,
cayó como muerto.
Así que, hermanos, al estudiar en detalle los primeros capítulos
de Ezequiel y Apocalipsis, entendemos que Juan, para describir
mejor su visión, tenía como trasfondo el libro de Ezequiel.
Es decir, se necesita el libro de Ezequiel para explicar el Apocalipsis,
y vice-versa. Para los rabinos judíos hoy, la visión de
Ezequiel es tan santa, que ellos no se atreven a interpretarlo, y
aun tratan de no leerlo. Es un libro cerrado para los judíos, aun
en los círculos intelectuales. Pero gracias a Dios, a través del
Apocalipsis, vemos que Ezequiel tiene explicación.
En el comienzo, Ezequiel realmente vio la gloria de Dios.
Entre las escuelas rabínicas, lo más difícil de explicar en el Antiguo
Testamento, es la gloria de Dios. Por esto, el Espíritu Santo
usó todo el libro de Ezequiel para explicarla. Allí vemos cómo
Ezequiel tuvo una visión, algo que vino del norte, y cuando lo
vio de más cerca, vio seres vivientes; luego, vio ruedas junto a
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las criaturas. Sobre las cuatro criaturas, una mirada más cercana
nos muestra ‘firmamentos’ –cielos. Este es el cielo sobre la tierra.
Hay ruedas, y las ruedas tocan la tierra, así que éste es el
cielo en la tierra. Sobre el cielo, está el trono de Dios y uno
semejante a un hijo de hombre sentado allí.
Luego, la gloria y el resplandor como un arco iris. ¿Qué es un
arco iris? Es luz, y Dios es luz. Nadie puede ver la luz hoy, pero
al ver un arco iris es como si Dios transformara lo invisible en
algo visible. Algunas partes son verdes, otras son rojas y eso
produce el arco iris. Dios es luz; pero entonces nadie puede ver
a Dios mismo. Pero, gracias a él, por medio del unigénito Hijo
del Padre, podemos ver a Dios. Lo que vemos no es la luz propiamente
tal, sino el arco iris. El arco iris nos recuerda que la
lluvia ha pasado, y la luz se refleja en las gotas de lluvia, que
representan sufrimientos, tribulaciones; finalmente podemos recrearnos
con el bello espectáculo del arco iris. Siempre que vemos
un arco iris, sabemos que la tormenta ha terminado.
Nuestro Señor dijo: «Consumado es», porque él murió por
nosotros en la cruz. Hubo una tormenta en el Gólgota, pero gracias
a Dios, porque Cristo murió por nosotros en la cruz, ahora
podemos ver a Dios a través de su Hijo unigénito. Desde la cruz,
vemos el arco iris. Vemos claramente que esta es la visión de
Ezequiel. Después, en el capítulo 10, cuando él fue llevado al
templo de Dios, descubre la gloria de nuevo, en el Lugar Santísimo.
Ezequiel era sacerdote; conocía bien todo lo referente al
Lugar Santísimo; él sabía que allí estaba el arca, los querubines
y la Shekinah de la gloria de Dios sobre el arca. Así que cuando
compara a los seres vivientes y los querubines sobre el Arca, nos
dice que estas cuatro criaturas son querubines; de modo que la
gloria que él vio en Babilonia, era la misma del Lugar Santísimo.
Todos sabemos que el trono de Dios estaba sobre el arca,
según el Salmo 80: «Tú ... que estás entre querubines». Eso significa
que es aquí donde Dios ha puesto su trono. Al entrar en el
Lugar Santísimo, vemos el trono de Dios y también vemos la
gloria de Dios. Esto sólo se puede ver en el Lugar Santísimo.
Ezequiel conocía muy bien esta parte, y todos sabemos que el
trono de Dios por una parte está en cielo, y por otra en el Lugar
Santísimo. Allí se encuentra la gloria de Dios. Cada año, el sumo
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sacerdote tenía que entrar en el Lugar Santísimo con la sangre.
Eso es muy claro; pero es sólo la mitad de la respuesta. ¿Qué
quiere decir eso? Al estudiar 1º Crónicas, cuando la Biblia trata
de describir algo sobre el arca, habla sobre el diseño de carroza.
Esa es una palabra muy importante. Pero esta palabra es desconocida:
¿Cómo pudiera haber una carroza sobre el trono? Porque
ellos no conocen la naturaleza del trono de Dios.
Cuando pensamos en el trono de Dios, o en el cielo o en el
Lugar Santísimo, nos parece que es algo estático, que no se mueve
en absoluto. Pero la palabra carroza está allí, y nadie entiende lo
que ese término está haciendo allí. Ellos no entienden lo que es
este carro. Pero ahora Ezequiel entiende, cuando ve no sólo el
carro, sino también las ruedas. ¿Qué significa eso? Significa que
el trono de Dios es un trono móvil.
Sabemos muy poco sobre el trono de Dios, pero realmente es
un trono-carroza. Es una palabra compuesta; de un lado, un trono;
y por el otro, un carro. Nosotros sabemos lo que es una carroza.
Por ejemplo, hablamos de una carroza con cuatro caballos
que corren. Pero lo que vio Ezequiel era un carro con cuatro
querubines. Una carroza de cuatro caballos sólo puede ir en una
dirección, dependiendo del camino que los caballos están enfrentando;
si el caballo está vuelto al norte, el carro irá al norte.
Pero esto no es verdad con la carroza de Dios. El carro de Dios
avanza en las cuatro direcciones. Por eso cada querubín tiene
cuatro caras. Si usted mira el carro desde el este, enfrentando al
oeste, verá cuatro hombres. Pero si usted enfrenta al norte, verá
leones, y si usted enfrenta el este, verá una carroza de cuatro
águilas, y hacia el sur, una carroza con bueyes.
¿Qué significa eso? El trono de Dios no permanece en el cielo.
Cuando el pueblo de Dios está sufriendo, sobre todo en
Babilonia, para asombro de Ezequiel, él nunca soñó que vería la
gloria de Dios. Si usted quiere ver la gloria de Dios, ha de ir al
cielo o a Jerusalén; así que, ¿quién esperaría ver la gloria de
Dios en Babilonia? Esa fue una gran sorpresa. Este trono es un
trono móvil, un trono en movimiento. Y cuando los querubines
y las ruedas se mueven, llevan el cielo con ellos, y llevan el
trono con ellos. Debido a sus alas, el cielo puede bajar o ascender.
¡Esa es la gloria de Dios! Hermanos, ¿cómo podemos entender
esto?
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Ezequiel descubrió que antes de que Babilonia entrara en la
ciudad, algo pasó: la gloria de Dios abandonó del templo. Al
principio sólo estaba en el umbral, y entonces se fue a la puerta
oriental, y gradualmente voló. Debía inmediatamente subir al
cielo, pero se detuvo en el monte de los Olivos, dio una última
mirada y ascendió al cielo. La gloria de Dios se retiró del templo
y volvió al cielo. Esta es la tragedia. Cuando la gloria ya no está
en el templo, éste es como cualquier otro edificio. Finalmente,
no quedó piedra sobre piedra, y entonces el pueblo fue llevado
en cautiverio.
La iglesia está cautiva en Babilonia; porque la gloria de Dios
ha partido. La gloria de Dios debería estar en el Lugar Santísimo,
entre su pueblo; pero cuando ella partió, entonces el templo
fue como cualquier otro edificio. Cuando la gloria de Dios se va,
podemos llamar a estas personas ‘iglesia’, pero ellos son un grupo
como cualquier otro grupo en la sociedad. Así, mis hermanos,
para ver la visión entera, este es el mensaje de Ezequiel.
Pero este libro tiene otro mensaje maravilloso: la gloria de
Dios regresó. ¡Gracias a Dios! Al estudiar el capítulo 43, vemos
cómo la gloria de Dios retornó. Durante el período del segundo
templo, aunque ellos lo habían reconstruido, el Lugar Santísimo
estaba vacío, no había arca, ni Shekinah, ni querubines. ¿Por
qué? Porque la gloria de Dios se había ido. No es de maravillarse
que en el año 63 d. de C. un general romano llamado Pompeyo
conquistara la ciudad, tomara el templo, hollara el Lugar Santísimo,
y no fuese muerto. ¿Qué significa esto? Que la gloria de
Dios ya se había ido. Ahora, ¿cuándo regresó la gloria de Dios?
Gracias a Dios, Juan tiene la respuesta. A este lado de la nube,
cuando Juan escribió su evangelio, dijo: «Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros». La palabra habitó significa
‘se tabernaculizó’, se hizo tabernáculo entre nosotros. El Verbo
se volvió carne, y fue como un tabernáculo. Él se tabernaculizó
entre nosotros. En ese tabernáculo, como en el Lugar Santísimo,
encontramos la gloria. Juan dice: «Y vimos su gloria». Esta es
una de las frases más maravillosas en toda la Biblia. «...gloria
como del unigénito del Padre». Es decir, la gloria de Dios regresó
por medio de Jesucristo. Él es el unigénito Hijo. ¿Lo ven,
hermanos? Por eso, el Lugar Santísimo siempre estuvo vacío
hasta que Jesús nació en Belén.
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Ahora cuando Juan vio a nuestro Señor Jesús, él dijo: «Vimos
su gloria». Jesucristo es ese trono en movimiento. Cuando
él vino a la tierra, trajo el cielo a la tierra; cuando visitó Jerusalén
o Galilea, trajo el cielo allí; trajo el trono de Dios allí. Cuando
fue a las bodas de Caná, él llevó la gloria de Dios allí, y cambió
el agua en vino. Esta es la explicación de la gloria de Dios. Por
eso, Pablo dice: «Vemos la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
» Cuando vemos la faz de Cristo, vemos la gloria de Dios.
Todo se cumplió de manera maravillosa. Este es el evangelio de
Juan.
Y, ¿qué pasó al otro lado de la nube? Gracias a Dios, hermanos,
aquí vemos el trono. Juan vio el trono, porque Jesús ascendió
al cielo; ese trono en movimiento se remontó al cielo. Pero,
recordemos, aunque nuestro Señor está en cielo, sentado en el
trono, al estudiar la visión de Ezequiel, vemos algo muy interesante:
las ruedas y los querubines no están conectados, pero se
mueven juntos. Y aun más, hay una voz desde el trono y esa voz
gobierna todo el movimiento. Esas ruedas sobre la tierra son
gobernadas por la voz del trono. Así, mis hermanos, cuando
nuestro Señor ascendió al trono, derramó el Espíritu Santo.
Los seres vivientes realmente son seres creados según el propósito
original de Dios; están de acuerdo con su voluntad. Y es
por eso que nosotros fuimos redimidos. Después de redimidos,
somos como representados por esas criaturas. Después que la
iglesia fue redimida, llegamos a ser una nueva creación, y llegamos
a ser el soporte del cielo. La iglesia aún está sobre la tierra,
pero dondequiera que ella va o donde ella esté, siempre trae el
trono del cielo a todo lugar.
Cuando nuestro Señor abrió el libro, hubo siete sellos, siete
trompetas y siete copas. Después de los siete sellos sabemos que
saldrán cuatro caballos y muchos eventos terrenales pasarán hasta
el retorno del Señor. Recuerde que los siete sellos dependen de
la apertura del libro. Ellos son gobernados por el trono. Todos
esos caballos y eventos son como esas ruedas. Por una parte, a
través de la iglesia; por otro lado, Dios mismo conmueve todo el
universo y entonces vienen los caballos y las bestias, y así sucesivamente.
Hermanos, nuestro Dios todavía tiene el control. A veces, no
entendemos a Bin Laden o a George Bush, pero recordemos que
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todo lo que sucede depende del trono, porque nuestro Señor Jesús
ya ha ascendido al cielo y cuando él abre el libro, entonces
todo se mueve. De esta manera, el propósito de Dios será cumplido.
Así que el libro completo de Apocalipsis es sobre el trono
de Dios en movimiento. Los siete sellos, las siete trompetas y las
siete copas nos dicen simplemente que las cuatro ruedas están
girando. Pero gracias a Dios, es todo con un propósito: para que
finalmente la nueva Jerusalén descienda del cielo.
El trono hoy está en el cielo, pero un día descenderá sobre
esta tierra. Entonces estará el cielo en la tierra; el trono en movimiento.
Finalmente, al ver la nueva Jerusalén, ella será la gloria
de Dios. Todo será transparente, con piedras preciosas, y ahora
sabemos lo que es la gloria. Si usted quiere ver la gloria, es la
nueva Jerusalén. Así que, gracias a Dios, ésta es la visión celestial
que le fue dada a Juan.
Que el Señor, por medio del libro de Apocalipsis, hable a
nuestros corazones.
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EN TORNO A LA VISIÓN CELESTIAL
Hoseah Wu
Jonathan Pong
Gino Iafrancesco
Claudio Pereira
Roberto Sáez
Rodrigo Abarca
Rubén Chacón
Eliseo Apablaza
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VISIÓN Y NUEVA CREACIÓN
Hoseah Wu
Lecturas: Ap. 21:5, Is. 43:18-21, Mr. 2:21-22, 2ª Cor. 5:17, Gál. 6:15.
Mi carga es compartir cómo esta nueva creación que
Dios busca puede manifestarse plenamente en su pueblo.
Cuando Dios habla, tiene un propósito en mente,
tiene algo en su corazón que quiere realizar totalmente. Dios
nunca habla palabras vacías; su palabra es verdad, su palabra
tiene sustancia, tiene poder, tiene la capacidad de ejecutar lo que
él quiere.
El tema de esta conferencia es ‘la visión celestial’, así que
todos los participantes han mencionado esta importante cosa, la
visión celestial. A menos que seamos asidos por esta visión celestial,
nuestra vida no tendrá ningún significado, no tendremos
dirección, estaremos a la deriva, y no tendremos idea alguna
acerca de lo que Dios realmente persigue. Nuestro servicio cristiano
no tendrá ninguna dirección. Hemos oído de nuestros hermanos,
que cuando Pablo fue cogido por la visión celestial, su
vida cambió drásticamente, y de allí en adelante, su ministerio y
su vida entera fue gobernada y controlada por esa única visión
celestial.
Si somos capturados por esa visión celestial, hermanos y hermanas,
algo tremendo va a ocurrir en lo profundo de nuestro ser.
Cuando nosotros no sólo vemos esa visión, sino que esa visión
realmente nos ha cogido, hay un sentimiento de urgencia. Cuando
somos cazados por esta visión, el Espíritu Santo nos da un
sentimiento de urgencia. Aunque Dios es muy paciente y conoce
nuestras debilidades, él sabe cuán lentos somos para respon96
der a esa visión; él entiende todo eso y es muy paciente con
nosotros. Sin embargo, de nuestra parte, deberíamos tener un
sentimiento de urgencia porque sólo tenemos una vida tan corta,
y ella no es sino para que la visión se cumpla en nosotros. Hermanos
y hermanas, si en estos días somos asidos por la visión
celestial, el Espíritu Santo nos dará un sentimiento de urgencia
real.
Hay un principio que quiero compartir con ustedes, y este
principio ha llegado a ser muy importante para mí, porque yo no
soy tan joven como algunos de ustedes, hermanos y hermanas, y
hay urgencia de tiempo. A través de las Escrituras, particularmente
a través de los escritos de Pablo, si estudiamos Efesios,
vemos lo que Dios se ha determinado en el pasado, lo que en la
eternidad pasada se ha propuesto afianzar. Eso que él quiso asegurar
para sí mismo a través de toda la eternidad. Lo que él quiere
para la eternidad futura tiene que ser asegurado ahora.
Es por ello que esta dispensación es llamada la dispensación
de la gracia, la dispensación del Espíritu Santo, la dispensación
de la iglesia. Hermanos y hermanas, en la edificación de la iglesia,
Dios quiere involucrarnos. Dios no es pasivo. Cuando él nos
revela su visión, él persigue algo para sí mismo, y él quiere
involucrarnos en esta cosa gloriosa que él busca para sí mismo.
Esa es la obra de la gracia, es el trabajo del Espíritu Santo, y es
por eso que nos ha sido dado el Espíritu Santo, para que él realice
y perfeccione esa obra en todos nosotros.
Necesidad de expresar la nueva creación
Así que, hermanos y hermanas, me gustaría sólo compartir
unos pocos ejemplos que encontramos en el evangelio de Juan.
Cómo podemos permitir que la nueva creación sea una realidad
en nuestras vidas. Nosotros sabemos que la nueva creación es
Cristo. Cristo es nuestra nueva creación. Cristo es la nueva creación
de Dios. En Cristo, Dios encuentra su plena satisfacción, y
ahora él está invitándonos a venir a lo mejor de él. Hermanos,
¿cómo vamos a permitir que esa creación sea realidad con nosotros
como su pueblo? La iglesia debe ser la expresión de esa
nueva creación, porque Cristo es la cabeza de esa nueva creación
y lo que es verdad acerca de la cabeza también debe ser
verdad en relación al cuerpo. Nosotros debemos aprender que, a
97
fin de que esa nueva creación se vuelva una realidad, tenemos
que abandonar lo viejo. Ahora, hermanos y hermanas, eso es
una cosa muy drástica para nosotros.
En los Estados Unidos, tenemos un refrán: «El zapato viejo
siempre es más confortable». ¿Conocen eso? A veces, cuando
uno se compra zapatos nuevos, es difícil acostumbrarse a ellos.
Ahora, hermanos y hermanas, uno de los fenómenos comunes
entre la gente del mundo es que ellos aman mirar hacia el pasado.
Nosotros, los chinos, miramos atrás, a una larga historia, y
nuestro orgullo es que nuestra historia es casi tan larga como la
de los israelitas. Tenemos una historia de más de cuatro mil años.
Ese es nuestro orgullo. Pero, hermanos y hermanas, si ustedes
miran atrás, aunque en la historia haya un registro glorioso, cuando
usted realmente mira atrás, ¿qué ve realmente? Si usted quiere
ser amable con la cultura china, dirá que cuando mira al pasado
ve una ruina gloriosa. Era gloria, pero esa gloria está hoy en
ruinas. No tenemos nada por delante, pero si miramos atrás, y
sólo encontramos ruinas.
Ustedes, hermanos y hermanas en América del Sur, aprecian
el ministerio del hermano Christian Chen, y dan gracias a Dios
por nuestro hermano. Yo hice un par de viajes con nuestro hermano
a Turquía, a las siete iglesias en Asia. Visitamos Filipos,
Éfeso y todas las otras iglesias. En las Escrituras, Éfeso es una
iglesia gloriosa, porque la iglesia es el cuerpo de Cristo, pero si
usted va allí, a esa ubicación geográfica, ¿qué ve? Sólo ruinas.
Ahora, ¿qué nos quiere enseñar el Espíritu Santo? Esos verdaderos
valores espirituales están inadvertidos y todavía son reales.
Cristo en nuestro medio, aunque no lo vemos, es una realidad
espiritual. Usted no puede verlo con los ojos físicos; sin embargo,
lo vemos con nuestros ojos espirituales, y damos gracias a
Dios por su presencia con nosotros en estos días. Es una bendición
estar juntos y estar en Su presencia. Yo digo que éste es el
cielo en la tierra.
Lo que el Señor busca es una realidad espiritual. La primera
lección que debemos aprender es que antes de que lo nuevo llegue
a ser una realidad, tenemos que abandonar lo viejo. Eso es
lo más difícil de hacer y, por eso, lo que no podemos por nosotros
mismos, Cristo lo ha hecho por nosotros. En la cruz, él anuló
a una raza humana que nunca podría satisfacer su corazón. En
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su resurrección, él aseguró una raza en Cristo, que puede satisfacer
totalmente el corazón del Padre. Lo que nosotros no podíamos,
él lo concluyó por nosotros; él nos abrió una puerta. Las
cosas viejas pasaron, y todas han sido hechas nuevas ahora en
Cristo Jesús. Gracias a Dios por esa realidad. Esa es la realidad
que el Señor Jesús ha logrado para nosotros.
Quiero compartir un poco acerca de lo que nosotros podemos
experimentar. Comprender la verdad es bueno, pero si la
verdad sigue siendo verdad objetiva no puede ser vida en nosotros.
Así que necesitamos la verdad, pero necesitamos la luz de
esa verdad y necesitamos la vida para experimentar esa verdad.
Ahora vamos al evangelio de Juan. Vamos a usar algunas señales
que encontramos en el evangelio de Juan y compartir algunas
lecciones que debemos aprender antes de que la nueva creación
pueda ser realidad en nosotros.
En Juan capítulo 2, miraremos primero el versículo 10. Al
leer a través de la Biblia, a veces prestamos atención a las grandes
palabras, palabras que tienen peso real. Hemos oído muchas
grandes palabras en esta Conferencia. La expresión ‘la
visión celestial ‘, ¡vaya si es una palabra grande! He oído a
nuestro hermano de Colombia hablar de ‘la supremacía de Cristo’.
¡Qué tremendo! Y, ¿qué hay acerca de nuestra experiencia?
¿Cómo puede ser eso real con nosotros? Esta mañana oímos
compartir acerca de que Dios debe ser satisfecho primero y
cuando él está verdaderamente satisfecho, entonces nosotros
somos satisfechos.
Ese orden nunca puede invertirse y, cuando así sucede, estamos
en un gran problema. Así que Dios es primero, él debe ser
supremo y todos sus derechos deben ser restaurados totalmente.
Cuando se restauran todos sus derechos y autoridad, entonces
todo está bien. Cuando su autoridad y su derecho están sobre
nosotros todo está bien. Siempre que su derecho y autoridad son
violados, habrá caos, muerte y tinieblas. Ahora miremos este
versículo. Hay un par de palabras muy insignificantes, comunes,
pero son claves en toda la verdad. Así que no miremos las
grandes cosas ignorando las pequeñas, porque a los ojos de Dios,
sean grandes o pequeñas, son las palabras de Dios y son todas
importantes.
99
Dios ofrece el mejor vino
Veamos el versículo 10. La escena es en Caná, y esta es la
primera señal registrada para nosotros en el evangelio de Juan:
«Y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya
han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el
buen vino hasta ahora». Ahora, hermanos y hermanas, el Señor
desea que nosotros tengamos el buen vino, que es su corazón, lo
mejor de él, y él no se reservará nada. «¿Tú has reservado este
buen vino hasta ahora? ¿Para qué lo estás guardando, para ti
mismo?». No, no, para nosotros.
Pero, hermanos, lamentablemente no estamos en condición
de recibirlo todavía, así que el Señor lo guarda para nosotros
hasta el tiempo correcto, en que él pueda decir: «Ahora pueden
tomarlo». Hermanos y hermanas, Dios tiene todas las ricas bendiciones
con las que él quiere bendecirnos. Su opción es dar, y
su gozo es dar todo lo suyo –él no se reservará nada. Pero, a
veces, se detiene hasta que estemos preparados para ello; porque
las cosas de Dios son muy valiosas para él. Él no malgasta las
cosas preciosas: quiere asegurarse que aquellos que las reciban,
las aprecien y sepan lo que están recibiendo. Por eso, el maestresala
dice: «Tú has reservado el buen vino hasta ahora».
Ahora, ¿cuál es la clave para que recibamos ese vino nuevo?
Hermanos y hermanas, estoy seguro que muchos de ustedes han
encontrado esa llave. Fue lo que María la madre de Jesús descubrió
en la fiesta de bodas, porque ella vino a Jesús y le dijo que
ellos no tenían vino. Mientras aún tengamos nuestro propio vino
viejo, no gustaremos nunca el buen vino que Dios da. ¿Hemos
llegado ya a ese momento en que no tenemos vino? Nada en este
mundo puede satisfacernos, nada en el mundo religioso puede
satisfacernos.
Nosotros buscamos una vez la satisfacción en el mundo religioso,
pero fallamos. Muchos de nosotros resolvimos ese problema
rápidamente: «Él me falló, lo rechazaré, no lo buscaré de
nuevo». Y cuando rechazamos lo viejo, que nos falló, descubrimos
lo nuevo en Cristo Jesús. Hermanos, esto no es sólo una
vez, sino una experiencia continua, y es por eso que el ministerio
del Espíritu Santo siempre debe estar fresco, viviente. Las
cosas que se nos dieron nuevas en el pasado, no pueden ser nuevas
hoy. Dios siempre tiene algo nuevo, algo más, para nosotros.
100
Cuando yo compartía con algunos de los hermanos locales,
juntos en el hotel, mi corazón saltó de alegría al ver lo que el
Señor está haciendo no sólo exteriormente sino en muchos corazones,
y al oír el testimonio de cómo ustedes, en esta parte del
mundo, han sido ayudados por los ministerios de los hermanos
Watchman Nee y Austin-Sparks.
Ahora esto sé, porque pude conocer un poco al hermano
Sparks. Un hermano que no lo conocía bien, se acercó a otro
hermano que sí le conocía muy bien, y le dijo: «¿Puedes escribir
para mí unas páginas sobre la singularidad del hermano Sparks?
¿Cuál es la cualidad única que caracteriza la vida de nuestro
hermano?». Después de algunas semanas de meditación, él llegó
a una conclusión, y le dijo que el hermano Sparks tenía sólo
una cualidad: su búsqueda de Dios. «Dios es muy grande, él está
más allá de mí y yo debo seguirlo». Eso marcó su vida, y esa era
también la vida de Pablo. Él dijo: «Yo olvido todo lo que está
atrás, y prosigo».
Hermanos y hermanas, esa debe ser nuestra pasión. Las
inescrutables riquezas de Cristo necesitan que todos nosotros lo
busquemos. Él nos quiere a todos juntos para descubrir la plenitud
de Cristo, y su llenura se relaciona con su gloria. Cuando su
plenitud se expresa totalmente, eso es su gloria.
Ahora, hermanos y hermanas, ¿cómo está su provisión de
vino? ¿Tiene usted todavía su propio vino? ¿Está ofreciéndole
el mundo todavía algo de su vino? ¿Está ofreciéndole el mundo
religioso todavía un poco de vino? Si todavía buscamos ese tipo
de satisfacción, no vamos a descubrir lo óptimo que Dios quiere
darnos. Que nos falte pronto el vino que ofrece el mundo religioso.
Si nos falta, no regresemos de nuevo. Dejemos pasar lo
viejo para poder descubrir lo nuevo. Porque esta frase que leímos:
«Tú has reservado el buen vino hasta ahora», puede no ser
verdad con nosotros. Que el Señor no tenga que esperar, y nos
encuentre listos para el vino nuevo. El Señor está haciendo una
cosa nueva. Gracias a Dios. Miremos hacia adelante.
Las Olimpiadas en Atenas fueron muy emocionantes. Felicitaciones
a los chilenos, sus tenistas ganaron medallas de oro. Yo
estaba leyendo un calendario devocional cristiano, y un entrenador
de carreras decía que lo primero que un corredor debe tener
presente es nunca mirar atrás. «Si miras atrás, estás perdido».
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Hoy día, la manera de medir el tiempo en una carrera es en fracciones
de segundo. Así que él dice: «No mires atrás; en el momento
en que lo haces, estás descalificado. Entonces, ¿qué debes
hacer? Debes mirar a la línea de llegada». Esta es nuestra
meta: lo mejor de Dios. Dios mismo es nuestra recompensa.
Hermanos y hermanas, alabado sea Dios, porque él no mantendrá
su vino lejos de nosotros. Él está esperando oírnos decir:
«Yo no tengo vino, yo quiero el mejor». Él está esperando por
ese clamor de nuestros corazones: «No hay vino. Tú tienes el
mejor».
Costo y alcances de la visión espiritual
Vamos a otra señal. El capítulo 9 del evangelio de Juan, habla
sobre el hombre ciego de nacimiento. Veamos el versículo 32.
Estas son las palabras de un hombre que nació ciego y recibió la
vista. Esta señal es muy diferente. Este hombre nació ciego. Así
es nuestra verdadera condición espiritual. En el caso de este hombre,
no era que sus ojos estuvieran enfermos, o que sus ojos
hubieran sido dañados, sino que él no tenía visión desde su nacimiento.
La razón por la cual recibió la vista, fue un acto creador,
soberano, de Dios. Fue algo que nunca estuvo allí y que él recibió.
Ahora, ¿quién puede hacer eso? Sólo Dios el Creador. Este
hombre comprendió eso.
Ahora leamos el versículo 32: «Desde el principio, no se ha
oído decir que ninguno abriese los ojos a uno que nació ciego».
Ese es un versículo poderoso. Hermanos y hermanas, ¿qué es lo
nuevo? Puedo darles un ejemplo. Esta es mi primera vez en su
país, de tal manera que todo es nuevo para mí; es la primera vez
que estoy con ustedes, así que todos ustedes son nuevos para mí.
Pero para los chilenos, no es nuevo, es antiguo. Ustedes han
estado aquí todo el tiempo y conocen todo por muchos años. Así
que, a nivel humano, lo nuevo es relativo. Lo que es nuevo para
mí, es viejo para ustedes, y lo que es nuevo para ustedes puede
ser viejo para mí.
Entonces, ¿cuál es la definición de novedad espiritual? ¿Qué
es lo nuevo? «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido
en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los
que le aman» (1ª Corintios 2:9, también es una cita de Isaías 64).
Hermanos y hermanas, esto es lo nuevo. En nuestra Conferencia
102
de junio pasado en Richmond, dijimos que este versículo habla
de la iglesia. Lo que ojo no vio, ni oído oyó, lo que nunca ha
subido en la mente del hombre, es la nueva creación, que es
Cristo, que es su cuerpo, la iglesia. ¡Cómo necesitamos tener
una mente renovada, una mente espiritual para discernir las cosas
espirituales! Así que este hombre ciego dice: «Desde que el
mundo existe, lo que a mí me sucedió nunca había pasado».
Ahora hermanos y hermanas, si nosotros hemos recibido alguna
vista espiritual, es obra de Dios, es la misericordia de Dios;
porque todos éramos espiritualmente ciegos. Nuestra capacidad
de ver espiritualmente es cero, pero si se nos ha dado vista espiritual,
es un acto creador de Dios, es su obra. Es como en la
creación, cuando Dios dijo: «Haya luz», y fue la luz; nosotros
no tuvimos ninguna contribución. Todo es por su misericordia,
por su obra.
Pero permítanme ir más allá. Cuando se nos ha dado vista
espiritual, llegamos a ser objeto de controversia. La gente dice:
«¿Dónde conseguiste eso?». A usted se le ha dado vista espiritual
para ver algo, y la gente dice: «¿Cómo lo lograste?». ¿Ven
lo que estoy diciendo? Esto ha creado muchos problemas en el
mundo religioso. Cuando aquel hombre recibió la vista, creó
muchos problemas a los fariseos. Decían: «¿Es éste el mismo
hombre? Se parece a él». Pero él decía: «Yo soy», y ellos no lo
creían, pues era algo de lo que nunca habían oído, algo que Dios
había hecho. La gente no puede entenderlo, ellos se confunden.
«¿Dónde conseguiste eso? Tú tienes la misma Biblia, ¿cómo yo
no veo lo mismo? ¿Cómo puedes ver más de lo que yo veo?».
He aquí una historia real. Un hermano americano fue a Honor
Oak para oír el ministerio del hermano Sparks, y después de
que éste compartió, el hermano americano dijo a un creyente
local: «Dígame, ¿qué versión de la Biblia usa el hermano Sparks?
¿Cómo tiene él las notas al pie de página que yo no tengo en mi
Biblia? ¿Dónde consiguió todo eso?». Lo que quiero decir es
que hay un costo cuando se nos da visión espiritual. ¿Estamos
considerando nosotros ese costo? Porque cuando aquel hombre
recibió la vista, fue expulsado de la sinagoga. Hermanos y hermanas,
recibir visión espiritual tiene un costo.
La visión espiritual no es barata, es costosa. Es dada a aquellos
que se comprometen con Dios. Piense en eso. Es fácil oír,
103
pero es costoso obedecer. Hermanos y hermanas, piensen en eso.
Cuando el hermano Sparks vio la iglesia como el cuerpo de Cristo,
Cristo como la cabeza viva, y cuando vio que la obra de la cruz
es necesaria para la iglesia, comentó con otro hermano muy cercano:
«Cuando recibí esa visión, toda Inglaterra se volvió contra
mí».
Hermanos y hermanas, recuerden: la visión no es barata; les
costará su propia vida. Pero hermanos y hermanas, vale la pena,
porque ésa es la única forma en que Dios puede lograr lo que
quiere conseguir para sí mismo. Esta es la vía en la cual la creación
puede ser una realidad con nosotros. Es caro para la iglesia
ser una iglesia real como Dios la desea tener. Necesitamos considerar
el costo; pero, hermanos y hermanas, tengo que decirles
cuál es su precio. Ese es el único camino al corazón de Dios.
¡Gracias a Dios!
La respuesta de Dios a la muerte es la resurrección
Por último, veamos Juan capítulo 11. Pero primero quiero
mostrarles cómo tratamos de guardar lo viejo. A veces, por ser
amables con nuestro hermano, somos poco sabios. Queriendo
mostrarle amor y simpatía, ayudamos a que él retenga lo viejo.
Inconscientemente, a menudo hacemos eso con nuestros hermanos
y hermanas. Mostramos nuestra simpatía en un nivel humano;
pero ignoramos el corazón de Dios. Este versículo me impactó
recientemente, Juan 11:37. Suena correcto, parece lógico; pero
una cosa puede sonar correcta y lógica, y estar totalmente equivocada.
«Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los
ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?».
Usted sabe que librar a alguien de la muerte es una gran cosa a
nivel humano. Hay una hermana que vino hace algunos años a
nuestra comunión y cuando recién llegó, ella dijo: «¿Por qué
Dios permitió a Jesús morir en una cruz siendo tan joven, sólo a
los treinta y tres años? ¿Por qué no le permitió vivir mucho más
tiempo para que hiciera una obra mayor? ¿Por qué tenía que
morir tan temprano?». A ella le parecía muy lógico. «¿Por qué
morir innecesariamente antes del tiempo correcto?». Ése es razonamiento
humano y, ¿cómo entra el raciocinio humano en la
voluntad de Dios?
104
Hermanos y hermanas, el versículo: «¿No podía éste, que
abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no
muriera?», parece muy lógico. ¿Pero es este el camino de Dios?
No, el camino de Dios está más allá de nuestro entendimiento.
Dios nunca razona con nosotros, él sólo nos pide que obedezcamos.
Sólo él sabe lo que es verdaderamente bueno; nosotros no
lo sabemos. La caída del hombre lejos de Dios es porque nosotros
queremos saber lo que es bueno y lo que es malo. Lo bueno
y lo malo está en la providencia de Dios. Nosotros estamos para
buscarlo y depender de lo que él nos diga que es bueno y malo
ante sus ojos. Hermanos y hermanas, nosotros no sabemos lo
que realmente es bueno, sólo Dios lo sabe. Así que el Señor
Jesús retrasó su viaje a Betania y esperó hasta que Lázaro estuviera
realmente muerto. Sin muerte, nunca experimentaremos el
poder de la resurrección. «El que guarda su vida la perderá, y el
que pierda su vida por mi causa, la ganará».
Esa no es lógica humana, pero ese es el camino de la vida.
Así que el Señor esperó hasta el cuarto día y dijo: «¿Dónde le
pusisteis?». Ellos lo llevaron al lugar y el Señor dijo: «Quitad la
piedra». Y Marta estaba tan nerviosa, que dijo: «Hiede ya, porque
es de cuatro días; él está más allá de toda esperanza». Se
dice en la tradición judía que si una persona ha estado muerta
por tres días, hay una posibilidad de que reviva, pero al cuarto
día ya no hay posibilidad alguna de reavivarla. Pero entonces el
Señor entra en escena y Lázaro es resucitado de los muertos.
Ahora hermanos y hermanas, cuando Marta dijo: «Señor, ya
hiede, él ha estado allí cuatro días; lo que es natural, es natural;
lo que es natural perece. Tú no puedes revertir eso». Pero gracias
a Dios, el Señor dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la
gloria de Dios?» (Juan 11: 40).
Ahora, ¿qué es la gloria? La vida que sale de la muerte es la
gloria y por eso la iglesia es una iglesia gloriosa, porque la vida
que poseemos es una vida que salió de la muerte. Esa es la iglesia,
es Cristo nuestra vida. Hermanos y hermanas, gracias a Dios,
para nosotros la muerte no es el fin. La respuesta de Dios a la
muerte es siempre la resurrección, y la iglesia es la respuesta a la
muerte, porque nuestra cabeza es el glorioso Señor Jesús resucitado,
y la respuesta al mundo es: «Cristo es mi vida», la vida de
Cristo resucitado.
105
Firmes en medio de la conmoción
Finalmente, para animarles, hermanos y hermanas, aquí en
América del Sur, todo lo que Dios está obrando en nosotros como
creyentes, corporativamente, en la iglesia, está más allá de nosotros,
todo es su obra. Ustedes descubrirán que estamos rodeados
por la amenaza de muerte pero vivimos por el poder de la resurrección.
Si no hay muerte, no hay vida de resurrección y, hermanos,
la iglesia debe atreverse a encarar la muerte porque nosotros
tenemos Su vida, la vida de resurrección y nuestra Cabeza
está en la gloria.
Ahora, hermanos y hermanas, hay días difíciles delante nuestro.
Estamos viviendo días de gran conmoción; pero, gracias a
Dios, estamos firmes sobre una Roca sólida: Cristo, su muerte,
su resurrección, su ascensión, glorificación y exaltación. Ese es
nuestro firme fundamento, y somos inconmovibles por causa de
Cristo. Él es nuestra nueva creación y gracias a Dios por eso.
Finalmente hermanos y hermanas, capturar la visión celestial,
hacer real esa visión, tiene un precio. ¿Estamos preparados
para eso? ¿Diremos: «No el vino, sino el Señor es mi gozo y mi
satisfacción»? Cuando hemos recibido esa visión espiritual y las
personas nos miran como realmente extraños para el mundo –y
lo somos–, lo que nos separa del mundo es nuestra visión.
Lo que nos señala como verdaderos cristianos y verdaderos
creyentes es nuestra visión. Tiene un costo, pero merece la pena,
y gracias a Dios, si Cristo es con nosotros, ¿quién contra nosotros?
Si Cristo es nuestra justificación, ¿quién puede condenarnos?
Y gracias a Dios, aquellos a quienes él ama, los amará hasta
el fin. Hermanos y hermanas, gracias a Dios por lo que él está
haciendo y que podamos asirnos a él. Me alegro mucho de poder
estar con ustedes, hermanos y hermanas, en estos días.
Lo que Dios está haciendo en los Estados Unidos, en China y
en muchos lugares, no está separado de lo que él está haciendo
con ustedes. ¡Nosotros somos uno! La gloria de ustedes será nuestra
gloria, su victoria será nuestra victoria. El Señor nos ayude. Desafortunadamente,
si somos derrotados, también nos afectamos unos
a otros, así que seamos fuertes en el Señor, estando firmes en un
Espíritu, porque Cristo es nuestra victoria. ¡A él sea toda la gloria!
Nosotros somos uno y nada prevalecerá en contra nuestra, porque
nuestro Cristo es un Rey victorioso. ¡Toda la gloria a Él!
106
107
PROBADA POR FUEGO
Jonathan Pong
Lecturas: Apocalipsis 7:9-14. Salmo 66:10-12. Malaquías 3:2-4.
Gracias al Señor por este encuentro. El tema de la conferencia
es ‘la visión celestial’. En el primer mensaje,
nuestro hermano (Christian) compartió desde tres ángulos
diferentes: la visión de Pablo, la visión de Pedro y la visión
de Juan. Desde diferentes ángulos podemos tener un cuadro
completo de la visión celestial. Quisiera usar lo que ya hemos
leído acerca de la segunda visión de Juan en la isla de Patmos.
Quiero compartir a través de esta visión algo que Dios ha hecho
en la iglesia en China, así que espero por la gracia de Dios tener
tiempo para compartir lo que el Señor ha puesto en mi corazón.
En el libro de Apocalipsis hay ocho visiones dadas al apóstol
Juan, y nuestro hermano compartió sobre la primera visión. Me
gustaría tocar brevemente la segunda visión.
Probados por el fuego
La segunda es una gran visión que empieza con el trono,
aquel que está sentado en el trono y el único que es digno de
tomar el libro de manos del Padre. En el capítulo 7, la visión se
extiende desde el trono al Cordero y luego a las personas alrededor
del trono. Es la primera vez en este libro donde vemos personas
ante el trono. Juan nos dice que hay una multitud que
nadie puede contar, con vestiduras blancas, de toda nación, pueblo
y tribu y lengua, de pie ante el trono.
Esta mañana, cuando yo entré a esta sala, oí los himnos con
que ustedes alababan al Señor, y tuve una sensación de esta vi108
sión: de todas las naciones, tribus y lenguas con sólo un centro:
Dios en el trono y su Hijo el Cordero. Realmente siento que algo
del cielo está en la tierra, y esto es saborear un poco lo que ha de
venir. Somos sólo unos centenares aquí, pero allá seremos multitudes,
nadie sabe cuál su número. Incluso puedo imaginar que
cuando estemos en el cielo algún día, el coro más bonito será el de
los latinos, porque ustedes realmente saben cantar. El canto realmente
conmueve mi cuerpo entero, toca mi corazón y yo tengo
que llorar. Y en esta visión Juan vio eso. ¡Qué gloriosa escena!
Fue hecha la pregunta: «¿Quiénes son ésos de vestiduras blancas?
». Juan dijo: «Señor, tú lo sabes». Y el ángel contestó: «Estos
son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado
sus túnicas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero»
(vers. 14). Así que la primera característica descrita por el ángel
acerca de esa multitud es que ellos salieron de la gran tribulación.
En otras palabras, estas personas han sido probadas por
fuego y son los vencedores. Porque ellos han vencido, han recibido
esta recompensa del Señor y son arrebatados ante el trono.
Sus vidas han sido probadas.
Yo escogí las otras dos escrituras, una en el Salmo 66 y otra
en Malaquías 3. Todos los santos en el Antiguo Testamento tuvieron
el mismo testimonio. Somos justificados por la sangre,
esta justificación por la fe es gratuita. No necesitamos hacer nada,
por la gracia de Dios, somos salvos gratuitamente, y damos gracias
a Dios por eso. Pero ese es apenas el principio. El Señor nos
llamó fuera de este mundo, él pagó el precio más alto por cada
uno de nosotros y él está guiándonos por un camino. Este camino
tiene una meta y esa meta es el trono. Así que de aquí a allá
hay una senda por recorrer, pero este camino de entrada a Cristo
es la senda estrecha.
Pienso que hoy muchos cristianos tienen una confusión. Usaré
una analogía. En la escuela dominical, el maestro compartió una
historia con los niños, en el evangelio de Lucas, acerca de un
hombre rico y un mendigo llamado Lázaro. Un día, ambos murieron
y se encontraron en la otra vida, pero había una gran sima
entre ellos que les separaba. El mendigo está en el seno de
Abraham, muy cómodo, muy feliz. Pero en el otro lado, donde
está el rico, es un lugar caluroso. No es el infierno, pero es muy
caluroso. Todos sabemos esta historia por el propio Jesús.
109
Después de la historia, el maestro les preguntó a los niños:
«¿Cuál de ellos te gustaría ser?». Todos se miraron y levantaron
sus manos: «¡Yo sé, yo sé!». Así que el maestro le preguntó a
uno: «Dilo, por favor». El pequeño se puso en pie y dijo: «Mientras
esté vivo, quiero ser el hombre rico, y cuando me muera,
quiero ser como el mendigo». ¡Qué inteligente! Yo pienso que,
de algún modo, todos tenemos el mismo deseo. Cuando estamos
viviendo en la tierra, tratamos de ser ricos, y cuando dejamos
esta tierra quisiéramos ser como el mendigo Lázaro. Así
ganamos ambos beneficios, el terrenal y el celestial. Éste es nuestro
deseo, pero no podemos tener ambos.
En esta visión, todos los vencedores estaban delante el trono.
La primera calificación era que ellos habían pasado por la gran
tribulacion. Fueron probados por el fuego. El Salmo 66 dice:
«Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina
la plata». Este fuego refinador es una analogía para describir la
vida cristiana. Cuando somos salvados, tenemos una mezcla.
Tenemos la vida divina que entra en nuestro ser –llamamos a
eso nacer de nuevo–, cuando recibimos la vida de Cristo; pero al
mismo tiempo, aún tenemos la vieja vida del yo, y esta vida
tiene que pasar por un proceso, el fuego refinador, para ser purificada.
Ese es el propósito por el cual Dios está obrando ahora
mismo.
Para el salmista, en el comienzo, cuando él pasó por el fuego,
no podía entenderlo. Estaba confundido. «¿Por qué? Se supone
que yo soy bendecido por el Señor». Al contrario: «Nos metiste
en la red». Estaban viviendo como prisioneros. También averiguó
que otras personas tenían cargas sobre sus espaldas. En otras
palabras, eran esclavos, bajo dura persecución: «Hiciste cabalgar
hombres sobre nuestra cabeza». Él resume todas estas duras
experiencias en dos palabras: fuego y agua; a veces muy caliente
como el fuego; otras, frío como el agua.
La experiencia tiene tal contraste de un extremo a otro, y
cuando pasamos por estos procesos, a veces nos confundimos,
porque pensábamos que seríamos muy bendecidos. Pero, cuanto
más caminamos con el Señor, tendremos muchas sorpresas.
La razón por la cual somos sorprendidos es porque no estamos
preparados psicológicamente, pero al estudiar la Palabra cuidadosamente,
con la mente despejada, vemos que la Biblia ya nos
110
ha revelado estos secretos.
En Malaquías, el texto que hemos leído, se comparte la misma
experiencia. Dios es fuego purificador y él está afinando a
sus levitas. Nosotros somos sus levitas, tenemos el privilegio de
servir a nuestro Dios, pero estamos tan confundidos. Estamos
limitados por nuestra carne y para servir a Dios, nuestra carne
tiene que ser abatida. Pero no nos gusta eso, no es cómodo, está
lleno de lágrimas y dolor. Un día averiguaremos que ese es el
camino que Dios diseñó para cada uno, y nosotros pasaremos
por él de una u otra forma.
Testimonio de la obra de Dios en China
Yo fui salvo en 1961. Tenía dieciséis años y vivía en Taipei,
Taiwán. Los primeros diez años de mi vida cristiana estuve en
Taiwán, hasta 1971 cuando fui a Estados Unidos como estudiante
graduado y ese mismo año me casé con mi esposa. Fui a
una universidad en Carolina del Norte y recuerdo muy claramente,
era agosto de 1971. A principios de septiembre, un fin de
semana, hubo una pequeña reunión en casa de un hermano, con
muchas personas.
Ese día, el anfitrión inició la reunión diciendo: «Hoy tenemos
un orador especial desde Nueva York, llamado Stephen
Kaung». Yo no sabía quién era Stephen Kaung, sólo conocía el
nombre chino, no el nombre inglés. Cuando el dueño de casa
presentó al hermano Kaung, éste se puso en pie y yo dije: «Ah,
yo lo conozco», y comenté con mi esposa: «Su nombre no es
Stephen Kaung, sino Chiang Sho Dao, o algo así. Ese es el nombre
chino». Porque cuando yo estudiaba en la escuela secundaria
en Taipei, aproximadamente en 1964, el hermano Kaung había
visitado Taipei desde Nueva York y habló sobre los ‘cánticos
graduales’ en la asamblea de Taipei.
En ese momento yo era un estudiante de secundaria y mi
impresión allí fue: «Oh, su Biblia es diferente de mi Biblia. Él
estudia la Biblia y yo leo la Biblia, pero de algún modo su versión
es diferente de la mía. Cuando él comparte, toda la Biblia
está llena de luz; pero cuando yo leo, no veo mucho». Así fue
como yo lo encontré en esos años tempranos. Fui muy afortunado
desde 1971 en adelante, por tener el privilegio de oír las enseñanzas
del hermano Kaung.
111
En 1992, después de dieciséis años de servicio en una compañía
americana, renuncié a mi trabajo y asumí como obrero a
tiempo completo. Por una parte, sirvo en nuestra congregación,
y por otro lado el Señor me puso en un ministerio muy especial
en China. Ahora les diré cómo estoy involucrado con China hoy
y la razón para ello. Desde 1992 hasta ahora, he tenido el privilegio
de ir allí tres veces al año y visitar iglesias en las casas en
toda China.
Tengo comunión con muchos cristianos diferentes en China.
Con este fin, el Señor me ha preparado cerca de diez años para
este ministerio. Durante la fase de preparación, desde 1982 a
1992, adquirí un gran conocimiento en relación a China; por
una parte debido a mi trabajo en una compañía americana, y por
otro lado, por el privilegio de reunirme con hermanos y hermanas
chinos. A través de ese contacto y testimonio, tuve una mejor
comprensión de lo que Dios estaba haciendo en China.
Yo nací en Taiwán y tenía muy pocos contactos cristianos en
China continental. Pero debido a esos diez años de inusual preparación,
llegué a saber mucho de ellos. Entonces conocí lo que
había sucedido con esos cristianos durante los últimos cincuenta
años. Cuando yo estaba en Taiwán, oíamos hablar mucho de los
chinos y su gobierno comunista. Muchos conocen acerca del
presidente Mao. Él gobernó China durante treinta años y, durante
ese tiempo, el período más conocido es llamado ‘la revolución
cultural’.
Eso fue de 1966 a 1976, y muchos cristianos sufrieron enormemente.
Por supuesto, al estudiar toda la historia, desde que
Mao tomó el poder en 1949 hasta su muerte, esos treinta años,
usted sabrá que el gobierno tuvo una serie de tácticas para eliminar
a los cristianos, y ellos lo hicieron muy sistemáticamente.
Muchos cristianos estuvieron bajo gran presión para apostatar
de la fe, o ser perseguidos. Así que toda China pasó por el fuego.
Durante la revolución cultural hubo cuatro personas famosas,
llamados ‘la banda de los cuatro’. Eran seguidores de Mao
Tse Tung. Uno de ellos, llamado Mr. Jung, hizo una declaración
al principio de la revolución cultural: «En tres años, voy a enviar
a toda la cristiandad al museo». Y lo hicieron. Quemaron todas
las Biblias en China, a tal punto que yo oí que en un pueblo en el
sur de China reunieron miles de copias de la Biblia, las apilaron
112
como una pequeña montaña y le ordenaron a un pastor: «Ven y
quema las Biblias». Pero él se negó, así que allí mismo lo mataron.
Cosas similares sucedían por todas partes.
Las Biblias eran quemadas, los edificios de las iglesias eran
cerrados, los seminarios cristianos eran clausurados. Las escuelas
y hospitales cristianos fueron confiscados y todo lo que tuviese
relación con el cristianismo desapareció durante esos años.
Todos quedaron muy callados sobre su fe, algunos se rindieron,
pero unos pocos guardaron la fe y pasaron por tiempos terribles.
Algunos fueron a los campos de trabajos forzados, otros fueron
enviados a prisión, otros fueron asesinados. Durante esos diez
años, todos los cristianos pasaron por un infierno.
Exteriormente, no había ninguna actividad cristiana. En
Taiwán, recibíamos noticias de China. El líder más conocido de
ese tiempo era el hermano Nee, que murió en 1972. Muchos
buenos cristianos, sufrieron grandemente y todos hacían la misma
pregunta: «¿Por qué, Señor? Tú deberías hacer algo, deberías
vindicar a tu pueblo, ellos han sufrido demasiado. ¿Por qué?».
No había respuesta. Aquello parecía interminable, aun desesperado.
Cinco años atrás, me encontré con un grupo de cristianos
iraníes, en una conferencia en Seattle. Había unos cien cristianos
de Irán y otros de China. Cuando estábamos charlando, un
hermano me dijo:
–Hermanos, ustedes son de China, ¿cierto?
–Sí, la mayoría; pero algunos somos de Taiwán.
–¡Alabado sea Dios!, porque nosotros podemos entenderlos.
–¿Cómo es que pueden entendernos?
–Bueno, Dios levantó en China a un hombre llamado Mao
Tse Tung. Pues, para nosotros, los iraníes, Dios levantó a un
hombre llamado Khomeini. ¿Sabe quién fue Khomeini?
–Sí, lo conozco, fue un líder famoso.
–Pues, a causa de que Mao Tse Tung los persiguió a ustedes,
hoy los cristianos han experimentado una explosión de crecimiento
en China.
–¿Cómo pueden ustedes ser cristianos?– le pregunté –porque
yo tenía la impresión que en Irán todos son musulmanes, y
es muy difícil allí predicar el evangelio. Si usted es cristiano, lo
apresarán y lo matarán.
113
–Sí, así era; pero Dios hizo un milagro y revirtió la situación
imposible. Dios nos dio un hombre llamado Khomeini. Él hizo
una obra tan terrible en Irán, que muchos dejaron el Islam. Ellos
dijeron: «Si Khomeini nos predica este tipo de Islam, no queremos
creer». Así que muchos jóvenes rechazaron el Islam y empezaron
a buscar una alternativa. Como resultado de ese proceso,
somos centenares de cristianos iraníes aquí hoy. El evangelio
fue predicado en Irán después que Khomeini murió. Del mismo
modo sucedió con ustedes en China.
–Tiene usted razón– le contesté.
El presidente Mao murió en 1976. Tres años más tarde, Deng
Xiao Ping subió al poder, China tuvo una apertura, y muchos
viejos cristianos que antes fueron perseguidos ahora fueron restaurados.
El evangelio en China tuvo una gran explosión. Algunas
estadísticas: En 1949, el año en que el comunismo asumió el
poder, la población cristiana en China era alrededor de 700.000
contra la población china en ese tiempo, que era de 460 millones
de habitantes. Así que la proporción era aproximadamente 1,4
personas por 1.000, un porcentaje bajísimo.
El evangelio fue predicado por primera vez en China a principios
del siglo XIX por un misionero protestante llamado Robert
Morrison. Él llegó desde Inglaterra en 1807. En tres años más se
cumplirán doscientos años de la predicación del evangelio en
China. En 1949, después de 150 años de arduo trabajo misionero,
el evangelio estaba como golpeando un muro, los chinos lo
estaban rechazando. Los chinos son muy orgullosos: «Nosotros
no necesitamos que un extranjero nos diga que somos pecadores
y tenemos que arrepentirnos. No, ustedes los extranjeros son los
pecadores. Ustedes vienen acá y nos invaden. Ustedes deben
arrepentirse; no nosotros». Así que el evangelio fue rechazado.
Muchos chinos rendían culto a ídolos. «Tenemos nuestros propios
dioses; no necesitamos un Dios extranjero».
A lo largo de estos 150 años de dura labor, aunque miles de
misioneros vinieron a China, muy pocos chinos fueron salvos.
¿Qué podíamos hacer? ¿Quién podría cambiarnos? Hablando
humanamente, era imposible. ¿Quién puede cambiar una cultura?
¿Quién puede cambiar el hecho histórico? Era simplemente
imposible predicar el evangelio allí. Pero los misioneros y unos
pocos cristianos en China oraron y oraron durante largo tiempo.
114
Entonces Dios oyó sus oraciones, y cuando vino la respuesta, a
nadie les gustó. La respuesta fue el presidente Mao. China sufrió
grandemente bajo su mano. Él gobernó con mano dura durante
treinta años. Las estadísticas muestran que bajo su mando, por
lo menos treinta millones de chinos fueron asesinados. ¿Cuál es
la población en Chile? –Quince millones–. Así que Mao mató
dos veces la población de Chile.
¿Quién se atreve a adivinar cuántos cristianos hay hoy en
China? ¿Cien millones? En 1949, antes que el comunismo llegara,
había 700.000 creyentes. Ahora, agregue tres ceros más
después de ellos: ¡700 millones! De 1979 hasta ahora, poco más
de veinte años. Ningún misionero lo hizo, ningún seminario teológico.
¿Quién fue? El Espíritu Santo y esos cristianos fieles.
Cuando Dios obra, ningún hombre puede detenerlo. Es tan rápido,
más allá de la imaginación más fértil. En estos años he tenido
el privilegio de ir y tener comunión con estos cristianos.
Muchos cristianos son renacidos y los viejos creyentes que tanto
han sufrido tienen sesenta, setenta u ochenta años. Han trabajado
duro, pero la cosecha es muy grande.
Hoy el problema no es quién predicará el evangelio, porque
el evangelio ha sido predicado por todas partes. La gente viene a
ellos y dice: «He oído que eres cristiano; por favor, dime cómo
puedo llegar a ser un cristiano». Porque han perdido toda esperanza,
y buscan respuestas: «¿Cuál es el significado de la vida?
Por favor, dímelo». Así que predicar el evangelio en China en
los últimos veinte años se ha hecho fácil. Sin embargo, hay muchos
bebés cristianos. ¿Quién puede alimentarlos? ¿Quién puede
enseñarles a usar la Palabra de Dios? Esta es hoy la necesidad
más urgente.
Por otro lado, si miramos atrás, vemos que el Señor hizo una
obra maravillosa, aun antes que los comunistas asumieran, a través
de unos pocos cristianos. Muchos de ustedes conocen a
Watchman Nee. Él recibió gran ayuda de una hermana británica
llamada Margaret Barber. Ella llegó a China en 1912 por segunda
vez, y cuando vino, con otra hermana inglesa, el Señor puso
en su corazón orar por los jóvenes en China. Eso fue en 1912. El
Señor respondió su oración y entonces ella ayudó a cerca de una
docena de jóvenes y muchos de ellos fueron levantados y grandemente
usados por Dios en esos años.
115
Si usted leen ‘Contra la marea’, conocerán la vida de
Watchman Nee1. Dios lo usó en forma poderosa y le dio visión
celestial. Muchos cristianos recibieron su ministerio y experimentaron
un reavivamiento. En aquel tiempo, la obra estaba creciendo
también tremendamente en toda China. Eso fue antes de
1949. Por una parte, Dios había bendecido notoriamente a los
cristianos, pero al mismo tiempo la mano humana empezó a interferir,
porque era una obra tan grande: diez mil, veinte mil,
muchas personas entraron en esta congregación. Pero entonces
la mano humana empezó a organizar.
Las cosas empezaron a cambiar. Usted verá muchas arrugas,
como un hermano ha compartido, y las arrugas no son de Dios,
sino de la naturaleza humana. Así que Dios pasó a los cristianos
a través del fuego, con el fin de purificarlos. Él necesita nuestro
sacrificio puro. Dios no puede aceptar nada que no sea de él
mismo. Todo lo carnal es rechazado. Nuestra naturaleza humana
tiene la tendencia a corromper la obra de Dios. Así en el nivel
macro, usted verá que todos los cristianos en China pasaron a
través del fuego purificador, pero en la visión micro, vemos que
el fuego tocaba muchas de esas grandes obras, el trabajo de la
iglesia local en ese momento. Toda la obra en China pasó por
una tremenda persecución. Aun hoy, Dios está purificando su
testimonio.
Dios está refinando su iglesia
Ayer, cuando nuestro hermano me pidió que compartiera lo
que estaba en mi corazón, yo oí su testimonio, cómo el Señor ha
trabajado en Chile, cómo ustedes han sido bendecidos durante
los últimos veinticinco años. Ustedes también han pasado por
muchas pruebas y juicios y yo pensé que debía compartir la misma
experiencia de la cual fui testigo en China. Como individuos,
pasamos por el fuego para purificar nuestra vida individual.
Como un cuerpo, tenemos diferentes asambleas en muchos
lugares, y el Señor también está refinando su iglesia para
que podamos servirle de acuerdo a su carácter.
Así que todo lo que enfrentamos no es un accidente, sino un
diseño de Dios. Somos llamados para caminar en esta senda es-
1 En español ha sido publicado bajo el nombre de La Vida de Nee To-Sheng.
116
trecha para que un día disfrutemos el privilegio de estar ante el
trono, con vestiduras blancas y alabándole en el cielo, donde le
serviremos por siempre. Para llegar a eso, hoy pasamos por todos
estos procesos. Así que tenemos que estar preparados, nuestro
corazón tiene que ser recto. Este es el proceso que tenemos
que experimentar juntos.
Espero que lo compartido sobre las iglesias en China sea un
estímulo a las iglesias en América del Sur. Los días son muy
cortos, el Señor regresa muy pronto, así que el proceso se está
acelerando. Él tiene que hacer una obra rápidamente y nosotros
tenemos que cooperar con él. Nosotros no queremos restarnos,
sino presentarnos a Dios confiando que él obrará, para que su
nombre sea alabado y él reciba toda la gloria. ¡Aleluya!
117
CRISTO, LA PRIORIDAD EN LA MUDANZA
DEL TABERNÁCULO
Gino Iafrancesco
Números, libro de orden Hermanos, vamos a abrir inicialmente la palabra del Señor
en el capítulo 4 del libro de Números. Este libro de
los Números tiene un nombre en el hebreo que tiene
que ver con el inicio del libro, como acostumbran los hebreos a
nombrar los libros del Pentateuco. El nombre sería ‘En el desierto’,
allí como en el capítulo 1 verso 1 dice: «Habló Jehová a
Moisés en el desierto». Así se llama este libro: ‘En el desierto’.
Y ha sido también llamado Números. Desde la Septuaginta le
pusieron ese nombre, Aritmoi, de donde viene esa palabra que
nosotros usamos, Aritmética. Es un libro que tiene ese nombre
también. En el desierto y Aritmética, Números.
Es un libro donde Dios pone en orden. Él mismo revela por
el Espíritu sus delicadezas; lo que es primero, lo que es segundo,
lo que es tercero. Allí en ese libro aparecen los censos; en ese
libro aparece el orden de marcha. En ese libro aparecen las tribus
que tienen la bandera, y aparecen las tribus que acompañan
de segundo, y aparecen las tribus que acompañan de tercero.
Quizás a nosotros nos gustaría siempre tener la bandera, y
siempre ir de primeros. Pero, en el orden de Dios, a veces tenemos
que ir de segundos, y a veces tenemos que ir de terceros. Yo
pienso que es más fácil ir de tercero que de segundo. Es más
fácil ser 17, ser 23, ser 51, que ser segundo. Ser segundo requiere
más tratamiento, requiere más espiritualidad de parte del Señor.
118
Y aquí en este libro de Números, el Señor nos habla de un
orden de prioridades. Dios tiene prioridades, prioridades que no
tienen que ver con un arreglo externo, sino que son prioridades
espirituales; son delicadezas espirituales. El orden del Señor se
conoce por las delicadezas del Espíritu en nuestro interior. Y
aquí, en este capítulo 4 donde tenemos abierto, vamos a ver un
orden de prioridades, un orden de marcha, un orden de procesión
y de precesión.
Mudanza del campamento
Entonces, miremos allí desde el capítulo 4, versículo 5. Comienza
el Espíritu Santo, creemos aquí todos, que es el que inspiró
a Moisés, a usar frases tan claves. «Cuando haya de mudarse
el campamento...». Constantemente, el campamento del Señor
se está mudando. Este es el libro de Números, es el libro de
las jornadas en el desierto. Esas jornadas aparecen aquí en este
libro. Otros órdenes de marcha, otras prioridades, otras distribuciones
aparecen aquí en este libro.
Constantemente, si estamos caminando, si estamos siendo
dirigidos por el Señor, estamos mudando el campamento. La
nube del Señor se detiene por un tiempo, mientras la torta se
cocina por un lado, y cuando ya la torta esté suficientemente
cocida, para que no se queme, entonces el Señor tiene que voltearla.
Ustedes recuerdan ese pasaje en el libro de Oseas que dice
que Efraín fue una torta no volteada. Cuando una torta no se
voltea a tiempo, entonces se quema por un lado y queda cruda
por el otro lado. De manera que el Señor tiene que estar volteando
la torta. Las tribus del Señor somos tortas. El Señor, en Israel,
a cada tribu la comparó con una torta. Ahí, Efraín es una torta.
La mesa de los panes de la proposición era una mesa de tortas.
Cada tribu era una torta. Y había que darle la vuelta a la torta en
el momento apropiado.
Ustedes recuerdan en Jeremías, donde Dios habla de Moab,
y dice que Moab estuvo mucho tiempo tranquilo, se quedó reposado
en sus sedimentos. Entonces su olor y su sabor no cambiaron.
Y entonces el Señor tendría que hacer algo, tendría que remover
a Moab para cambiar su sabor y para cambiar su olor.
Constantemente, el Señor está haciendo esas remociones. A ve119
ces parece que nos deja tranquilos por un tiempo, parece que la
nube se va a quedar de vacaciones tres meses. De pronto, se
levanta la nube, y tenemos que seguirla.
Iniciativa de Cristo
Y aquí, esta primera frase que leímos en el verso 5 nos habla
de que eso está constantemente aconteciendo con nosotros, con
el pueblo de Dios. «Cuando haya...». Haya, haber... Eso debe
suceder de tanto en tanto, constantemente. No somos nosotros
los que decidimos esto. Es exclusivamente la gloria de Dios la
que decide esto, la gloria de la Shekinah cuando haya de mudarse
el campamento.
«...vendrán...». No es que primero vamos, sino que primero
nos llegan. «...vendrán Aarón y sus hijos...». Aquí, ustedes saben
que Aarón y sus hijos, que son los sumos sacerdotes, representan
primeramente a Cristo. Cada movimiento del campamento
necesita una iniciativa de la cabeza, una iniciativa del Señor.
Nosotros no podemos movernos como queremos, porque nos
vamos a donde no tenemos que ir. Es el Señor el que siempre
tiene que tomar la iniciativa. «...vendrán Aarón y sus hijos...».
Dios toma la iniciativa. Dios nos atrapa, nos agarra entre la espada
y la pared y dice: «Bueno, ahora estás tú aquí para esto».
Ester pensaba que estaba ya de reina. ¡Feliz! No se imaginaba
lo que Dios estaba planeando. Ella pensaba: «¡Qué suertuda
que estoy! Ahora me escogió el rey, ahora sí voy a vivir una vida
muy cómoda». Eso era lo que ella pensaba. Pero de pronto, aunque
fue Mardoqueo el que le habló, creo que fue el Espíritu Santo
por Mardoqueo, y le dijo: «Ester, Dios puede traernos liberación
por otro lado a su pueblo, pero, quién sabe si para esta hora
estás tú ahí. Tú no estás ahí para estar cómoda, para estar feliz,
para ser la reina; estás allí para ser instrumento de Dios, para que
Dios haga lo que él quiere hacer. Y lo va a hacer contigo, con una
mujer frágil».
Dios hace las cosas de él siempre con personas frágiles, con
personas estériles. Elizabet era estéril, Ana era estéril, Sara era
estéril. Bueno, María no era estéril, pero era virgen. Ella tampoco
podía hacer nada por sí sola. Y el «cómo», pues esa siempre
es la pregunta: «¿Y, cómo, cómo sucederá esto?». Cuando Gabriel
le habló de lo que Dios haría, ella empezó a preguntar: «Pero,
120
¿cómo, si yo no tengo marido?». Y, gracias a Dios, Gabriel le
dijo cómo era. «No es cosa tuya, María; el poder del Altísimo te
cubrirá, y el santo ser que nacerá será llamado Hijo del Altísimo.
O si no, sería hijo tuyo solamente, María, o de José. No, el poder
del Altísimo te cubrirá, y el santo ser que nacerá será llamado
Hijo del Altísimo».
Esa es la iniciativa de Dios. Entonces María dijo lo que tenemos
que aprender todos de María: «Okey, Señor, Amén, hágase
en mí según tu palabra». Y ahí quedó embarazada, como decimos
en español. Para los hermanos de Brasil, quedó ‘grávida’,
porque ‘embarazada’ es otra cosa. Cuando dijo: «Hágase en mí
según tu palabra», ella confió. Entonces le dijo Elisabet: «Bienaventurada
la que creyó». Amén. La iniciativa de Dios.
Desmantelar la tienda
«Cuando haya de mudarse el campamento, vendrán Aarón y
sus hijos...». La siguiente frase es un poco más dolorosa. «...y
desarmarán el velo de la tienda». Para avanzar un poquito, todo
empieza por una desarmada. Cada pasito que la nube nos hace
dar comienza con esta desarmada. «...vendrán Aarón y sus hijos
y desarmarán el velo de la tienda...».
Yo me imagino y espero que ustedes también se ponen a pensar
qué pensaría el Señor Jesús cuando era joven, y después de
trabajar un poco con su padre putativo allí en carpintería, a lo
mejor tenía sus tiempos en privado, y se ponía a leer, por ejemplo,
Isaías 53, el sacrificio de la pascua, ese montón de sacrificios
por el pecado, de trasgresiones, de paz, la ofrenda mecida,
tantas cosas que simbolizaban su sacrificio.
Y él sabía –porque él, seguramente de muy temprano el Espíritu
Santo le dio conciencia mesiánica– que ese era él, que las
cosas comenzaban por él, que este asunto del velo, de la tienda,
se refería primeramente a él. Claro, segundamente a nosotros,
pero primeramente se refería a él. Y si él no hubiera pasado primero
por este proceso de desmantelamiento, claro que ninguno
de nosotros podría pasarlo. Por eso, no podemos empezar por la
iglesia; tenemos que empezar por el Señor Jesús.
La tipología nos habla, en primer lugar, del Señor Jesús. Claro,
también nos habla de la iglesia. El Espíritu Santo llamó la
atención a algunos hermanos, por ejemplo, a nuestro hermano
121
Mackintosh sobre el aspecto cristológico de la tipología. Y yo
creo que nos ayudó mucho el Señor a través del hermano
Mackintosh y otros hermanos sobre lo cristológico de la tipología.
Sólo que después el Espíritu Santo, debajo de lo cristológico,
empieza a mostrar el aspecto eclesiológico de la tipología. «Si
uno murió por todos, luego todos murieron» (2ª Cor. 5:14).
Debajo del aspecto cristológico de la tipología existe también
el eclesiológico, sin negar el cristológico; no es poniendo el
cristológico a un lado y el eclesiológico al otro, no. Exactamente,
detrás de la cabeza, está el cuerpo. Lo que pasó la cabeza,
bueno, el cuerpo tiene que pasar por lo menos en parte. Claro,
nunca pasaremos todo lo que pasó el Señor Jesús. Él tiene un
nombre que ninguno conoce, sino él mismo. Sólo él sabe lo que
quiere decir ser la cabeza del universo y el amado del Padre,
pero alguna cosita, ciertamente, nos tocó a nosotros.
Cuando habla aquí de desarmar el velo de la tienda –como
esta mañana nos estaba recordando uno de los hermanos, los
distintos velos– para pasar de afuera al atrio, había que pasar por
una puerta; para pasar del atrio al Lugar Santo había que pasar
por otra puerta; para pasar del Lugar Santo al Lugar Santísimo,
había que pasar por otra puerta, o digamos, por otro velo. Estos
velos son varios.
El Señor rasga los velos y también después, cuando ese tabernáculo
se volvió un templo, también el atrio ahora tenía muchos
patios, y también había, ya no velos sino murallas de separación
entre hombres y mujeres, entre judíos y gentiles, entre
laicos y sacerdotes, entre el Lugar Santo y el Santísimo. Había
muchas barreras. Todas, todas eran legítimas, claro. Todas representaban
una enseñanza de Dios llamándonos a la prudencia
espiritual, a la delicadeza, a la sensatez, a la reverencia, al temor
de Dios. Porque nosotros, cuando estamos ciegos, pasamos caminando
encima de un campo minado sin saber que está minado.
Y cuando nos explotan las minas –me disculpan que hable al
estilo colombiano– cuando nos explotan las minas, empezamos
a tener un poco de temor.
La sabiduría es el temor de Dios, el principio de la sabiduría
es el temor de Dios, y la inteligencia es el apartarse del mal.
Tenemos que aprender a caminar lentamente.
Cuando mi hijo era pequeño, él quería pasar por debajo de la
122
mesa, pero no agachaba la cabeza, y se daba un golpazo. Y luego
de tantos golpazos tuvo que aprender a agachar la cabeza, ¡pero
la levantaba otra vez muy rápido y se volvía a golpear! De tanto
golpearse, aprendió a agachar la cabeza por un buen rato, para
después poderla levantar. Es que nosotros no la queremos agachar,
o la queremos levantar demasiado rápido. Es el problema.
Entonces, dice: «Cuando haya de mudarse el campamento...
». Todo comienza por un desmantelamiento. Ese
desmantelamiento lo entendía el Señor Jesús. Y muy a propósito
voy a decir lo siguiente: en tiempos de avivamiento, de espiritualidad,
hemos aprendido que lo importante es el Espíritu, lo
importante es lo que hace el Señor, con su gracia, con su misericordia,
lo que él hace subjetivamente en nosotros. Entonces, si
no somos cuidadosos, podemos correr el riesgo de deslizarnos
en el mero subjetivismo con la excusa de espiritualidad.
Lo objetivo y lo subjetivo
Por eso, antes de las experiencias subjetivas, y de conocer a
Cristo subjetivamente, Dios hizo una revelación objetiva. Después
viene lo subjetivo, después viene la experiencia espiritual.
Pero la experiencia espiritual del pueblo de Dios, todo lo que
nosotros vamos a ir viviendo, descansa en un hecho objetivo: en
la encarnación histórica del Verbo de Dios, en una obra que hizo
Dios antes de que nosotros oyéramos de ella, antes de que la
creyéramos, antes de que la experimentáramos.
Todo comienza por una iniciativa divina y esa iniciativa comienza
desde ese plan eterno: un amor que planificó, un amor
que tomó una decisión, como nos hablaba nuestro hermano
Roberto Sáez, nos trasladó al concilio de la Trinidad antes de la
fundación del mundo. Allá comienzan todas las cosas.
Israel no entendía qué era lo que Dios estaba haciendo. Cuando
leían a Moisés, el velo estaba puesto sobre la cabeza de ellos, y
Dios estaba haciendo algo. Dios primeramente ha hecho algo
objetivo, en Cristo Jesús. Que, claro, no estoy en contra de lo
subjetivo, no estoy en contra de la experiencia espiritual. Tenemos
que vivirla; y no hay salida: hay que pasar por ahí. Pero lo
que estoy diciendo es que antes de lo espiritual es lo objetivo.
Antes de la experiencia subjetiva de la iglesia y de las personas
cristianas es la revelación objetiva de Dios. Porque por ahí
123
algunos han dicho que si esa palabra de Dios no es vivida por
usted no es palabra de Dios, como si el problema estuviera en la
palabra de Dios y no en el ciego y en el sordo y en aquel con el
corazón engrosado.
El problema no es de la palabra de Dios. No es que la palabra
de Dios no sea palabra de Dios si nosotros no la vivimos o no
tenemos experiencia de ella. La palabra de Dios es palabra de
Dios porque Dios la habló, aunque nadie la quiera oír, aunque
nadie la crea, aunque nadie la experimente. ¡Ella es la palabra de
Dios, porque Dios la habló! Dios es, y Dios hizo cosas, y anunció
cosas, y están escritas en la Biblia, inspiradas por el Espíritu
Santo. Son la palabra de Dios, son la verdad de Dios.
El problema no está con la Biblia; el problema somos nosotros,
que somos ciegos. El problema somos nosotros, que vemos
y no vemos; tenemos oídos, pero no para oír, y no oímos; tenemos
el corazón engrosado. El problema es de nosotros. La palabra
de Dios es la palabra de Dios desde que Dios la habla. Que
nosotros somos tardos para oír, es otra cosa. Que nosotros nos
demoramos en entender la palabra del Señor, en creerla y en
experimentarla, ése es un problema que Dios tiene con nosotros,
no con su palabra. No vamos a echarle nuestro problema a la
palabra, no vamos a pensar que es culpa de la palabra, o que ella
no es la palabra.
Hermanos, toda la experiencia espiritual de la iglesia descansa
en una revelación objetiva y en hechos objetivos de Dios.
Dios habló. Ahora, podemos oír o no, podemos entender o no,
podemos creer o no, podemos experimentar o no. Dios habló. El
problema no es de Dios; el problema, ahora, es nuestro.
Pero, lógicamente, después de las cosas objetivas, entonces,
claro, el Señor primero envía a su Hijo, y después envía a la
Esposa. Primero, la profecía, la preparación. Primero, los hechos,
y mientras los hechos estaban aconteciendo, los testigos
de Dios ni siquiera estaban entendiendo, y el Señor les decía:
«Miren, recuérdense bien estas palabras que les digo, guárdenlas,
porque el Hijo del Hombre va a llegar allá a Jerusalén y le
van a hacer esto, y aquello». Y ellos oían y volvían a oír, pero
esas palabras les estaban veladas. Pero eran las palabras de Dios,
y era revelación de Dios saliendo de él al encuentro nuestro,
pero que todavía no llegan a nosotros, porque nosotros somos
124
los que tenemos velos, y somos los que tenemos el corazón engrosado
y con los oídos oímos pesadamente.
El problema es nuestro, pero todas las cosas empiezan con
Dios, con los hechos objetivos y firmes de Dios, los cuales el
evangelio nos anuncia, y el Espíritu hace reales en nosotros. Son
reales los hechos de Dios en él mismo, son reales en la historia.
Dios estuvo ahí y Dios está ahí. Pero entonces el Espíritu está
trabajando también. Ahora sí viene la otra parte, claro.
Cuando el Señor leía lo de desmantelar el velo, desarmarlo,
yo pienso que él entendía algo acerca de sí mismo y que nosotros
también beberíamos de la misma copa que él bebió, y también
seríamos bautizados con el mismo bautismo con el cual él
fue bautizado. Claro que sí. Pero él sabía que si él no lo hacía en
sí mismo, si él no se santificaba, no podríamos nosotros ser santificados,
ni podríamos nosotros solos desarmar nuestro velo
grueso. Porque es que el velo no se rasga de abajo para arriba; se
rasga de arriba para abajo. Es Dios el que nos atrapa y es Dios el
que rasga el velo. Nosotros lo que menos queremos es rasgar el
velo. Pero no hay avance, ninguno, que no empiece por este
desmantelar.
Prioridades
Pero, permítanme un tiempo, antes de hablar de la parte espiritual,
hablar aquí en Chile de la parte doctrinal. El asunto del velo
de la carne. Recuerda que el Señor Jesús está simbolizado aquí
por este tabernáculo. Él es el primer tabernáculo, él es la primera
piedra de la casa de Dios. «El Verbo de Dios tabernaculizó –dice
en el griego– entre nosotros». Él es el primero. Claro que él nos
incluye a nosotros, pero él es el primero.
El diablo tiene interés de presentar otro Jesús, otro espíritu y
otro evangelio. Y Dios comienza por un orden de prioridades.
Lo primero que se mueve aquí es el asunto del arca. Todavía no
lo del candelero. Sí, está en el orden, pero no se empieza por el
candelero; se empieza por el arca. Y no se empieza por poner el
arca en el Santísimo, sino por hacer el arca. Primero está la parte
objetiva, y entonces está la parte subjetiva. Primero está la
cristología, la encarnación. Claro que si vamos a dejar eso meramente
en la ortodoxia, ciertamente que nos vamos a quedar apenas
en el inicio; pero no por ser espirituales vamos a tirar a la
125
basura la ortodoxia. ¿Me comprenden?
La ortodoxia es espiritual, como Pablo les escribió a los
corintios: «Si alguno se cree espiritual, reconozca que lo que os
escribo –esa carta a los corintios, que no es la de Efesios, no, es
la 1ª a los Corintios– reconozca que lo que os escribo son mandamientos
del Señor». No voy a enfatizar los mandamientos, no
voy a imponer mandamiento a los hermanos. ¡Dios los guarde
del hermano Gino a ustedes! En guardia, sí, tienen que ponerse
en guardia. No, yo creo que ustedes me están entendiendo lo que
quiero decir.
Cuando el apóstol Juan les escribía esas cartas allá a los hermanos
y les decía: «Ah, bueno, por ahí están llegando unos que
dicen que Jesucristo no vino en carne», está hablando de ese
aspecto objetivo de esos velos. «No le recibáis en casa, ni le
digáis: ¡Bienvenido!».
Pero, a veces, nuestra inclusividad es tan amplia que se vuelve
ingenua. Nosotros debemos incluir a todos los que son de
Cristo, a cada uno en la plenitud de su función. Todo lo que es
del Señor; pero, pare de contar. Es él, lo que es de él, lo que es él
mismo. Todo lo que es de él, todos los que son de él, y cada uno
en la plenitud de sus funciones. Eso queremos. Queremos todo
lo de Cristo, queremos a todos los de Cristo y queremos a cada
uno en la plenitud de sus funciones. Pero, pare de contar.
Pare de contar, porque a veces el diablo se aprovecha de que:
«Bueno, estos ya están aprendiendo el asunto de la inclusividad,
así que me les voy a adelantar y les voy a meter gato por liebre
antes de que se den cuenta». Entonces, el Señor, en su misericordia,
nos guía lentamente a una inclusividad que no sea ingenua.
Hay una inclusividad establecida en la ortodoxia mínima del
propio Nuevo Testamento.
Yo sé que es muy peligroso deslizarse a discusiones doctrinales
y legalistas. Eso es terrible, por eso digo esto, como si estuviera
caminando en ese campo que les mencioné hace un rato. Por
favor, no se vayan al otro extremo, no quiero que ustedes se
equivoquen. Gracias a Dios, ustedes tienen el Espíritu Santo, y
necesito que tan pronto se den cuenta de algo me corrijan directamente
en la cara, porque así me van a guardar, me van a proteger.
¿Amén? No tengas temor de decirme las cosas en la cara,
porque eres mi hermano, y me vas a ayudar. Amén.
126
El arca antes del candelero
Entonces, vamos a tener comunión, somos una iglesia. Aquí
hay un grupo, aquí hay otro grupo. Y empezamos a hablar de la
iglesia y todos entendemos el asunto de la iglesia más o menos
igual. Entonces, bueno, ya que estamos entendiendo más o menos
el asunto de la iglesia, vamos a juntar los grupos. De una vez,
vamos haciendo las cosas como si el candelero estuviera en el
Lugar Santísimo; pero el candelero no está en el Lugar Santísimo.
En esta procesión, el candelero no va de primero; el candelero
va de tercero. De primero va el arca, y después la mesa de los
panes de la proposición, y entonces el candelero, y entonces el
altar de oro, el incienso y el incensario. Pero nosotros nos vamos
con el rabino, con la bruja de Togo, y con el imán nos vamos allá
al Vaticano a orar juntos, financiados por el B’nai B’rith1, o el
Vaticano, la masonería y todos, porque ellos están interesados
en el ecumenismo. Y el discurso de la unidad ellos se lo pueden
robar, si somos ingenuos. Sólo que ellos no la quieren en Cristo,
ni para Cristo; ellos quieren robarse todo lo que puedan de Cristo,
para el molino de ellos.
Entonces, no podemos empezar por el candelero, tenemos
que empezar por el arca. Y para tratar el asunto del arca, eso
tiene que tratarse con tal cuidado, que primero hay que desmantelar
el velo para tratar con el arca. El Señor, en primer lugar. El
Hijo de Dios se hizo hombre verdadero, con espíritu, con alma,
con cuerpo humano como nosotros. Fue probado en todo según
nuestra semejanza. Algo objetivo, algo que vamos a ir conociendo
después, subjetiva y espiritualmente; pero todo empezó en él.
Y nosotros nos vamos acercando; digamos, él se va acercando
a nosotros. Y nosotros lo vamos conociendo, y lo vamos experimentando.
Y decimos que ahora esta es la realidad. Pero,
claro, ese es un don. La realidad siempre ha sido él, y la verdad
siempre ha sido su palabra. Pero entonces, claro, ahora la vamos
comprendiendo mejor, la vamos experimentando.
Ahora, eso es una parte sumamente importante para nosotros,
pero debemos recordar que comenzó en él, y que nos ha llegado
de a poco, así como la figura del matrimonio. El hombre no llega
1 Palabras hebreas que significan «Los Hijos del Pacto» y es el nombre de una
poderosa organización judía mundial que trabaja en pro del globalismo y que
financió al Vaticano para el Ecumenismo en Asís, Italia, recientemente.
127
directamente, ¿no? Me perdonan, esa es una figura santa. Pero
aquí todos son serios. El Señor sabe cómo llegar a su novia para
que ella le responda, pero él toma la iniciativa. Somos nosotros
los escogidos, porque él nos amó primero. Nosotros le amamos a
él, porque él nos amó primero. Él vino y nos encontró.
Entonces, hermanos, sigamos mirando allí, un poquito, el
verso 5: «...desarmarán el velo de la tienda, y cubrirán con él el
arca del testimonio». Todos los cuidados, todas las delicadezas
primeras, en cualquier avance, tienen que ver primeramente con
el arca, primeramente con el aspecto objetivo del arca. Y entonces
el aspecto espiritual, subjetivo, los dos. No sólo es subjetivo
porque a veces nosotros los humanos nos deslizamos a la subjetividad,
a las emociones tipo ascensor que a veces suben, a veces
bajan; a veces no sabemos si estamos en el espíritu o no, ¡y nos
pegamos unas confundidas! Por eso el Señor tiene que otra vez
calmarnos. Espera un poco, para, y de pronto nos sorprende con
algo que hace, y decimos: «Señor, qué misericordioso fuiste tú».
Él es el que hace, él es el que va adelante.
Entonces, el primer cuidado, en cualquier avance, es con el
arca. En cualquier comunión, en cualquier contacto tiene que
ser el «asunto» –y lo digo así entre comillas, me perdonan esa
palabra tan baja, no encuentro otra ahora– el «asunto» de Cristo.
Como Dios, como Hijo de Dios, como Hombre verdadero. Y la
muerte expiatoria recibida por fe, cosas tan mínimas, doctrinales,
ortodoxas, como el asunto de la Trinidad, como el asunto de la
encarnación, como el asunto de la expiación, como el asunto de
la justificación por la fe.
Hay otros capítulos, claro, lógico, hay otros capítulos. Pero
estos capítulos primeros nunca pueden faltar. Y comienzan en
Dios objetivamente, y vamos recibiéndolos por la fe, conociéndolos
espiritualmente, experimentando todo lo que esto significa,
pero fundamentados en lo que el Señor es y lo que él ha
revelado y ha inspirado y ha hablado y que está escrito en la
Biblia, y que necesitamos la gracia de Dios para poder entenderla
y para poder manejarla y obedecerla, y experimentarla.
Claro que sin la gracia no hacemos nada, pero hay que empezar
por el arca. Esta habla de la divinidad de Cristo: oro por dentro
y por fuera. Nos habla de la humanidad de Cristo, la madera de
acacia. Nos habla de la obra de Cristo: ahí está el propiciatorio.
128
Primeramente
Ustedes recuerdan cómo Pablo comenzaba a evangelizar. Allí
en 1ª a los Corintios, ustedes lo sabrán de memoria, en el capítulo
15, donde Pablo dice: «Primeramente os he enseñado lo que asimismo
recibí», dice él recordándoles cuando él los evangelizó a
los corintios cuando estuvo por primera vez allá, y dijo: «Retenéis
la palabra que os he dado, reteniendo la cual sois salvos. Primeramente
», Números, aritmoi. «Primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: que Cristo...». Cristo es la primera cosa, es el
arca. Cristo, todavía no es el propiciatorio. El propiciatorio: Él
«murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras».
El propiciatorio se pone encima de la persona. Pero si esa
persona que murió por nuestros pecados no es la que realmente
es y la que la palabra y los apóstoles por el Espíritu Santo escribieron
y la iglesia ha conocido en la ortodoxia, pues si fuera un
ángel, no sería lo mismo. Si fuera una criatura, si no fuera Dios,
el Hijo de Dios que se hizo hombre. Las cosas, hermanos, comienzan
por ahí: Cristo. La persona debajo de esa palabra, Cristo.
¡Cuánto hay! Ahí está la eternidad. Ahí está Cristo en la eternidad,
Cristo en la Trinidad.
A veces, cuando oímos la palabra Trinidad, pensamos: «Ah,
este asunto teológico de los seminarios, que se le ocurrió por allá
a Atanasio en el concilio de Nicea, esa cosa tan complicada.
Vamos a dejar el asunto de la Trinidad a un lado, y nosotros
vamos a invocar al Señor Jesús». Claro que hay que invocar al
Señor Jesús, pero un día vas a descubrir que no hay nada más
práctico, no hay nada más espiritual que conocer y vivir a Dios
en la Trinidad. La Trinidad, la relación íntima del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, es la dinámica –no sólo la ortodoxia–, la
dinámica de la vida de la iglesia, y es la salud de la sociedad
donde la iglesia se mete.
El asunto de la Trinidad no es solamente un asunto teológico,
hermanos. ¡Llega a ser hasta sociológico! «Como tú, oh Padre,
en mí...». ¡Ay, para entender esa frase! ¿Cómo es eso? Eso solo
nos lo puede enseñar él. «Como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti,
que ellos sean uno en nosotros». Ese «como» es el modelo, pero
es «en nosotros». Es la dinámica. Ese «como», pues, sí puede
expresarse mínimamente con las palabras espirituales que el
Espíritu Santo ha ido enseñando a la iglesia.
129
Acomodando lo espiritual a lo espiritual
Porque dice Pablo en 1ª Corintios 2, que el Espíritu nos enseña
las palabras espirituales para hablar las cosas espirituales, y
que lo espiritual concuerda con lo espiritual. Ahí habla de dos
cosas espirituales. Dice que Dios nos las reveló, las cosas profundas
de Dios, por el Espíritu, «...no con palabras enseñadas
por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando
lo espiritual a lo espiritual». Acomodando. ¿Qué es
acomodar? Ahí habla de dos cosas espirituales que se acomodan
una a la otra. Una cosa espiritual es la realidad de la cual hablan
las palabras. La otra cosa espiritual son las palabras que hablan
de esa realidad. Y la realidad de las palabras y las palabras que
testifican de esa realidad son dos cosas espirituales que se acomodan
lo uno a lo otro.
«...acomodando lo espiritual a lo espiritual...». Palabras enseñadas
por el Espíritu, que seguramente ha estado enseñando a
la iglesia. Y claro que también los hombres hemos estado metiendo
la mano en la iglesia. Gracias al Señor, que Dios no nos
ha fulminado todavía. Nos ha perdonado, nos sigue teniendo
paciencia, nos sigue purificando, nos sigue tratando todavía. Tiene
esperanzas de hacer algo con nosotros. Amén. Que lo siga haciendo.
Aquí estamos, Señor. Amén, él hará su obra.
Pero, amados, existen las buenas palabras en la fe y el amor.
En la fe y el amor. Pablo le dice a Timoteo: «Retén –ahí están lo
de adentro y lo de afuera–, retén la forma de las sanas palabras
... Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo». Antes está
algo interno que se llama el buen depósito. Y eso sólo se puede
guardar por el Espíritu Santo.
Tenemos que depender siempre del Espíritu Santo para que
haga vivas las palabras que ya nos sabemos, para que nos toque
cuando oímos un mensaje de asuntos que ya hemos oído. Necesitamos
que el Espíritu Santo nos haga reales, cada vez, sus palabras.
Ese es el buen depósito por el Espíritu Santo. Sólo por el
propio Espíritu Santo se puede guardar el buen depósito. El Espíritu,
cada vez, tiene que ayudarnos, cada vez tiene que estar
presente, cada vez tiene que hacer vivas las palabras de Dios,
pero esas palabras de Dios son vivas en Dios.
En nosotros es que no existe siempre la experiencia de la
vida de sus palabras que siempre, objetivamente, son espíritu y
130
vida. Nosotros necesitamos que el Espíritu Santo nos haga tocar
la vida de la palabra de Dios que siempre en sí misma, objetivamente,
es viva, porque es palabra de Dios. Ella nunca es muerta.
Nosotros podemos hablar las palabras vivas de Dios de una
manera muerta, porque nosotros generalmente estamos muertos
en nosotros mismos. El que hace viva la palabra en nosotros, el
que nos transmite su vida es el Espíritu.
Guardar el buen depósito por el Espíritu Santo. ¡Aleluya, qué
maravilla! No nos fue alquilado, no nos fue prestado, no nos fue
vendido. ¡Nos fue dado! El Espíritu Santo nos fue dado, y él está
ahí con el mayor deseo de hacernos experimentar siempre la
vida de la palabra. El problema no está en la palabra, ni en el
Espíritu Santo; siempre el problema está en nosotros.
«Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en
nosotros». Eso es lo que Dios nos ha concedido, el aspecto interno.
Y ahora, las palabras espirituales que se acomodan a este contenido
espiritual, es lo que dice Pablo: «Retén la forma de las
sanas palabras». La forma de las sanas palabras, es un aspecto
exterior, un aspecto que podríamos llamarle ortodoxo. Claro que
aquí ninguno se va a quedar con mera ortodoxia. Ya el Espíritu
Santo nos ha enseñado que, como los hermanos han enfatizado,
ya hace buen tiempo, el asunto principal es la vida. La vida.
Lo espiritual
Pero yo estoy dando vueltas y vueltas, porque fácilmente
nosotros podemos confundir vida con emoción, con sensación.
Y a veces en una sensación ‘misticoide’ nos tomamos o nos
arrogamos los derechos de ser heterodoxos, de ser herejes, de
pasar por encima de la palabra, porque «esa es letra muerta; lo
espiritual es lo que yo siento».
No siempre lo que uno siente es espiritual, ni todo lo espiritual
es de Dios. Claro, el Espíritu Santo hace cosas espirituales,
pero los otros espíritus también son espíritus, por lo tanto hacen
cosas también espirituales. Los demonios también hablan en lenguas,
Satanás también hace milagros. Podemos tener experiencias,
sensaciones, cosas subjetivas, pero que no son de Dios. No
digo que Dios no vaya a tocar nuestras emociones. Por algo nos
las dio, pero él les dio un lugar. O sea, que no debemos caer en el
subjetivismo con la excusa de la espiritualidad.
131
La palabra del Señor tiene objetivamente un faro. Y siempre
esa palabra dirá lo mismo. Que la entendemos de distintas maneras
en la medida que avanzamos, la vamos entendiendo mejor,
pero ella siempre dice lo mismo. Ella siempre es luminosa. Ella,
la palabra en sí es luminosa. Nosotros somos los que nuestra Biblia
no nos brilla tanto, pero no es culpa de la Biblia. Yo sé que los
hermanos lo saben; todos lo sabemos: la culpa es nuestra.
Entonces, dice Pablo, que él tenía un celo por la iglesia, porque
la serpiente astuta quería presentar otro Jesús. Por ahí empieza.
Otro Jesús. Él puede usar eclesiología, y a la eclesiología
ponerle otro Jesús. Él puede usar eclesiología, y a la eclesiología
ponerle otro espíritu. Él puede usar eclesiología, y a la eclesiología
ponerle otro evangelio. Y si nos comemos sólo el discurso externo
de la eclesiología, si ponemos el candelero en el Lugar Santísimo,
se nos cuela el diablo.
La inclusividad de la iglesia debe ser una inclusividad muy
cuidadosa, donde lo que primeramente queremos encontrar cuando
nos encontramos con los hermanos es a Cristo. Es el testimonio
de Cristo, el testimonio claro, espiritual, lógico. Pero si es
espiritual, hermanos –yo sé que ustedes concordarán conmigo–
si es espiritual, es bíblico. Es bíblico.
Entonces, lo bíblico es espiritual, y lo espiritual de Dios es
bíblico. Después sí, de ver el asunto de «¿Cristo es Dios? ¿es
hombre?», ahora sí ponemos encima del arca el propiciatorio.
«Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí –dice
Pablo–: Cristo murió por nuestros pecados». Ahí está el propiciatorio,
ahí está la obra de Cristo. Ahí está la esencia del evangelio.
Entonces tenemos en cuenta la confesión del espíritu que
habla en la persona acerca de Cristo.
Ahora hay bestsellers hablando de Cristo. Ahora Cristo se
volvió el Cristo apócrifo, el Cristo de «El caballo de Troya». Ese
se volvió famoso. La gente ahora quiere saber de Cristo, pero no
el Cristo de los apóstoles, no el Cristo de la Biblia, sino el Cristo
de Benítez. «El caballo de Troya» ya lleva seis volúmenes así de
gruesos hablando de otro Jesús, de otro espíritu y de otro evangelio.
Y la gente lo compra, y compra el primero, y compra el
segundo y el tercero, y la gente está pidiendo comer cosas de
Cristo según sus propias concupiscencias.
Entonces, amados, en este orden de prioridades, el arca, como
132
corresponde a Cristo –a quien Dios quiere que tenga la preeminencia
en todas las cosas–, en cualquier avance, cualquier pequeño
paso que vamos a dar, tenemos que tener en cuenta el arca en
sus dos aspectos: el arca objetiva, y el arca subjetiva, el arca que el
pueblo de Dios hace, el arca que el pueblo de Dios coloca en el
Lugar Santísimo para que Cristo –porque nosotros tenemos que
cooperar con Dios– para que Cristo se forme en nosotros.
El arca tiene que ser puesta en el Lugar Santísimo del templo
de Dios. Tenemos que cooperar para que Cristo se forme en nosotros.
Pero lógicamente que debemos estar abiertos es al arca
verdadera, al arca del pacto, del testimonio de Dios. Entonces, la
iglesia debe tener en cuenta esas dos cosas: lo objetivo y lo subjetivo.
Lo que Dios ha hecho en la historia, ya sea que lo conozcamos
o no, que la gente lo crea o no, que lo experimente o no,
Dios lo hizo, y es una realidad divina y espiritual, objetiva, histórica.
Y también, claro, hermanos, claro que sí, también lo espiritual,
también la experiencia íntima, subjetiva, que es lo que
Dios quiere.
Dios nos quiere llevar a eso, pero él nos quiere llevar así, con
calma, con calma. Primeramente el pueblo tenía que ver si realmente
era el arca del pacto, ¿no? «Cuando haya de moverse el
campamento, Josué, entonces mira, vas a llegar hasta el fondo
del Jordán, ¿no?, y van los sacerdotes a quedarse allá en esa
posición hasta que todo el pueblo pase, porque el pueblo no había
pasado antes por este camino». Entonces, el pueblo tenía que
guardar distancia, tenía que ir con cuidado, tenía que seguir el
arca con cuidado. Gracias a Dios que esos sacerdotes se quedaron
allá en el fondo del Jordán hasta que el pueblo pasara.
Entonces ahora sí llegamos a esa segunda parte, a la parte
subjetiva, espiritual, de nuestra participación con Cristo en la
muerte y en la resurrección. Porque sólo la obra objetiva de él,
creída por el evangelio que está en la Biblia, es la que creeremos,
es la que viviremos por el Espíritu Santo. Pero primeramente
hay que oírlo. Lo que él es, lo que él hizo. Entonces, bueno, esas
cosas –Jehová, Trinidad, encarnación, expiación, justificación
por la fe– esas son cosas objetivas que después pasan a inhabitar
dentro de nosotros.
La Trinidad, en la iglesia. La Trinidad: el Padre, el Hijo y el
133
Espíritu Santo en nuestro espíritu. Pero primero es en sí misma.
Entonces, Dios en Cristo; entonces, el Padre y el Hijo por el
Espíritu, en nuestro espíritu. Y entonces en nuestra alma, y entonces
vivificando nuestro cuerpo mortal. Y entonces reconociéndonos
como un solo cuerpo universal expresado como uno.
Ya que es uno solo, pues, en cada lugar se expresa como uno;
incluye a todos los que el Señor incluye. Todo eso es la consecuencia.
La escatología descansa en la eclesiología. Porque, ¿cómo
vamos a hablar de vencedores sin saber quién está adentro y
quién está afuera en la iglesia? La eclesiología descansa en la
soteriología, la salvación. Así sabemos quién está salvo y cómo,
y quién no, quién es de la iglesia y quién no.
La iglesia no es el primer capítulo; la iglesia es un capítulo
posterior. Necesario, importantísimo. ¡Es la amada del Señor!
Cuanto más el Hijo es amado, el Hijo mismo. Es el Hijo amado
y la Amada. Tienen ese orden: primero es Dios, primero es el
Hijo; primero es la revelación de Dios, como le fue confiada a la
iglesia por los apóstoles, como está en el Nuevo Testamento.
La iglesia es la que conoce a Dios en Trinidad. Eso no lo vas
a encontrar en el Islam, ni en el judaísmo, ni en la academia, ni
en la universidad. La iglesia es la que conoce que Dios es Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y que tienen una relación tan deliciosa
entre ellos, que eso es, hermanos, ese es y será siempre el mayor
espectáculo. El primer espectáculo que los ángeles han visto desde
que nacieron, y que están tratando de entender, y que la iglesia
con el Espíritu Santo en sus primeros siglos trató de comprender,
el primer espectáculo, el foco, es la Trinidad.
Un segundo espectáculo
El segundo espectáculo es la encarnación, visto de ángeles.
El tercer espectáculo es la edificación de la iglesia. Somos espectáculo
también; pero somos apenas el tercer espectáculo.
Nosotros fuimos llevados por el amor de Dios. Llegamos detrás
del primer y eterno espectáculo que la iglesia tiene que estar
viendo, que es la Trinidad. Claro, no sólo la ortodoxia trinitaria:
la Trinidad, la relación del Padre y del Hijo con el Espíritu Santo,
cómo se ha revelado a la iglesia, cómo produce fruto, como
decíamos, incluso sociológico a través de lo eclesiológico.
134
La Trinidad. Ese será el espectáculo que nunca se agotará,
ese será el espectáculo que estaremos siempre viendo espiritualmente:
la Trinidad. Y ahora la iglesia está celebrando ese espectáculo.
Cuando nos hablaban nuestros hermanos esta mañana,
¿no era una celebración, no era un testimonio? Los hermanos
están hablando porque la iglesia está viendo, el Espíritu Santo le
está mostrando a la iglesia cómo es el Señor, cómo es el Hijo de
Dios, qué relación tienen, qué planearon. Cada vez, el Espíritu
Santo nos extasiará trasladándonos a ese seno suyo. Y lo veremos,
nos gozaremos, lo celebraremos.
Nunca será desconectado este espectáculo, el primer y principal
espectáculo que tienen que ver las criaturas que Dios creó
para eso, tanto los ángeles por una parte, y la iglesia por otra. Es
la Trinidad.
Y entonces, la encarnación. La palabra de Dios habla objetivamente.
Dios habló ya de la Trinidad, de la encarnación, de la
expiación, de la justificación por la fe –claro, ahí continúa– de la
resurrección, de la salvación. El Espíritu, la iglesia, el reino, la
consumación. Pero, no habrá escatología sin eclesiología, ni
eclesiología sin soteriología, y eso sin cristología y sin Trinidad.
Orden de prioridades. Para avanzar, la iglesia tiene que conocer
mejor el espectáculo espiritual de la Trinidad, de la vida humana
del Señor Jesús, profundizar en la obra de la cruz. Eso es el propiciatorio.
De eso nos habla el propiciatorio, de la obra de propiciación,
la obra hecha por el Señor.
Primeramente se ha enseñado que Cristo murió por nuestros
pecados conforme a las Escrituras. Y cuando Pablo decía «conforme
a las Escrituras» no se estaba refiriendo todavía al Nuevo
Testamento, que apenas estaba siendo escrito; se refería al Antiguo.
Detenernos en conocer la obra de la cruz. La iglesia se detenga
en la obra de la cruz. Entonces, «resucitado al tercer día
conforme a las Escrituras».
Procesión de los utensilios
Ahí va el arca. Resucitado. Si se da cuenta, aquella arca había
que cubrirla con unas pieles como está en el siguiente verso, con
pieles de tejones, y por encima un paño de azul, y el paño de azul
estaba por fuera en el caso de esta procesión. Esta procesión
tenía varios montoncitos. En uno iba el arca, en otro iba la mesa
135
de los panes de la proposición, en otro iba el candelero, en otro
iba el altar de oro. Ese era el orden de la procesión.
Pero el precursor tenía el paño de azul por fuera. Los otros
tenían el paño azul y el de carmesí. Claro, el arca no tenía paño
de carmesí, porque ella no necesita ser expiada, ella es la que nos
trae la expiación. El paño de carmesí está en la mesa de los panes
de la proposición, ahí está también el de azul. Pero en el arca el
azul estaba por fuera, porque el Señor ya resucitó. Nosotros tenemos
la vida divina por dentro, pero por fuera somos como un
ratón. Porque esos tejones eran como ratones. No eran animales
muy bonitos.
He visto una foto de los tejones que hay en el Sinaí, y parecen
ratones grandes. Claro, es resistente la piel para vivir en el desierto,
y el tabernáculo por fuera parecía un ratón grande. La
gente que lo veía por fuera, a lo mejor se asusta de un ratón
gigante. La gloria va por dentro. Como dice Juan. Tanto Isaías
hablando del Mesías, como Juan hablando de nosotros, lo mismo.
«No hay parecer en él, le veremos, mas sin atractivo para
que le deseemos». Por fuera, pieles de tejones; por dentro están
los tesoros.
Y así también la iglesia. ¿Qué dijo el apóstol Juan? «Ahora
somos hijos de Dios, pero todavía... todavía... no se ha manifestado
lo que hemos de ser». O sea, el paño de azul todavía lo
tenemos por dentro, y por fuera tenemos las pieles de tejones.
En cambio, el Señor Jesús sí, él se hizo hombre como nosotros.
También el arca es cubierta por pieles de tejones, pero encima de
las pieles de tejones se le pone el paño de azul. Por fuera. El
Señor ya tiene la gloria por fuera. Él ya fue glorificado, él ya fue
resucitado. Entonces, él es el precursor, es el que va adelante.
Nosotros vamos detrás. Detrás viene la mesa, y detrás el candelero
y detrás el altar de oro del incienso.
Orden en la perseverancia
Por causa del tiempo, sólo voy a leer un versículo, y termino.
Hechos 2:42. Aquí está la caminada de la iglesia del principio.
Perseveraban en estas cuatro cosas, pero en este orden. No empieza
con oraciones ecuménicas en Asís, allá con el imán, con el
rabino.
Ustedes saben que Acab estaba casado con Jezabel y que fue136
ron padres de Atalía. Él tenía sus intereses, pero quería que Josafat
se aliara con él, para los intereses de él. Y, ¿qué le pasó a Josafat
cuando se dejó enredar en los intereses ecuménicos de Acab? Se
le rompieron las naves. Dios les desbarató las naves, porque eran
alianzas impías. O sea, Dios no aprobaba una inclusividad ingenua.
Josafat peleó las guerras de Acab; no como David, que peleó
las guerras de Dios. David peleaba las guerras de Dios; los
intereses de Dios eran los de David. Pero Acab no tenía esos
intereses. Con su política eclesiástica se asoció a Josafat, para
que Josafat peleara la guerra de Acab, y no como David las guerras
de Dios. Entonces, hermanos, tengamos cuidado.
Perseveraban en cuatro cosas, en ese orden. Primera cosa:
«la doctrina de los apóstoles». ¿De qué era que hablaban los
apóstoles principalmente? Claro que ellos hablaban de mucho.
Si tú vas a 1ª Corintios 11, hablaban del velo. Por allá en Timoteo,
hablaba del ósculo santo. Por allá, Juan habla del lavamiento de
los pies. Y pensamos que eso es lo que habla la palabra de Dios.
Claro que eso está en la palabra de Dios, pero, ¿de eso es que
habla la palabra de Dios? ¿Qué nos dice Hechos de los Apóstoles?
Los apóstoles no cesaban, ni de día, ni de noche, todos los
días en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar
a Jesucristo.
La doctrina de los apóstoles es acerca de Jesucristo. Como
dice Pablo: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesús
como Señor». Y, como dice también Pablo, en la carta a los
Romanos, «el evangelio de Dios acerca de su Hijo». El Hijo es
lo primero. El arca es primero. La doctrina de los apóstoles.
Claro que los apóstoles también hablaron de la iglesia, de las
últimas cosas. Y por eso es que después aparecen la comunión
unos con otros y el partimiento del pan, así como después del
arca que estaba en el Lugar Santísimo, en el Lugar santo, frente
a frente, al norte, estaba la mesa de los panes de la proposición,
y al sur, frente a la mesa, estaba el candelero.
Claro, si hay cabeza tiene que tener cuerpo, pero no puede
haber cuerpo sin cabeza. Esa Cabeza merece tener un cuerpo, y
por eso debemos amarlo y que nos tenga. En verdad, que nos
tenga. Él lo merece. Lo quiere y lo merece. La iglesia tiene que
estar ahí, porque él lo merece. Pero la comunión unos con otros,
y el partimiento del pan vienen después de la doctrina de los
137
apóstoles.
Y el cuarto, claro, ahí viene el incensario, las oraciones. Las
oraciones vienen de cuarto: el altar de oro del incienso.
Doctrina de los apóstoles, comunión unos con otros y
partimiento del pan, uno frente al otro, y las oraciones. El arca,
la mesa, el candelero y el altar de oro.
138
139
LA VISIÓN Y LA PALABRA VIVA
Claudio Pereira
Lecturas: Juan 1:1, 14; Col. 3:16; Mateo 4:3-4; Juan 6:63, 67-68.
El tema de este tiempo juntos es «la visión celestial». Me
gustaría compartir algo muy sencillo con los hermanos
sobre la palabra viva de Dios y la visión celestial. En
este tema de la palabra viva, el apóstol Juan tiene un papel muy
importante. Nuestro hermano Christian ha compartido sobre esto.
Me gustaría tomar un aspecto pequeño que tiene relación con el
ministerio de Juan.
Pero, ¿qué es la palabra de Dios? La palabra de Dios es el
idioma, es la lengua de Dios. Cuando Dios habla, no habla primeramente
en español, en portugués, en inglés; sino que la lengua
de Dios es su Palabra. Cuando Dios quiere compartir algo
de su corazón, el medio, el instrumento que utiliza, es la Palabra.
Este es el instrumento que Dios nos dio para que le escuchemos.
Dios no habla aparte de su Palabra. Así que para comprender
a Dios, para escuchar a Dios, es muy importante conocer la palabra
de Dios. Si conocemos la palabra de Dios, si –como dice el
versículo de Colosenses que hemos leído– habita ricamente en
nosotros la palabra de Cristo; si la Palabra habita ricamente en
nosotros, entonces tenemos el medio para comprender la voz de
Dios. Pero, si la Palabra no habita ricamente en nosotros, nuestra
capacidad de comprender a Dios, de comprender su voz, está
bastante limitada.
Un niño pequeño, un bebé, no tiene muchas formas de comunicación
desarrolladas. Cuando un niño pequeño tiene alguna
necesidad, siente un dolor, empieza a llorar. Es la única forma
140
que tiene para manifestar lo que siente, lo que quiere. Muchas
veces, cuando el niño empieza a llorar, pensamos que es una
cosa; le damos la comida, pero sigue llorando. Y hacemos otra
cosa, y otra cosa, y sigue llorando. Y los padres empiezan a quedarse
confundidos, porque no saben de qué se trata. ¿Qué hago
yo ahora, tengo que ir al médico, tengo que hacer alguna cosa?
Porque el niño pequeño no tiene formas de comunicarse.
Cuando hemos nacido de lo alto, somos niños, somos los
pequeñitos de Dios. Pero Dios no quiere que lleguemos a diez,
quince, veinte años de vida con él, y sigamos llorando nuestras
necesidades delante de Dios. Tenemos que aprender a hablar
con Dios, a escucharle. Y para esto, necesitamos de su Palabra
habitando en nosotros.
Así que, hermanos, el crecimiento espiritual, el crecimiento
en Cristo, está muy relacionado con el habitar de la Palabra en
nosotros.
El logos y el rhema
Las cuatro porciones de la Biblia que hemos leído, nos muestran
dos términos que en la lengua original de la Biblia son utilizados
para describir la Palabra. En Juan 1:1 dice que «en el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».
Y también en Colosenses: «que habite ricamente en vosotros la
Palabra». En estos dos versículos, en el original, la palabra es
‘Logos’. Esta palabra ‘Logos’ quiere decir la palabra que fue
dicha una vez, la palabra revelada, la palabra que está escrita en
nuestras Biblias. Este es el Logos de Dios.
Dios habló una vez, y esto está establecido para siempre en la
Palabra. Este es el ‘Logos’. El ‘Logos’, hermanos, es algo como
una definición muy completa, muy amplia, total. Es una palabra
que tiene amplitud. Por esto es que, cuando la Biblia dice «el
Verbo –la Palabra– estaba con Dios, y era Dios», habla de algo
muy completo. La Palabra es Cristo. Cristo es toda la revelación
de Dios para nosotros. En él está toda la palabra de Dios. Se
contiene toda la palabra de Dios en la persona de Jesucristo. Por
esto, Cristo es el ‘Logos’ de Dios.
Pero en Mateo, cuando el Señor habla que no sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios, el término es ‘rhema’, la otra palabra griega que también
141
tiene el mismo significado, pero con un énfasis diferente. El
‘rhema’ quiere decir una palabra muy específica, muy particular;
una palabra que no solamente fue hablada en el pasado y
está en la Biblia. No; es una palabra que el Espíritu Santo tomó
y habló de una forma muy viva y real para mí, para ti, para cada
uno de nosotros.
Así que espero que esté claro para los hermanos que cuando
la Biblia, cuando el Nuevo Testamento habla de la Palabra, usa
dos términos: uno se refiere a la Palabra que fue hablada una
vez, otro se refiere al Espíritu Santo tomando una porción de la
Palabra y hablando personalmente con nosotros. Y nosotros necesitamos
de los dos. Si sólo tenemos uno, algo va mal.
Si pensamos que basta tener la revelación de la Biblia, la letra
escrita de la Biblia, no vamos a ganar la revelación personal del
Espíritu Santo para nosotros. Y si pensamos que podemos tener
esta revelación personal sin la Palabra habitando ricamente en
nosotros, también nos equivocamos. Necesitamos de las dos.
Cuando el Señor habla de que todo hombre vivirá de toda
palabra que procede de la boca de Dios, habla de vivir. Para
vivir, dependemos de la palabra viva. No basta la letra, conocernos
la Biblia escrita. Pero necesitamos ir un paso adelante, y
permitir que el Espíritu Santo hable a través de la palabra escrita,
por medio de la palabra escrita. Así que necesitamos del ‘Logos’
habitando ricamente, y necesitamos rogar al Espíritu Santo que
tome el ‘Logos’ y lo transforme en ‘rhema’, algo vivo, algo que
nos transforma, algo que viene para separar alma y espíritu, algo
que viene a hacer una obra en nuestras vidas. Este es el papel de
la palabra viva de Dios.
La visión celestial tiene mucha relación con los ‘rhemas’.
Para que veamos algo, necesitamos del ‘rhema’, de la palabra
viva de Dios. Cuando la palabra viva viene, así como Pablo a las
puertas de la ciudad de Damasco, nos pone por tierra. La palabra
viva no es algo que va a alegrarnos mentalmente, con un conocimiento.
No, ella va a producir un cambio. Esto es necesario,
hermanos, esto es muy necesario.
Juan y el rhema
¿Por qué Juan es importante en este tema? Porque, si miramos
lo que Juan escribió, los libros que Juan escribió en el Nue142
vo Testamento, si lo comparamos con los otros libros del Nuevo
Testamento –lo que Pablo escribió, lo que Lucas escribió–, vemos
que Juan usa mucho más la palabra ‘rhema’ que los otros
autores. Es difícil percibirlo en nuestras Biblias en portugués o
español, porque no hay cómo hacer la diferencia, pero en verdad
Juan usa el término ‘rhema’ muchas veces en su evangelio, y
nos preguntamos por qué.
Hemos oído que el apóstol Juan ocupó un papel, después de
Pedro, después de Pablo, en la historia de la iglesia en el primer
siglo. Y cuando Juan escribió sus libros, la revelación que Dios
le dio, sabemos que la situación de la iglesia ya estaba en decadencia.
No estamos más en los días de Pablo, en los días de los
grandes viajes apostólicos, de la fundación de las iglesias, del
establecimiento de iglesias locales en muchos lugares, con muchas
personas siendo ganadas para Cristo. La situación ahora
era diferente, como nos ha dicho el hermano Christian por las
mañanas.
Sabemos por la carta a la iglesia de Éfeso que el primer amor
se había acabado. Aún había organización, aún había verdad;
pero algo muy importante, fundamental, dejó de existir en la
iglesia al final del primer siglo. De alguna forma, la realidad
espiritual no era más como antes. Algo se perdió de la vida, y
esta es la razón por la cual Juan escribe su evangelio. Es un
evangelio diferente de los otros tres, y tiene un énfasis especial.
En un momento en que la decadencia, la degeneración, ocurre
en la iglesia, algo necesita cambiar. Hay que volver al principio.
Por esto, el evangelio empieza con el principio de los principios.
Cronológicamente, el evangelio de Juan empieza en el punto más
remoto de toda la Biblia, porque empieza en la eternidad pasada.
Este evangelio es muy especial, y tiene un propósito especial.
Todo aquel que lee y pone atención, este evangelio es tan
especial, tan maravilloso, va a encontrar en el final una declaración
de propósito, que explica que el autor del evangelio de Juan
tenía un propósito al escribirlo.
En Juan capítulo 20:30-31, vean la declaración del propio
autor, del propósito del evangelio que escribió: «Hizo además
Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las
cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito
para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
143
que creyendo, tengáis vida en su nombre».
Así que, hermanos, en un momento en que la vida se va de la
iglesia, en que la realidad empieza a decaer, Juan escribe un evangelio
de vida. Este evangelio fue escrito para que lo leamos, y
creamos en Jesús como el Cristo. Y cuando creemos, tenemos
vida. Hay vida real, porque es la Palabra de Dios.
Y aquí vemos la importancia del ‘rhema’. ¿Por qué Juan usa
el ‘rhema’ tantas veces? ¿Por qué la palabra viva es tan importante
para él? Porque, en un momento como éste, es muy importante
no solamente el ‘Logos’, sino, llenos del ‘Logos’, tener los
‘rhemas’ de Dios en nuestras vidas. El evangelio de Juan empieza
con algo muy sublime. Es la eternidad pasada, el Verbo que
está con Dios, el Verbo que se encarna, y que viene al mundo.
Cómo obtener los rhemas: el amor
Si los hermanos leen el capítulo 1 de Juan, es un capítulo
muy precioso, muy hermoso, porque después de este inicio glorioso
hay una parte que es un cambio bastante grande. Tenemos
una escena en la tierra con algunos galileos muy jóvenes, discípulos
de Juan Bautista, que son conducidos a conocer a Cristo.
Y vemos en esta parte de Juan la historia de algunas personas.
Aquí está Juan, aquí está Andrés, aquí está Felipe, aquí está
Natanael, aquí está Simón Pedro, antes de conocer a Jesús. En
estas vidas, hay un secreto muy importante, un secreto que va a
hablarnos sobre cómo podemos obtener los ‘rhemas’ de Dios.
Si todos nosotros deseamos la palabra viva, ¿cómo podemos
obtenerla? ¿Cómo podemos ser ricos en el ‘rhema’? En estas
vidas presentadas aquí hay un secreto muy importante para aprender.
¿Quién era Juan? ¿Quién era este joven? ¿Cuál era su ambición?
Hemos escuchado de visión celestial y ambición, propósito.
¿Cuál era la ambición de Juan? ¿Qué deseaba él de su vida?
¿Cuáles eran sus amigos, sus compañeros? Sabemos que Juan
era hijo de Zebedeo, que era pescador, y su padre no era pobre;
tenía empleados que trabajaban para él. Los hijos trabajaban con
el padre, pescando.
Pero vamos a leer en Juan 1, del versículo 29 en adelante. El
texto es muy interesante, por esto les pido bastante atención en
cuanto leemos:
144
«El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es
aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es
antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas
para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando
con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu
que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y
yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél
me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece
sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he
dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (vers. 29-34).
Esta parte habla del mensaje de Juan Bautista. Muchas veces
pensamos de Juan Bautista como un predicador de arrepentimiento;
pero vemos aquí por qué él fue el mayor de los profetas; mayor
que Isaías, que Jeremías, que los grandes profetas. ¿Por qué? Porque
vio a Cristo, vio la venida del Mesías, anunció su llegada. Y
Juan Bautista recibió una visión muy amplia, muy grande. Él vio
a Jesús como el Hijo de Dios. Él es el Mesías, pero no como los
judíos lo entendían, como un líder político, religioso. ¡No! Él es el
propio Hijo de Dios, él es el Cordero que quita el pecado del mundo.
Hermanos, quita el pecado, termina con el imperio del pecado,
termina con el reino del pecado. Introduce el reino de la justicia,
de la santidad. Este es el Cordero de Dios.
También es aquel que bautiza con el Espíritu Santo. Los que
creen en Cristo son bautizados en un solo Espíritu. Y Juan lo vio,
y más que esto, él vio la Novia. Porque él habla: «El que tiene la
novia, es el novio». Él vio la iglesia, la iglesia de Cristo. Cristo
como cabeza de su iglesia, de su novia. Así que, hermanos, Juan
Bautista fue un hombre de mucha visión.
Lo que vemos después en el texto de Juan 1 es que estos
jóvenes, que vienen de Galilea, son jóvenes piadosos. Vienen de
Galilea para las fiestas de los judíos: para la pascua, para los
tabernáculos. Pero en sus oraciones hay un deseo por algo más.
Tal vez no sepan lo que es, pero quieren más. No están contentos
con el formalismo religioso de sus días. No están contentos con
las ceremonias externas, con la cultura bíblica de los fariseos.
Quieren más, quieren algo más. De alguna forma saben que viene
el Mesías, y quieren al Mesías. Pero, ¿cómo saber acerca de
él?
145
Entonces, probablemente en algunas de aquellas fiestas de
los judíos, escuchan acerca de Juan Bautista, y van a escucharle.
Y se quedan impresionados con su palabra. Son cautivados en
sus oraciones, no por la persona de Juan, que no tenía nada de
impresionante, sino por la palabra viva que escuchaban del profeta
de Dios. Sus corazones son jóvenes, pero sus corazones de
alguna forma son despertados. «Señor, hay algo. Señor, tú respondes
nuestro clamor». Y escuchan a Juan, y aprenden con
Juan. Probablemente no dejan su trabajo en Galilea. Vuelven
para trabajar con su padre; pero siempre que es posible, están
nuevamente en Jerusalén, y bajan al Jordán para escuchar a Juan.
Pero un día, hermanos, algo diferente sucede. Leamos desde el
verso 35:
«El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos.
Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero
de Dios».
Aquellos jóvenes discípulos de Juan ya habían escuchado
sobre el Cordero. Pero ahora pasa el Cordero, y Juan dice: «He
aquí el Cordero de Dios». El versículo siguiente nos cuenta lo
que ocurrió con los discípulos, dos de ellos.
Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y
volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis?
Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde
moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y
se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían
oído a Juan, y habían seguido a Jesús».
¿Quién era el otro? El texto no nos dice el nombre del otro.
Pero tantas veces en este evangelio el autor habla del «otro discípulo
», «aquel discípulo», que nosotros sabemos que es el testimonio
ocular que está presente; pero que se oculta, que jamás
dice su nombre, jamás menciona su persona. Juan, en su humildad,
no puede hablar de sí mismo, no puede hablar de su persona.
Habla de sus compañeros. Y, hermanos, habla con mucho
amor, porque escribe cuando ya es muy, muy viejo, con más de
noventa años. Pero en detalle se recuerda de todos; son una preciosa
memoria. Y menciona a sus compañeros, todos, uno a uno;
pero no habla de sí mismo.
Pero hay cuatro veces en este evangelio donde encontramos
146
al apóstol Juan hablando de sí mismo en una forma muy particular,
muy especial. Les doy los textos. Están en Juan 13:23 («Y
uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al
lado de Jesús»), 19:26 («Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo
a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre:
Mujer, he ahí tu hijo»), 21:7 («Entonces aquel discípulo a quien
Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! …») y 21:20 («Volviéndose
Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús,
el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le
había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?»). En
estas cuatro veces, Juan habla de sí mismo como el discípulo
que Jesús amaba.
Hermanos, tal vez una primera impresión de algunos podría
ser que Juan quiere presentarse como alguien especial, mejor
que los otros. «Miren, yo soy el amado». Tal vez, esta pudiera
ser una primera impresión. Pero, hermanos, esto no es verdad.
Con casi cien años, Juan no dice su nombre en su evangelio;
pero no puede ocultar lo más precioso que ha tenido en su vida.
Él vio el Verbo encarnado, él vio el Dios hecho carne, él tocó el
Verbo de la vida, él recostó su cabeza sobre su pecho, y él escuchó
de este Jesús que él era amado.
¿Qué puede ser más preciso en nuestras vidas, hermanos, que
escuchar de Dios, el Dios Hijo, que somos amados? Juan podría
olvidar todo, pero jamás podría olvidar que era el discípulo amado
de su Señor. El Señor que lo amó, que dio su vida por él. Cuán
precioso es el amor del Señor por Juan, que le marcó por toda la
vida.
Hermanos, el amor es un tema muy fuerte en lo que Juan
escribe. El amor es fundamental para que podamos tener visión
celestial, para recibir la palabra viva de Dios. Cuando vemos el
amor del Señor, y cuando escuchamos de su voz que somos
amados. Entonces, esto produce en nosotros algo que nos cambia
por completo. Hermanos, seguir al Señor no es más sacrificio;
el camino de la cruz no es más pesado. Si la vida cristiana
nos trae sufrimientos, tenemos pruebas y privaciones, muchas
dificultades. Pero, ¿qué es esto, cuando sabemos que él, nuestro
Amado, nos ama con amor eterno, está por nosotros, y todo lo
que hace con nosotros es por su amor?
¿Qué quieren estos dos discípulos con Jesús? En Juan capítu147
lo 1, ellos siguen a Jesús, buscan a Jesús. Entonces Jesús, viéndoles
que le seguían, les dijo: «¿Qué buscáis? ¿Cuál es vuestro
propósito? ¿Cuál es vuestra ambición?». Ellos le dijeron: «Rabí,
¿dónde te hospedas, dónde estás? Queremos estar contigo. No
queremos primeramente tus bendiciones, tus milagros, tus doctrinas,
verdades. Queremos estar contigo». Entonces, van para
estar con él. Y en seguida, en el versículo 40, vemos a Andrés,
hermano de Simón Pedro. Era uno de los que habían oído a Juan
y habían seguido a Jesús.
Estos hombres conocieron a aquel que buscaban por tanto
tiempo. Ellos buscaban una persona, a la persona del Mesías, y
lo encontraron. No era posible a ellos guardarlo, tenían que compartirlo.
Y Andrés dice a su hermano: «Hemos hallado al Mesías
(que traducido es, el Cristo)». Estos judíos conocían el Antiguo
Testamento; pero el Antiguo Testamento les habló de una persona.
En el Antiguo Testamento hay muchas historias, mucha poesía,
muchas enseñanzas, muchas promesas; pero, por detrás de
todo esto, hay un solo tema: el Mesías, el Cristo.
Hermanos, Cristo no está solamente en el Nuevo Testamento;
está en todo el Antiguo Testamento. Y estos hombres, de alguna
forma, encontraron al Mesías, y empezaron a compartir:
«Hallamos al Cristo, está aquí».
«El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y
le dijo: Sígueme. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés
y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo –Miren lo que le dijo,
miren el testimonio que da de Cristo–: Hemos hallado a aquél
de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús,
el hijo de José, de Nazaret».
Felipe nos habla de aquel que medita en las Escrituras, que
conoce la Biblia, pero que en la Biblia encontró a la persona del
Hijo de Dios. En seguida, él habla a Natanael, da testimonio a
Natanael.
«Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?».
Natanael no le creía mucho. Tenía una gran ansiedad en su corazón,
pero la realidad era muy dura para él: el ceremonialismo, la
superficialidad, el mundanismo, la misma religión. Así que no
podía creer. ¿Cómo? ¿El Mesías?
«Le dijo Felipe: Ven y ve. Cuando Jesús vio a Natanael que
se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien
148
no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió
Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo:
Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel».
Hermanos, Natanael estaba debajo de la higuera, oculto, escondido.
Estaba en oración, en meditación; ponía su corazón
delante de Dios, por la redención de Israel, por la manifestación
del Mesías. Clamaba por el Hijo de Dios, y así que el Señor le
escuchó la oración. Porque Natanael, sin saber, oraba a aquél
que estaba muy cerca. Y cuando escuchó que su oración, solo,
era conocida de Jesús, inmediatamente le dijo: «Rabí, tú eres el
Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Hermanos, esta parte de la Biblia muestra los corazones de
estas personas, de estos hermanos nuestros. Gente como nosotros.
No conocían al Hijo de Dios, pero en sus corazones había
algo muy fuerte, un clamor, un deseo de verlo, de conocerlo, de
darse totalmente para él.
Hermanos, nosotros vivimos hoy en los últimos de los últimos
días; nosotros también esperamos a nuestro Señor. Hay un
deseo en nuestros corazones de verlo. Sí, hermanos, qué bendición,
que nacimos de lo alto; qué bendición, que fuimos regenerados
en Cristo, que el Espíritu Santo habita en nosotros. Es algo
maravilloso, es algo tremendo. Nosotros, mortales, pecadores,
destinados al infierno, pero fuimos maravillosamente redimidos,
salvados.
Pero, hermanos, en nuestros corazones hay un deseo por más.
Porque nosotros queremos verle, queremos estar delante de su
faz, delante de su persona. Queremos ver su belleza. Él es el más
hermoso, el más maravilloso. Le conocemos en parte, pero queremos
verle personalmente. Hoy día tenemos en nuestros corazones
un sentimiento muy semejante. Y luego vamos a ver a
nuestro Señor, luego vamos a estar en su presencia.
Estos hombres nos muestran una llave, una llave que se relaciona
con la Palabra de Dios y con la visión celestial. Juan 14:21,
23, palabras de nuestro Señor: «El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado
por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él ... El que me
ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada con él».
149
Hermanos, el deseo de Dios es morar en nosotros. En el Antiguo
Testamento, tenemos el tabernáculo. Es algo que Dios preparó,
de modo que él pudiera venir y habitar entre su pueblo.
¿Por qué? Porque Dios es un Dios santo, y nosotros somos pecadores.
Pero Dios hace provisión, de modo que pueda estar con
nosotros, porque este es su deseo. Es un deseo irresistible. Él nos
creó para él. Él quiere venir para estar con nosotros. Quiere habitar
en nosotros, y cuando Juan en el capítulo 1 de su libro,
versículo 14 dice: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros», la palabra habitó en el original es «se hizo tabernáculo
». Él, Jesucristo, es el tabernáculo de Dios, para que Dios
pueda habitar en nosotros, entre nosotros. Pero en Juan 14, Jesús
dice que el que tiene su Palabra es el que le ama.
Hermanos, en la medida de nuestro amor por la palabra de
Dios está nuestro amor por nuestro Señor. Aquel que ama al
Señor, ama su Palabra. ¿Por qué? No es simplemente un mandamiento:
«Haz esto, entonces te amo». No, es porque el Señor
sabe que para que él pueda habitar en nosotros, vivir en nosotros,
manifestarse, expresarse en nosotros, él precisa encontrar
el Logos de Dios ricamente habitando en nosotros. Así que la
medida de nuestro amor es la medida de nuestro guardar su Palabra.
Si guardamos la Palabra, el Padre nos ama. Y el Padre y el
Hijo vendrán a nosotros, y harán morada, habitación, en nosotros.
Hermanos, la Palabra escrita de Dios debe habitar en nosotros
ricamente. Esta parte, hermanos, es algo a lo que nuestro
corazón debe dedicarse con mucho esfuerzo. Cada día, cada
momento posible, debemos llenarnos de esta palabra de Dios.
De todas las formas posibles, por todos los medios, leerla, estudiarla,
meditar en ella, guardarla, hablar de ella.
Si estamos llenos, si estamos creciendo en el conocimiento
de la Palabra de Dios, vamos a dar condiciones al Espíritu Santo
para que Cristo crezca en nosotros, para que él sea una expresión
madura en nosotros. Pero si la Palabra no está habitando ricamente,
le ponemos una limitación muy grande. Así que, hermanos,
el Logos debe habitar.
El Logos son, no porciones de la Biblia (qué bueno memorizar
el Salmo 23, o Juan 3:16; probablemente todos sabemos bien);
el Logos quiere decir los 66 libros de la Biblia. Evidentemente,
150
no podemos conocerlos a todos hoy; pero estamos caminando
para conocerlos, para ponerlos todos adentro. Aquí están afuera,
pero un día deben estar todos adentro.
Pero la segunda parte, el ‘rhema’, está relacionado con el amor,
está relacionado con nuestro amor al Señor. Aquel que ama, tiene
los mandamientos del Señor, y el amor va a conducirle a la
Palabra viva. Nosotros no podemos producir los ‘rhemas’, no
podemos esforzarnos para tener los ‘rhemas’ vivos de Dios, pero
el amor va a hacernos sensibles a los ‘rhemas’ de Dios. Al crecer
en el amor, el amor por nuestro Señor, vamos a crecer en nuestra
sensibilidad espiritual, y recibir muchos ‘rhemas’, ‘rhemas’ vivos
que van a transformar nuestra vida.
Hermanos y hermanas, cuando un hombre se queda enamorado
de la mujer que Dios le ha dado, o cuando una mujer se
queda enamorada del hombre que Dios le ha dado, empieza una
relación de amor. ¿Qué hace el amor? Muchas veces tenemos
dificultades para saber cuál es la voluntad de Dios, qué debo
hacer en la iglesia, cuál es la decisión que debo tomar, qué quiere
Dios para mí o para mi familia. Tenemos dificultad. Pero cuando
alguien ama de verdad, hace dos cosas. Primero, hace solamente
lo que va a agradar a su amado o su amada. Y en segundo
lugar, no hace nada que pueda contristarle.
Nuestra vida con el Señor es así. Queremos agradarle. Por
sobre todo, no queremos contristarle; no queremos presentar nada
que lo pueda entristecer. No porque temamos un juicio, sino
porque lo amamos. Vemos cómo nos amó, y deseamos amarle.
Los ‘rhemas’, la palabra viva de Dios, está relacionada con el
amor. Juan vio en su tiempo, en la decadencia del final del primer
siglo, cómo el ‘rhema’, la palabra viva de Dios, era necesaria,
y cómo esta Palabra estaba basada en el amor.
Hermanos, este amor no solamente va a permitir que nuestra
vida individual, nuestro ser, nuestra persona sea transformada;
porque el propósito de Dios no es sólo nosotros personalmente.
Pero este amor de la Palabra viva va a edificar la iglesia, la casa
de Dios.
Sirviendo Cristo a los hermanos
Quiero terminar con una cita de Mateo 24:45-51: «¿Quién
es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su
151
casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel
siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De
cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. Pero si
aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir;
y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber
con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día
que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente,
y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el
crujir de dientes».
Hoy nosotros somos siervos de Dios, y consiervos los unos
de los otros. La iglesia es edificada con nuestro servicio de los
unos a los otros. Hay un siervo bueno, porque aquí no hay una
relación de autoridad. Un siervo está colocado para alimentar a
los otros consiervos, y así, hermanos, somos todos nosotros en
la casa de Dios.
Hay un siervo bueno y otro malo. ¿Cuál es la diferencia entre
el bueno y el malo? ¿Qué hacen los dos de diferente? La diferencia
es que uno sirve con Cristo, sirve a Cristo a sus hermanos.
Cristo habita en nosotros; Cristo vive, crece y se manifiesta en
nosotros. Entonces, cuando estoy con mis hermanos, expreso a
Cristo en cosas muy sencillas, en cosas muy simples: en mi servicio,
en mi palabra. Pero, como no soy yo, sino Cristo, entonces
aquel Cristo que está en mí va a edificar al hermano, y Cristo
en esta forma va a hacer todo en tu corazón.
Pero, si no es Cristo, entonces soy yo. Y si soy yo, aunque sea
mi bondad, mi esfuerzo, mi diligencia, esto va a golpear al Cristo
que habita en mis hermanos; esto va a ser una destrucción.
Por esto, hermanos, hemos de llenarnos de la Palabra, llenarnos
del Logos, para que entonces el Espíritu Santo venga a hacernos
crecer por la palabra viva que nos transforma, y por la palabra
viva que transforma a nuestros hermanos y hermanas en nuestras
vidas.
Así que el Señor nos ayude, que estemos en su presencia, y
que podamos ofrecernos como siervos calificados, llenos de su
Palabra, con un corazón lleno de su amor, para que él tenga satisfacción
en nuestras vidas.
152
153
LOS OFICIOS DE CRISTO
EN EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS
Roberto Sáez
Me embarga un sentimiento de indignidad, y también
un sentimiento de gratitud a Dios por considerarnos
para vivir este momento.
Este año, yo he tenido solamente un mensaje en mi corazón.
Un mensaje que partió en Rukakura, que ha ido creciendo, ha
ido tomando diversas formas, y se ha convertido en una carga
para compartirla. Donde quiera que he ido este año, he ido tocando
este tema de una u otra manera. Y llegado a este momento,
a esta Conferencia, compartiré acerca de lo que el Espíritu de
Dios ha estado impregnando dentro de mi corazón, no una palabra
que yo haya estudiado, o que yo haya investigado en muchos
libros, sino lo que ha sido mi experiencia con el Señor durante
este año.
Por supuesto, él me ha hablado por la Palabra, y eso ha dado
una vivencia en que he podido recorrer la Escritura en este
tema que voy a compartir. De una manera muy especial, la
Escritura se ha vuelto a abrir para mí de una manera renovadora.
El consejo eterno de Dios
Quiero leer los primeros versículos donde voy a basar esta
palabra.
Hechos 2:22-24: «Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús
nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las
maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por
154
medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado
por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,
prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al
cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto
era imposible que fuese retenido por ella».
Hebreos 1:13-14: «Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios
jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies? ¿No son todos espíritus ministradores,
enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la
salvación?».
Hebreos 2: 5-9: «Porque no sujetó a los ángeles el mundo
venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó
en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te
acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le
hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y
de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo
sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las
cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos
que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue
hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de
gloria y de honra...».
Hebreos 3:1: «Por tanto, hermanos santos, participantes del
llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote
de nuestra profesión, Cristo Jesús».
El texto que he leído de Hechos da cuenta de una reunión que
hubo antes que el mundo fuera, una reunión entre el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. La Deidad reunida para tomar consejo
entre sí respecto de cosas trascendentes, de hechos que iban a
suceder en el futuro. Allí se acordó primero nuestra creación;
luego, nuestra redención. En ese consejo se tomaron seguramente
los acuerdos con respecto a lo que nosotros conocemos como el
nuevo pacto; pero que en la Deidad eso fue más bien un pacto
eterno.
No sabemos cuánto tiempo duró esa reunión; no se nos dice
en la Escritura una medida de tiempo que haya durado esa reunión.
Yo supongo que eso abarcó una gran cantidad de tiempo.
Allí fue manifestada la voluntad de Dios de crearnos a nosotros.
Los ángeles ya existían. Luzbel ocupaba el primer lugar entre
los ángeles. Tal vez él era la más importante criatura en los cie155
los. Su lugar en los cielos era un lugar de alabar, de adorar, de
servir en el altar, en las piedras del altar.
En el libro de Ezequiel se dice que desde el día de su nacimiento
estaban preparados los tamboriles y las flautas. Así que
yo supongo que desde los orígenes él fue un personaje relacionado
con la música, con la alabanza, con la orquestación, con
los arreglos musicales. Él fue tal vez una persona que creó muchas
melodías y sirvió en el coro angelical para llevar mucha
gloria a Dios. Innumerables cánticos, innumerables sonidos que
se mezclaron para llevar la alabanza a Dios. Él ocupaba un lugar
importante porque era el jefe de la hueste angelical, y toda la
alabanza pasaba por medio de él hacia Dios.
Luzbel tuvo envidia del lugar que ocupaba el hombre en el
Plan de Dios
Cuando él vio a la Deidad reunida tomando consejo –un consejo
es una reunión de personas que tiene autoridad para tomar
decisiones– seguramente Luzbel, que estaba tan cerca de Dios,
tuvo envidia de esa reunión. Tal vez empezó a concebir en su
corazón el por qué a él no se le había invitado a tomar parte de
ese consejo. En algún momento supo que él y sus compañeros
habían sido creados para servir a los que serían herederos de la
salvación. Supo, en ese momento, que el mundo venidero no era
para él ni para sus compañeros, que ellos no serían los protagonistas
en esa creación de Dios, en esa gloria venidera que sería
manifestada.
Había sido concebido un propósito eterno de Dios; había llegado
el momento en que ese plan de Dios de crear una raza de
seres semejantes a Dios iba a ser llevado a la realidad, y Luzbel
y sus compañeros no estaban considerados para ser los administradores
de aquel mundo venidero; por lo cual empezó a pensar
para sí: «Estoy siendo desplazado; hay otras criaturas que van a
ocupar un lugar de privilegio en el corazón de Dios». Y empezó
a pensar mal de Dios y empezó a pensar mal de la creación de
Dios.
Entonces, él empezó a sentir una envidia insoportable. Empezó
a odiar a Dios y a odiar los planes de Dios. No sé cuánto
tiempo habrá pasado, no creo que la maldad haya tomado lugar
en un minuto, y que en un minuto se haya decidido sacarlo del
156
lugar de la ministración en el altar de adoración, donde él oficiaba
con un ministerio sacerdotal, llevando la alabanza.
Es curioso que el libro de Ezequiel dice de alguien que toma
para sí un pronombre personal: «Yo te saqué, yo te saqué, porque
hallé que en ti había maldad». ¿Quién será esa persona? Me imagino
que fue el propio Hijo de Dios, porque dice: «Yo te saqué del
altar de Dios». ¡Bendito es Dios! Su trono fue estremecido, su
cabeza fue ofendida. Su autoridad fue enfrentada por una criatura
que se atrevió a pensar de sí mismo: «Yo no soportaré este designio
de la voluntad de Dios; no aceptaré ser desplazado. Yo subiré
y me sentaré al lado de la silla de Dios, y subiré por sobre su
cabeza, y tomaré el reino en mis manos». Así pensó Luzbel.
Y fue el Señor Jesucristo quien, cuando halló la maldad en
este ángel principal, y encontró que su corazón se rebelaba contra
los designios de Dios; entonces el propio Señor Jesucristo lo
sacó de ese ministerio.
Digo que Dios es bendito y maravilloso, porque no fue él
quien lo sacó como reaccionando, como castigándolo por los
pensamientos que tuvo. Yo me imagino que Dios escondió su
cabeza. El día en que Dios vio que una criatura se levantaba
contra él, Dios guardó silencio. Tal vez su cabeza, si la movió, la
movió para hundirla en sus hombros. No para reaccionar, no
para levantar ni siquiera un dedo contra el que lo estaba ofendiendo
y atacando, contra el que estaba dudando de su dignidad,
sino que dejó que Otro lo defendiera. Levantó la cabeza de su
Hijo, levantó a Cristo como la cabeza de todo lo creado, y le dio
autoridad en el cielo y en la tierra, para que actuara en representación
suya, como si Dios mismo actuara por él.
Y en verdad, el Señor Jesucristo es participante de la naturaleza
divina, es Dios con Dios. Pero Dios lo levanta, no para que
actúe como Dios, porque en el propósito de Dios estaba que el
Hijo asumiera nuestra humanidad. De tal manera que en el momento
en que Dios lo levanta como cabeza está echada la suerte
de nuestro Señor Jesucristo. Y en ese consejo eterno se toma el
acuerdo de que el Señor Jesucristo vendrá, vendrá para ofrecer
su vida, vendrá para salvarnos, para redimirnos. Vendrá, porque
ellos supieron de antemano que, al crearnos a nosotros, arriesgaban
el hecho de que nosotros también nos rebeláramos, como se
rebeló Luzbel.
157
Ignoro por qué, para los ángeles, no hubo un plan de redención.
Y sin embargo para nosotros, para la descendencia de
Abraham, hubo misericordia. Ignoro eso. Tal vez en otro momento
lo entenderemos; pero bendito sea Dios que tuvo misericordia
de nosotros, que podría habernos destinado también a
una eterna perdición, pero echó a andar para nosotros un plan de
salvación.
El Señor Jesucristo asumió venir a este mundo
El Cordero de Dios fue ofrecido antes de que el mundo fuese,
y allá se firmó un pacto eterno, en donde el Señor Jesucristo se
comprometió consigo mismo, ante el Padre, a venir a salvarnos
y a dar su vida por nosotros. Asumió el riesgo de que nosotros
fracasáramos. Asumió también que él, al venir en forma humana,
sería probado como nosotros, y que tendría que pasar por la
prueba más grande de la humanidad, y era que él, como hombre,
tenía que vivir en este mundo agradando al Padre, haciendo la
voluntad de Dios, sometiéndose a Dios y aprendiendo la obediencia.
Y expuesto a todas las contingencias de las limitaciones
humanas, nuestro Señor Jesucristo asumió venir a este mundo.
El Padre también se arriesgó, poniendo toda la responsabilidad
del destino de toda la creación, de todo el propósito de Dios,
de todos los planes de Dios; todo fue puesto en las manos del
Señor Jesucristo. La confianza del Padre hacia su Hijo fue maravillosa.
El carácter de Dios lo estamos conociendo a través de estas
gestiones. Vemos que Dios no reacciona como Dios. No se rebaja
a actuar frente a una criatura para castigarlo; no se arriesga a ser
acusado de ser arbitrario, de ser un Dios grande, poderoso, que
aplasta a una criatura; sino que tiene una idea mucho mejor. Entonces
hace que el Señor Jesucristo venga, y sea hecho humanamente
un poco menor que los ángeles, para que en esta condición
–menor que los ángeles– pueda enfrentar a esta criatura mayor.
Para que Dios nunca jamás sea acusado de arbitrario, ni de injusto,
ni de abusador. Bendito sea Dios, que actúa de esta manera, y
nos muestra también así cómo tenemos que ser nosotros, para que
cuando seamos ofendidos y atacados nunca nos defendamos por
nosotros mismos, y dejemos siempre que Otro nos defienda. ¡Aleluya!
El Hijo de Dios fue probado, vino y se encarnó.
158
Cuando el ángel caído vio la obra de Dios en la creación, al
primer Adán, figura del que había de venir, como ya tenía odio
contra él y contra todo lo que es la obra de Dios, decidió tentarlo,
hacerlo caer, arruinarlo. Él es identificado por el Señor Jesucristo
como el ladrón que vino para matar, para robar y para destruir.
Consiguió arruinar la raza humana; pero Dios tenía preparado el
plan para restaurarnos.
Y aquí vemos a nuestro Señor Jesucristo, a diferencia del
primer Adán. El primer Adán, que está en el huerto siendo tentado,
está medio inconsciente de lo que implica un acto de desobediencia,
de lo que va a desatar una acción de desacato. Digo que
no está tan consciente, aunque Dios le advierte que si desobedece
va a morir; pero como él no lo ha experimentado, tal vez no
sabe exactamente lo que significa un acto de desobediencia. Tal
vez un poco ignorante de lo que es la perfección de Dios y la
santidad de Dios, cae en las redes de Satanás, cae en la tentación.
Él está en el jardín del Edén. Lo está pasando bien. Quiere disfrutar
un poco más; no le basta todo el placer que tiene. Quiere
disfrutarlo todo; no es capaz de negarse a sí mismo.
El Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, está en otro jardín, en el
huerto de Getsemaní, en la prueba más grande, y en la crisis más
extrema de la naturaleza humana, siendo probado en la obediencia.
Getsemaní significa ‘prensa de aceite’, y su alma va a ser
triturada en la más grande prueba que un hombre pueda soportar.
Frente a él está la copa, la copa que contiene la voluntad de
Dios, la copa que contiene las maldiciones de Dios para la raza
caída.
El perdón nuestro no es un ‘perdonazo’, ni tampoco es una
excusa. Dios no excusó nuestros pecados, sino que castigó nuestros
pecados. La voluntad de Dios es castigar la humanidad. Toda
la humanidad será castigada en Cristo, y el Señor Jesucristo será
visto como un maldito. Colgado en el madero, crucificado, será
separado de Dios. Y el Señor Jesucristo está temblando, y tan
grande es la impresión que siente su alma sensible ante este tipo
de muerte, que su sudor cae a tierra como gruesas gotas de sangre.
Eso implica que el Señor está plenamente consciente de lo
que le toca enfrentar.
Su temor es legítimo: el temor de un hombre ante la muerte;
pero más aún el tipo de muerte que le toca enfrentar, una muerte
159
ignominiosa, vergonzosa, una muerte que le separará de Alguien
del cual nunca jamás, eternamente, nunca, había estado separado.
Pero, por un instante, a causa del pecado –no por el pecado
de él, porque jamás tuvo pecado, sino por el pecado de todos
nosotros–, será sentenciado, siendo nuestro vicario, el representante
de toda la raza humana, de todos los tiempos. Y ése es su
temor.
Pero si bien es cierto que ese es un temor que lo estremece,
hay un temor todavía mucho más grande, y es el temor a desobedecer.
Él sí sabe lo que implicaría un acto de desobediencia. El sí
que está muy consciente de lo que significaría un desacato. Nunca
ha desobedecido. Ha vivido eternamente sujeto al Padre. Nunca
se ha hallado en su corazón alguna rebelión. Tiene derecho ahora
a desobedecer, porque el castigo no es por él, y si él decidiera
subir al cielo sin experimentar la cruz, todavía puede conservar
su dignidad, porque es invicto con respecto al pecado.
Pero, ¡bendito es su amor hacia nosotros!, está dispuesto a
morir, a negarse y a enfrentar el juicio, a sacar la cara por nosotros,
a asumir nuestra humanidad, con tal de agradar el corazón
del Padre. Se acuerda de la reunión que hubo allá, en la eternidad,
se acuerda de que no puede faltar a su compromiso, a ese
pacto de honor. Se acuerda que el Padre dijo: «Yo juro por mí
mismo que vamos a sacar adelante este proyecto». Se acordó
que el Padre le dijo: «Hijo, si tú vas, si tú te entregas, si tú pagas
el precio; tú harás tu parte y yo haré la mía, pero juntos sacaremos
adelante este proyecto». Se acordaba en ese instante de ese
consejo eterno, y de los compromisos que había asumido por el
bien de este plan tan maravilloso.
El Señor Jesucristo fue valiente, fue honorable, fue muy digno.
Pensó, y por su mente pasaron todos esos pensamientos; su
memoria fue refrescada con aquellos acuerdos, con aquellos
pactos, con aquellos compromisos. Y estuvo dispuesto, en un
momento, a decir: «Padre, si quieres...». El querer de Dios es su
voluntad.
Parece increíble que una criatura, por no querer lo que Dios
quiere, provocó este caos en los cielos; que una criatura en la
tierra, por no acatar lo que Dios quiso para él, arruinó a toda la
raza humana, y trajo tanto daño. Y he aquí uno que está consciente,
que está consciente que bastaría que él no quisiera lo que
160
Dios quiere, para que la muerte permaneciera, y el castigo eterno
y el infierno nos esperara a todos nosotros. Bastaría que él
dijera: «No quiero tu voluntad». Él no sería afectado en nada,
porque él es santo y justo. Bastaría solamente eso; pero él está
pensando en nosotros.
Él está pensando en su iglesia, él está pensando en esa novia
que imaginó eternamente con el Padre. Pero él vio a la iglesia
antes que el mundo fuera, y la vio como una novia hermosa y
ataviada. Y se enamoró de ella, y estuvo dispuesto a venir por
ella, para que fuera su compañera. Estuvo dispuesto, y la amó
hasta el fin. La amó. Dispuesto estuvo hasta dar su vida por ella,
a pagar el precio más alto, a dejar el lugar más alto para venir al
lugar más bajo. A buscar la iglesia. Y aquí está, diciendo: «Padre,
si quieres...». Qué significativa es esta palabra: «Si quieres...
».
Cuán importante es considerar el querer de Dios en un momento
como éste. «Si quieres, pase de mí esta copa, pero que no
sea como yo quiero, sino como tú quieres». Y allí quedó sellada
nuestra redención, y allí está la clave de nuestra salvación. Allí
está el secreto de la sabiduría divina, de la revelación de Dios,
entre el Padre y el Hijo, de la forma como ellos decidieron hacer
las cosas. Lo hicieron con sabiduría, de una manera perfecta.
Nos inclinamos ante este acto entre el Padre y el Hijo, ante
esos acuerdos divinos. Nos inclinamos en adoración, en alabanza,
en reconocimiento. Nos llenamos de júbilo al ver a nuestro
Dios salvándonos, creándonos, restaurándonos, formándonos.
¡Qué enseñanza! «Que no sea como yo quiero, sino como tú
quieres». Amén.
Pensar que donde nosotros caímos más fuertemente fue en
nuestra voluntad; porque nuestra desgracia humana es tener
una voluntad caída, y la gracia de Dios es salvar esa voluntad
para reunirla y unirla a la de Dios. Y esa es la salvación, y esa
es la obra de Dios para con nosotros, y el Señor lo está haciendo
perfectamente. Y estamos conociendo cuán lejos caímos.
Cuánto nos cuesta remontarnos para unir nuestra voluntad a la
de Dios.
Allí se nos pasa la vida, trabajando –Dios con nosotros y
nosotros con él– para lograr afinar nuestra voluntad a la suya. Y
aquí está el Mesías, dándonos la más grande lección de obedien161
cia, encontrando complacencia aun en la muerte, con tal de agradar
al Padre, y tener la voluntad afinada y unida a la de Dios.
¡Aleluya!
La figura de David ante la rebelión de Absalón
Hubo un incidente en Israel que nos recuerda lo que pasó con
Luzbel en el cielo. El hijo de David, Absalón, quiso usurpar el
trono de su padre. La Escritura dice en 2 Samuel 15:30 que,
David supo que su hijo venía contra él, a tratar de tomar el reino,
y venía decidido a matarlo. Así que David reaccionó exactamente
como reaccionó Dios en los cielos: David se cubrió la
cabeza, y abandonó Jerusalén con los pies descalzos, y todo el
pueblo que estaba con él cruzó el torrente de Cedrón, y subió la
cuesta de los Olivos. Exactamente el mismo recorrido que mil
años más tarde nuestro Señor Jesucristo haría la noche en que
iba a ser entregado. David subió llorando; nuestro Señor estuvo
allí transpirando. David estremecido por el corazón de su hijo;
allá arriba, Dios estremecido por la intención de una criatura que
quiere usurparle el trono. David esconde su cabeza, como Dios
escondió su cabeza.
Yo creo que aquí hay una gran enseñanza para la iglesia. Me
parece –no lo puedo afirmar absolutamente– pero es muy significativo
que los ángeles, cuando adoran a Dios en el cielo, ellos
levantan sus alas, y para poder cubrir sus rostros, tiene que tapar
su cabeza, y con esa acción están diciendo: «Dios, nosotros reconocemos
que sólo tú eres la cabeza; nosotros no queremos ser
cabeza. Reconocemos que uno de nuestros congéneres quiso
pasar por sobre tu cabeza. Ese incidente nos avergüenza, pero
nosotros hemos decidido nunca levantarnos contra ti, porque
reconocemos que sólo tú eres la cabeza».
Hay sabiduría en eso, como hay sabiduría en el hecho que las
hermanas tengan una señal en su cabeza; porque con eso están
diciendo: «La iglesia no reconoce a otro como cabeza, sino al
Señor Jesucristo». La iglesia está diciendo que no por sí misma,
sino que sólo por Aquel que es su cabeza, puede tener acceso al
cielo. ¡Aleluya! La iglesia está diciendo, a través de las hermanas
con su cabeza cubierta, que ella no por sus méritos tiene
acceso a la presencia de Dios, sino por los méritos de Aquel que
es su cabeza. ¡Gloria al Señor!
162
El Señor Jesucristo, en los días de su carne, frente al templo
que era la sombra de su propia persona, y que contenía todos los
símbolos de lo que era él, lo halló con las puertas cerradas. Tres
puertas separaban al hombre de Dios. La primera puerta era el
‘camino’, la segunda puerta era la ‘verdad’, y la tercera puerta
era la ‘vida’.
Esas tres puertas estaban ahí en el templo: la puerta del
atrio, la que estaba a la entrada del Lugar Santo y la que separaba
al Lugar Santo del Lugar Santísimo. Estos eran como
tres velos que separaban al hombre de Dios. El día que murió
el Señor Jesucristo, esos velos se rasgaron. Y él había dicho:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida». «Yo soy esas tres
puertas, y nadie viene al Padre sino por mí». Cuando él entregó
su vida, las tres puertas se abrieron, y el camino quedó
abierto y expedito para que nosotros tengamos acceso a la
presencia de Dios.
Todos los velos se rasgaron. El Señor Jesucristo subió al cielo,
ascendió y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.
Cuando subió arriba, los ángeles le esperaban, y lo aplaudieron.
Los ángeles se alegraron con grande gozo cuando vieron llegar
al cielo al Señor Jesucristo. Vieron consumado el propósito de
Dios, y vieron como Dios tomó una corona de honra y de gloria,
y coronó a nuestro Señor Jesucristo como cabeza, como Señor y
Cristo.
Los ángeles se alegraron. Ese día fue maravilloso. Una fiesta
maravillosa en los cielos, grandiosa. Recibir al Señor Jesucristo
triunfante y victorioso. Había un motivo grande de celebración.
Uno que había sido hecho un poco menor que los ángeles había
enfrentado, en esta condición al ángel caído, y lo había vencido.
¡Aleluya!
Eso me impresiona; eso me impacta y me conmueve: que
Dios haya hecho así las cosas, y que los ángeles se hayan alegrado.
Que no haya sido Dios que haya desplegado todos sus poderes
divinos para aplastar a la criatura inferior, sino que con Uno
que fue hecho un poco menor que los ángeles, lo venció, y esa
victoria fue la vergüenza de Satanás, que teniendo el dominio y
el imperio de la muerte, no fue capaz de retener en la muerte a
Aquel que era imposible retenerlo, porque él era el autor de la
vida.
163
¡Bendito es el Señor! Se levantó triunfante de entre los muertos,
y como quien sube hacia el cielo en una carroza triunfal,
avergonzó a las potestades, y triunfando sobre ellos, los exhibió
públicamente, despojándolos de sus poderes. Y así subió al cielo,
victorioso. ¡Y ese es nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios!
¡Aleluya, gloria a su nombre!
Apóstol y sumo sacerdote
Él está en el cielo ahora; él fue nuestro apóstol, fue el apóstol
de Dios, y es la cabeza de todo cuanto existe. Y la voluntad del
Padre es reunirlo todo bajo sus pies. Y le ha dado todo dominio
y toda autoridad. Y preciso es que él reine, hasta que ponga a
todos sus enemigos por debajo de sus pies. Y cuando haya suprimido
todo dominio, entonces tomará su corona y le devolverá el
reino a aquel que le sujetó a él todas las cosas, y dirá: «¡Misión
cumplida!». ¡Aleluya! Su apostolado fue fiel, y fue festejado en
los cielos con éxito. La misión cumplida como apóstol.
Hoy día está cumpliendo otra misión: es nuestro sumo sacerdote,
y él ora por nosotros cada día, y la iglesia puede contar con
Cristo en los cielos, sabiendo que la iglesia es recibida allá en los
cielos, tal como él fue recibido. La iglesia no va al cielo; la iglesia
es del cielo. La iglesia está con Cristo sentada en lugares
celestiales. La iglesia pertenece allá. Cristo, nuestro precursor,
entró en los cielos, y nos abrió un amplio camino, y tenemos
acceso con confianza, y somos recibidos arriba como él fue recibido.
Leí un comentario que nuestro hermano Stephen Kaung hizo
del libro de Filemón, y la analogía que él hace de la intercesión
de Pablo por Onésimo con respecto a Filemón. Cómo Pablo le
ruega a Filemón que reciba a este esclavo fugitivo que le había
hecho tanto daño, y le dice: «Recíbelo como a mí mismo». Y es
exactamente lo que Cristo hace en el cielo, pidiéndole a Dios:
«Padre, yo podría tener derecho a demandarte que tú los recibas,
no como a pecadores, sino como hijos. Yo podría tener derecho
a pedirte que lo hagas; pero no voy a usar este derecho. Más
bien, te ruego».
Y el Padre no puede negarse en esto, porque habiendo jurado
por sí mismo, y no habiendo otro mayor por quien jurar,
juró por sí mismo, ante su Hijo, que este proyecto de la iglesia,
164
la compañera de Cristo, ellos lo sacarían adelante. El Padre
trabaja, y el Hijo trabaja, para que este proyecto salga adelante
con éxito.
El Hijo no falló; el Padre tampoco falla, de tal manera que la
iglesia puede tener una absoluta seguridad que su marcha por
este mundo, que sus días en la tierra, están amparados por un
pacto, por una promesa de un Dios poderoso y fiel, que jamás ha
fallado en cumplir sus promesas. La oración de la iglesia cobra
sentido; la marcha de la iglesia en este mundo cobra sentido; la
certeza, la seguridad de nuestro caminar cobra sentido, estando
respaldada por un Dios como el que acabamos de describir en
sus pensamientos, en sus acciones, en sus reacciones. ¡Bendito
es el Señor!
El Señor bendiga su Palabra. Amén.
165
EL LUGAR DE SU REPOSO
Eliseo Apablaza
Cuando examinamos las Escrituras, encontramos que hay
tres grandes obras que Dios realizó, y que le han causado
una profunda satisfacción y le han traído un tremendo
reposo a Dios. La primera de ellas es la creación, la segunda
es la redención, y la tercera es la edificación de su Casa.
Tres grandes obras de Dios
Génesis 1:31 dice: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera». Y en Génesis 2:3: «Y
bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó
de toda la obra que había hecho en la creación».
La obra de la creación produjo tanta satisfacción en Dios que
él descansó el día siguiente de haberla concluido, es decir, el
séptimo, y lo santificó. Todo había sido hecho perfecto; todo era
bueno en gran manera. Sin duda, para que Dios descanse, significa
que está perfectamente complacido, agradado, en lo que ha
hecho.
La otra gran obra de Dios, por medio del Señor Jesucristo, es la
redención después que el hombre cayó. En el eterno consejo de
Dios, se acordó que el Señor Jesús viniera, tomara forma de hombre,
que muriera en la cruz y que nos redimiera para Dios, restaurando
así al hombre de su caída. Dice la Escritura que cuando el
Señor Jesucristo, después de haber consumado nuestra eterna redención,
fue exaltado hasta los cielos, dice Pedro en su discurso
de Pentecostés que «el Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies».
166
El Señor Jesús fue invitado a sentarse a la derecha de Dios
Padre, es decir, a asumir una posición de descanso, lo cual significa
que la obra de la redención había sido perfectamente acabada,
y que esa obra había complacido enteramente el corazón de
Dios. Esa posición de descanso del Señor Jesús a la derecha del
Padre, implica una contemplación de la perfección de la obra de
la cruz.
Y luego, la tercera obra que encontramos en las Escrituras
que Dios realiza y que llena el corazón de Dios de satisfacción y
de reposo, es cuando se construye su Casa. En 2 Crónicas 6:41
se nos dice lo que ocurrió cuando Salomón dedicó el templo de
Jerusalén. Salomón hizo una preciosa oración en aquel momento,
y en parte de esa oración, Salomón dijo: «Oh, Jehová Dios,
levántate ahora para habitar en tu reposo».
La obra de la casa había sido perfectamente concluida. Todo
el diseño que le había sido mostrado a David fue realizado por
su hijo Salomón. Y cuando se dedica esa casa, Salomón invita a
Dios para que tome posesión de su casa, y para que repose en
ella. Y dice la Escritura que a continuación, cuando Salomón
terminó de orar, dice que la gloria de Dios llenó la casa. Y eso
significa la señal de aprobación de Dios de que realmente esa
oración de Salomón había encontrado cumplimiento.
La creación llenó de satisfacción el corazón de Dios; la redención
llenó de satisfacción el corazón de Dios en Cristo; la
edificación de la casa, de nuevo, llena de satisfacción el corazón
de Dios. Y en los tres casos, Dios se regocija y reposa.
Es interesante, amados hermanos y hermanas, que cada vez
que Dios concluye a la perfección alguna obra y él descansa, él
invita al hombre para que repose con él. Fue así en la obra de la
creación, cuando él reposó al séptimo día. Para Adán, ese séptimo
día de Dios fue el primer día de su vida; de modo que Adán
comenzó su vida en la actitud de reposo, compartiendo el agrado
de Dios por lo que había hecho. Fue como si Dios hubiese
invitado a Adán a su lado y le hubiese dicho: «Mira lo que ha
sido hecho, mira lo que han hecho mis manos. ¿Lo puedes ver?
Está todo perfecto, está todo bien. Te invito a que descanses
conmigo, a que entres en mi reposo».
Adán estuvo todo ese séptimo día contemplando maravillado,
extasiado, la perfección de la obra de la creación. Dice en
167
Efesios 2:6: «...y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos
hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». Aquí se
refiere a lo que Dios hizo no sólo con Cristo, exaltándolo a su
diestra, y sentándolo en esa actitud de reposo, de satisfacción
por la obra concluida, sino que dice aquí que nosotros fuimos
juntamente resucitados y sentados en los lugares celestiales con
Cristo Jesús.
De nuevo encontramos que cuando el Señor concluye la obra
de la redención, el hombre tiene que sumarse a la satisfacción y
a la contemplación de esa obra concluida. Nada tuvo que hacer
Adán en el séptimo día; nada tenemos que hacer nosotros luego
de haber creído y de haber visto la perfección de la obra de la
cruz, excepto sentarnos en lugares celestiales y descansar.
Pero también, cuando el Señor llenó de gloria la Casa, se
sugiere en la Escritura que a nosotros también se nos invita a
participar de ese descanso de Dios por la obra de la casa que ha
sido terminada.
Si nosotros vamos al último capítulo de Éxodo, encontramos
exactamente lo mismo. El tabernáculo ha sido terminado,
todo conforme al diseño que Dios le mostró a Moisés en el
monte. Entonces, cuando todo estuvo concluido, dice que la
gloria de Dios bajó sobre el tabernáculo, y nadie podía entrar,
porque la gloria era muy fuerte allí. Sin embargo, cuando Dios
encontró su reposo en medio del desierto, en ese lugar, entonces
después los sacerdotes, el sumo sacerdote y los levitas, todos,
fueron también invitados a habitar en aquella casa, a
ministrar en la casa, a participar de la satisfacción de Dios por
la casa terminada.
Siempre que Dios descansa, siempre que Dios reposa de sus
obras maravillosas, invita al hombre a que participe de esa contemplación,
de ese reposo, de ese descanso. ¡Bendito es el Señor!
¿Conocemos nosotros lo que es esa experiencia? ¿Tenemos
nosotros el gozo, la dicha, de por causa de haber visto la obra
perfecta de Cristo en la cruz, haber reposado de nuestras obras, y
haber entrado en el reposo de Dios? Si es así, eso es una maravillosa
bienaventuranza.
Tres obras: creación, redención, y edificación de su casa.
Ahora bien, de estas tres grandes obras de Dios, en dos de
ellas, las dos primeras, el hombre no tuvo ninguna participación.
168
Cuando Dios creó, cuando Dios redimió, el hombre no tuvo nada
que hacer. Sin embargo, en esta tercera obra de Dios, que es la
edificación de su casa, sea en el tabernáculo en el desierto, sea el
templo de Salomón, sea en la restauración del templo en los días
de Zorobabel y de Josué, siempre Dios ha requerido de la ayuda
del hombre, de la colaboración del hombre.
Ciertamente, este es un privilegio muy grande. ¿No es Dios
todopoderoso? ¿No es grande en extremo? ¿Cómo es que necesita
de nuestras débiles fuerzas, y de que nuestras torpes manos
puedan ayudar? Este es un privilegio maravilloso.
Vamos a hablar algo, entonces, si el Señor nos permite, acerca
de la casa de Dios, y acerca del reposo de Dios.
Tres propósitos en Éxodo
Cuando leemos en el libro de Éxodo atentamente, nos vamos
dando cuenta de que Dios sacó a Israel de Egipto al menos por
tres grandes razones o propósitos. En el capítulo 3, cuando Dios
llama a Moisés, leemos que Dios tiene como objetivo sacar a
Israel de Egipto para introducirlo en la tierra de Canaán. Es el
primer gran propósito. Pero, a medida que seguimos leyendo, en
el capítulo 19, encontramos que también Dios tenía el propósito
de hacer de ellos un reino de sacerdotes y de gente santa. Si
seguimos leyendo el libro de Éxodo, y encontramos un tercer
gran propósito: él quiere habitar en medio de ellos.
Estos tres propósitos están ordenados de esta manera, y creemos
que están ordenados en orden de importancia, en forma
ascendente. Primero, introducirlos en Canaán; segundo, hacer
de ellos un reino de sacerdotes, y tercero, hacer de ellos su habitación.
Hay una gradación. Eso significa que nosotros, a medida
que vamos caminando con Dios, el propósito de Dios se va aclarando,
se va precisando. Ahora bien, la mayor expresión de la
voluntad de Dios, del deseo de Dios para con Israel es que él
quiere habitar en medio de ellos.
Recuerden ustedes en Apocalipsis capítulo 21, cuando son
hechos los cielos nuevos y la tierra nueva, lo primero que se le
dice a Juan es esto: «He aquí el tabernáculo de Dios con los
hombres, y él morará con ellos...». ¿Se fijan que el propósito de
Dios, el gran propósito, es habitar en medio de su pueblo? En
Apocalipsis tenemos la conclusión de ese propósito. Aquí ve169
mos cómo, más allá de la tierra y de los cielos que desaparecen,
en los nuevos cielos y la nueva tierra, este propósito sigue en
pie.
Esto es algo precioso: tres propósitos, y el más importante de
ellos es el tercero.
Ahora, hay otra cosa interesante aquí: de los tres propósitos,
el primero que se cumplió no fue el primero, ni el segundo, sino
el tercero. Es decir, antes que el Señor introdujera a Israel en
Canaán, antes que el Señor convirtiera a ese pueblo en un reino
de sacerdotes, él los constituyó en una habitación para sí.
El hecho de que Israel entrara en Canaán significaba la plenitud,
la satisfacción de Israel, significaba el reposo de Israel. Había
sido esclavo en Egipto; después había caminado por el desierto
hasta cansarse. Por tanto, Canaán representaba la plenitud,
el reposo, el descanso. Sin embargo, antes que este objetivo
se cumpliera, se cumplió otro objetivo, el más grande.
Por otro lado, el hecho de que Israel haya sido sacado de
Egipto para constituirse un reino de sacerdotes y de gente santa,
eso representaría una bendición para todas las naciones, porque
Israel debería ser como un nexo, como un intermediario entre
Dios y todas las naciones.
Podemos decir entonces que el primer propósito de Dios para
con Israel satisfacía a Israel; el segundo propósito satisfacía a
todas las naciones, pero el tercer propósito, y el más importante
de todos, satisface el corazón de Dios. Por eso, cuando termina
el libro de Éxodo, Israel todavía no está en Canaán, Israel todavía
no es un reino de sacerdotes, pero Dios ya tiene su lugar de
habitación. Siempre debemos buscar la satisfacción de Dios antes
que nuestra propia satisfacción.
Buscando la satisfacción de Dios
Amados hermanos y hermanas, si nosotros revisamos nuestra
vida –en algunos casos, nuestra larga vida cristiana–, ¿hemos
hallado esto? ¿Hemos hallado que nosotros buscamos la satisfacción
de Dios? ¿Buscamos que sean suplidas las necesidades
de Dios? –entre comillas «necesidades», porque en realidad él
no necesita de nosotros, no necesita de nada. Él es autosuficiente,
él es todopoderoso. Por eso decimos las «necesidades» de Dios
entre comillas, pero de alguna manera que no entendemos, Dios
170
nos comunica a nosotros que él tiene una necesidad.
Ustedes recuerdan el episodio de la viuda de Sarepta. Elías es
enviado donde la viuda. La viuda no tenía casi nada para comer,
y estaba dispuesta a morirse de hambre con su hijo. Llega Elías.
La viuda pudo haber pensado que este profeta le traía una solución
para su problema, pero en vez de encontrarse con un Elías
que viene lleno de pan y de provisiones, viene a pedirle a ella
que le dé de comer. Es muy extraño, pero este pasaje, sin duda,
nos enseña que cuando Dios –representado aquí por el profeta
Elías– cuando Dios es saciado en su necesidad, cuando él tiene
su porción, entonces la viuda –que nos representa a nosotros, a
la iglesia– la iglesia tiene también su porción. En la medida que
Elías esté satisfecho, la viuda nunca pasará hambre.
El Señor nos ayude para ver una visión nueva, celestial, que
nos permita cambiar nuestra perspectiva, porque hemos pasado
muchos años recibiendo beneficios, buscando dones y dádivas
de Dios para nosotros. Pero si el Señor nos concede su gracia, si
podemos avanzar un poco hacia la madurez, entonces vamos a
empezar a buscar la complacencia de Dios.
¿Está él agradado de nosotros? ¿Estamos llenando la medida
de su propósito? ¿O de estos tres grandes objetivos nos interesa
el primero, entrar en Canaán, o el segundo, ser nosotros algo, un
reino de algo? ¿O nos interesa que él habite en la tierra, que él
tenga casa donde morar? Porque ustedes han de saber que desde
el día séptimo que descansó, él no había tenido reposo, después
de la caída de Adán hasta que vino y reposó en el tabernáculo en
el desierto. Muchos años, miles de años, en que él vio el panorama
del mundo sumido en el pecado, el hombre enemigo de Dios.
¿Cómo podía él reposar? Pero allí, cuando tuvo su pueblo, él
encontró reposo. Cuando Elías está satisfecho, la viuda no tendrá
nunca más hambre.
Ustedes conocen los cuatro evangelios. Mateo nos muestra
al Señor Jesús como el Rey, el Rey que tiene autoridad, el Rey
que plantea demandas. Marcos nos muestra al Señor como el
Siervo, que vino para arar la tierra y también para morir sobre el
altar del sacrificio. Lucas nos muestra a Jesús como el Hombre
perfecto, el Hombre lleno de gracia, compasivo. Juan nos muestra
a Jesús como el Hijo de Dios, que es como el águila que sube
y baja, poderosa.
171
¿Por qué no aparece Lucas en primer lugar, en vez de Mateo?
¿Por qué no pensó Dios en suplir primero las necesidades del
hombre, mostrándonos a un Cristo que se compadece de nuestras
debilidades y que nos salva? No, el primero es Mateo, y lo
primero que vemos es a Jesús como el Rey, y que reclama obediencia.
Tenemos que empezar por Dios. Si él es obedecido, si él es
visto en esta visión magnífica, entonces a su tiempo, dos libros
más allá, Lucas, vamos a encontrar nosotros toda nuestra satisfacción.
Cuando leemos en 1 Pedro capítulo 2, encontramos la visión
que Pedro nos muestra de la casa de Dios. Allí se nos muestra
que Jesús es la piedra angular, y que sobre esa piedra viva hay
otras piedras edificadas. Es la casa de Dios. Y curiosamente, en
este pasaje donde se nos muestra la iglesia como la casa de Dios
compuesta por piedras vivas, aparece dos veces la palabra ‘para’.
Y la palabra ‘para’ nos muestra una finalidad, un propósito.
Hay dos propósitos por los cuales existe la iglesia como casa
de Dios. El primero está en el versículo 5, cuando dice: «...vosotros
también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual
y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo». La principal razón
de ser de la casa de Dios es, en este pasaje, ofrecer algo a Dios,
darle algo a él; en este caso, sacrificios espirituales por medio de
Jesucristo.
El segundo ‘para’ está en el versículo 9: «Mas vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis...» –ahí está el ‘para’– «...para
que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas
a su luz admirable». Aquí se habla del anuncio, para el hombre,
del evangelio de la salvación. El primer ‘para’ nos dice que la
casa existe para Dios, y el segundo ‘para’ nos dice que la casa
existe para el hombre. Primero, Dios; luego, el hombre. ¡Bendito
es el Señor!
¿Qué es la iglesia donde nosotros nos reunimos? ¿Es un lugar
donde las necesidades del hombre están siendo satisfechas,
y donde las necesidades del hombre son la primera prioridad,
donde queremos ayudar a la gente, pero rebajando los estándares
espirituales? No queremos hacer demandas, tal vez; no quere172
mos ser demasiado claros acerca de la verdad de Dios para que
no se ofendan. ¿Es una casa para el hombre o es una casa para
Dios? ¿Qué está primero?
Una casa para Dios
Volvamos a Éxodo capítulo 24. Hasta Éxodo 24 –respecto a
la historia de Israel, que también representa nuestra propia historia
espiritual– nosotros tenemos que el pueblo estuvo esclavo en
Egipto; segundo, que Dios redimió a Israel de Egipto. Pero hasta
este capítulo 24 todavía nosotros no hemos oído nada acerca del
tabernáculo; no sabemos nada todavía de que Dios tiene algo
más para Israel.
Pero el capítulo 24 nos llama la atención porque, aunque hasta
aquí Moisés ya ha sido llevado hasta el monte en dos ocasiones,
en ninguna de esas dos ocasiones habían ocurrido tantas
cosas importantes como en este capítulo. Esta es la tercera vez
que es invitado al monte, y hay toda una serie de acciones que
nos dan a entender que algo grande se avecina. Por primera vez,
dice aquí que Jehová le dice a Moisés: «Sube ante Jehová, tú, y
Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os
inclinaréis desde lejos» (Éx. 24:1). Por primera vez involucra
no sólo a Moisés, no sólo a Josué o a alguno de sus colaboradores
íntimos, sino por primera vez se invita a subir al monte a los
hijos de Aarón y a setenta ancianos. Es interesante este dato.
Luego, más adelante, al seguir leyendo, encontramos que se
erigen un altar y doce columnas, se ofrecen sacrificios de paz, se
lee el libro del pacto, se rocía al pueblo con la sangre. Dios muestra
una visión maravillosa de sí mismo, donde los hombres vieron a
Dios, como dice el versículo 10: «...y vieron al Dios de Israel; y
había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante
al cielo cuando está sereno». Esa visión no la había visto
Moisés antes, ni nadie.
Este capítulo 24 es muy importante. Luego los invitados, esos
setenta y más hombres, dice que comen y beben allí. Y después
la nube cubre el monte por seis días. ¿Por qué tanto preparativo?
Porque en el capítulo 25, Dios habla por primera vez del más
grande propósito, que es el mismo que se concluye después en
Apocalipsis 21. «Jehová habló a Moisés, diciendo: Di a los hijos
de Israel que tomen para mí ofrenda».
173
Me parece que por primera vez Dios habla de que quiere algo
para él. Todo lo que hasta aquí se ha dicho es en bien de Israel,
todo es pensando en el pueblo de Israel. Pero aquí dice: «...tomen
para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad,
de corazón, tomaréis mi ofrenda».
Y sigue describiendo la ofrenda en los versículos siguientes,
y en el versículo 8 está el gran anuncio: «Y harán un santuario
para mí, y habitaré en medio de ellos». Primera vez en la Biblia
que encontramos que Dios no sólo visita la tierra, como cuando
visitó a Abraham bajo ese encino donde estuvieron comiendo,
sino que por primera vez decide venir y habitar en la tierra.
¡Qué noticia, qué anuncio! Y como es algo tan grande lo que
va a ocurrir, Dios se asegura de que ese santuario deberá cumplir
todas las exigencias, todos los requisitos, porque va a ser su habitación.
Por eso dice, en el versículo 9: «Conforme a todo lo
que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos
sus utensilios, así lo haréis». Nada quedó librado a la imaginación
de Moisés; nada quedó librado a la imaginación de Bezaleel
o Aholiab, aquellos dos grandes artesanos que dirigieron la obra.
Nada podía ser dejado al azar, porque eso que iban a edificar era
tan importante: su casa.
Al leer los capítulos siguientes, nos damos cuenta que Moisés,
que tenía una gran sensibilidad espiritual, entendió rápidamente,
se dio cuenta que en este momento estaba llegando a un
punto esencial de por qué Dios los había traído. Entonces, al leer
más adelante encontramos un diálogo entre Moisés y Dios, y
Moisés le pide a Dios que él tiene que acompañarlos en su peregrinar.
Entonces, finalmente, Dios le promete que sí los va a
acompañar. Le dice Dios a Moisés: «Sí, te voy a acompañar,
para que tú tengas descanso». Y en seguida, Moisés le dice: «Señor,
tómanos a nosotros como tu heredad».
Así se cumple el deseo de Dios. Dios procura que ellos tengan
su herencia, su reposo. Y Moisés, que ya ha visto, que ya ha
sido alumbrado, dice. «Señor, tómanos a nosotros como tu herencia,
como tu reposo». Moisés ha llegado a conocer el corazón
de Dios, y sabe ahora cómo agradar a Dios. Moisés ya ha madurado,
es un hombre espiritual, y de ahí en adelante él buscará
siempre que Dios tenga su reposo y su herencia en la tierra.
Es la mayor expresión de nobleza en el pueblo de Dios pro174
curar este objetivo. ¿Por qué? Porque él lo hizo primero con
nosotros, porque él nos amó cuando no éramos dignos, porque
él envió a su Hijo cuando nosotros estábamos perdidos, porque
él tuvo nuestros nombres en su corazón antes que nosotros tuviéramos
su nombre en nuestro corazón.
¡Cuántos años hemos buscado nuestro propio bien! El Señor,
en su gracia, nos concede la luz. ¿Empezaremos a buscar la satisfacción
de Dios? A medida que avanzamos, que vamos madurando,
Dios nos va ayudando, nos va guiando, para que nuestro
amor esté en la dirección correcta.
Buscando el bien del otro
Ustedes conocen el Cantar de los Cantares. En los primeros
capítulos del Cantar de los cantares, la sulamita está complacida
porque el amado es de ella. Esa es toda su visión. Todo su amor
está dentro de su corazón para ser disfrutado con el amado, pero
ella quiere disfrutar ese amor. Es un amor todavía egocéntrico.
Pero cuando vemos los capítulos siguientes del Cantar de los
cantares, nos damos cuenta que ese amor cambia de dirección;
ya no está centrado o enfocado en ella, sino que está –en los
últimos capítulos– centrado en el amado. Entonces, ella dice al
final: «Yo soy de mi amado, y él tiene en mí su contentamiento».
¡Cómo cambia la visión! Ella no se pertenece; es de él. Ella vive
para que él tenga contentamiento en ella.
¿Qué es la iglesia? ¿Es el lugar donde los sólo hombres encuentran
satisfacción, o donde él encuentra su reposo? Si nosotros
cambiamos las prioridades, no vamos a encontrar nuestro
reposo, porque nuestro reposo sólo lo encontramos después
que él ha encontrado el suyo. Dios busca una herencia
para nosotros, y nosotros buscamos, a partir de ahora, una herencia
para él.
Efesios 1:14, dice que (el Espíritu Santo) «es las arras de
nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida,
para alabanza de su gloria». Aquí se nos habla de nuestra herencia.
Sin embargo, algunos versículos más adelante –versículo
18– dice: «...alumbrando los ojos de vuestro entendimiento,
para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y
cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos».
Su herencia.
175
Por causa de nuestra debilidad y de nuestra pequeñez, por
causa de que estamos todavía como niños avanzando, lo primero
que hace el Espíritu Santo es mostrarnos nuestra herencia en
Cristo, ciertamente. Pero luego nos dice: «Yo les voy a revelar
ahora cuál es el supremo propósito de Dios, y es que él tenga su
herencia en ustedes».
¿Cómo es el corazón de Dios? El corazón de Dios siempre se
da, siempre procura el bien del otro. Cuando leemos 1 Corintios
13 encontramos que el amor es eso: ocuparse del otro, y no de sí
mismo. Cuando leemos Filipenses 2:4, dice: «...no mirando cada
uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los
otros». El apóstol tiene un reclamo cuando dice: «...todos buscan
lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús» (Fil. 2:21).
¿Por qué él pide que nosotros busquemos su herencia, su reposo,
si él no necesita de nosotros? Es para que nosotros aprendamos
a ser como Dios, a pensar como Dios. Él nos está diciendo:
«Yo quiero que ustedes sean como yo. Yo busco sólo el bien
de ustedes. Yo quiero vuestro reposo y vuestra herencia. Pero
quiero enseñarles que si ustedes quieren ser como yo y sentir
como yo, deben procurar también la herencia y el descanso de
otro».
No es que Dios lo diga tan abiertamente; ustedes se dan cuenta.
Es que el Señor no podría hablar tan abiertamente, de decir: «¿Por
qué no me aman? ¿Por qué no me atienden? ¿Por qué no procuran
un lugar para mí?». Claro, en Éxodo lo dice: «Y harán un
santuario para mí»; pero en otros lugares sólo lo sugiere.
La clase de hombres que colaboran con Dios
La edificación de la casa es una gran obra de Dios, que busca
la satisfacción de Dios. Si examinamos cómo fue edificado el
tabernáculo en el desierto, vamos a encontrar algunas luces acerca
de cómo Dios edifica hoy su casa, a quiénes Dios utilizará para
esta tarea, qué clase de personas pueden participar de esta obra.
Cuando leemos el registro de Éxodo, encontramos tres cosas
muy interesantes.
Cuando Dios le dice a Moisés que reúnan esa ofrenda para
construir el tabernáculo, y cuando más adelante en otro capítulo
reitera eso, encontramos que lo primero es que haya hombres
con visión espiritual, o visión celestial. Es necesario que Moisés
176
suba al monte, es necesario que Moisés reciba los planos directamente
de Dios, es necesario que no quede ningún detalle fuera
de esa visión de Moisés. Cuarenta días y cuarenta noches. Sin
visión no hay obra de Dios. Sin visión celestial no podemos
nosotros colaborar con Dios en su propósito eterno. Primero, se
requieren hombres con visión celestial.
Segundo: «...de todo varón que la diere de su voluntad, de
corazón...». Más adelante se reitera esto mismo, cuando dice:
«Tomad entre vosotros ofrenda para Jehová, todo generoso de
corazón». ¡Qué interesante! Dice después: «Y vino todo varón a
quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le
dio voluntad...».
Cuando Dios quiso edificar el tabernáculo, no obligó a nadie;
no usó de las ofrendas regulares que se le ofrecían. ¡Cómo
podría él construir su habitación con una ofrenda obligada de
gente mezquina, de gente que todo lo hace girar en torno de sí
misma! Oh, la casa de Dios es tan santa, es tan pura, es tan noble,
que no se le permite participar en ella a quien no sea generoso de
corazón, a quien no crea que él se debe a Dios, y que todas sus
riquezas, sus bienes, todo lo que de Dios ha recibido, a Dios le
pertenece y a Dios tiene que volver.
Esto no es el único ejemplo que encontramos, porque si ustedes
leen después, cuando David informa al pueblo que su hijo
va a construir la casa en Jerusalén, entonces de nuevo tenemos
lo mismo. David dice: «He acumulado algunos talentos de oro y
de plata; en todo este tiempo he estado pensando en la casa de
Dios. Yo también de mis recursos particulares voy a aportar lo
mío. ¿Quién más quiere dar? ¿Hay otros voluntarios que quieran
aportar?». Y dice el registro que vinieron los príncipes, la
gente más noble, trayendo sus ofrendas, y el pueblo se alegró de
ofrendar para Dios. ¿Se fijan que no hay mezquindad allí?
Tercero: Hombres y mujeres «sabios de corazón». Porque
luego que estuvieron los materiales del tabernáculo, fueron necesarios
los artesanos, los que trabajaran con sus manos, para
hacer toda esa obra maravillosa. Y allí estuvo Bezaleel y Aholiab,
una gran cantidad de hombres y mujeres que tejieron, que bordaron,
que prepararon cada parte de ese precioso tabernáculo.
«Sabios de corazón». Dios los dotó de sabiduría en el diseño de
toda obra primorosa.
177
Primero, hombres con visión espiritual, luego, hombres generosos
de corazón, y, por último, hombres y mujeres sabios de
corazón.
El sueño de David
Vamos a volver a David. Cuando leemos los últimos capítulos
de la vida de David, nos llama la atención una cosa: su principal
preocupación fue la casa de Dios. Había ganado tantas batallas,
había reunido tantas riquezas, había construido su propio
palacio. A esa altura de su vida, él estaba plenamente satisfecho.
Y entonces le dice al profeta Natán: «Estoy preocupado por algo:
yo tengo una magnífica casa, pero Dios habita todavía en tiendas.
Eso no está bien».
¡Ay, qué sensibilidad la de David, para darse cuenta que Dios
tenía una necesidad! Distinto el caso del tiempo de la restauración
en los días de Zorobabel y de Hageo, cuando Dios tiene que
hablarles a través del profeta, y decirles: «Ustedes están preocupados
de artesonar sus casas; pero mi casa está desierta». Tiene
que venir un profeta, y también Zacarías, para decirles: «¡Despierten,
hay que retomar la obra de la restauración de la casa!».
Pero aquí encontramos que David no necesita que alguien le
predique. Él tiene sensibilidad para darse cuenta que hay una
obra pendiente en su vida. Ha vencido a Goliat, ha vencido a
todos sus enemigos, ¡pero Dios no tiene casa! El Salmo 132 es
uno de los salmos más hermosos de todos. «Acuérdate, oh Jehová,
de David, y de toda su aflicción; de cómo juró a Jehová, y prometió
al Fuerte de Jacob: No entraré en la morada de mi casa,
ni subiré sobre el lecho de mi estrado; no daré sueño a mis ojos,
ni a mis párpados adormecimiento, hasta que halle lugar para
Jehová, morada para el Fuerte de Jacob».
¡Oh, hermanos y hermanas amados, que el Señor ponga en
su gracia esta carga que tuvo el corazón de David cuando ya era
anciano, en los días de su madurez! Que el Señor no nos permita
dormir el sueño de la indiferencia, el sueño de la comodidad y
de la riqueza, el vano sueño de pensar que ya todo lo tenemos.
¡Nuestras necesidades están saciadas, y el Señor no tiene casa!
«...Hasta que halle lugar para Jehová, morada para el Fuerte
de Jacob». ¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Cuáles son las
metas de nuestra vida? ¿Están todavía centradas en nuestro cír178
culo íntimo, o hemos recibido la gracia para mirar un poco más
allá: la obra de Dios, los propósitos de Dios, los planes de Dios?
Si ustedes siguen leyendo el Salmo 132, en el versículo 8
dice: «Levántate, oh Jehová, al lugar de tu reposo, tú y el arca
de tu poder». «Sí, ven, ya tienes casa. Levántate, ven. Venga tu
arca, venga Cristo, venga el poder de su nombre». «Tus sacerdotes
se vistan de justicia, y se regocijen tus santos». Sí, cuando
él viene a morar, entonces sus sacerdotes son justos, entonces
sus santos se regocijan. ¿Cuándo hay verdadero gozo en nuestro
corazón? Cuando estamos en la casa de Dios, viendo que el arca
–Cristo– está en el lugar central. La centralidad, la excelencia, la
supremacía de Jesucristo.
«Por amor de David tu siervo no vuelvas de tu ungido el
rostro». Oh, no nos dejes olvidarnos de esto. «Porque Jehová ha
elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Este es para
siempre –¿pueden subrayar eso?– este es para siempre el lugar
de mi reposo; aquí habitaré, porque la he querido». Esto es algo
asombroso, que nosotros, seres tan viles, tan vulnerables, podamos
ofrecerle a Dios, y decirle: «Ven a tu morada; descansa,
reposa». Parece algo para no creer. Entonces, el salmista le dice:
«Levántate al lugar de tu reposo», en el versículo 8. Y Dios responde:
«Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré,
porque la he querido». Sí, éste es el lugar de mi reposo».
Y entonces, lo que viene hacia abajo, es lo que nos toca a
nosotros. Vienen, como por decirlo así, las añadiduras, las maravillosas
añadiduras. El Señor sigue hablando: «Bendeciré abundantemente
su provisión; a sus pobres saciaré de pan. Asimismo
vestiré de salvación a sus sacerdotes, y sus santos darán
voces de júbilo. Allí haré retoñar el poder de David; he dispuesto
lámpara a mi ungido. A sus enemigos vestiré de confusión,
mas sobre él florecerá su corona».
¿Pueden percibir la tremenda bendición que viene sobre el
pueblo? La salvación, la justicia, el gozo. Esas voces de júbilo...
No es sólo una sonrisa, ¡son exclamaciones de júbilo! Es decir:
«¡Bendito sea Dios, que se ha acordado de nuestras miserias, y
nos ha transformado en algo donde él puede morar! ¡Bendito
sea Dios, grande en misericordia!».
Ahora, David, como ustedes saben, él no construyó la casa.
Él expresó el deseo, juntó los materiales. Pero Dios le niega ese
179
deseo. ¿Por qué? «Tú has derramado mucha sangre y has hecho
grandes guerras; has derramado mucha sangre en la tierra delante
de mí». No podía ser David. El dulce cantor de Israel, el que
ganaba las batallas de Dios, el que tenía un corazón conforme al
corazón de Dios, no pudo. Era un hombre de guerra, había derramado
sangre. Tuvo que ser Salomón, su hijo.
La palabra Salomón significa ‘pacífico’. Sólo la gente de paz,
sólo los hombres quebrantados de corazón. Sólo los mansos,
como Moisés –el hombre más manso que pisaba la tierra– sólo
ellos pueden participar. Que el Señor nos conceda un corazón
así. El Señor nos transforme, porque nosotros no somos mansos,
porque no somos pacíficos. Somos violentos y rudos por
naturaleza. Somos mezquinos y avaros por naturaleza.
¡Qué cosa tan santa es la casa de Dios! Dios le dice a David:
«Yo te amo, David. Yo te escogí cuando tú estabas detrás de las
ovejas, y eras un muchacho imberbe y menospreciado por tus
hermanos, y aun menospreciado por tu padre. Yo te amo, David,
¡pero tú no puedes!». ¡Ah, la santidad de Dios!
Ahora, qué interesante, hermanos, que cuando Dios supo a
través de Natán –bueno, él lo sabía desde el principio– pero cuando
se informó a través de Natán de este deseo de David de edificarle
casa, él le dice: «Tú no me edificarás casa; Salomón tu hijo
me edificará casa. Pero yo te edificaré casa a ti». ¡Bendito es el
Señor! ¿Podemos percibir lo que eso significa? «David, por causa
de lo que tú me has amado, por causa de lo que tú has hecho o
has intentado, o por causa simplemente del deseo de tu corazón;
lo que tú no puedes hacer por mí, yo lo voy a hacer por ti».
Y ustedes saben lo que eso significa. Significaba que David
iba a tener una descendencia de reyes; pero sobre todo que de
esa descendencia iba a salir el Rey de reyes. La casa de David es
la casa sobre la cual Jesucristo, como Rey supremo y eterno,
habría de reinar algún día. «Yo te he escogido, David, y tu casa
será perdurable, y tu reino, el reino de uno de tus descendientes,
será un reino sempiterno».
Entonces, David, cuando escucha eso, no puede soportar la
emoción, y la gratitud, y dice que fue y se estuvo delante de
Dios, aparentemente en una actitud de adoración, y le dice:
«¿Quién soy yo, Señor?». Y esa oración de gratitud de David
hacia Dios es una de las oraciones más preciosas que encontra180
mos en la Biblia, tal vez sólo comparable con la de Daniel en el
capítulo 9. Hermosas, ¿por qué? Porque el que ora no piensa en
sí mismo; piensa en el otro. ¡Bendito es el Señor! En esa oración,
David declara la magnificencia, la misericordia, la gracia,
las riquezas de Dios.
¿Han leído ustedes las palabras finales de David a Salomón?
Es una conversación muy conmovedora. Imaginemos a David
muy anciano y su hijo muy joven. Y le dice: «Salomón, yo he
tenido un sueño: construir casa para mi Dios. Pero el Señor no
me lo permitió, y él me dijo que tú lo ibas a hacer». Y entonces le
da todas las instrucciones. «El diseño me lo dio Dios; los materiales,
los he juntado por años. Lo vas a hacer así, y así, y asá.
Salomón, que no se te escape ningún detalle. Esta debe ser la
casa más hermosa de toda la tierra; es la casa para el Dios eterno
». Es un pasaje precioso, que es bueno leer una y otra vez,
para imbuirnos nosotros del sentir de ese hombre maduro en
Cristo.
Una casa transitoria: Betania
Vamos a avanzar en el tiempo. Han pasado mil años. Llega el
Señor Jesús, se hace hombre; y en ese tiempo de su ministerio
terrenal ocurren cosas extraordinariamente grandes. Como diría,
en términos modernos, alguien, hay un cambio de paradigma.
Ha llegado el tiempo en que todas esas sombras, esas
tipologías, esas metáforas del Antiguo Testamento, den lugar a
la realidad.
Entonces, ese templo de Jerusalén, que nos habla de la casa
de Dios, y el arca dentro del templo, que nos habla de Cristo, eso
ya debe ceder su lugar, porque es una sombra no más, y ahora
debe venir el lugar de la realidad, de la verdadera casa, de la
verdadera arca. Sin embargo, ¿qué encontramos? Los hombres
no ven, no se dan cuenta, del cambio de paradigma. Ellos todavía
siguen aferrados a las sombras, y no ven que la realidad ha
llegado. Entonces, Jesús encuentra en esos tipos, en el templo,
un lugar vacío para él.
Esa casa que debía ser el lugar donde él pudiera reposar, la ha
visto convertida en cueva de ladrones, de mercaderes. Entonces,
en ese tiempo, cuando el Señor Jesús no tenía dónde recostar su
cabeza, donde Nazaret estaba lejos y ya él no era el hijo pequeño
181
que podía volver a esa casa donde se había criado; estando en
Jerusalén, no tenía dónde recostar la cabeza. Y entonces, amados
hermanos y hermanas, surge aquí una casa alternativa, por
decirlo así. Una casa transitoria, como una transición entre el
antiguo pacto y el nuevo, entre la antigua casa y la casa definitiva:
la casa de Marta, María y Lázaro, en Betania.
Él no encontraba reposo en Jerusalén, la ciudad santa, ni en
el templo santo; pero lo encontró en una ciudad pequeña y en
una casa humilde. Antes que fuera manifestada la iglesia, está
Betania, como una metáfora, un símbolo. Entonces, cuando el
Señor estaba cansado del camino, de la oposición de los religiosos,
de los judíos, de los hombres endurecidos por la religiosidad
vacía, él llegaba a Betania, y encontraba tres personas que
representan lo que es la casa de Dios, lo que es la iglesia: María,
un corazón que le adora, que le escucha con reverencia; Marta,
unas manos que le sirven; Lázaro, un amigo que le ama.
Lázaro no era uno de los Doce; pero él era amigo. Cuando
miramos en Crónicas el registro de todos los colaboradores que
David tenía, aparecen los grandes capitanes, los encargados de
la tesorería y de la administración de su reino, y al final aparece
uno que la única cualidad que tenía era que era amigo del rey:
Husai arquita.
Lázaro, el amigo. Eso es suficiente. No necesita ser un predicador,
ni un apóstol; era el amigo, a cuya casa el Señor podía
llegar confiado, con la comodidad de saber que va a encontrar
un lavatorio para que le laven los pies, un lugar donde reclinarse,
una mesa servida y un abrazo cálido. Lázaro, su amigo. Transición.
Pero esto es o esto debe ser la iglesia para él.
El testimonio de Esteban
Avancemos un poco más. El Señor Jesús murió, resucitó, fue
exaltado. Surge la iglesia en Jerusalén en Pentecostés. Se escogen
siete varones llenos de fe y del Espíritu Santo para que administren
las cosas de la casa. Esteban es uno de ellos, uno de los
siete. Y Esteban, asombrosamente, es tal vez el primer judío de
la iglesia en Jerusalén que percibió muy claramente este cambio
de paradigma, la diferencia entre el templo de Jerusalén y el
nuevo templo que Dios tendría, entre la casa hecha de mármol y
la casa hecha de piedras vivas.
182
Cuando leemos el relato de Hechos 7, cuando se lleva a Esteban
al concilio, en los versículos previos, los últimos del capítulo
6, le acusaban diciendo: «Le hemos oído decir que ese Jesús
de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que
nos dio Moisés». Por supuesto, esas acusaciones tenían algo de
asidero, así como también las que le hicieron al Señor Jesús, que
había dicho que en tres días podía levantar el templo si es que el
antiguo era derribado. Verdad, sí había verdad allí. Sólo que ellos,
con su mente oscurecida, no podían entender espiritualmente
sus palabras.
Esteban sí había visto el cambio de paradigma. Cuando leemos
su discurso de defensa, si lo miramos superficialmente,
podemos pensar que es sólo un recuento de la historia de Israel.
Pero es más que eso. Lo que hay aquí, en este discurso, es como
la historia de la casa. Vean en qué momento y cómo Esteban
termina su discurso. «Este halló gracia delante de Dios –refiriéndose
a David–, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de
Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita
en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es
mi trono...».
¿Se dan cuenta del cambio de paradigma? Esteban reconoce
que Salomón le edificó casa; pero luego dice: «si bien el Altísimo
no habita en templos hechos de mano». ¿Qué está diciendo
Esteban? ¿Está diciendo que ese fastuoso templo que está allí,
edificado en cuarenta y tantos años, que es una de las maravillas
de toda esa región, ya no sirve de nada, ya no es la casa de Dios?
Efectivamente, es así.
«El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué
casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi
reposo?». Cuando Esteban cita esas palabras, y seguramente vio
los rostros endurecidos de esa concurrencia, se dio cuenta que
esa pregunta de Dios no iba a tener respuesta de parte de ellos. El
concilio no estaba en condiciones de responder esta pregunta
que Dios había hecho muchos siglos antes: «¿Qué casa me edificaréis?
... ¿O cuál es el lugar de mi reposo?».
Al ver Esteban la dureza, la mirada hosca y dura como una
espada, que se cernía sobre él, entonces dice: «¡Duros de cerviz,
e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre
al Espíritu Santo...». ¿Se fijan que es ahí donde termina Esteban
183
su discurso histórico, esa relación histórica que venía haciendo?
La termina allí, justo cuando habla del templo y de la casa, la
nueva casa que Dios requiere, porque ellos no estaban en condiciones
de entenderlo, porque se requiere una revelación del Espíritu
Santo para ver que Dios ya no habita en templos hechos
por manos de hombres. No es Jerusalén, ni el templo con toda su
gloria, sino que es una casa humilde y pequeña en Betania, o
ahora la iglesia que ha sido manifestada.
¿Por qué murió Esteban? Sí, murió por el testimonio de Jesucristo.
Y también murió por el testimonio de la casa.
La iglesia es para él
Amados hermanos y hermanas, el Señor permita que en estos
días, el Salmo 132 sea nuestra carga, sea nuestra oración.
Leámoslo una y otra vez, y veamos que el Señor ‘necesita’ un
lugar donde habitar. Cuando el Señor iba al templo en Jerusalén,
aunque era su casa, ¿qué encontraba? Sacerdotes que corrían de
allá para acá, y levitas afanados que llevaban y traían los utensilios
y los animales que eran muertos. Y tal vez el Señor, algún
día de esos, iba entrando, y alguien choca con él y le dice: «¡Hazte
a un lado! La casa de Dios no es el lugar donde tenemos muchos
rituales que cumplir, muchos programas que realizar; no es un
lugar estructurado conforme a una tradición, donde seguimos
un orden determinado, donde todo está preestablecido. Un lugar
en el cual, si el Señor viene, no tiene cabida; un lugar donde
molesta.
¿Cómo es la iglesia? ¿Qué es la iglesia? La iglesia es el lugar
en que, cuando él está, no se hace nada más, ninguna otra actividad
que mirarlo a él, contemplarlo a él, escucharlo a él. Cuando
él entra, no hay ningún ritual, ningún movimiento. Todo está
centrado en él. El levita se tranquiliza, el sacerdote deja de funcionar.
Todo, todo, lo mira a él.
Amados hermanos y hermanas, quiera el Señor que ardan
nuestros corazones, con todo lo que el Señor nos ha estado hablando
en estos días: su Palabra, su carga, su visión celestial. Y
digamos, para terminar, como David: «No entraré en la morada
de mi casa, ni subiré sobre el lecho de mi estrado; no daré sueño
a mis ojos, ni a mis párpados adormecimiento, hasta que halle
lugar para Jehová, morada para el Fuerte de Jacob». Amén.
184
185
EL LUGAR DEL AMOR EN LA VIDA DEL
CUERPO
Rodrigo Abarca
Lecturas: 1ª Cor. 12:12-14; 12:27-31.
Como sabemos, hermanos, el tema de esta Conferencia es
la visión celestial, y podemos encontrar en el Nuevo
Testamento que esa visión celestial se encuentra particularmente
resumida –los diferentes puntos de vista– en el ministerio
de tres hombres, como ya otros hermanos han dicho: en
el ministerio de Pedro, en el ministerio de Pablo, y finalmente en
el ministerio de Juan. Y entre estos tres hermanos, a Pablo le fue
encomendada la tarea de la edificación de la casa de Dios.
Pablo recibió la visión celestial, y su tarea era traer esa visión
celestial a la tierra, y plasmarla sobre la tierra. La edificación de
la casa de Dios, la edificación del cuerpo de Cristo, que es la
concreción sobre la tierra de esa visión celestial.
¿Qué es la visión celestial? Es la revelación del propósito
eterno de Dios, es la revelación del misterio que estuvo escondido
desde los siglos en Dios, pero que ahora –dice el apóstol
Pablo– ha sido dado a conocer a los santos. Y ese misterio es
Cristo, ese misterio es primeramente Jesucristo, el Hijo amado
de Dios, y en segundo lugar, la iglesia. Porque ese misterio es
Cristo, pero es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria.
Entonces, hermanos amados, a Pablo le tocó, de parte de Dios,
comprender, entender, y administrar también para los santos la
revelación de este misterio. Particularmente, su carga fue la edificación
de la casa de Dios, la edificación del cuerpo de Cristo.
186
Pablo y la visión del hombre universal
Es Pablo quien nos habla de la iglesia como el cuerpo de
Cristo. Esto forma parte de la carga particular del apóstol Pablo.
Ustedes saben que el principio de esa visión le fue otorgado en
el camino a Damasco. Cuando él vio a Jesucristo en el camino a
Damasco, vio la cabeza, vio a Cristo el Señor; pero también le
fue revelado que aquellos que siguen a Cristo, los que pertenecen
a Cristo, están tan íntimamente unidos a él, que quien toca a
aquellos que son de Cristo toca también al mismo Señor Jesucristo.
Así que cuando Pablo perseguía a la iglesia, en realidad, aunque
él no lo sabía, perseguía a Cristo. Aquello le fue mostrado a
Pablo en el camino a Damasco. Pero, hermanos amados, le llevó
toda una vida al apóstol comprender profundamente el significado
de lo que vio en el camino a Damasco. Él vio algo, pero a
lo largo de su vida él fue entendiendo, y esa visión se fue desenvolviendo
dentro de él, se fue desarrollando y fue creciendo.
Él nos habla entonces de un nuevo hombre, que es un hombre
universal. Es un nuevo hombre que está constituido por todos
aquellos que pertenecen a Cristo. No sólo universal en el
sentido del espacio –por decirlo así, en un sentido mundial–,
sino también universal en el sentido del tiempo. Es un hombre
que abarca el tiempo y el espacio. Todos aquellos que son de
Cristo a través de todo el tiempo y también del espacio, forman
en Cristo un solo y nuevo hombre.
De muchos hombres, él ha hecho un solo hombre. De todos
aquellos que eran muchos y dispersos, de todas las lenguas, tribus,
naciones, él ha venido a constituir un solo y nuevo hombre,
sobre la cruz. Así que, cuando Cristo murió en la cruz, algo ocurrió,
algo invisible, que no puede ser visto con estos ojos.
Cuando nosotros contemplamos la escena de la cruz, por supuesto,
vemos la cruz, y al Señor clavado en la cruz, y vemos
aquellos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda, y a la
multitud abajo, burlándose, y a María al pie de la cruz y a Juan,
el discípulo amado, junto a María. Eso es lo que vieron los judíos
dos mil años atrás.
Pero, desde el punto de vista de Dios, en el ámbito invisible,
espiritual, algo mucho mayor estaba siendo llevado a cabo, algo
mucho mayor de lo que los ojos pueden ver. Allí en la cruz, Dios
187
tomó a todos los hombres, les dio muerte sobre ella, y, de todos
esos hombres, hizo un solo y nuevo hombre. Este es el misterio
de Dios.
Entonces, cuando Pablo vio a Cristo, vio la cabeza en el cielo,
pero también vio que ese hombre no sólo estaba en el cielo,
sino que también estaba en la tierra. Lo llenaba todo desde el
cielo hasta la tierra. ¿Quién era ese hombre? ¿A quién vio Pablo?
Nosotros sabemos, hermanos, que Pablo vio a Cristo, la
cabeza, y al cuerpo, que es la iglesia.
Pero, fíjese usted que, cuando hacemos esa distinción, inmediatamente
se introduce en nosotros una distinción también entre
Cristo y la iglesia. Nos imaginamos a Cristo como la cabeza,
en el cielo, y nos imaginamos a la iglesia como el cuerpo, sobre
la tierra. Pero casi podemos verlos como dos cosas que están
separadas. Cristo es la cabeza; pero nosotros somos el cuerpo.
La vida práctica de la iglesia como cuerpo
Pero ahora veamos, hermanos amados, lo que dice el apóstol
Pablo en 1ª Corintios 12, hablando del cuerpo de Cristo. Si ustedes
leen la carta a los Efesios, encuentran a la iglesia celestial,
espiritual, divina, eterna y gloriosa. Pero cuando leemos la carta
a los Corintios encontramos a la iglesia sobre la tierra; una iglesia
local, con todos los problemas, complejidades y situaciones
difíciles que se viven en las iglesias sobre la tierra. Pero no hay
contradicción entre lo uno y lo otro.
Aquí tenemos la dimensión práctica y terrenal de la iglesia.
No terrenal en el sentido de que es de la tierra, sino de cómo la
iglesia está expresándose sobre la tierra, particularmente en una
iglesia, la iglesia de los corintios. Esta iglesia, este grupo de hermanos,
esta compañía local de creyentes, con todas las dificultades
que tienen como creyentes sobre la tierra.
Cuando nosotros vemos la visión celestial, nos elevamos a
las alturas de la gloria de Dios. Somos elevados por esa visión,
contemplamos cosas que están más allá de nuestra capacidad
humana de comprensión. Nuestro espíritu se eleva a las alturas.
Pero, tarde o temprano, volvemos a la realidad sobre la tierra, y
nos encontramos con el contexto de las iglesias y de los hermanos,
y las situaciones que se viven día a día en nuestras iglesias,
en nuestra comunión con los hermanos.
188
Muchas veces nos preguntamos cómo es que esa visión tan
gloriosa y maravillosa podrá descender algún día y plasmarse
entre nosotros. ¿Te has hecho esa pregunta? ¿Has sentido alguna
vez esa especie de doloroso contraste entre lo que vemos y lo
que somos? Lo que vemos es tan glorioso. Lo que vemos con
los ojos de la fe, lo que vemos con los ojos interiores del espíritu.
Pero lo que vemos con estos ojos de nuestro cuerpo, a veces
parece contradecir tan abiertamente lo otro.
Ahora tenemos la 1ª carta a los Corintios y la segunda carta.
Gracias a Dios, porque tenemos estas cartas. Pero cuando leemos
sobre la iglesia de los corintios podemos descubrirnos a
nosotros mismos en ella. Podemos descubrir que después de todo,
a pesar de la gloria y de toda la riqueza de Cristo que hubo en la
iglesia en los primeros treinta años de su historia, aun así eran
hombres como nosotros, con debilidades, con problemas, con
dificultades. Gracias a Dios por eso.
Y podemos descubrir algo muy importante al mirar esta iglesia
con todas sus dificultades y problemas. Pablo les dice: «Porque
así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero
todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo,
así también Cristo» (1 Cor. 12:12). Ven ustedes que Pablo
está hablando del cuerpo de Cristo, y nosotros sabemos que el
cuerpo de Cristo es la iglesia. Entonces, si cuando leemos este
versículo, usáramos la lógica natural, o tratáramos de sacar una
conclusión lógica, podríamos leerlo así: «Porque así como el
cuerpo es uno, y tiene muchos miembros (aquí se está hablando
de la iglesia), pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos,
son un solo cuerpo...» (¿de quién está hablando? De la
iglesia). ¿Qué podríamos sacar como conclusión, entonces?, ¿qué
debería decir aquí, a continuación? «...así también la iglesia».
¿Se dan cuenta? Pero no dice «la iglesia»; dice «Cristo».
Nosotros decimos: Cristo es la cabeza. Pero aquí Pablo está
diciendo algo más, algo muy importante: él está diciendo que
Cristo no sólo es la cabeza; sino que Cristo es también el cuerpo.
Él está diciendo que no sólo Cristo es la cabeza, sino que él es
también los brazos, las manos, el tronco, las piernas y los pies;
que todo ese nuevo hombre es Jesucristo. ¡Bendito sea el Señor!
Cristo es la cabeza, es cierto; pero él también es el cuerpo.
Cristo es ciertamente la cabeza; está sentado en la gloria, en el
189
trono, a la diestra de Dios Padre, resurrecto, ascendido, victorioso,
Señor de señores y Rey de reyes. Pero él, dice Pablo, es también
el cuerpo. Porque nosotros no podemos separar la cabeza
del cuerpo, ¿verdad? Nos imaginamos inmediatamente una totalidad
que incluye un cuerpo con una cabeza. Así que, hermanos
amados, la Escritura dice que Cristo es así. Cristo no es sólo
la cabeza. El cuerpo de Cristo es también el mismo Cristo.
Cristo es un misterio. Esto es algo precioso. Cristo es la cabeza,
es cierto; pero él también es el cuerpo. Cuando Pablo vio
entonces a Cristo en el camino a Damasco, no sólo vio la cabeza:
vio también el cuerpo; es decir, vio al nuevo hombre completo,
a ese hombre corporativo que es una unidad indivisible.
Hermanos amados, en el pensamiento de Dios, en el propósito
eterno de Dios y en los hechos de Dios obrados sobre la cruz,
Cristo y la iglesia son indivisibles. No se puede separar a Cristo
de la iglesia; es imposible a los ojos de Dios, desde que Cristo se
encarnó y murió sobre la cruz, y luego resucitó y fue ascendido
a los cielos, quedó consumada la unión de Cristo y de la iglesia
de una manera definitiva. Nunca más Cristo podrá ser separado
de la iglesia; nunca más podrás encontrar a Cristo sin encontrar
junto con él a la iglesia.
Hermanos amados, no podemos separar a Cristo de la iglesia.
Un día, debido a la caída del hombre, pareció que Cristo
nunca iba a poder tener su cuerpo que es la iglesia. Pero porque
él vino, porque él murió sobre la cruz, y porque él resucitó de los
muertos, entonces ahora sí Cristo tiene su cuerpo que es la iglesia,
y nunca más será separado de su cuerpo que es la iglesia.
¡Bendito sea el nombre del Señor!
Cuando miramos arriba, a los cielos, consideramos que sí, es
verdad que él está sentado a la diestra de Dios. Es el Hijo de
Dios. Pero también es el Hijo del Hombre; es uno como nosotros
quien que está sentado a la diestra de Dios. Y nosotros estamos
unidos a él.
Pero, hermanos amados, ¿qué importancia práctica tiene todo
esto para nosotros? ¿Por qué Pablo escribe a los corintios sobre
esto? Porque, como dice él, el cuerpo tiene muchos miembros.
Aunque es uno solo el cuerpo, el cuerpo tiene muchos miembros.
Tiene manos, tiene brazos, tiene pies, tiene piernas; tiene
muchos miembros.
190
El versículo 27 dice que dentro de esa unidad que es el cuerpo
hay muchos miembros con diferentes funciones. «Vosotros,
pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular
». Ahora, hermanos, recordemos esto: Cristo y su cuerpo son
una sola cosa. No podemos separarlos. Este es un hecho, hermanos
amados. Sea que nosotros lo entendamos o no lo entendamos,
sigue siendo una verdad, una realidad, un hecho eterno. No
podemos cambiarlo.
Si nosotros no sabemos que Cristo y la iglesia son una sola
cosa, todavía sigue siendo verdad que Cristo y la iglesia son una
sola cosa, y todavía sigue siendo verdad que si nosotros somos
de Cristo pertenecemos a ese único cuerpo de Cristo. ¿Cuántos
cuerpos hay? Uno. ¿Cuántas iglesias hay? Una. Pero, si tú no
sabes eso, todavía sigue siendo verdad que si eres de Cristo,
aunque no sepas que hay un solo cuerpo, eres miembro de un
único cuerpo.
Pero también es verdad que todos aquellos que son de Cristo
forman parte del único y mismo cuerpo. Y también es verdad
que cada miembro del cuerpo es un miembro de Cristo. Esto es
un hecho, hermanos amados, es una realidad que no se puede
cambiar y no se puede alterar, y que es verdad, sea que nosotros
lo sepamos, o sea que lo olvidemos o lo desconozcamos.
En el mundo hay muchos hijos de Dios que no saben, o que
no han entendido aún esto de lo que estamos hablando. Se nos
ha hablado acerca de la declinación y de la ruina de la iglesia, y
parte de esa declinación y de esa ruina es que esta verdad, esta
realidad esencial, fue olvidada, desapareció del corazón de los
hijos de Dios.
Así, encontramos hermanos reunidos en diferentes partes, bajo
diferentes nombres y diferentes banderas, y muchos de ellos no
pueden decir, aunque lo entiendan de una manera teórica, que
hay un solo cuerpo. Para muchos de ellos, en la práctica y en la
realidad, esta no es una visión que haya tocado sus corazones.
Pero, hermanos, porque ellos no lo ven, ¿no son miembros del
cuerpo? Si son de Cristo, si han sido lavados por la preciosa
sangre de Cristo, aunque no entiendan que hay un solo cuerpo y
que son miembros del único cuerpo de Cristo, ¿por eso no serán
del cuerpo? No, hermanos amados, todos los que son de Cristo
son un solo cuerpo con Jesucristo el Señor.
191
Pero, puesto que el cuerpo está formado por muchos miembros,
tenemos aquí un problema, y fíjense ustedes que es el problema
que enfrentó la iglesia de los corintios: que hay diversidad
de funciones en el cuerpo. Y, ¿qué ocurre cuando hay diversidad
de funciones, diversidad de dones y diversidad de miembros?:
«Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos
míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero
decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido
Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados
en el nombre de Pablo?».
Dificultades para la unidad
¿Cuál era el problema de la iglesia de los corintios? Uno de
sus problemas, no el único, es que ellos, debido a esta diversidad
de dones, de funciones en el cuerpo de Cristo, de la diversidad
de miembros que hay en el cuerpo, estaban divididos los unos
contra los otros, y estaban contendiendo los unos contra los otros.
Porque en la iglesia no sólo hay un brazo, porque en el cuerpo
no sólo hay pies, y no sólo hay manos o sólo piernas, sino que
hay piernas, manos, pies y brazos.
Entonces, los corintios estaban con problemas entre ellos.
Porque no sólo había un Pablo, sino que también había un Cefas
o Pedro. Y no sólo estaba Pedro, sino que también estaba Apolos.
Así que lo que era una riqueza era también un problema para
ellos. Ciertamente Dios enriqueció al cuerpo, poniendo muchos
miembros y entregando muchas funciones y muchos dones; pero
eso, que era una riqueza de parte de Dios, vino a ser un problema
para los corintios.
¿Cómo poner de acuerdo y concertar esa diversidad? Sí, en
Cristo somos uno. Es un hecho indiscutible. Pero, podemos vivir,
funcionar y existir sobre la tierra como si fuésemos uno? Esa
es la pregunta. Cuando decimos: «Somos uno», todos podemos
plegarnos a esa declaración y decir: «¡Amén, somos uno!»; pero
cuando decimos: «Entonces si somos uno, vivamos como uno»...
¡qué problema! ¿verdad? Esto les pasaba a los corintios.
El problema no era saber que son uno; el problema era vivir
siendo uno. Este es el problema de la cristiandad en la actualidad.
Si usted hace una conferencia para la unidad, y nos a llama
192
a todos, y nos apresuramos a declarar que somos uno en el Espíritu,
que tenemos un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre,
el cual es por todos, sobre todos y en todos, seguramente
todos los hermanos van a decir: «¡Amén, somos uno!». Pero si
luego usted dice: «Sí, ahora entonces, puesto que somos uno,
vivamos como uno», usted no va a tener muchos ‘amenes’. ¿Por
qué? Ah, hermanos, porque para nosotros es tan fácil confesar la
visión celestial, pero es tan difícil obedecerla.
Y Pablo dijo: «Yo no fui rebelde, desobediente, a la visión
celestial». Porque, hermanos amados, la visión celestial no es
simplemente para confesarla, para creerla, para hablar de ella.
Es para obedecerla y para vivirla sobre la tierra; y si no es así,
entonces no sirve de nada que sepamos la visión celestial. Nos
engañamos a nosotros mismos creyendo que sabemos, y no sabemos;
creyendo que tenemos algo y no lo tenemos. Porque si
no lo vivimos, no lo tenemos.
Entonces, hermanos, es muy fácil reunirse y decir: «Somos
uno». Pero si has hecho la prueba, y has tratado de hacer esa
experiencia de ser uno, no con los que piensan como tú, no con
los que hacen las cosas como tú las haces, no con los que tienen
las mismas costumbres que tú tienes, no con los que cantan como
tú cantas, no con aquellos que son como tú eres, sino con aquellos
que siendo de Cristo son enteramente diferentes de ti; ahí
habrás notado la diferencia.
Es fácil reunirse con los que se parecen a uno. Si todos hacemos
las cosas igual, eso es muy fácil, porque a la carne no le
cuesta acomodarse a lo que se le parece. Nuestra carne corre a
identificarse con aquello que le agrada, con aquello que le gusta.
Hay una expresión que se usa por allí. Dicen: «A mi me gusta la
gente que es como yo, la gente que es como uno». Gente como
uno. ¿Y qué de aquellos que no son como tú? ¿Qué de aquellos
que no piensan como tú? Ah, pero, ¿cómo no piensan como yo?
¿No dice la Escritura que tenemos que tener una misma mente?
Sí, lo dice, y tenemos que llegar a tener una misma mente, pero
tenemos que hacer un camino para ello.
Cuando venimos a Cristo, venimos como bebés espirituales,
niños recién nacidos. Los corintios eran niños; ese era su problema.
Y los niños, hermanos amados, casi no tienen mente. Usted
sabe que un recién nacido no tiene mente. Tiene toda una mente
193
aún por formarse. Hablando espiritualmente, todos nosotros venimos
como niños, y necesitamos que la mente de Cristo se forme
en nosotros. No nacimos con la mente de Cristo formada.
Nos va a llevar años, muchos años, toda la vida, para que quizás
algo de esa mente preciosa y maravillosa se forme en nosotros.
Pero, ahora, ¿cómo llegamos allá? ¿Qué vamos a hacer? Tenemos
un gran problema, porque somos muchos y diferentes.
Pero, gracias a Dios, él tiene la respuesta. ¿Y cuál es la respuesta?
1 Corintios 12:27 dice: «Vosotros, pues, sois el cuerpo de
Cristo, y miembros cada uno en particular». Tu eres de Cristo.
Pero, ¿puedes decir lo mismo de todos los que son de Cristo?
Me refiero a los que han nacido de arriba, a los que tienen el
Espíritu de Dios morando dentro de ellos, a los que han sido
lavados por la preciosa sangre de Cristo. ¿Son ellos miembros
del cuerpo, igual que tú? Sí. Pero hay diversidad.
Y ahora estamos hablando de una iglesia como la de los
corintios, que vivía en una época de normalidad, en que la ruina
y la decadencia aún no habían llegado. A lo menos, en aquella
época, si uno iba a la ciudad de Corinto y preguntaba por la
iglesia, no le decían: «¿Cuál iglesia? ¿Estarás hablando de la
iglesia bautista que está en la calle veintiocho, o la iglesia
metodista que está en la avenida tal, o estarás hablando de la
iglesia católica que se reúne allá? ¿De qué iglesia me hablas?
¡Sé más específico!». Uno llegaba a la ciudad de Corinto y preguntaba:
«¿Dónde está la iglesia de Cristo?». Y había sólo una
respuesta, porque había sólo una iglesia en Corinto.
Pero ahora nosotros tenemos un problema más grande todavía,
porque la ruina y la decadencia entraron en la iglesia. Entonces,
cuando llegamos a una ciudad o a cualquier lugar, y preguntamos
por la iglesia, ¿qué nos responden? Y si otros hermanos
nos preguntan: «¿De qué iglesia son ustedes?». Si uno dice:
«Bueno... ¿cómo le explico, cómo se lo puedo decir? Eh... somos
hermanos, nos reunimos por aquí y por allá...». «Pero, ¿cómo
se llaman?». «Bueno, eh... cristianos». «Sí, está bien, todos somos
cristianos. Pero, sea más específico». ¿Qué respondemos?
En el tiempo del Nuevo Testamento no era necesario responder
esas preguntas, porque sólo había una iglesia sobre la tierra.
Sea que tú fueses a Corinto o a Éfeso, a Esmirna o a Tiatira, a
Filipos, a Roma o a Jerusalén, tú encontrabas que allí había una
194
sola iglesia. Ahora estamos en un problema enorme. Pero Dios
quiere restaurar su iglesia. Así que, gracias al Señor, en cierta
medida, es el problema del Señor.
Si fuera solamente nuestro problema, estaríamos en una situación
sin salida. Pero, gracias a Dios, él es la Cabeza del cuerpo
que es la iglesia, y él sabe cómo resolver todo lo que nosotros
hemos echado a perder. Porque cuando nosotros tocamos las
cosas de Dios, siempre las echamos a perder, no hay duda. Nunca
toques las cosas de Dios, porque cuando las tocas, las echas a
perder. Y las hemos tocado demasiado; hemos metido las manos
en las cosas de Dios, así que están tan deformadas y alteradas
que son irreconocibles.
¿Cómo no van a ser irreconocibles? El testimonio de Dios es
que Cristo tiene un solo cuerpo que es la iglesia, pero cuando
miramos sobre la tierra y vemos lo que los hombres hemos hecho
de la iglesia, entonces ya no podemos ver el testimonio de
Dios. No vemos lo que Dios ve, no vemos la realidad celestial,
porque la iglesia está dividida. ¿No es así? Pero, gracias a Dios,
Cristo es aún la cabeza de la iglesia, y él puede reunir a todos los
que están dispersos.
El camino más excelente
1ª Corintios 12:31: «Procurad pues, los dones mejores. Mas
yo os muestro un camino aún más excelente». Ahora, cuando
uno lee este versículo, da la sensación como si Pablo estuviese
diciendo: «Este es el camino de la iglesia; puedes tomar este
camino si quieres. Pero yo tengo un camino mejor para los que
tienen una ambición más alta, un corazón más elevado». Entonces,
hay un camino más excelente, como si hubiesen dos caminos:
un camino para los que quieren ir más bajo y un camino
para los que quieren ir más alto. Pero no dice así el texto griego.
El texto griego dice: «Mas yo os muestro el camino más excelente
». No un camino: el camino. Porque hay un solo camino
para la iglesia, y este es el camino que todos somos llamados a
tomar. ¿Cuál es el camino? Mire cómo Pablo dice y recuerde por
favor el versículo 28 y el versículo 29 mientras leemos el capítulo
13 de 1ª Corintios.
Como nuestra Biblia está dividida en capítulos y versículos,
y algunos capítulos tienen inclusive subtítulos, da la sensación
195
como si de pronto Pablo el apóstol hubiese cambiado de tema.
Entonces, terminamos de leer el versículo 31 y decimos: «Muy
bien», hacemos un cambio de switch en nuestra mente y empezamos
a leer el nuevo capítulo como si hablase de algo totalmente
diferente. Las divisiones de la Biblia, los capítulos y los
versículos (que ayudan mucho a leer la Biblia), y mucho menos
los subtítulos, no forman parte de la Escritura inspirada originalmente
por Dios.
Entonces, aquí no hay un cambio de tema, no hay un cambio
de asunto; aquí sigue lo mismo, continúa Pablo desarrollando el
mismo asunto, el mismo tema. «Yo os muestro el camino más
excelente». ¿Cuál es ese camino? Versículos 28 y 29. «¿Son
todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen
todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan
todos lenguas? ¿interpretan todos?». Ahora, esos son los dones,
los diferentes ministerios y funciones que hay en el cuerpo
de Cristo. Entonces considerando esto, Pablo dice: «Si yo hablase
lenguas humanas y angélicas...», esto es, un don en el
cuerpo de Cristo, «...y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese
todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de
tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada
soy».
¿Por qué lo dice Pablo? Fíjense, hermanos, que nosotros ponemos
a veces el acento y el énfasis donde no debe ser puesto.
Decimos: «Muy bien, las lenguas son algo muy importante».
Ustedes saben que hay todo un sector importante de la cristiandad
que hace de las lenguas su bandera de identificación. Ahora,
nosotros creemos en las lenguas, porque están en la Escritura.
Pero Pablo dice: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y
no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo
que retiñe». Ah, pero nosotros decimos: «Muy bien, ahí están
los pentecostales; ese problema lo tienen ellos. Gracias a Dios,
nosotros no somos pentecostales, así que no tenemos este problema.
¡Qué bien estamos, hermanos!
Pero, un momento. No ha terminado el apóstol. Dice: «Y si
tuviese profecía...». ¡Ah, cuidado! Aquí, la profecía, hermanos,
no se refiere a la capacidad de predecir eventos futuros. La profecía
es la Palabra de Dios. Es la revelación de Dios en la iglesia.
196
Es algo santo. Pero las lenguas también son santas, porque vienen
de Dios. Todo lo que viene de Dios es santo. Pero el punto
no es si es santo o no es santo; el punto es qué lugar le damos en
la obra, en la casa, en el cuerpo de Cristo.
Vean ustedes, todos los dones son dados para el cuerpo. Y
hay algunos que tienen profecía, son los profetas. Ah, y dice
algo más: «...y entendiese todos los misterios...». Por supuesto,
no se refiere aquí a los misterios del cosmos, esas cosas que dan
a veces en la televisión, los misterios ocultos de las pirámides...
No se refiere a ese tipo de misterios. ¿A qué se refiere? A los
misterios de Dios. Si yo puedo entender todos los misterios... «y
toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase
los montes, y no tengo amor, nada soy». ¿Qué les parece?
Hermanos amados, algunos dicen: «Muy bien, nosotros entendemos,
vemos y comprendemos los misterios de Dios». Gracias
a Dios por eso. Pero si tú, porque entiendes los misterios de
Dios, dejas de amar al hermano que no entiende los misterios de
Dios como tú, no eres nada, dice Pablo. ¿Sabes por qué? Porque
Cristo y su cuerpo son una sola cosa, y no podemos separar a
Cristo de su cuerpo. Y el cuerpo de Cristo somos nosotros, los
hermanos y las hermanas.
Entonces, si tú tocas al cuerpo de Cristo, ¿a quién tocas? A
Cristo. Si tú separas a un miembro del cuerpo y lo pones a un
lado, ¿a quién pones a un lado? A Cristo. Si tú menosprecias a un
miembro del cuerpo de Cristo, ¿a quién menosprecias? A Cristo.
Así es. Créeme, querido hermano, que el Señor se lo toma personalmente.
Porque así, cuando Pablo perseguía a la iglesia y
arrastraba a los creyentes a las cárceles, quien se lo tomó personalmente
fue el Señor en los cielos: «Saulo, ¿por qué me persigues?
».
Cuando tú hieres aun miembro del cuerpo, vas a saber que la
Cabeza está siendo herida en ese acto en que tú hieres a un miembro
del cuerpo de Cristo. Y cuando menosprecias a un hermano,
también estás menospreciando a la Cabeza. «Pero, dices, es que
el hermano no entiende». Más la Escritura no dice que tiene que
entender. El hecho es antes del entendimiento.
«Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los
pobres...». Hay hermanos que son tan entregados a servir, a dar...
«...y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
197
de nada me sirve». Ahora, hermanos amados, esto parece casi
contradictorio, porque ¿cómo alguien va a dar sus bienes para
dar de comer a los pobres, y cómo alguien va a entregar su cuerpo
para ser quemado, y lo va a hacer sin amor?
Nosotros tenemos acá en Chile el Hogar de Cristo. Y la gente
del mundo tiende a pensar que eso es el amor: es dar de comer a
los pobres, es buscar a la gente que no tiene nada y ayudarle.
«Eso es el amor», dicen ellos. Pero Pablo dice que uno puede
hacer eso, y no tener amor. ¿A qué se refiere Pablo? Recuerden,
el contexto es el cuerpo de Cristo. Si tú, por causa de esa generosidad
que tienes para dar, y todo lo demás, haces de ello una
razón para dividir, para separarte y para menospreciar, para herir
y para dañar a tus hermanos, entonces no te sirve de nada.
Gracias a Dios por todos sus dones; gracias a Dios por la
revelación que nos ha dado. Pero él nos está llevando por el
camino más excelente. El apóstol Pablo sabe que sólo hay una
manera en que el cuerpo puede ser edificado: esa manera es el
camino del amor. Sin amor, no se puede edificar el cuerpo de
Cristo. Sin amor, nunca los miembros se van a concertar para
trabajar juntos. Sin amor, nunca las piedras se van a unir unas a
otras para levantarse en la casa de Dios.
Sólo el amor puede producir edificación en el cuerpo de Cristo.
Por eso dice esto el apóstol Pablo. Y a continuación nos describe
el amor. Sin embargo, nos vamos a saltar la descripción que hace
del amor y vamos a ir al versículo 8: «El amor nunca deja de ser;
pero las profecías se acabarán». Vendrá un día, hermanos amados,
en que ya no necesitaremos más hombres que profeticen y
nos muestren la visión celestial, porque lo veremos a Él, tal como
Él es. Cuando ese día llegue, no será necesaria la profecía.
«Y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte
conocemos, y en parte profetizamos». Ahora bien, queridos
hermanos, ¿ustedes saben qué hombre escribió estas palabras?
No fue ninguno de los hermanos que aquí estamos, que sabemos
poco o nada de las cosas del Señor, y estamos todavía aprendiendo.
Fue el apóstol Pablo. Y probablemente no ha habido un
hombre en la historia de la iglesia que haya conocido más profundamente
los misterios y la ciencia de Dios que el apóstol
Pablo. Pero mire lo que dijo este hombre: «En parte conocemos,
y en parte profetizamos». Ni aun Pablo pensaba que él ya cono198
cía tanto y suficiente como para todavía no necesitar ser corregido,
ser ensanchado y ver más allá de lo que veía.
Ah, pero nosotros tenemos una pequeña luz del cielo, y nos
tomamos de ella y la convertimos en una espada de batalla, ¿no
es así? No obstante, lo que nosotros sabemos de Cristo, con todo
lo glorioso que es, no es Cristo mismo todavía. Si nos aferramos
a eso, como si eso fuera todo, y después lo convertimos en una
doctrina, afilada como una espada, y levantamos la espada para
pelear con otros que tienen otra doctrina afilada como una espada,
entonces, estamos muy lejos del hecho divino del cuerpo de
Cristo y de la iglesia, como Dios la hizo en Cristo.
Pablo dice: «Ahora vemos por espejo, oscuramente». Bueno,
la verdad, hermanos, es que los espejos de la época de Pablo
no eran como los espejos que tenemos ahora. En la época de
Pablo no existía el vidrio, y por lo tanto, no existían los espejos
que nosotros tenemos ahora. Se pulían en plata o en bronce o en
algún metal, para reflejar una imagen. Pero, para lograr ver algo
en esos espejos, uno tenía que concentrarse mucho en la imagen,
y era como mirar a través de una bruma, de una neblina. No
se veía y no se distinguía claramente el rostro de quien se miraba.
Entonces, Pablo dice: «Ahora vemos por espejo». Como a
través de una neblina, como a través de una bruma, de una niebla.
No vemos claramente todavía. Nuestra visión de Cristo todavía
no es muy clara, todavía no es muy nítida. Nuestra visión
del misterio de Dios es una bruma gloriosa, pero todavía no es
completamente clara y completamente nítida. Sí, Cristo es definitivamente
claro y nítido; pero somos nosotros los que tenemos
un problema, y Dios tiene que trabajar largos y largos años en
nuestra vida, para que alguna vez lleguemos a ver con más claridad
y mejor. Y Pablo sabía eso.
«Mas entonces veremos cara a cara», no como a través de
un espejo. Un día lo veremos a él, dice Juan, tal como él es.
¡Bendito sea el Señor! «Ahora conozco en parte...». ¿Quién puede
decir que ya lo conoce todo? No estamos hablando de doctrinas
ni teologías; estamos hablando de Cristo. ¿Quién puede decir
que ya conoce a Cristo? Pablo dice que no es que nosotros lo
conozcamos a él, sino que más bien él nos conoce a nosotros.
«Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos
199
tres; pero el mayor de ellos es el amor». Hermanos amados, la
ciencia terminará, la profecía terminará, el conocimiento terminará;
pero el amor nunca terminará, porque el amor es la misma
naturaleza de Dios, el amor es la esencia de Dios. Recordemos
entonces, la iglesia sólo puede ser edificada en amor. Pero, ¿cómo
es el amor? ¿Qué es el amor, cómo se vive, cómo se expresa?
Sin amor, dijo Pablo, no podemos ser edificados como cuerpo
de Cristo. Es imposible. Pero, ¿cómo entonces? Tenemos que
recurrir a Juan, él nos puede enseñar acerca del amor.
El testimonio de Juan
¿Por qué nos puede enseñar Juan? Nuestro querido hermano
Christian Chen nos ha hablado acerca del ministerio del apóstol
Juan. Juan fue el más joven de los discípulos del Señor; pero
también fue el que sobrevivió más tiempo, vivió casi hasta los
cien años. Y Juan, de entre todos los discípulos del Señor, de
aquellos doce hombres que estuvieron con el Señor, fue quien
llegó a conocer más íntimamente y más profundamente al Señor.
Cuando el Señor comenzó su ministerio, llamó a doce hombres.
El Señor tenía muchos discípulos; había muchos hombres
y mujeres que le seguían. Pero entre esos muchos, él escogió
doce, al principio. En el evangelio de Marcos 3:13 se nos dice
que, cuando escogió a los doce, Jesús «subió al monte, y llamó a
sí a los que él quiso; y vinieron a él». Ahora, hermanos, el número
doce representa al pueblo de Dios. Doce tribus representan al
pueblo de Israel, el pueblo de Dios. Y cuando el Señor va a iniciar
su iglesia sobre la tierra, él llama a doce para comenzar,
porque doce es el número que representa al pueblo de Dios. Y él
ahora va a comenzar un nuevo Israel, un Israel espiritual que es
la iglesia.
La iglesia en el pensamiento de Dios es eterna; la iglesia siempre
estuvo escondida en el seno de Cristo, así como Eva estuvo
escondida dentro de Adán antes que saliera a la vida. La iglesia
estuvo escondida en Cristo, ella es el misterio de Cristo. Pero, en
el tiempo y en la historia, la iglesia comenzó aquí.
Por supuesto, la iglesia comenzó en Pentecostés, pero el embrión
de la iglesia, la matriz de la iglesia, antes de que ella naciera
a la vida en Pentecostés, comenzó aquí. ¿Se dan cuenta? Así
200
como un bebé que se forma en el vientre de la madre, hasta que
es dado a luz, así también la iglesia tuvo un período de pregestación,
en el tiempo del ministerio del Señor. Y ese período
de pre-gestación es el tiempo que el Señor Jesús tuvo con estos
doce hombres que fueron llamados.
El versículo dice: «...y llamó a sí a los que él quiso. Y estableció
a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar
». Pero fíjense ustedes que el énfasis de la Escritura es que,
en primer lugar, Jesús los llamó «para que estuviesen con él»,
para que lo conociesen a él. Los llamó a sí, los atrajo hacia él, los
enfocó en él. Jesús se convirtió en el centro de la vida de esos
doce hombres.
Y Juan nos habla en 1ª de Juan capítulo 1. Recuerden ustedes
que Juan está escribiendo en un tiempo de decadencia y de ruina.
Cuando la ruina y la decadencia han llegado a la iglesia, sólo
hay un camino para recuperar lo que se ha perdido. ¿Cuál es el
camino? Volver al principio de todo. Si hemos equivocado el
camino, ¿qué debemos hacer? Hay que desandar todo el camino
de regreso y volver al principio.
Ahora, históricamente hablando, gracias a Dios por el apóstol
Pablo. Gracias a Dios, porque con él tenemos la revelación
más completa y acabada del misterio de Dios y de Cristo, y podemos
ver a la iglesia en toda su gloria, en toda su perfección, en
los pensamientos de Dios. Pero, hermanos amados, la iglesia,
históricamente, no comenzó con el apóstol Pablo. Cuando Pablo
llegó, ya la iglesia estaba, existía, sobre la tierra.
Así que, si nosotros queremos comenzar y volver al principio,
no podemos regresar ni partir por el apóstol Pablo. Fíjense
ustedes, los reformadores, en el siglo XVI, querían volver al
principio, querían regresar a la iglesia primitiva; pero llegaron
sólo hasta el apóstol Pablo y la justificación por la fe. Porque
cuando ellos leyeron sus Biblias, encontraron que la carta a los
Romanos era la más larga y más profunda a sus ojos. Entonces,
llegaron hasta ahí.
Gracias a Dios por el apóstol Pablo. Pero, históricamente, la
iglesia comenzó con Jesús y los Doce. Entonces Dios no va a
usar al apóstol Pablo para llevarnos al principio. ¿Por qué? Porque
Pablo no estuvo en el principio, porque Pablo no conoció
las cosas desde el principio. Él vino después, para edificar, para
201
completar, para acabar, para llevar la casa hacia la gloria perfecta
y madura final. Pero antes de él estuvieron estos hombres con
Jesús.
Y Juan dice: «Lo que era desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado,
y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida»
(1 Jn. 1:1). Lo que está describiendo el apóstol Juan, entonces,
es esta experiencia que tuvieron los doce con Jesucristo. Es una
experiencia progresiva. Ellos fueron llamados para estar con Jesús.
Imagínese que usted hubiese sido elegido para estar tres
años y medio, día y noche, con Jesús, viviendo con él, despertándose
con él y viendo su rostro en la mañana, almorzando con
él al mediodía, siguiendo durante la tarde, y al acostarse el último
rostro que veía era el rostro amado del Señor. Y durante tres
años y medio, día y noche, por los caminos, de aldea en aldea,
Jesús con esos doce hombres.
Y entre esos doce había uno que se llamaba Juan. Era el más
joven, pero también él tenía una sensibilidad o un temperamento
diferente. Él se sentía atraído por Jesús mismo. Y Juan dice
que, durante ese tiempo con Jesús, ellos comenzaron a vivir una
experiencia que fue progresando. Si leemos con atención 1ª de
Juan, se van a dar cuenta que Juan hace una descripción de una
experiencia progresiva.
«Lo que hemos oído...», lo primero que hicieron fue oír; así
comenzó todo. Mucha gente vino hasta Jesús para oírle, porque
nadie hablaba como él. Ellos también vinieron para oír a Jesús.
Pero no sólo escucharon a Jesús el Señor, sino que también «lo
que hemos visto». También muchos vinieron para ver al Señor.
Escuchar es primero, luego vieron. Pero dice luego: «lo que hemos
contemplado». Esto es diferente. Usted puede ver al Señor,
y después irse. Pero si usted se queda el tiempo suficiente mirándolo,
va a descubrir cosas maravillosas. Eso es contemplarlo. Es
más que ver. Contemplar es quedarse mirando algo.
¿Se imaginan ustedes a Juan contemplando al Señor? Juan
no era un hombre de acción como Pedro; era un hombre más
quieto, más callado, más contemplativo. Entonces, él miraba,
contemplaba a Jesús ir y venir, miraba a Jesús salir y entrar,
miraba como él se relacionaba con la gente, miraba todo lo que
Jesús hacía. Y mientras lo miraba, sus ojos interiores se iban
202
abriendo, y él iba viendo, iba conociendo, iba sabiendo. Y Jesús
es como un tesoro que se abre delante de nosotros. Y las riquezas
son indescriptibles y preciosas.
Juan contemplaba a Jesús. Pero no sólo contemplaba. Dice:
«y palparon nuestras manos». ¿Recuerdan quién estaba recostado
en el pecho del Señor esa última noche? Juan. Estaba pegado
a Jesucristo, recostado en él.
Ahora, un hombre que ha conocido a Jesús de esa manera,
hermanos, nos puede decir algo acerca de Jesús, ¿verdad? Tiene
algo que decirnos acerca de Jesús que nadie más podría decírnoslo.
Alguien que estuvo recostado en el seno de él la noche en
que él fue entregado, que escuchó los latidos del corazón del
Señor la misma noche en que él era entregado. Ese bendito corazón
que se partía por nosotros. Pues allí estaba Juan.
Amar hasta el fin
Entonces, él nos puede decir algo que nadie más puede decirnos
acerca de Jesús, porque nadie estuvo con Jesús tan íntimamente
y estrechamente asociado y apegado como Juan. Y, ¿qué
nos dice de Jesús? Evangelio de Juan, capítulo 13. La última
noche del Señor con sus discípulos, la noche en que el Señor
partió el pan y tomó la copa.
«Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora
había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como
había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin». Recuerden, hermanos, «lo que hemos oído, lo que
hemos visto, y lo que hemos contemplado, y palparon nuestras
manos tocante al Verbo de vida». Y, ¿qué dice Juan como resumen
de eso que él oyó, vio, tocó y palpó? ¿Cuál es el resumen de
esa experiencia? ¿Cómo él sintetiza lo esencial de esa experiencia?
¿Qué dice él? «Como había amado a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el fin».
Si tuviéramos a Juan aquí hoy día con nosotros y le preguntáramos:
«Juan, ¿quién era el Señor, cómo era? ¿Cómo lo puedes
describir? Él era tan maravilloso, hacía tantos milagros, se daba
a la gente, sus palabras eran palabras como nadie jamás habló.
Él, entero, era lleno de gloria. Pero, dinos, Juan, con toda esa
gloria, ¿qué era lo más esencial, el rasgo más característico de
él?». Y Juan nos diría: «Él amaba, él nos amó hasta el fin».
203
«Sí, habían palabras que ningún hombre ha dicho. Sí, había
luz como ningún hombre ha dado en este mundo. Él era la luz
del mundo. Sí, él hacía milagros que nadie jamás ha hecho y
nadie jamás volverá a hacer sobre la tierra. Sí, él era único, sí, la
gloria de Dios estaba en él. Pero, sobre todas las cosas, el amó
hasta lo sumo. Y nosotros vimos en él el rostro de Dios». Y,
¿cómo era ese rostro? Dios, dijo Juan, es amor.
Jesús amó hasta el fin. ¿A quiénes? «A los suyos que estaban
en el mundo». ¿Quiénes son los suyos que están en el mundo,
hermanos amados? ¿Quiénes son? La iglesia, su cuerpo. ¿Cómo
los ama? Hasta lo sumo. ¿Te das cuenta, hermano?
Y entonces, antes de irse, el Señor dijo: «Un mandamiento
nuevo os doy». ¿Por qué un mandamiento nuevo? Porque ese
mandamiento no podía ser dado hasta que él hubiera sido conocido
como fue conocido. Porque el mandamiento es: «Amaos
los unos a los otros, como yo os he amado». Pero antes de que
alguien pudiese ver como Cristo amó a los suyos, ¿cómo podría
cumplirse ese mandamiento? Pero él los amó hasta el fin.
¿Saben qué significa «hasta el fin», hermanos? Los amó hasta
el final del camino, hasta beber la última gota de la copa de la
voluntad del Padre. Hasta lo sumo, hasta que pendió, desnudo,
clavado sobre una cruz. Hasta ese punto, los amó. Hasta lo sumo,
hasta que sus brazos benditos fueron partidos por los clavos, nos
amó. Hasta que sus pies benditos fueron traspasados por los clavos,
nos amó. ¡Nos amó, hermanos, amados!
Juan estuvo allí, al pie de la cruz. Él fue él único que estuvo
allí para ver hasta dónde Jesús nos amó. Por eso, él puede decir
después: «Dios es amor». El amor no es algo teórico ni conceptual;
el amor es práctico, el amor es real. El amor es la causa de
que nosotros hoy día seamos salvos. Nos amó hasta lo sumo.
Y Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos
». ¿En qué cosa, amados hermanos? ¿En los milagros que
hacemos? ¿En las multitudes de personas que se salvan? ¿En el
tamaño de las iglesias o congregaciones que podamos tener, o
tal vez en las doctrinas que enseñamos? ¿O en la maravillosa luz
que tenemos? ¿Eso dijo el Señor? El Señor dijo: «En esto sabrán
todos que ustedes son mis discípulos; son míos, son como yo;
me pertenecen a mí: en que se aman los unos a los otros, como
yo los amé, hasta lo sumo».
204
Así es, hermanos. Y así es, hermanas queridas. ¿Hasta cuándo,
hasta dónde debes amar a tu hermano? ¿Hasta dónde debes
aguantar a tu hermano? ¿Hasta dónde debes recibir a tu hermano?
¡Hasta el fin! Hasta que la cruz termine con tu vida completamente,
hasta ese punto debes amar a tu hermano. Amén. ¡Gracias,
Señor!
205
ANHELANDO SU VENIDA
Rubén Chacón
Como se ha dicho, el tema de esta Conferencia es «La
visión celestial», y yo quisiera abordar un aspecto, un
elemento que es componente de esta visión celestial. No
es el primero, pero no por eso es menos importante. Un elemento
respecto de Cristo –porque la visión celestial es Cristo, es
acerca de Cristo–, pero un elemento respecto a la persona de
Cristo que ya ha sido mencionado y que yo quisiera destacar en
esta hora. Así que les voy a invitar a que abran sus Biblias en el
libro de los Hechos, capítulo 1.
A modo de introducción, es bueno decir que el libro de los
Hechos es el segundo tratado escrito por el evangelista Lucas.
Como dice el versículo 1 del primer capítulo: «En el primer
tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús
comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido
arriba». Ese primer tratado es el evangelio según Lucas, y en él,
establece claramente acerca de qué escribió: Trata «acerca de
todas las cosas que Jesús comenzó –subrayo el verbo ‘comenzar’–
a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba
». De esto trata el evangelio de Lucas.
Pero, para Lucas, esas son las cosas que Jesús comenzó a
hacer; Jesús no terminó de hacer. Las que están en el evangelio
de Lucas son aquellas que Jesús comenzó a hacer; pero él continúa
haciendo hasta el día de hoy. ¡Bendito sea el Señor!
Por lo tanto, el evangelista Lucas, en este libro, quiere seguir
contándonos las cosas que Jesús sigue haciendo y sigue enseñando,
ya no ahora desde la tierra, sino ahora desde el cielo,
206
desde que fue llevado arriba.
En el evangelio de Lucas, podemos decir, él escribió acerca
de la gloria de Cristo, la gloria del Hijo del Hombre. Lucas reveló
a Jesucristo como el Hombre, el Hijo del Hombre perfecto; y
reveló, en ese evangelio, la gloria de este Hijo del Hombre. En
este segundo tratado, él va a revelarnos, a registrarnos, a contarnos,
la gloria de la iglesia. El período de tiempo que abarca en su
escrito, en su segundo tratado, son los primeros treinta años de
la vida de la iglesia. En este libro, él registró el nacimiento de la
iglesia y sus primeros treinta años de vida. Y estos primeros treinta
años de la vida de la iglesia fueron una vida gloriosa.
No habrá –hasta hoy, por lo menos– otro período de mayor
gloria que la que está relatada aquí. Esta gloria se explica porque
Cristo está exaltado en los cielos. De alguna manera, Lucas va a
decirnos que, más allá del velo del cual se nos ha hablado en esta
conferencia, el Señor Jesús está exaltado, está entronado a la
diestra de Dios, y que, aun cuando este libro no es el Apocalipsis,
es decir que no nos está mostrando lo que ocurre al otro lado
del velo, no obstante, este libro está relatándonos lo que ocurre
aquí en la tierra, pero que es consecuencia de lo que acontece en
los cielos.
Como nos ha dicho el hermano Stephen, la cabeza del cuerpo
está en el cielo, la cabeza del cuerpo que es Cristo está exaltada.
Cristo está entronado a la diestra de Dios; pero el cuerpo de
Cristo está aquí en la tierra. El libro de los Hechos nos habla de
ese Cristo, de ese nuevo hombre en el plano terrenal. Apocalipsis
nos habla de ese nuevo hombre en el plano celestial. Ambos
libros arrancan desde el mismo punto: Cristo resucitado y exaltado.
Apocalipsis, contándonos la historia desde el plano celestial;
el libro de los Hechos, desde el plano terrenal.
Lo que está aconteciendo con la iglesia se explica por la cabeza
que es Cristo. Es Jesucristo exaltado el que ha enviado al
Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo lo que explica toda la gloria
que vive esta iglesia en sus primeros treinta años.
Hay, por supuesto, una gran diferencia entre el libro de Apocalipsis
y el libro de los Hechos. Apocalipsis mira las cosas desde
el plano celestial y el libro de los Hechos desde el plano terrenal.
Y hay otra gran diferencia: este libro sólo abarca los treinta
primeros años; en cambio, Apocalipsis va hasta los últimos días,
207
hasta la consumación de todas las cosas. Y la razón porque el
Espíritu Santo quiso que Lucas registrara esta gloria primera de
la iglesia fue que cuarenta años después –como nos ha dicho el
hermano Christian Chen– esa gloria comenzó a perderse, esa
gloria comenzó a decaer, esa gloria comenzó a ser opacada. Tenemos
que ir al libro de Apocalipsis para descubrir, y entender, y
ver esa decadencia.
Pero, amados hermanos, la buena noticia es que la iglesia
comenzó con gloria y va a terminar con gloria; la iglesia comenzó
con gloria, y va a terminar con una gloria mayor. ¡Alabado
sea el Señor! Que va a terminar tan bien, que esta vez no va a
volver a decaer, sino que esta vez el Señor Jesucristo regresará
por ella; esta vez, la iglesia se reencontrará con su Amado Señor.
¡Bendito sea su nombre!
La historia de esta gloria primera de la iglesia, en rigor, comienza
en el capítulo 2 del libro de los Hechos, como ustedes
saben. El capítulo 1 es entonces –por decirlo de alguna manera–
un capítulo introductorio. En este capítulo, Lucas toma exactamente
el final del evangelio de Lucas y trata de hacer un nexo
entre el evangelio de Lucas y el libro de los Hechos. En otras
palabras, trata de hacer un nexo entre Cristo y la iglesia.
La iglesia se explica por Cristo; la gloria de la iglesia es el
resultado de la gloria de Cristo. Así que, en el capítulo 1 de Hechos,
Lucas trató de unir estas dos verdades: la que relata en su
evangelio, y la que va a relatarnos ahora, en este libro de los
Hechos. Él toma exactamente el final de su evangelio, que es el
momento de la ascensión de Cristo, que es el momento de la
exaltación de Cristo, y comienza en el capítulo 1 con ese momento,
con ese instante, para unir ambos tratados, ambas verdades.
A pesar del carácter introductorio que tiene este libro, quiero
compartir con ustedes cuatro elementos, cuatro hechos, que están
mencionados en este primer capítulo, y que, por una parte
ligan la realidad de la iglesia con la persona de Cristo y, por otro
lado, nos explicarán por qué la iglesia comenzó con una gloria
tan grande.
Hemos hablado de cómo esa gloria, a finales del siglo primero,
comenzó a decaer. Pero también es bueno y es interesante
que nos fijemos por qué es que la iglesia comenzó con una glo208
ria tan grande, tan tremenda, tan maravillosa; qué explica esa
gloria primera, que hasta el día de hoy nosotros añoramos y admiramos.
Hay cuatro notas aquí, en este capítulo 1, que quisiera mencionar
rápidamente, y detenerme principalmente en la última.
Factores en la gloria de la primera iglesia
La certeza de la resurrección de Cristo
La primera de ellas está en el versículo 1:3. Dice que Jesucristo,
después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo
a los apóstoles que había escogido, «a quienes también, dice,
después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas
indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días».
La primera cosa que explica la gloria sublime, maravillosa,
con que la iglesia comenzó, con que la iglesia nació, es esa convicción
absoluta en los corazones de esos hermanos de que Cristo
había resucitado. En esos cuarenta días que permaneció aún
en la tierra después de resucitar, el Señor consideró importante
convencer de manera absoluta, con pruebas que no dejaran lugar
a dudas, de que él había resucitado.
¿Habrá tenido impacto en esos creyentes, habrá tenido impacto
en esos primeros discípulos, estar absolutamente convencidos
de que Cristo había vencido a la muerte, y que había resucitado?
Amén. Eso explica mucha de la gloria que vemos después.
Hombres que estaban convencidos, con pruebas
indubitables, de que su Señor no estaba en una tumba, sino que
había vencido a la muerte.
Esas pruebas indubitables, según el mismo Lucas, tenían que
ver con demostrar que él no había resucitado en espíritu, sino
que había resucitado en cuerpo. Él había resucitado de una manera
corporal, su alma no había sido dejada en el Hades, y su
carne no había visto corrupción. Él fue resucitado con su cuerpo.
¡Aleluya! Y si le preguntamos al mismo Lucas, él nos dirá en
su evangelio:
«Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso
en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados
y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les
dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos
pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy;
209
palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como
veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los
pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados,
les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le
dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y
comió delante de ellos» (Lucas 24:36-43).
¡Bendito sea el Señor! Convicción absoluta de que Cristo
había resucitado, de que su cuerpo no había quedado en el sepulcro,
que su cuerpo no había visto corrupción, que al tercer día
su cuerpo había sido levantado, y el Señor estaba resucitado con
un cuerpo de gloria. Por Cristo no sólo vino la vida, sino también
salió a luz la inmortalidad, y la inmortalidad tiene que ver
con el cuerpo. Esa es la primera cosa que explica la gloria de esta
iglesia en estos treinta años.
La enseñanza acerca del reino de Dios
La segunda cosa está también ahí, al final del versículo 3. El
Señor Jesucristo no sólo estuvo apareciéndoseles durante cuarenta
días a sus discípulos, hasta dejarlos absolutamente convencidos
de su resurrección, sino que también dice que durante
esos cuarenta días estuvo «hablándoles acerca del reino de Dios».
No sólo se apareció, no sólo se manifestó, sino que durante
esos cuarenta días estuvo hablando a sus discípulos. Y el Señor
estaba a punto de ascender a los cielos, así que seguramente el
Señor tenía en su corazón recordarles, remarcar, reforzar, aquellas
verdades que para él eran las más fundamentales, las que sus
discípulos no deberían olvidar una vez que él se fuera. Les habló
acerca del reino de Dios.
Tiempo atrás, cuando yo estaba estudiando esta Escritura,
dije: «Qué bueno habría sido saber de qué les habló. Les habló
acerca del reino de Dios; pero, ¿qué les habló, qué les dijo acerca
del reino de Dios?». Después me di cuenta que lo que les habló
durante esos cuarenta días acerca del reino de Dios está al final
de los evangelios. Mateo 28, Marcos 16, Lucas 24, Juan 21,
registran esas palabras de Cristo durante esos cuarenta días.
¿Qué les habló en esos cuarenta días acerca del reino de Dios?
¿En qué consistió exactamente lo que les habló? No sólo que él
estaba resucitado, sino que ahora, en él, se encarnaba la autoridad
y la potestad del reino de Dios. Él les habló durante esos
210
cuarenta días del lugar que ocupa él, resucitado, en el reino de
Dios.
En Mateo 28, dice Jesús a sus discípulos, una vez que hubo
resucitado: «He aquí, yo tengo toda potestad en el cielo y en la
tierra». Ahí les estaba hablando acerca del reino de Dios. «Yo
soy ahora el que ha vencido a la muerte; yo soy ahora el que ha
resucitado, el que tiene todo el poder, toda la autoridad, en el
cielo y en la tierra». Y con la autoridad del Rey, manda a sus
discípulos a ir a todas las naciones, y manda a los discípulos a
enseñar a las naciones las cosas que él había mandado, y bautizar
a los discípulos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
En el evangelio de Marcos, en el capítulo 16, el Señor les
habló acerca de las obras del reino. Si ustedes miran al final,
muy de acuerdo al énfasis de todo el evangelio de Marcos, en el
16:15, muy parecido a Mateo, les dice: «Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere
bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado».
Pero aquí está el énfasis de Marcos: «Y estas señales seguirán a
los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán
nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si
bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos
pondrán sus manos, y sanarán». Las obras del reino.
Los discípulos quedaron convencidos absolutamente en su
corazón, no sólo de la resurrección de Cristo, sino de la realidad
del reino de Dios, de la realidad presente del reino de Dios, de la
autoridad del nombre de Jesucristo. En esa autoridad, ellos podrían
ir a las naciones y enseñar lo que el Señor había mandado,
y en el nombre de Cristo, y en la autoridad del Señor resucitado,
los discípulos podían ir y manifestar los hechos de Cristo, las
obras de Cristo.
Y mire cómo dice al final: «Y ellos, saliendo, predicaron en
todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra
con las señales que la seguían. Amén». No sólo enseñanza con
autoridad, sino también las obras del reino manifestándose, el
poder de Cristo manifestándose.
En Lucas 24, dice el versículo 45: «Entonces les abrió el
entendimiento para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo:
Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y
211
resucitase de los muertos al tercer día». Ahora, noten el 47: «...y
que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén».
El reino de Dios en las palabras de Lucas, en el énfasis de
Lucas, es que esta buena noticia no es sólo para algunos, no es
sólo para los judíos: es para todo el mundo. Comenzando desde
Jerusalén, debe alcanzar a todas las naciones, sin distinción de
raza, de clase social, de sexo, de status. El propio Lucas, acompañando
al apóstol Pablo, había recorrido ciudades gentiles. Lucas
había sido testigo de cómo el Señor también salvaba a los paganos,
a las gentes que no eran judías, y cómo, a pesar del
oscurantismo en que estaban bajo la idolatría y el paganismo, la
gracia de Dios era poderosa para alcanzarlos y hacerlos también
parte de la iglesia.
Los discípulos quedaron convencidos no sólo de la resurrección
de Cristo, sino también de la realidad presente del reino de
Dios. ¿Habrán hecho impacto las palabras de Cristo en estos
primeros discípulos, que no sólo descubrieron que el Señor vivía,
que estaba resucitado, sino que además era Rey de reyes y
Señor de señores, que además tenía toda autoridad en los cielos
y en la tierra. Y que la iglesia podía avanzar y extender, y llevar
y manifestar el reino de Dios a todo el mundo, a todas las naciones;
porque el Señor Jesucristo estaría con ellos hasta el fin del
mundo?
La venida del Espíritu Santo
La tercera cosa que explica esta gloria de la iglesia, esta gloria
primera, está en Hechos 1 versículo 4: «Y estando juntos, les
mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la
promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan
ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo dentro de no muchos días». La tercera
cosa que explica esta gloria tremenda, esta gloria primera de la
iglesia es el Espíritu Santo –Pentecostés. Y sobre esto, habría
mucho que decir, porque sin el Espíritu Santo no hay iglesia; sin
el Espíritu Santo no hay Cristo en nosotros.
Qué interesante es que Cristo resucitó corporalmente. No
obstante, él fue exaltado, fue llevado a los cielos, y él envió al
Espíritu Santo. Y, ¿por qué envió al Espíritu Santo? Porque sólo
212
a través del espíritu Santo, es que todo lo de Cristo puede venir a
ser nuestra realidad; es a través del Espíritu Santo que todo lo
que Cristo conquistó y logró puede hacerse tesoro en nuestros
corazones. Así que la gloria, esta gloria primera de la iglesia en
sus primeros treinta años, no se podría explicar sin la venida del
Espíritu Santo. ¡Bendito sea el Señor!
El anuncio de la Segunda Venida
Y la cuarta cosa está en los versículos 9 al 11. «Y habiendo
dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una
nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos
en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto
a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también
les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?
Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá como le habéis visto ir al cielo».
Nuestro Señor resucitó con su cuerpo, fue exaltado, y vino en
el Espíritu, para poder habitarnos con todo su poder y su gloria.
Pero, hermanos queridos, la cuarta cosa es que él regresará; que
hoy está presente entre nosotros y en nosotros por su Espíritu,
pero que él regresará personalmente por segunda vez. Y el Señor
quiso asegurarse de que en los discípulos, aun cuando lo estaban
viendo irse, quedara claro en sus espíritus, de que él regresaría
por segunda vez, que la separación no era para siempre, que la
separación no era definitiva.
Y Lucas, algo que no contó en su evangelio, lo registró aquí.
¿Por qué aquí? Porque esto tuvo un impacto tremendo en la iglesia.
Lo contó aquí, no en el evangelio, porque este hecho maravilloso
explica también, de alguna manera, la gloria primera de
la iglesia. ¿Cuál es ese hecho? Que «...este mismo Jesús, que ha
sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto
ir al cielo».
Nuestro Señor ha de regresar por segunda vez, en forma corporal.
¡Aleluya! Y podremos no sólo verle, sino también podremos
tocarle, podremos abrazarle, podremos besarle, podremos
estrecharlo en nuestros brazos. ¿Habrá tenido esto impacto positivo
en la iglesia? ¿Habrá tenido impacto positivo la palabra, el
mensaje, de estos dos varones? «No se queden mirando al cielo
como si él nunca más va a regresar; no se queden mirando al
213
cielo como si esta es la última vez que lo ven. No –dicen–, él
volverá, él regresará por segunda vez; él volverá a aparecer por
segunda vez. Tal como le habéis visto ir al cielo, así vendrá».
Amados hermanos, y desde este mismo día en que ellos vieron
partir al Señor al cielo, los creyentes vivieron esperando al
Señor. No cuarenta años después, no quinientos años después,
no dos mil años después; desde ese mismo día, los creyentes, en
su forma de vida diaria y cotidiana, esperaban el regreso del
Señor. Y eso explica, en algún grado, en alguna medida, por qué
ellos fueron como fueron, por qué manifestaron una gloria como
la que manifestaron. Estaban altamente motivados, estaban altamente
impulsados; su corazón ardía deseando que ese regreso
fuera en cualquier momento. ¡Bendito sea el Señor!
A nosotros nos ocurre a veces que, como estamos dos mil
años después de esto, trasladamos nuestra experiencia al primer
siglo, y pensamos y decimos: «Bueno, el Señor acababa de irse,
así que seguramente ellos no quedaron pensando en su regreso;
entendieron que tenían que empezar a trabajar, y entendieron
que tenían que extender el reino de Dios, y entendieron que tenían
que salir y evangelizar, y hacer la vida de iglesia. Y, seguramente,
ellos no pensaron... Era muy inmediato, era muy reciente,
para que quedaran anhelando el regreso del Señor».
Les trasladamos nuestra experiencia a los creyentes del primer
siglo. Pero, amados hermanos, nunca fue así; en el primer
siglo nunca fue así. En estos treinta primeros años de la vida de
la iglesia no aconteció así. Los discípulos vivían esperando el
regreso del Señor cada día, cada día. Ya nos ha explicado el hermano
Christian Chen cómo esa nube marcó al apóstol Juan, cómo
esa nube, de alguna manera, para Juan, significó que el Señor
fuese ocultado de sus ojos. Cómo esa nube significó para Juan,
en alguna medida, que el Señor era separado de ellos.
Así que, cuando ellos escucharon el mensaje de estos dos
varones con vestiduras blancas, ellos dijeron: «¡Aleluya! Él va a
regresar», y quedaron anhelando su regreso día a día. Y, ¿cómo
lo sabemos? Lo sabemos porque todo el Nuevo Testamento, en
todos los libros, está lleno de referencias al regreso del Señor.
No hay carta, no hay escrito donde, de manera directa o indirecta,
haya siempre una conciencia clara de que el Señor regresará.
Hermanos queridos, nosotros estamos dos mil años después,
214
y nosotros decimos: «Es probable que estos hermanos estaban
equivocados. ¿Cómo podían pensar que el Señor regresaría en
sus días, cuando han pasado dos mil años y no ha regresado?».
Hermanos queridos, el regreso del Señor no es primeramente
una cuestión escatológica. No es una cuestión de cronología, de
tiempo; no es primeramente una cuestión de orden de acontecimientos
–Que el Señor no puede venir, porque esto no ha ocurrido,
o que va a regresar después que esto otro haya ocurrido–.
Ellos no pensaban así. La esperanza bendita de la iglesia es,
primeramente, una cuestión de amor. Es una cuestión de amor.
Ellos esperaban el regreso de Cristo porque lo amaban, porque
no soportaban la separación con su Amado Señor. Ellos no estaban
primeramente intrigados por los acontecimientos, sino que
era un corazón que ardía de amor, de ver cuanto antes regresar a
su Amado.
Testimonios de las epístolas acerca de la Segunda Venida
Quisiera hacer un breve recorrido por algunas epístolas, y
ver cómo en cada una de ellas se menciona esta esperanza de la
iglesia.
Hermanos, lo que estoy compartiendo es esto: la visión celestial
no estará completa en nosotros hasta que el Señor regrese.
Así que por eso, la iglesia, aunque tiene al Señor presente en el
Espíritu, lo anhela, lo espera, proclama su venida, vive en la
conciencia cada día de que el Señor regresará. Eso no para estar
quietos, no para estar en una actitud contemplativa; al contrario,
estos hermanos salieron a hacer lo que tenían que hacer. Pero,
mientras hacían lo que tenían que hacer, ellos vivían esperando
el regreso del Señor en cualquier momento.
«...así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado
en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don,
esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co.
1:6-7). El testimonio de Cristo que habían dado los apóstoles a
esta iglesia, estaba confirmado por Dios. ¡Qué precioso es eso!
Mientras esta iglesia vivía confirmada por Dios mismo –el testimonio
de Cristo era confirmado entre ellos con esta manifestación
de dones, en la cual eran ricos– esta iglesia vivía esperando
la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Hay algo más grande que los dones, y eso más grande que los
215
dones es el dador de los dones; él es el don por excelencia, él es
la fuente de todo don. Así que estos hermanos, aunque eran ricos
en todo don espiritual, vivían esperando y anhelando al dador de
los dones, al don por excelencia, a nuestro bendito Señor Jesucristo.
Otra carta de Pablo escrita a otra iglesia, a los Filipenses,
capítulo 3, versículos 20-21, dice: «Mas nuestra ciudadanía está
en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por
el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las
cosas». ¡Alabado sea el Señor! Nuestra herencia será completada
sólo al regreso del Señor. La plenitud habrá entrado en la
iglesia, y la transformación no sólo de espíritu y alma, sino también
de cuerpo, ha de ser completada a la venida de Cristo Jesús.
1ª Tesalonicenses capítulo 1, versículos 9-10. Pablo está dando
aquí testimonio de la iglesia en Tesalónica, y dice: «...porque
ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis,
y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al
Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual
resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera
». Pablo destaca aquí no sólo cómo los tesalonicenses se
convirtieron de los ídolos a Dios, no sólo cómo ellos una vez
convertidos vivían para servir al Dios vivo y verdadero, sino
que mientras servían, esperaban de los cielos al Hijo de Dios.
Tito, capítulo 2 versículos 11 al 13. Esta carta a Tito ha de
llegar a impactar, aunque está dirigida a una persona, pero ha de
llegar a impactar a todas las iglesias de Creta. «Porque la gracia
de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo».
La gracia de Dios nos enseña que tenemos que vivir en este
siglo de una manera sobria, justa y piadosa. Pero no sólo eso,
sino que mientras vivimos de una manera sobria, justa y piadosa,
debemos estar aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Note usted como aparece en todas las epístolas, y sólo
216
tomando los textos donde aparece el verbo ‘esperar’. La iglesia
vivió esperando el regreso de su Amado desde el primer día que
el Señor ascendió a los cielos.
Hebreos 9:28: «...así también Cristo fue ofrecido una sola
vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda
vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan
». Esta es la única vez en toda la Biblia, en todo el Nuevo
Testamento, que aparece la expresión ‘aparecerá por segunda
vez’. «...sin relación con el pecado», cosa que él resolvió ya con
su primera venida; sino que esta vez aparecerá para salvar a los
que le esperan. ¡Aleluya!
Tiene que haber una concordancia entre el momento en que
el Señor regresará, y la actitud de la iglesia. Y la actitud de la
iglesia no va a ser otra que estar esperándole; porque aun cuando
es verdad que él viene como ladrón en la noche, el apóstol Pablo
dice a los tesalonicenses: «Mas vosotros no estáis en tinieblas,
para que aquel día os sorprenda como ladrón». La iglesia le
estará esperando. Cuando él aparezca, la iglesia estará lista para
recibirlo, para ir a su encuentro. No será una sorpresa para los
que andan de día. ¡Gloria a Dios, él aparecerá por segunda vez,
para salvar a los que le esperan!
2ª de Pedro 3:10. En estos versículos aparece tres veces la
palabra ‘esperar’. Aquí está reflejada nuestra esperanza; nuestra
esperanza es Cristo, nuestra esperanza es el regreso de Cristo:
«Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el
cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay
serán quemadas».
Aplicación de esto. Dice Pedro: «Puesto que todas estas cosas
han de ser deshechas, cómo no debéis vosotros andar en
santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos
para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose,
serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán» (vers. 11-12). Nuestra versión Reina-Valera 1960 dice
‘esperando’ y apresurándonos para la llegada de ese día; pero la
verdad es que en el texto griego es: «esperando y apresurando la
venida del día de Dios». «Pero nosotros –hermanos, los que
estamos en esta asamblea– esperamos según sus promesas, cielos
nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo
217
cual, oh amados, estando en espera –otra vez la palabra, por
tercera vez– de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados
por él sin mancha e irreprensibles, en paz». ¡Alabado sea el
Señor!
¿Existe alguna manera en que la iglesia no sólo espere, sino
apresure la venida del día de Dios? Pedro aquí lo dice: andando
en una santa y piadosa manera de vivir; pero también aguardando
esta esperanza cada día. Como nos decía el hermano Christian
Chen, cada vez que veamos una nube, pensemos en su regreso.
Cada vez que veamos una nube, digamos: ¿Será esa la nube que
le llevó y le ocultó, y será esa la nube que le traerá por segunda
vez?
La iglesia puede apresurar la Venida de Cristo
Vivamos con la conciencia diaria del regreso de nuestro
Amado. Con la primera venida de Cristo, la iglesia fue constituida
la novia del Cordero; en la segunda venida de Cristo, esa
novia se casará con su Amado. Y la novia, que está comprometida
con su Amado que se ha ido lejos por un tiempo, no puede
vivir de otra manera que en función del día en que se casará con
su Amado. Y si es una novia llena de amor, no puede tener otra
manera de vivir que pensando en función del día en que va a
reencontrarse con su Amado.
Hermanos, nosotros, que habremos quedado hasta la venida
del Señor no precederemos a los que durmieron, pero seremos
arrebatados juntamente con ellos, y saldremos a recibir al Señor
en el aire, y así estaremos siempre con el Señor, y ya no habrá
más separación. Y ya no habrá más necesidad de una tercera
venida, porque esta vez nuestra reunión con él será definitiva,
será para siempre. ¡Aleluya! Saldremos a recibir al Señor en el
aire, en las nubes, y así estaremos reunidos a él para siempre.
¡Alabado sea el Señor!
Hermanos, creo firmemente que el Espíritu Santo está iniciando
un movimiento en el mundo entero, que le está diciendo
a la iglesia: «¡Prepárate, alístate, comienza a pensar en su regreso,
comienza a recuperar la conciencia de que el Señor vuelve!».
Hermanos, esa es la manera en que apresuraremos la llegada de
ese día. El Señor en los cielos está expectante de ver a su iglesia
que lo anhele.
218
¿Cómo podría el amado Jesús estar interesado en regresar
por su amada, cuando ella está indiferente, cuando ella está ocupada
en otras cosas y no tiene su corazón puesto en él? ¿Usted
regresaría por una amada que no lo espera? ¿Regresaría por una
amada que no está pensando en usted, que está indiferente a su
venida, que ha tenido su regreso por tardanza? Hermanos, creo
que el Señor espera ver a su iglesia levantarse, y que comience a
decirle: «¡Señor, regresa! ¡Señor, ven! ¡Señor, no soportamos
más la separación!». Tiene que comenzar a levantarse en nuestro
espíritu un gemido anhelante por el Amado. Anhelamos esa
reunión definitiva.
Con los hermanos de la iglesia en La Florida, aquí en Santiago,
estamos haciendo una experiencia muy bonita. Nos hemos
propuesto, una vez al mes, que cada padre de familia, alrededor
de su mesa, junte a toda su familia, y haga una pequeña vigilia
desde las doce de la noche a las tres de la mañana, con las Escrituras
abiertas, y le diga a su familia: «Vamos a hacer un ejercicio
de estar esperando al Señor. Mientras afuera los demás duermen,
mientras los demás afuera viven para sí mismos, vamos a
decirle al Señor como familia: te estamos esperando, estamos
vigilando». Y el padre de familia, con sus hijos, abre las Escrituras
y leen juntos estos textos de la esperanza bienaventurada de
la iglesia. Juntos se irá generando en nuestro espíritu, se irá despertando
nuestro corazón, recuperando esa conciencia de conocer
a Cristo.
La iglesia puede apresurar la venida del día de Cristo. Y eso
significa, hermanos, en términos prácticos, que debemos comenzar
a anhelar al Señor, debemos comenzar a pedir que él regrese.
Creo que el Señor va a ayudarnos en esto. ¿Sabe cómo nos va a
ayudar? El mundo se nos va a volver cada vez más hostil, y eso
va a ser bueno para la iglesia, porque entonces la iglesia comenzará
a sentir que este mundo no es su hogar, que su ciudadanía
no está aquí en la tierra, sino en los cielos.
Nuestra alma comenzará a ser afligida, y comenzaremos a
elevar nuestro gemido: «Señor, este mundo no es nuestro hogar;
Señor, llévanos contigo, queremos estar en tu gloria; Señor, queremos
verte cara a cara, queremos abrazarte, queremos
reencontrarnos contigo para siempre». ¡Alabado sea el Señor!
Cuando el Señor regrese, su iglesia le estará esperando. Pero eso
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tiene que comenzar hoy, tiene que comenzar a ser despertado a
partir de ahora.
Terminemos con Apocalipsis 22:20. El penúltimo versículo
de la Biblia termina con esta gloriosa declaración. La primera
parte la dice Cristo mismo, y la segunda parte debe decirla la
iglesia. Capítulo 22 versículo 20, el penúltimo versículo de su
Biblia, del último libro de la Biblia, cuando ya todo está por
cerrarse, cuando la revelación está completamente concluida,
dice así: «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente
vengo en breve». A eso, responde la iglesia: «Amén; sí, ven, Señor
Jesús».
¡Amén; sí, ven, Señor Jesús! ¡Aleluya!

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